La sombra de la ley (Gun City)
Es 1921 y un tren cargado de armas y municiones es detenido, los que lo defienden son masacrados, y su contenido desaparece. Riegan la voz que han sido los anarquistas, término que en estos días de del siglo XXI casi no se oye, pero que en esa época era parte de las tribulaciones ideológicas en Europa y América. El anarquismo social ha sido la forma dominante de anarquismo que emergió a finales del siglo XIX después de que el anarcocomunismo reemplazara al anarquismo colectivista como la tendencia dominante. Algunos anarquistas eran (son) pacifistas que apoyan la autodefensa o la no violencia (anarco-pacifismo), mientras que otros (hay de los dos tipos en el filme) han apoyado el uso de medidas militantes, incluida la revolución.
Barcelona, donde se desarrolla la trama, luce en todo su esplendor y en ella los grupos sociales se dan al libertinaje y a los excesos sin pensarlo mucho. La ciudad, sin embargo, es un barril de pólvora con la mecha encendida. Las tensiones entre los anarquistas y la policía, y el gobierno militar de Cataluña, están en un pico que augura violencia y sangre. El ministro (Fernando Cayo) y el Comisario Verdaguer (Pep Tosar) necesitan resolver quiénes han cometido el asalto para poder rescatar las armas. Entregan la encomienda al inspector Rediú (Vicente Romero) cuyo equipo no se inhibe de violar la ley para conseguir información y confesiones. Entre ellos hay un torturador, violador y asesino a quien llaman el “tísico” (por lo delgado que es) y, sin que sepan porqué, se les añade un detective llamado Aníbal Uriarte (Luis Tosar) que ha sido enviado desde Madrid para que los ayude.
Puede que “El Barón” (Manolo Solo) dueño y líder de una mafia que opera el club nocturno más concurrido de la ciudad esté involucrado. El club es un antro de libertinaje y corrupción que obtiene evidencia y datos comprometedores de los que acuden a él para saciar sus deseos sexuales, que parecen estar todos en el manual de Kraft-Ebing. Lola (Adriana Torrebejano), la estrella del espectáculo, tiene amoríos con Guillem (David Linares) el gerente de El Barón, quién la policía sospecha que sabe algo del robo, pero el individuo aparece asesinado.
Mientras tanto, Salvador Ortiz (Paco Tous) y su hija Sara (Michelle Jenner), anarcosindicalistas pacíficos, tiene en su contra las ideas subversivas y violentas de León (Jaime Torrente) quien quiere desatar una revolución armada contra los dueños de la empresa que los explota y se siguen haciendo ricos mientras los mantienen en la pobreza y en condiciones precarias. Sara, que ha participado de demostraciones públicas pidiendo igualdad para la mujer, comienza a cambiar de parecer cuando en una de ellas, matan a macanazos a una de sus amigas. La trama se va complicando cuando Uriarte resulta ser más misterioso de lo que sabíamos y comienzan a suceder cosas inesperadas.
Lo más impresionante del filme es, como dije al principio, su textura. La decoración y la dirección artística y el diseño de los platós (Marta Blasco y Juan Pedro de Gaspar) son impresionantes y, mejor todavía, perfectos para hacernos ver las diferencias sociales que existían en la España de la víspera de la dictadura de Primo de Rivera. El diseño de los vestuarios de Cara Bilbao y la música de Xavier Font y Manuel Riveiro le añaden autenticidad a la ambientación de la época. La cinematografía de Josu Inchaustegui es estupenda. Aunque no está del todo mal, hay algunos baches narrativos que se le han escapado al guionista Patxi Amezcua, y, por asociación, al director Dani de la Torre.
Aunque tal vez era demasiado, pienso que uno de los secretos del personaje Uriarte, quien había participado en la guerra española en Marruecos (la guerra Rif), debió haber sido explicado un poco. Después de todo, junto a la “Guerra de Cuba” (la Hispanoamericana), la contienda en Marruecos fue responsable en inducir la dictadura de Primo de Rivera, un preámbulo a la guerra civil española. Más importante, en la película, es causante de muchas de las tribulaciones de los personajes.
La película tiene momentos que parecen ser para enseñarnos, sin vergüenza alguna, sus influencias. Las de “Cabaret” (1972) y “Babylon Berlin” (2017) son bien obvias, pero bien traídas. Las de “Once Upon a Time in America” (1984) y “The Untouchables” (1987) menos obvias, pero ahí a simple vista. En conjunto con las actuaciones de todos los participantes, el filme vale un par de horas.