La música del libro de hojas calcinadas: «Jardín en ascuas»
¡Ah! La ceniza súbita
el aluvión de la prieta ceniza,
silencia al mar –encendidas escamas–,
apaga toda la luz transformada en sonido
–la música del libro de hojas calcinadas–
Me alumbro con esta estrofa para hablar de Jardín en ascuas de Edgar Ramírez Mella, sin embargo, la mejor entrada a sus terrenos es por medio de su primer poema, el cual introduce el nombre de la obra, y lee
Este trópico lleno de sucia ceniza
y el azufre de volcanes heridos por el cielo.
Ese trópico invadido del Imperio
Déspota Desalmado Ciego.
Organizada a modo de tríptico, la poética del libro es una exposición serial en la que el poeta y pintor se vuelven indivisibles e imprescindibles. En reflexión desde lo caribeño, denuncia las dinámicas de poder que dejan cicatrices en nuestra globalidad. Aves, plantas, niños ardiendo en la guerra, las violencias que desata el privilegio masculino, o el cuerpo, transitando del deseo a la desazón, todo se rinde al canto sinestésico del poeta, en el que los sentidos salen de sus signos oficiales. Cabe decir, en este árbol caído todes nos hacemos leña. Ardemos, apenas sin llamas, bajo el mando impredecible del trueno, temblor del cielo, relámpago de balas.
La primera parte se titula MITO Y RUINA, y enmarca las dimensiones que los poemas transitan. Es un viaje a
la isla que navega a la deriva, tocando otras orillas,
la frágil memoria de la historia y el recuerdo vago,
las ciudades seguras, seguras de sus crímenes
Se funden el tiempo de Caín y Abel con el de Orunla, o san Francisco de Asís en la santería. Se confunden sus nombres tras el crepitar de estos versos ardientes sobre las cosas con las que acabaremos los seres humanos, y la pérdida de nuestra nación/noción.
¿Dónde cantaba el colibrí? ¿Dónde?
Allí todo era vuelo, canción, aire.
No el urbano apocalipsis árido,
de envenenadas aguas que aun así no nos dejan apurar
con este mar de sombras y siluetas de talados bosques
Fin del paraíso, la segunda parte, ALTAR Y HOLOCAUSTOS, evidencia el ritual y el sacrificio como motor del registro mediante señales mórbidas: el pecado, la maldición, las guerras desatadas, las guerras lentas como el duelo, el sida, la miseria y los reflejos de quien se identifica con toda esa sangre derramada.
Ramírez Mella ejecuta en estos poemas un tono irónico que ilumina la sonrisa de las ciudades a pesar de la violencia de nuestra especie con nuestra especie misma, como en el poema “Amenazados por el trueno”
Amenazados por la ira de los que desprecian al hombre
¡Cuanta sombra ya sin cuerpo, vagará sin rumbo,
entre las riberas del Éufrates y el Tigris!
Es el cáncer de la hedionda y negra guerra
asediando hoy los cuatro puntos cardinales del futuro.
El poeta, profeta y antropólogo, escarba la aurora en lontananza, sinestesia del canto del gallo que, sabida la canción, la entona a ciegas.
La última exhibición se llama NOSTALGIADEROS, y sus temas se condensan en un poema de la primera parte: (Tanta rosa que cuidar… y se hizo tarde). Contiene, ante la atención de mi oído, los poemas más musicales del jardín, y los que ponen a prueba el corazón herido del poeta. Este “pensadero de nostalgias” es el resultado o catarsis de quien atraviesa el drama histórico del libro construido por el poeta.
El poeta se reconoce en el dolor atemporal de la niñez, lo trans y sus posibilidades, lo masculino, lo frutal, lo artístico, lo calcinado por el mito, ahora libre en la voz. Son los poemas bucales de lo antibucólico, la orquestación elegíaca de las criaturas sacrificadas, consumidas por Eros y Tánatos.
Quisiera tu lengua
camaleón, figurilla de azúcar.
Indagar tu estómago,
sentirme libre.
Este hermoso libro, curado entre el autor y Editora Educación Emergente, validan lo que desde el 1928 declaró el poeta brasileño Oswald de Andrade en su manifiesto: Solo la antropofagia nos une. Socialmente. Económicamente. Filosóficamente. Mientras el cuerpo se entumece, y dispone el corazón a los buitres, quedarán los pájaros cantando.