La Naturaleza como Problema Histórico: la materia relegada
Con algunas excepciones la historia ambiental apenas ha sido tema de estudio entre los historiadores puertorriqueños. Puesto de otra forma, la naturaleza no es aún un problema histórico de importancia entre nuestros historiadores. Además, la historia ambiental, a pesar de los debates acerca de los preceptos epistemológicos y ontológicos de la realidad provocados por la aparición del posestructuralismo y el postmodernismo, apenas ha sido objeto de reflexión teórica entre los historiadores puertorriqueños. Mi propósito es precisamente invitar a esa reflexión y contribuir a la misma subrayando la necesidad de aproximaciones teóricas que subrayen la historicidad de la naturaleza sin que esto signifique negar el rol activo de su materialidad y prácticas materiales en nuestra historia. Invito a ese debate como sociólogo ambiental y practicante de los Estudios Americanos, asumiendo con ello que la historia ambiental no está limitada a los historiadores. Es un asunto a ser tratado desde la transdisciplinariedad.
El campo de la historia ambiental, diversa, está dividido. Si para algunos historiadores, los realistas, la naturaleza es el agregado de fenómenos, procesos y eventos materiales que han contribuido a la marcha de la historia, para otros, los constructivistas, esta es menos material y más una construcción socio-cultural. Si algo han demostrado los constructivistas, muchos de ellos acoplados al posestructuralismo, es que como demuestra Arnold, el ambiente, medio o naturaleza no es sólo un lugar, un espacio ecológico. Es también el campo de batalla donde han contendido y contienden ferozmente ideologías, discursos y culturas. La contribución más importante del constructivismo es precisamente la conclusión de que el conocimiento acerca de la naturaleza es siempre filtrado por una muselina de representaciones apiñadas en discursos e ideologías y para las cuales no existe una autoridad extra-social, imparcial y absolutamente objetiva capaz de evaluarlas. Asumir la contingencia del conocimiento acerca de la naturaleza previene los peligros del determinismo ambiental, sus hechos, leyes y verdades descontextualizadas. El constructivismo social toma esos hechos, leyes y verdades y los ubica en su contexto socio-cultural e histórico problematizándolos.
Al presente, después del “giro cultural,” es indudable que la construcción social de la naturaleza ha ganado popularidad y mucha más atención intelectual, convirtiéndose en el área de estudio más prolífera y notable de la historia ambiental. No es sorpresa, pues la Historia, desde los treinta, es dominada por el “determinismo cultural,” lo que ocurrió en respuesta al determinismo ambiental que previo a esa década dominaba la historia y la geografía. De hecho, el “giro cultural” ha contribuido, como indiqué antes, a debilitar el determinismo ambiental pero también a las visiones románticas del eco-centrismo, aproximaciones donde la naturaleza y su materialidad desempeñan el rol determinante. Pero el vuelco ha desplazado el interés en los cambios biofísicos y el contexto ambiental de la historia; la materialidad de la naturaleza y/o la naturaleza como materia, así como diversas prácticas materiales, han perdido importancia. Más aún, el monismo de algunos constructivismos reafirma el antropocentrismo y sus vicios, no reconocer los límites, palpablemente materiales, que la naturaleza nos impone. Esto es cierto del constructivismo neo-Kantiano. Esto es irónico, si consideramos que la historia ambiental surgió en los setenta como un esfuerzo revisionista que objetaba la presuposición convencional que la experiencia humana estaba exenta de los límites naturales, que la sociedad existe como entidad distinta de e independiente de la naturaleza.
Existe toda una variedad de constructivismos. Pero, uno de los más populares, particularmente entre los posestructuralistas, no se limita a reconocer como diría Terry Eagleton, que “la naturaleza siempre tiene algo de cultural.” Para estos la naturaleza es invariablemente cultural, irreducible a una realidad preexistente afuera del discurso. Se trata de un constructivismo neo-Kantiano para el que la “realidad” de los objetos, incluyendo la naturaleza, es producto de los humanos, y solo de los humanos. La naturaleza es lo que la sociedad, más bien los poderosos en la misma, digan que es. Para los constructivistas neo-Kantianos la representación por parte del sujeto da origen al objeto y no viceversa. Entre los historiadores puertorriqueños esa parece ser la posición de Carlos Pabón: “¿Cuál es, entonces, la verdad de la historia? Desde la perspectiva del ‘giro lingüístico’, la historia produce ‘una verdad’ con ‘hechos’ que la sustentan, pero es el historiador quien construye esa ‘verdad’ y quien escoge esos ‘hechos’, y les otorga significado al transformar esos fragmentos del pasado en una representación narrativa.”
La historiografía es desde esa perspectiva un artificio literario. También parece serlo la naturaleza. Parafraseando a Pabón diríamos, si nos ubicáramos en esa perspectiva, que es la historia ambiental, la que produce una “verdad” acerca de la naturaleza—el objeto—con “hechos”—representaciones—que las sostienen, pero es el historiador ambiental—el sujeto—quien cimienta esa “verdad” y quien elige esos “hechos.” Es este quien les concede a esos “hechos” significado al convertir esos trozos del pasado en una representación narrativa, un relato ficticio de transformaciones “naturales.” Como diría Karen Barad, desde una perspectiva feminista, esta visión neo-Kantiana es muestra del poder exorbitante otorgado al lenguaje:
Language has been granted too much power. The linguistic turn, the semiotic turn, the interpretative turn: it seems that at every turn lately every “thing”—even materiality—is turned into a matter of language or some other form of cultural representation. The ubiquitous puns on “matter” do not, alas, mark a rethinking of the key concepts (materiality and signification) and the relationship between them. Rather, it seems to be symptomatic of the extent to which matters of “fact” (so to speak) have been replaced with matters of signification (no scare quotes here). Language matters. Discourse matters. Culture matters. There is an important sense in which the only thing that does not seem to matter anymore is matter.
La materia, y por ende la naturaleza, es reducida a un asunto lingüístico o discursivo, a una mera representación cultural, a un asunto de significación. Pero, la naturaleza resiste la reducción al discurso, sobre todo si la entendemos como un agente activo y dinámico, un actante en la historia. El universalismo discursivo de la propuesta neo-Kantiana, en un giro irónico, de abandono a su crítica a la Modernidad, termina por pensar que puede domesticar (entiéndase dominar) la naturaleza, al punto de negarle cualquier autonomía y gestión. He ahí el carácter antropocentrista e indudablemente moderno del neo-Kantianismo. Pero, ¿Puede el discurso trascender los límites naturales y materiales de la acción humana? ¿Son esas prácticas discursivas enteramente independientes de prácticas materiales? ¿Preceden estas prácticas discursivas a las prácticas materiales?
En los últimos años, frente a ese poder descomunal entregado al lenguaje, algunos intelectuales promueven el reintegro de la materia, y con ella de la naturaleza. Estos afirman que convertir la naturaleza en historia no requiere su transformación tout court en representaciones discursivas. No podemos, en nombre de la significación evadir la materialidad de la misma. Esto ha sido inclusive reconocido por la ecología política posestructuralista. Arturo Escobar, por ejemplo, critica algunos postmodernos y posestructuralistas por asumir que puesto que no existe una naturaleza fuera de la historia no hay nada natural acerca de la naturaleza. Para Escobar la “muerte de la naturaleza” como categoría fundacional del ser y la sociedad—la naturaleza como campo independiente de valor intrínseco, verdad y autenticidad—no justifica negar la existencia de una realidad biofísica pre-discursiva y pre-social. Más bien se trata de concebir la naturaleza como natural, cultural y social a la vez. La naturaleza es simultáneamente real, discursiva y colectiva. Es necesario reiterar la conexión entre la materialidad y evolución de la naturaleza, de su rol en la historia, y la construcción y evolución de los discursos y prácticas mediante los cuales la naturaleza es históricamente producida y conocida. Desde la Geografía, las preguntas de Karen Bakker y Gavin Bridge reiteran esa necesidad:
Should materiality be conceptualized in predominantly physical terms as raw substrate, a bedrock reality counterposed to the social, cultural and textual? Or should materiality be conceptualized in ways that do not simply collapse one pole of the dualism into the other, or outside of a dualist framework altogether? In other words, what is required to think about materiality in ways that are simultaneously physical and cultural, that admit the significance of the physical but which also recognize that materiality is ‘uncontainable in physicalist terms alone’.
Castree y Braun van un paso más allá de Escobar y plantean no solo que la naturaleza es mediada por discursos sino además que las relaciones con la naturaleza están ceñidas ubicuamente por relaciones discursivas. La naturaleza y la experiencia de la misma, siempre histórica, están relacionadas a patrones particulares de quehaceres figurativos que constituyen nuestra relación con ella. Desde esta perspectiva, próxima al concepto de enframing de Heidegger, esas prácticas discursivas y representacionales hacen inteligible o revelan, y a veces eclipsan, la naturaleza. Esta perspectiva, historicista, invita a tomar en cuenta la diversidad de formas, todas contingentes, en que la naturaleza es hecha inteligible. Segundo, afirma la presencia de prácticas discursivas y representaciones en todos los niveles de nuestra relación con la naturaleza. Tercero, no solo están esas prácticas presentes en todos los niveles de nuestra relación con la naturaleza, sino además, y como consecuencia de ello, en todas las alteraciones materiales de la naturaleza. Cuarto, invita a admitir que las prácticas discursivas están inscritas en relaciones socio-ecológicas marcadas por relaciones de poder, relaciones que impactan el enframing de la naturaleza. Finalmente, puesto que desde esta perspectiva el conocimiento acerca de la naturaleza es contingente, este siempre está conectado a prácticas sociales que permiten postulados acerca de la naturaleza pero que a su vez están inscritos en diversas relaciones sociales, particularmente relaciones de raza, clase y género, entre otras diferencias sociales.
En cierto sentido, la propuesta de Castree y Braun parece suponer, como el constructivismo neo-Kantiano, que el sujeto da origen al objeto. Pero, aunque cordiales al posestructuralismo ambos son críticos, como Escobar, de su destierro de la materia. Para ellos relegar la materia amenaza con un sobre énfasis en la cultura, proscribiendo a su vez a otros actantes importantes, como lo son organismos no humanos y nuestros artefactos. Recurren entonces a la sociología del conocimiento científico, pues provee mejores herramientas para examinar esas complejas intersecciones entre las prácticas materiales y discursivas que revelan e instituyen la naturaleza, particularmente en los contextos institucionales. Además, y como demuestran el Actor Network Theory nuestras prácticas, como las científicas, no son enteramente reducibles al discurso o a la cultura. El Actor Network Theory hace necesario examinar la relación entre la materialidad y la inteligibilidad de la naturaleza. Este acercamiento contribuye además a un mejor entendimiento de como la naturaleza es crecientemente un artefacto científico y tecnológico, un cuasi-objeto, que amalgama máquinas y materia orgánica. Permite además trascender la tendencia sociológica a afirmar la autonomía de lo social, pues examina no solo las relaciones entre humanos, sino entre estos y la naturaleza y entre estos y los artefactos.
Por su parte, y como todo Marxiano, Neil Smith, a través de su “tesis de la producción de la naturaleza” reclama mayor atención a la praxis, a la forma en que diversas prácticas intervienen en nuestra relación con la naturaleza. Para él, existen cierto conocimiento práctico que media esa relación y que no es ni siquiera exclusivo a los humanos. Como él mismo indica hasta las cabras respetan la gravedad, aun cuando no conocen el discurso científico de la gravedad y las leyes de la naturaleza. Para él, el alegato de algunas corrientes posestructuralistas es que el discurso destila todos nuestros reclamos acerca de la naturaleza. Y si esto es todo lo que implica decir que la naturaleza es construida discursivamente de arriba abajo entonces los realistas y posestructuralistas no tendrían nada que discutir. Pero si el otro paso es tomado, como suele ocurrir con los proponentes del neo-Kantianismo, que para todo propósito práctico solo hay representación, que la naturaleza es construida por discursos exclusivamente, entonces cualquier advertencia cuidadosa de que la “naturaleza es real” posee una significado más retórico que práctico. Su consecuencia según Smith: la auto-lógica de la crítica posestructuralista disolvería su razón de ser. La deconstrucción conceptual por el “dios-filosofo” sustituiría la investigación activa de la naturaleza, a la vez que el discurso se halagaría a sí mismo como su propio universal. Su famosa tesis de la producción capitalista de la naturaleza representa, como el mismo afirma, una alternativa al constructivismo. Su concepto de la producción envuelve un regreso a la praxis, particularmente en la forma favorita de los marxianos, el trabajo. Es por ello que Smith cita inclusive a la Dona Haraway:
The labour process constitutes the fundamental human condition. Through labour, we make ourselves individually and collectively in a constant interaction with all that has not yet been humanized. Neither our personal bodies nor our social bodies may be seen as natural, in the sense of existing outside the self-creating process called human labour. What we experience and theorize as nature and as culture are transformed by our work. All we touch and therefore know, including our organic and our social bodies, is made possible for us through labour. Therefore, culture does not dominate nature, nor is nature an enemy.
¿Qué significa todo esto para los estudiantes de la historia ambiental? El problema y/o el reto para estos es precisamente teorizar adecuadamente la relación entre las prácticas discursivas y materiales. No es suficiente afirmar que la naturaleza siempre es producida en el discurso. También es necesario explicar como la construcción discursiva de la naturaleza está relacionada a las prácticas materiales, una relación que varía a través del tiempo-espacio. Debemos retomar la materialidad de la naturaleza, y en particular, su rol activo en la historia, sin que esto envuelva, claro está, un regreso al determinismo ambiental. Establecer la relación entre naturaleza y cultura representa el problema más urgente de la naturaleza como problema histórico. Pero, al intentar resolverlo, tomemos como arranque la aseveración de Arnold: “La naturaleza y la cultura se hallan tan entremezcladas que sería tonto (e históricamente erróneo) tratar de separarlas.” Pero eso significa trabajar con un lenguaje nuevo que evite el binarismo, los dualismos, y que favorezca el análisis relacional a la vez que reconozca la presencia no de entidades naturales o culturales sino más bien, como sugieren los proponentes del Actor Network Theory, la presencia de cuasi-objetos, o como propone la Geografía Crítica Marxiana, de la socio-naturaleza.