La tragedia cósmica y cómica
Malos son los tiempos cuando se hace necesario demostrar lo evidente
José Antonio Barroso[2]
Nada es más horrible que una ignorancia activista.
Goethe
El filósofo inglés William Whewell (1794–1866) inventó la palabra “científico” en analogía con los que se dedican al arte, que son artistas (en inglés es: art – artists, science – scientist) para separar lo que hacían los filósofos naturales de lo que hacían el resto de los filósofos.
Pero a pesar del cambio de nombre, y la dañina separación en la academia, en la cual se forman varias “culturas” (no solo dos como decía C. P. Snow) las preguntas son las de siempre, preguntas de la ontología del mundo, del ser, y de su epistemología, es decir, cómo responder a estas preguntas, cómo conocer la realidad (aceptando que hubiera tal cosa). Más difícil aún las preguntas de lo que está bien y lo que está mal, cuestiones de ética (o filosofía moral) y justicia que no responderemos acudiendo a vetustos libros que alguno definió como “sagrados”, y por los cuales muchos han matado a mansalva, (una abreviación de la expresión militar «disparar a mano salva» lo cual es prueba de que no son adecuados. La ética trata de responder en términos generales a preguntas de bien o mal, la teología trata de mantener y defender por dogma ciertos cánones, partiendo del hecho de que existe un Dios que así lo dispuso. Pero esa premisa es cuestionable, y como no se puede llegar a la verdad (conocimiento) partiendo de premisas cuestionables (o falsas), no vale la pena seguir por ese camino. Además, parecería que para muchas personas “moral” solo se ocupa de cosas que tienen que ver con asuntos sexuales, probablemente resultado del enfermizo afán de los eunucos de la Iglesia. Se preocupan más por quién creó al mundo en vez de cómo lo estamos destruyendo, un verdadero pecado, lo haya o no creado un dios.
Las preguntas no han cambiado mucho, pero han cambiado las respuestas, y ha cambiado el escenario, y lo han hecho de forma acelerada por el vertiginoso avance epistemológico que nos ha brindado el temperamento científico; metodologías que nos acercan a una realidad, ya que, si no fuera así, los aviones no volarían, los antibióticos no curarían, el GPS no lo llevaría a su destino (ya sea a usted a la casa de un amigo o un misil a la de un enemigo), las armas nucleares no explotarían, las vacunas no habrían erradicado muchos males (aunque usted no lo crea), entre muchas otras cosas.
El nuevo escenario, el “Antropoceno” [3], nombre promovido por el químico neerlandés Paul Crutzen (nacido en el nefasto 1933), premio Nobel 1995 por sus estudios relacionados al ozono, junto al mexicano Mario Molina (nacido en1943) y al norteamericano Sherwood Rowland (1927-2012), se caracteriza por el hecho de que los humanos hemos pasado a ser una fuerza geológica, y no nos podemos dar el lujo de tratarlo como meramente un juego intelectual, ahora es cuestión de vida o muerte. En palabras del filósofo alemán Günther Anders (1902-1992)[4]:
“No es suficiente cambiar el mundo. Eso lo hacemos de todos modos. Y en gran medida ocurre sin nuestro esfuerzo. Es necesario interpretar ese cambio. Para entonces cambiarlo. Para que el mundo no continúe cambiando sin nosotros, y finalmente no cambie a un mundo sin nosotros”.
El temperamento científico es parte de la clave para que no lleguemos a “un mundo sin nosotros”. Se implementa mediante el pensar crítico que consiste en cuestionar sistemáticamente las premisas sobre las cuales se apoya nuestro tejido de creencias, muchas veces implícitas y difíciles de reconocer, evitar los sesgos emocionales y cognitivos que nos afectan, analizar la validez de la información obtenida (que en estos tiempos es una avalancha) y de los razonamientos empleados, y contrastar en lo posible con la prueba empírica – con los hechos.
La idea (recientemente renovada por ciertos círculos políticos) de que existen hechos alternativos (un eufemismo para decir mentiras) y un mundo en el cual la verdad es relativa, que hay una “posverdad”, es simultáneamente perversa y torpe y representa una demagogia que solo nos hundirá con más certeza y que se llevará a todos enredados, incluso a los estafadores que la proponen, y que de manera lamentable han sido elegidos al poder por la masa ignorante. Ya lo decía de otra forma Facundo Cabral: “Hay que temerles a los pendejos, que son peligrosos porque al ser mayoría elijen hasta el presidente”. Y ya ve los resultados, y no solo en los Estados Unidos.
Según el Diccionario Oxford, “posverdad denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”. Se escogió como palabra del año.
Da pena lo poco que parece que hemos aprendido de la historia trágica de las inútiles matanzas del siglo pasado, cuya memoria parece desvanecerse a medida que desaparecen aquellos que sobrevivieron para contarlas. Hemos, como dicen algunos que ni eso saben, dado un giro de 360 grados. Es desesperante la falta de progreso, por más que aquí o allá pueda señalar alguna mejoría. No es suficiente.
El pueblo, que no sabe pensar, y ante muchas situaciones simplemente no sabe, es atontado por una caterva de predicadores y vendedores de aceite de víbora, que hablan desde la ignorancia, pretendiendo convencer al crédulo sobre las curaciones milagrosas, la fácil solución de un problema complejo, o lo que le espera en el “más allá” (luego del fracaso de las curaciones milagrosas). Se genera una población ovejuna resignada, que acepta un cuento infantil mucho menos convincente que el de la caperucita roja.
El Antropoceno se caracteriza por la convergencia fatal de cuatro graves problemas que debemos atender con urgencia: el cambio climático causado por nuestras actividades (negado por algunos en el gobierno estadounidense), la existencia de armas nucleares con la idea de que algunas pudieran usarse (postura del actual gobierno estadounidense), el crecimiento demográfico (que al gobierno estadounidense le importa poco) y la creciente desigualdad a todos los niveles (fomentada por el actual gobierno estadounidense), problemas que sí tienen un profundo carácter ético y que amenazan con acabar para siempre con nuestra miseria. Es cierto que en los gobiernos predominan los juristas, abogados y afines, y por algo se llaman legislaturas. Pero la verdadera legislatura consiste en leyes naturales que ningún legislador puede cambiar, aunque no le guste: inyéctele dióxido de carbono a la atmósfera de cualquier planeta y su superficie se calentará –física básica– que ignoramos, por nuestra cuenta y riesgo.
Las sociedades modernas complejas tienen que ser regidas con conocimiento del comportamiento de sistemas complejos, y para eso, con raras excepciones, no están preparados los que las dirigen, pero peor aún, no lo reconocen, ya que de lo contrario habría bastantes expertos dispuestos a ayudar. Esto ya lo decía el distinguido filósofo de la ciencia Karl Popper (1902-1994) en 1968[5]:
«Se podría cuestionar que corresponda verdaderamente al científico una responsabilidad distinta de la que corresponde a cualquier otro ciudadano o a cualquier otro ser humano. Pienso que la respuesta es que todo el mundo tiene una responsabilidad especial en el campo en que tiene un poder o un conocimiento especial. Así, en lo fundamental, solo los científicos pueden evaluar las implicancias de sus descubrimientos. El profano y, por tanto, el político, no sabe lo suficiente. Esto vale tanto para los nuevos productos químicos para aumentar el rendimiento de la producción agrícola, como para las nuevas armas. De la misma manera que, en otra época, regía el “noblesse oblige”, ahora, como dice el profesor Mercier[6], rige el “sagesse oblige”: es el acceso potencial al conocimiento lo que crea la obligación. Solo los científicos pueden prever los peligros, por ejemplo, del aumento de la población, o de los aumentos en el consumo de productos derivados del petróleo, o los peligros inherentes a los desechos atómicos, incluso en tiempos de paz. Pero ¿saben ellos lo suficiente sobre todo esto? ¿Son conscientes de sus responsabilidades? Algunos lo son, pero me parece que muchos no lo son. Algunos, quizás, están demasiado ocupados. Otros, tal vez, son demasiado irreflexivos. De una u otra manera, las repercusiones no intencionales de nuestro incauto progreso tecnológico no parecen ser responsabilidad de nadie.»
El carácter entrópico de todo proceso (la segunda ley de la termodinámica), incluyendo el económico, no se puede ignorar, y es la razón por la cual hay límites que pintan de negro el futuro. En su obra fundamental, Georgescu-Roegen (1906-1994)[7], sentó la base de una teoría económica que no ignorase los límites termodinámicos. Dice:
“Si abstraemos de otras causas que pueden sonar la sentencia de muerte para la especie humana, queda claro que los recursos naturales representan el factor que limita el tiempo de vida de una especie. La existencia del ser humano está irrevocablemente ligada al uso de instrumentos exosomáticos, y por lo tanto al uso de recursos naturales, de igual forma, por ejemplo, que está ligada al uso de sus pulmones y del aire para respirar. […] Al utilizar estos recursos demasiado rápido el ser humano descarta esa parte de la energía solar que llegará a la Tierra por un largo tiempo luego que haya partido. […] Si comprendemos correctamente el problema, el mejor uso de nuestro recurso del hierro es para producir arados y gradas a medida que los necesitemos, no Rolls-Royce, ni tan siquiera tractores.”
Es en estos tiempos turbulentos en los cuales la supervivencia del Homo sapiens (que no sapiens tanto como cree) está en juego, que la filosofía natural debe regresar a ser un pilar fundamental de la educación, que crecientemente se mercantiliza como si fuera otro producto y cae en enseñar qué pensar y no cómo pensar. La ignorancia facilita el retorno del “trono y el altar”.
Necesitamos ese cambio, por un lado, para que esos legisladores poco ilustrados no nos abochornen, (como lo hace POTUS cada vez que abre su bocota: “beautiful clean coal”) pero de mayor importancia para buscar la manera de extirparnos del pantano generado por las cada vez más ambiciosas metas del conglomerado industrial-financiero-religioso, que se opone a cambio alguno.
En un plano local el problema no es (aunque tenga relevancia) si se privatiza o no algo que no funciona. El problema de la AEE (uno de muchos, cada mes surge otro para desviar la atención) son las plantas anticuadas que se nutren de combustibles fósiles que tenemos que importar perdiendo millonadas de la ya maltrecha economía local en vez de aprovechar el abundante viento y sol que tenemos gratis. Nuestros políticos pierden el tiempo discutiendo sobre “libertad religiosa” que nada tiene que ver con problema alguno, en vez de ocuparse de estos verdaderos problemas que tampoco dependen de estatus político alguno. No es difícil imaginar que el letargo administrativo en restaurar el sistema eléctrico sea un nefasto plan que se ajusta al “capitalismo del desastre” y el pueblo desesperado ahora pida que lo privaticen. Si no nos cuidamos por ahí va la UPR. Recuerdo un cartel que decía: “Vendo todo, me voy a la mierda”, “Sonamos Cayus, carburatoris inundatus hemus”, como me decía un amigo hace tiempo. La cleptoineptocracia sustituye a la democracia.
Pero regreso al mundo global del cual somos parte. Como lo describe el premio nobel de economía del año 2001, Joseph Stiglitz, (en este caso el muy común ataque ad hominem de que se trata de un revolucionario rojo no se puede aplicar) [8]: “Parte del problema radica en las instituciones económicas internacionales, como el FMI, el Banco Mundial, y la OMC, que ayudan a fijar las reglas del juego. Lo han hecho de formas que por lo general han favorecido los intereses de los países industrializados más avanzados —e intereses particulares dentro de esos países— más que los del mundo en desarrollo. Y no es sólo que hayan favorecido esos intereses: a menudo han enfocado la globalización desde puntos de vista particularmente estrechos, modelados conforme a una visión específica de la economía y la sociedad.”
O quizá piensen como el rey Luis XV: Après moi le déluge!, o como nuestros conciudadanos menos elegantes con un: ¡que se joda!
Se ha emitido una alerta amber por Justicia Social. Si la encuentra llame a los que la buscan. El resto somos impotentes para impulsar los cambios necesarios para extirparnos de este increíble desbarajuste en el cual nos encontramos, por oprimidos y/o deprimidos. Si han de haber cambios, será porque aquellos con el poder de implementarlos se den cuenta de que a la larga es por su propio bien o el de sus descendientes, que lo que ganen a largo plazo es más que lo que pierden a corto plazo. Quizá es demasiado pedir. Además, a largo plazo todos estaremos muertos, hecho que no estimula la preocupación por el largo plazo. Así somos.
Basta considerar la enorme y creciente disparidad entre aquellos pocos que tienen los recursos para una vida plena y digna y la gran mayoría de la humanidad, un proletariado económico al cual se suma ahora un proletariado intelectual, auspiciado por la avalancha de información que paradójicamente contribuye a una falta de conocimiento. Esta mayoría silente o silenciada, inmersa en antiguas supersticiones y creencias sin fundamento (por las cuales están dispuestos a matar o morir), apenas sobrevive, ignorantes de su esclavitud, marionetas de su ignorancia, mientras una pequeña pandilla que conoce, disfruta y se aprovecha del conocimiento. A la explotación material del pasado se acopla la explotación intelectual de la futura distopía.
Necesitamos con urgencia (si no es que es demasiado tarde) encontrar nuevas formas de pensar, para resolver los problemas causados por las viejas formas de pensar. El cambio dramático necesario, una revolución, se resiste por la fuerza si es necesario, y en muchos países (diría yo que la mayoría) las fuerzas armadas existen para esto, y no para proteger a la nación de algún enemigo externo, como se alega. Así ocurrió con las fuerzas armadas de los países latinoamericanos, que comenzando en los años sesenta se transformaron de una misión de defensa nacional contra nadie, a una de “seguridad interna”, para combatir los enemigos de las elites apoyadas por los EE.UU.: las uniones, los trabajadores sociales, los simpatizantes de ideas de izquierda, los que clamaban por justicia social, todo englobado bajo el calificativo de “comunistas” o “sediciosos”. Estados Unidos con unas 800 bases militares en unos 80 países son (o se creen) dueños del mundo, en ese improductivo empeño emplean más recursos que a lo que suman los quince países que le siguen. Es un dato interesante que un militar republicano que luego fue presidente dijera lo siguiente: “Every gun that is made, every warship launched, every rocket fired signifies, in the final sense, a theft from those who hunger and are not fed, those who are cold and are not clothed. This world in arms is not spending money alone. It is spending the sweat of its laborers, the genius of its scientists, the hopes of its children. […] This is not a way of life at all, in any true sense. Under the cloud of threatening war, it is humanity hanging from a cross of iron.” Si, es un robo, y lo dijo Dwight Eisenhower en el 1953[9].
Conocemos circunstancias en las cuales la seguridad nacional ha sido esgrimida para causar una total inseguridad personal. Todo el tiempo, en algún desdichado país se da “Nacht und Nebel”. Pero una nación no es nada más que la suma de sus individuos, por lo cual la situación anterior es uno de esos absurdos que demuestran la divergencia fundamental de objetivos entre los gobernantes y los gobernados. Los “secretos de Estado” sirven más bien para proteger a gobernantes corruptos que a los gobernados. Los gobernantes que configuran una creciente ola de corrupción material e intelectual representan auténticas amenazas a la seguridad de todos.
La tragedia surge de la situación paradójica en la cual nos encontramos. Luego de lo que es un segundo cósmico, aunque para nosotros sea un período largo de nuestra historia, después de notables vicisitudes materiales y mentales, nos encontramos al albor de comprender de qué se trata todo esto. Pero ese mismo conocimiento también nos ha llevado al borde del abismo, frente a problemas que podrían apagar la luz por falta de ojos para ver y mentes para pensar con claridad. Es como si una mano siniestra activara el interruptor, un instante después de que se iluminara la mente, permitiéndonos apenas una fugaz visión de bellas obras de arte, solo con tiempo para expresar admirados: ¡Ah, eso era!, antes de sumergirnos en la eterna oscuridad.
Y si hubiera alguien por allí afuera que se enterara (lo dudo) le parecería cómico.
[1] Inspirado en el libro del autor: Contra la Simpleza (Anotni Bosch), pronto disponible en Casa Norberto.
[2] José Antonio Barroso Toledo (n. Puerto Real (Cádiz), 1952) político español, alcalde de Puerto Real entre 1979 y 1995 y desde 1999 al 2011.
[3] Crutzen, P. J., and E. F. Stoermer. 2000. The «Anthropocene». Global Change Newsletter. 41: 12-13.
[4] Günther Anders (1980). Die Antiquiertheit des Menschen II. Verlag C.H.Beck, München.
[5] El mito del marco común. En defensa de la ciencia y la racionalidad»; Barcelona: Paidós, 2005 [1994], p.161 (La responsabilidad social del científico)
[6] Se refiere al físico André Mercier, autor de Science and Responsibility, Torino 1969
[7] Nicholas Georgescu-Roegen (1971). The Entropy Law and the Economic Process. Harvard University Press.
[8] Joseph E. Stiglitz (2002). El malestar en la globalización. Taurus pg. 375
[9] Eisenhower al inicio de su presidencia en abril 16 de 1953, en un discurso a la American Society of Newspaper Editors. Imagínese lo que diría Trump.