La rodilla en el cuello
al hijo, aunque supe hace rato que mi amor no podría cubrirte
“Momma!” George Floyd, 46, en un suspiro ahogado grita. “Momma I’m “Momma!”. “Momma! I’m through”.
La muerte de George Floyd se nos transmite en el mismo tiempo que the Last Dance, en que la figura central es Michael Jordan. Dos cuerpos masculinos negros. Descubrimos aún en el relato del atleta triunfal, que tras décadas de figuras prominentes en todos los ángulos de la vida norteamericana, el cuerpo negro sigue siendo amenazante. En la cultura afroamericana comodificada, el valor de fuerza, violencia y sexualidad amenazante configura viejos topos en nuevas percepciones. Mientras en Last Dance, la fuerza del cuerpo negro de Michael Jordan posibilita admiración, no deja de ser fuente de temor y sospecha, de resentimiento y duda. De un lado los cuerpos negros de modelos y atletas son admirados, de otro, esas mismas características adscritas a tales cuerpos imbricados en su construcción desde la esclavitud, crean miedo. La sospecha de inferioridad animal que merece ser domado, por el coach paterno y vociferante, por el policía asesino, nos muestran al cuerpo masculino negro que debe ser sometido hasta que deje de respirar sobre la calle, hasta que sea descubierto en su inherente maldad.(Benito Cereno in tha house! No nos engañemos. El barco de la nación norteamericana ha sido invadida por estas figuras que pretenden usurpar el imaginario norteamericano. Melville ya nos advirtió; los ciudadanos legítimos buscarán forman de desenmascar sus protestas de invalidar su practica se lanzarán a la mar.)
Existe un orden que permite el crecimiento del capitalismo tardío, y este orden supone el racismo. Tras la abolición se produjo normalización y legitimación discursiva y visual de una grupo de respuestas y dinámicas –históricas, culturales, institucionales incluso interpersonales. Estas producen una acumulación, sistemas de desventaja crónicos y adversos que imposibilita el desarrollo de las minorías. El racismo sistemático está tan embebido en austeras conductas que pasa desapercibido y es la base —desde el medioevo— para la supremacía de la cultura occidental. Los indicadores son claros: la crónica disparidad y la amena tranquilidad con que la misma se acepta.
“Momma! Momma! I’m through”
Arguye bell books que la madre afroamericana evita la caricia, sabe que el cuerpo del hijo es un cuerpo que recibirá golpes, y en dolorosa pedagogía desde los diversos formatos del golpe, lo levanta hacia lo que presente será una breve adultez. Sabe que uno de cada tres afroamericanos será detenido por la policía, que si maneja será detenido y humillado, que si entra a un mercado será sospechoso. Sabe que no importa cuánto lo eduquen, ni qué contrato ventajoso firme , siempre será culpable. Aún su dolor será juzgado y se teñirán de epítetos sus actos. Jugador empedernido, violento, farsante, criminal, incapaz, mentiroso, falsificador son epítetos que tanto Michael Jordan como George Floyd verán unidos a sus nombres. Si el factor clase hace una tajante diferencia que podría levantar molestias, la raza es un vector que les unifica. La raza que se instala en los procesos esclavitud para justificar la cacería de un humano por otros tales. Esa cacería que está tan imbricada en las ciudades modernas que tras la supuesta abolición se constituye en un discurso rector de las diferencias jerarquizadas, de determínate de accesos a capital y educación en las sociedades que se desarrollan tras el capitalismo neoliberal.
“Momma! Momma! I’m through”
En estas coordenadas de racismo estructural, la masculinidad blanca se construye. Así pues, el desarrollo de la masculinidad no solo se fabrica en binario con la feminidad, antes también con los cuerpos negros y marrones masculinos subordinados. De allí que sea un discurso tan violento en cualquiera de sus manifestaciones. El poder es significativo porque sea subalternos en diversidad de cuerpos, repitiendo estructuras de la formación de un solo cuerpo aceptable. En su conmovedor libro Fist, Stick, Knife ,Gun: a Personal History of Violence, Geoffrey Canada detalla como él y sus hermanos desarrollan un código elaborado para negociar su seguridad en las calles que transitan. Las de su barrio. Las de la ciudad. Cada esfuerzo es para estar a salvo. Llegar a salvo a la escuela. Estar a salvo mientras compran dulces en la tiendita de la esquina. Hijos de una madre soltera, los hermanitos Canada, tienen que negociar su seguridad tanto frente al hombre blanco como con miembros de su propio vecindario, quienes reiteran la masculinidad como terrritorio de violencias para el joven afroamericano. Se trata de sortear el mismo tipo de peligros con diferentes estrategias. En desarrollo predecible, no ser asaltados, ese miedo de preservar la dignidad del cuerpo, les convertirá luego, potencialmente, en ser quienes asaltan. otros cuerpos. la violencia y la sobrevivencia es el único lenguaje.
La pregunta de cómo el ethos de violencia afecta al muchacho joven afroamericano, al joven en desventaja, es un pulso inequívoco de las estrategias divisorias del capitalismo neoliberal, y de toda sociedad moderna. Para muchos hay una sinergía entre el desarrollo del miedo, las pandillas, y el desarrollo de la masculinidad negra. El padre es la violencia, y la madre es repercusión del discurso de violencia. No hay sino una doble orfandad, que impide ceder sin miedo, e incluso negarse a reproducir tal código. Floyd llama a la madre, la madre muerta.
“Momma! Momma! I’m through,”
En el caso de George Floyd, se insiste en separar a quienes protestan de quienes roban los negocios. Se insiste en separara al muchacho futbolista y buena gente de quien dio un billete falso y se negó a devolver mercancía, esto es una división cómoda del neoliberalismo la violencia del billete falso, la violencia de los zapatos deportivos robados es tan significativa en la estructuración racial como el policía negro que ataca a manifestantes e incluso aquel que se arrodilla junto a los manifestantes. Todo ello es lo que implica ser un sujeto comodificable, un excedente en una sociedad que se levantó sobre la esclavitud, pero necesita desaparecer a sus descedientes. El objeto es más que el sujeto y por ello adquirir el objeto nos humaniza buscar la zapatilla Air Jordan en medio de la manifestación contra el asesinato de Geroge Floyd, intensifica, no desmejora la imagen. Jordan es una zapatilla. Y podrá mirarse con socarronería ante su cuenta bancaria, pero esta solo es posible por su admisión de ser objeto. De entregar su violencia al sujeto blanco. Su cuerpo al amo.
Robar y destruir es lo mismo que arrodillarse, es recordarnos que vivimos en la asfixia del capitalismo tardío.
Es recordar del grito suspirado: “Momma! Momma! I’m through,”.