La objetividad periodística y sus trampas
En el periodismo la llamada “convergencia digital” es mucho más que la integración de sonido, video, imagen, comentarios de la audiencia e interactividad. Más profundamente, la convergencia digital implica toda una transformación del periodismo profesional y de las rutinas de nuestro trabajo como periodistas. Las tecnologías digitales, el torrente de información y la participación de los anteriormente considerados solo “lectores”, han erosionado la autoridad del periodismo y de los periodistas, como voz inapelable de la verdad y la objetividad. Las contradicciones y problemas de esta voz son tela para debate. Esto no quiere decir que la autoridad del periodismo profesional no se haya cuestionado antes de la integración de las tecnologías digitales, sino que cada día esta discusión es más urgente y relevante.
Los blogs, Facebook, Twitter y YouTube, entre otras plataformas digitales y redes sociales, han proporcionado nuevos espacios para divulgar, opinar, reflexionar, hacer reclamos y fiscalizar, contribuir, investigar, distribuir y compartir información. En algunos lugares más que en otros —la masificación de las tecnologías digitales y sus usos varía por contexto cultural e histórico y divisiones de género, raza y clase— estas nuevas conversaciones han ampliado un discurso público oficial cuya pauta ha sido generalmente establecida por los medios de comunicación tradicionales (principalmente los periódicos). Este discurso público, ya fragmentado por la desigualdad de relaciones de poder, también se intersecta progresivamente por otras informaciones, opiniones y reclamos. En este contexto, la autoridad conferida al periodismo y a los y las periodistas ha sido cuestionada incesantemente, a veces con una hostilidad innecesaria y en otras ocasiones, en aras de fomentar un diálogo honesto y necesario.
Uno de los múltiples centros de la autoridad periodística ha sido la objetividad. El periodismo profesional —esto también varía histórica y culturalmente— ha cultivado la objetividad como una de sus cualidades más sagradas. El principio de la objetividad une a los “verdaderos” periodistas, separa el nosotros del ustedes, los de adentro y los de afuera. La ubicuidad de los usos de las tecnologías digitales y las redes sociales ha derrumbado estas fronteras, las ha hecho permeables e híbridas. Ya es mucho más complicado hacer distinciones rígidas entre nosotros y ustedes. El periodismo profesional ahora es (o debe ser) mucho más una conversación, un acto de colaboración y de transformación: de escuchar, aceptar, entender y debatir. Esto no significa que el periodismo profesional este en las últimas o en vías de extinción, sino que esta en plena evolución y abierto a múltiples posibilidades. Las grietas de la “objetividad” se han vuelto transparentes y visibles y, en algunos contextos periodísticos, ahora es mucho más común encontrar la voz clara y directa de los periodistas en sus artículos informativos y no confinadas a la columna de opinión.
En muchas ocasiones, las bases para cumplir con la objetividad se cubren con el llamado “periodismo de reacciones” o el “he said/she said journalism”. Procuramos incluir los “dos lados” del debate y, como por arte de magia, cumplimos con los requisitos de la objetividad: presentar por lo menos dos versiones del problema y ofrecerles el mismo espacio a voces divergentes. Precisamente, en los pasados meses ha habido un debate muy interesante en algunos círculos periodísticos estadounidenses relacionado a la labor de los y las periodistas y la objetividad. El defensor del lector del New York Times, Arthur S. Brisbane, publicó en enero una columna titulada “¿Debe El Times ser un vigilante de la verdad?”. Brisbane se pregunta si el periodista es responsable de corregir en sus artículos informaciones erróneas expresadas por la persona entrevistada. Al plantear la interrogante, habría la posibilidad de que algunos periodistas dijeran que no, que no era responsabilidad de la prensa corregir a sus fuentes de noticias. La cuestión se torna más urgente en año eleccionario cuando políticos constantemente utilizan y manipulan información para ganar votos y descalificar contrincantes. Periodistas y lectores de El Times recibieron la columna como un balde de agua fría. Tanto así que el propio Brisbane escribió una columna de seguimiento en la que justifica su pregunta original y publica una carta de la editora del New York Times en la que afirma que sus periodistas sí investigan, corrigen y retan las premisas expresadas por sujetos de las noticias.
Brisbane dice que su columna provocó reacciones violentas, como “claro, morón, El Times debe verificar los hechos y publicar la verdad”. Pues claro. Es absurda la pregunta, ¿no? Pero vale la pena debatir el asunto. De acuerdo, los periodistas no somos mecanógrafos. Nuestro trabajo diario es investigar (por más breve que sea la historia), fiscalizar, verificar, buscar y encontrar las voces que están al margen, en el intento de fomentar un debate público transparente y honesto. Los periodistas están más que capacitados para decir, “esto fue lo que dijo tal persona, pero en realidad es de esta otra manera” sin tener que entrevistar “al otro lado”, porque sabe que esa información está descontextualizada, es errónea o simplemente falsa. Las historias generalmente son multidimensionales y, en muchas ocasiones, ni un lado ni el otro contribuye a esclarecer nada. No se trata de ofrecer una única “verdad”, dar una opinión, o tomar bandos, sino de investigar e intentar ofrecer la información más veraz posible que realmente contribuya a esclarecer el debate. En este delicado balance de poder y paisaje mediático, con la proliferación de los espacios digitales, siempre habrá quiénes se encargarán de corregir, desmentir, verificar y esclarecer. Los periodistas y las periodistas también tendrán que verificar incansablemente las informaciones distribuidas por la red. Con esto volvemos al tema de la autoridad: por un lado, se ha erosionado y, por otro, cada vez más se le exige al periodista ser riguroso, honesto, y transparente. Es parte de un proceso multifacético de transformación en el que todos y todas debemos participar.