La protesta y la autogestión
“¡Lucha sí, entrega no!”
–Célebre consigna de protesta en Puerto Rico
¿Qué es una protesta? Más allá de las distintas expresiones que puedan adquirir, en última instancia las protestas consisten en lo mismo, en una reacción que ejercemos los de abajo contra las iniciativas de los de arriba. Su función radica en ejercer presión para que una instancia de poder desista de implantar una medida o implante una propuesta. Las huelgas son el clásico ejemplo de protestas de esta índole. Se paraliza la producción o el funcionamiento regular de un espacio para que los poderes oficiales pertinentes desistan de hacer algo. En las protestas de mayor envergadura se busca también demostrar una fuerza acumulada o un poder de convocatoria ante el resto de la sociedad. En ese tipo de protestas hay que preguntarnos, ¿a quiénes convocamos? ¿Hacia quién se dirige principalmente nuestro esfuerzo? Ambos tipos de protestas se circunscriben a lo mismo, a una lucha social cuyos resultados dependen de la correlación de fuerzas entre partes antagónicas.
Se dice que las razones sobran para luchar (para protestar). El momento lo reafirma contundentemente. La Junta de Control Fiscal está siendo implantada con el propósito de asegurar el pago de la deuda que el gobierno tiene con los bonistas, una deuda exorbitante que a todas luces es impagable. La Junta incluso abre la posibilidad de una reducción del salario mínimo por hora de $7.25 a $.4.25 para personas de 25 años o menos. Cientos de escuelas públicas han sido cerradas. Mientras tanto el pueblo no ha logrado responder activamente en las calles. Los ataques han sido devastadores y las respuestas mínimas. La respuesta más contundente ha sido una nueva emigración masiva hacia los Estados Unidos, la mayor de todas las emigraciones en nuestra historia. ¿Quién puede decir que las razones no sobran?
Sin embargo, “la gente” no protesta. O protestan muy poco. Habría que preguntarse qué ocurre en el país que la gente no protesta más. En la mayoría de los casos las reacciones de abajo no están en lo más mínimo al nivel de los ataques recibidos. En otros se dan reacciones individuales. Las personas encuentran razones para no protestar, ya sea por la posibilidad de emigrar a Estados Unidos, por miedo a perder ayudas federales, por miedo a perder su trabajo, por apatía general o porque las narrativas opositoras no han logrado interpelarlos. ¿Qué sucede con los discursos de oposición que no han logrado cautivar al país? Protestar debe tener un sentido, lo que puede conseguirse con la protesta debe estar claro y las personas convocadas deben sentir que los objetivos pueden ser alcanzados.
Recientemente ha habido un despunte en protestas militantes opuestas a la implantación de la Junta de Control Fiscal y la situación del país. El campamento frente al Tribunal Federal de Hato Rey, la manifestación para evitar que se celebrara el “1st PROMESA Conference” en el Condado Plaza y la protesta contra Wal-Mart llevada a cabo en Santurce, indican que poco a poco se está gestando un nuevo movimiento antisistémico dispuesto a confrontar en la calle sin renuencia de lo que digan los medios de comunicación corporativos. El vacío político existe para el surgimiento de un movimiento como este. La coyuntura que abre la llegada de la Junta es una que promete mayor polarización. Intuimos que cuando empiecen a imponer nuevas medidas de austeridad comenzará un nuevo ciclo de protestas.
No obstante, aunque hubiera una mayor cantidad de protestas eso no cambia la siguiente aseveración, que la gente no anda protestando todo el tiempo. Las protestas son solo una parte ínfima de la vida cotidiana de las personas. En ese sentido, organizar el activismo o una política de izquierda tan solo alrededor de las mismas es un error que nos ata al vaivén de luchas coyunturales que vienen y van pero que por sí solas difícilmente contribuyen a construir un movimiento de transformación social de los de abajo. ¿Por qué? El continuo activismo de protesta crea una separación entre la esfera política y la vida cotidiana. Nos dice, implícita o explícitamente, que hacemos política en la medida en que protestamos. “La lucha está en la calle”, dice una frase. La pregunta obligatoria parece ser, el resto del tiempo que no estamos en la calle, ¿dónde está la lucha? Hay que ampliar nuestra concepción de la lucha para integrar los aspectos fundamentales de nuestra vida cotidiana que, después de todo, representan la inmensa mayoría de nuestro tiempo. En sus comunidades, en sus trabajos, en sus espacios cotidianos, el pueblo tiene la capacidad de acumular poder.
Existe otro tipo de lucha o de activismo que muchas veces pasa desapercibido. Ese tipo de accionar sociopolítico tiene como nexo central la autogestión. ¿Qué tipo de autogestión? Si bien es cierto que en la organización de protestas recurrimos a formas autogestionadas para llevar a cabo nuestras acciones, la autogestión que aludimos está dirigida más bien a buscar soluciones a los problemas que aquejan a un grupo de personas en un espacio en particular. Las iniciativas o proyectos autogestionados desde abajo pueden verse también como otra forma de “luchar” que no se restringe a luchas coyunturales sino que poseen un carácter más permanente. Este tipo de política, a la que podemos llamar política de la vida cotidiana, se encarga de trabajar problemas más locales, problemáticas que por su cercanía son más concretas para la vida diaria de las personas.
A partir de proyectos autogestionados aportamos en la difícil tarea de reconstruir el tejido social lacerado por un sistema capitalista que impone las ganancias de una minoría y un orden social autoritario por encima de todo lo demás, desde los seres humanos hasta el medio ambiente. El tejido social, esa forma de relacionarnos entre nosotros mismos que determina nuestro desarrollo como individuos y como colectivos, es herido por medio de concepciones de mundo individualistas que atomizan la sociedad, que interponen la satisfacción del yo por encima y en contra del nosotros y que enaltecen al dinero como medida máxima para estimar al ser humano. Desde esta perspectiva, la autogestión desde abajo no debe ser un asunto secundario para el desarrollo de una nueva política de izquierda sino que debe ser su piedra angular. A la vez que protestamos y entramos en conflicto abierto con las instancias de poder de los de arriba hace falta reconstruir el tejido social de un país devastado para que la gente recobre la confianza en sus propias fuerzas. Al hacer por nosotros mismos lo que usualmente hace el estado socavamos las redes de dependencia que históricamente han sido el baluarte del capitalismo colonial en este país, desde el clientelismo que han impulsado los partidos políticos hasta la subordinación colectiva que nos suministran por medio de fondos estatales y federales.
Las iniciativas autogestionadas con relativa o total autonomía del estado han ido multiplicándose en los pasados años, especialmente con el recrudecimiento de la crisis. Por ejemplo, en la Universidad de Puerto Rico hace presencia los Comedores Sociales, un proyecto totalmente autogestionado que busca contribuir con el problema del hambre entre el estudiantado explorando con diversos modos de pago, desde el donativo económico hasta el donativo de materiales y horas de trabajo voluntario. En muchos puntos del país han surgido fincas agroecológicas con una fuerte conciencia social y política que buscan sentar las bases materiales para asegurarnos una verdadera soberanía alimentaria. Por otro lado, son muchas las organizaciones comunitarias que día a día gestionan su propia vida social de manera planificada, autogestionando su recreación y deportes, sus actividades culturales, su desarrollo económico, su educación y sus grupos de jóvenes. No debe sorprendernos que la tendencia sea que sigan surgiendo más iniciativas desde abajo que autoogestionen la solución de los diferentes problemas que confrontan. La ampliación de la crisis también crea el espacio para respuestas colectivas locales.
Ante una crisis impuesta por los de arriba en donde continuamente eliminan servicios públicos y el pueblo trabajador queda a merced de la sobrevivencia, las iniciativas que promueven autogestión deben verse como proyectos que palean los efectos nefastos de la crisis y como espacios que poco a poco van penetrando las funciones que usualmente lleva a cabo el estado. A pesar de que las soluciones que pueden lograrse con estos proyectos son parciales, estos generan una experiencia crucial: Sus participantes tienen una serie de vivencias que les demuestran a sí mismos su capacidad de solucionar sus problemas y los de su entorno cercano de manera colectiva. No hay que esperar por el estado y por los de arriba, podemos comenzar nosotros mismos desde ya.
Aquí reside la diferencia fundamental entre el activismo de protesta y el activismo que gesta desde abajo. Mientras uno confronta los espacios del poder oficial buscando asestarle golpes para arrancarle concesiones, el otro no necesariamente se organiza alrededor de un conflicto pero implanta posibles soluciones en el ahora, desde ya. Los proyectos autogestionados, aunque pueden denunciar los poderes oficiales, no esperan a que el gobierno o cualquier otra instancia actúe para solucionar un problema sino que asumen la solución de los mismos de manera autónoma, aglutinando poder desde abajo en el transcurso. Estos proyectos pasan a ser entonces nuestra referencia concreta a que podemos organizar el país de una manera radicalmente distinta, no solo en la teoría o idealmente, sino en la práctica, desde ya, construyendo instituciones nuevas con la participación directa del pueblo. No solo protestamos y denunciamos sino que demostramos al mismo tiempo cómo podemos hacer las cosas.