La nación caribeña invisible…..no es Cuba
Hablamos de Haití, una isla que sufrió escarmiento internacional desde que se desencadenó de la Francia imperial el 1 de enero del 1804. Es la misma nación que el pasado 12 de enero observó el quinto aniversario del terremoto que traumatizó al país y todas las Antillas. Haití parece no superar este trauma, aunque Estados Unidos promete consistentemente – como le promete a Cuba hoy – asistencia para diseñar su futuro.
La situación en Cuba debe mejorar; de eso no hay duda. Obama anunció el viernes pasado medidas para flexibilizar viajes entre Habana y Estados Unidos como parte del plan de diplomacia. Pero una pregunta queda por responderse: ¿Olvidarán a Haití nuevamente mientras Estados Unidos promete fortalecer la economía de otra nación caribeña?
Usemos la historia como brújula. Las intervenciones del vecino del norte en el Caribe no han sido exitosas o bilaterales. Veamos tres ejemplos. En el 1915, Estados Unidos se infiltró en la economía haitiana para impulsar sus empresas mientras ignoraba las masacres de la dictadura Duvalierista, como analiza Amy Wilentz en su columna “Cuatro años después”. Cuba resistió tal intervención con la revolución del 1959, pero pagó un gran precio por ser una nación atea y comunista. En Puerto Rico somos una colonia con una deuda externa de $70,000,000 millones que, por ser territorio, no podemos abdicar.
Pero regresemos a Haití. No hay duda que Haití también necesita un cambio radical. La mitad de los casos de cólera del mundo están en Haití, pero las Naciones Unidas rehúsa a admitir que es la agencia responsable de llevarla allí. Ya 50 por ciento de los fondos prometidos a Haití fueron distribuidos, pero solo 7,515 viviendas nuevas fueron construidas, la iniciativa comercial del Parque Caracol solo produjo 2,590 de los 60,000 trabajos prometidos para el 2013 y la emergente industria de la aguja viola constantemente leyes laborales, publicó The New York Times el año pasado.
Existe tanto dinero y tantos recursos, pero se desconoce su destino y ese es el problema: que están jugando con los caudales de un país sin estructura para defenderse. En 2013, 94 por ciento de los fondos humanitarios fueron a los bolsillos de los contratistas, ONGs y compañías privadas de los mismos donantes, reportó The Guardian. Dicho de otra forma: no fueron directamente a haitianos o empresas o iniciativas haitianas. Y sería menos difícil aceptar estos datos si supiésemos cómo los contratos fueron administrados. ¿Cómo contribuyeron a la reconstrucción de Haití? Como recuerda el diario inglés: “Aquí es donde la búsqueda acaba. Puedes buscar en las bases de datos para identificar los recipientes de los contratos, pero es casi imposible identificar el paradero final de los fondos o el desempeño de los proyectos”. Si las organizaciones humanitarias no tienen que rendir cuenta de cómo y en qué gastan el dinero que tú y yo donamos, ¿cómo vamos a saber si el dinero se usó efectivamente? ¿Cómo vamos a confiar en sus capacidades administrativas? Y más preocupante aún, ¿por qué querríamos donar nuevamente la próxima vez que una tragedia aflija al país? El diario concluye: “Es una contradicción que le pidan al gobierno haitiano transparencia cuando la comunidad internacional de ayuda no puede proveer información adecuada al público”.
Es esto lo que ocurre en Haití. Un país en sufrimiento cuyos benefactores se lucran de su dolor. Es tan difícil para un haitiano no revivir cada día el terremoto cuando lo ven en las carreteras agrietas, los edificios incompletos, los campamentos y – sobre todo – las promesas inconclusas.
Haití y Cuba no necesitan promesas de un mejor futuro. Necesitan un plan que les permita administrar sus propios futuros mientras reciben la asistencia y compasión de sus vecinos con economías aventajadas. Aún con el sabor amargo que estas promesas han dejado en sus paladares, Haití – y ahora Cuba – verán esta nueva diplomacia hacia al caribe con suspicacia, pero también con un poco de esperanza. Ambos países deben permanecer en la mira de otras naciones para asegurar su progreso aunque la ola de entusiasmo por el Caribe se disipe y las dos Antillas se hundan – nuevamente – en su invisibilidad.