La traición y el asco
Mi hijo tiene la nariz cerca de la boca como casi todas las personas y como millones de animales de muchas otras especies en quienes la proximidad de lo nasal y lo bucal permite inspeccionar con el olfato lo que se está a punto de ingerir. Por millones de años esa proximidad le ha servido bien a reptiles, aves, mamíferos, insectos y peces, y es una cualidad tan generalizada y antigua en el reino animal que su valor para la supervivencia es difícil de poner en duda. Mi hijo dice ajghh no sabiendo esa historia, sino simplemente beneficiándose de ella. Su cara, como la de cualquier otro, ha sido esbozada en sus rasgos generales por un proceso de selección lentísimo, que hoy se entiende bastante bien gracias sobre todo a la agudeza de un viejo inglés que pasó toda su vida repasando un paseo en barco que había dado de joven.
Es posible que ese mismo proceso de lenta selección que nos moldeó la cara haya moldeado también algunas de nuestras inclinaciones psicológicas. Es posible incluso que la selección natural esté en la base de lo que hoy se nos presenta como nuestro sentido moral. Varios psicólogos contemporáneos han tratado de establecer cuáles, si algunas, serían las orientaciones o inclinaciones automáticas básicas que pudieran considerarse parte de un sentido moral rudimentario y que pudieran haber sido ventajosas para nuestros ancenstros y esculpidas por la selección. Interesantemente, los estudios sugieren que habría al menos cinco (o seis) intuiciones morales básicas (en inglés: fairness, care, purity, loyalty, authority), parecido a cómo hay cinco tipos de sabores básicos que nuestro sistema del gusto reconoce. Más interesante aún es el hecho de que las maneras en que esas intuiciones o inclinaciones se manifiestan en cada cual parecen estar al menos superficialmente relacionadas con la orientación política general de la persona. Específicamente, lo que los estudios de Jonathan Haidt y otros sugieren es que las primeras dos (fairness y care) se presentan de forma parecida tanto en liberales como en conservadores, mientras que las próximas tres (purity/sanctity, loyalty, authority) tienden a tener mucho más peso para los conservadores que para los liberales [más de Haidt aquí].
Está claro que los términos liberal y conservador son bien ambiguos y dudosos y que significan algo distinto en el contexto americano que en el puertorriqueño o en cualquiera otro. Incluso en el contexto americano lo que significa liberal (término bastante light para empezar) depende de quién lo dice y para qué. Aún así, en los estudios de Haidt los participantes que le dan más peso a valores o intuiciones como la pureza, la lealtad y el respeto a la autoridad, tienden a ser también los participantes en quienes se puede evocar más fácilmente la sensación de asco («disgust», «eew», guácala, ajghh). Por ejemplo, los participantes que dan respuestas conservadoras a preguntas como «¿qué piensas sobre el matrimonio gay?» o «¿qué piensas sobre los inmigrantes?» tienden a ser también los más trastocados por el asco cuando les preguntas cosas como «¿qué sientes cuando encuentras un pelo en la sopa o una plasta en la acera o cuando al sentarte en una guagua pública notas que el asiento aún retiene el calor de la persona que se acaba de parar?».
Cómo explicar el aparente vínculo entre una moralidad conservadora y la presteza a sentir asco es materia de otra columna. Los trabajos más recientes de Haidt se enfocan en lo que él llama nuestro «groupishness», su posible rol evolutivo y sus manifestaciones contemporáneas en lo moral y lo político. En todo caso la intención de Haidt y sus colaboradores es establecer una psicología de lo moral descriptiva y no prescriptiva, es decir un programa de investigación que nos ayude a entender cómo funcionan las cosas de hecho y nos deje a nosotros la tarea de definir cómo deberían funcionar. Aun así, es claro que hallazgos de este tipo, si bien iniciales, parciales y tenues, nos pueden ayudar a clarificar qué es lo que en materia de valores, individual y colectivamente, queremos suscribir.
Pienso en mi hijo y en su uso a mansalva del ajghh y me pregunto, ¿cuánto ajghh es suficiente? ¿Deberé dejarlo manifestar su pequeño asquito con la esperanza de que se le pase pronto? ¿Me saldrá conservador si lo dejo llenarse la boca con demasiado ajghh? ¿No debería tratar de moldear lo que su boca dice así como me encargo de filtrar lo que su boca come? Si lo dejo practicar el asco (manifestarlo, repetirlo), no se me pondrá demasiado asco-ready, demasiado presto a sentir la incada de la náusea cada vez que entre en contacto con lo que no le gusta?
Pienso también en mi distante paisito o al menos en la versión de él que me encuentro en la pantalla de mi teléfono o de mi computadora. La versión de mi país a la que tengo acceso está altamente sesgada porque me llega en gran parte a través de lo que mis amigos o los amigos de mis amigos postean en las redes, y mis amigos y los amigos de mis amigos son predominantemente «liberales». Aún así, noto que la palabra asco me la encuentro cada vez con más frequencia en el newsfeed, cosa que, teniendo en cuenta los estudios de psicología moral mencionados arriba, me confunde un poco. Lo mismo pasa con las muchas alusiones a traiciones y traidores. ¿Pero no eran estos -el asco, la traición, la deslealtad, la impureza- algunos de los temas más estereotípicamente conservadores? ¿No son estas las cosas en las que los conservadores, más que los liberales, se fijan, preocupados -como supuestamente están- con el miedo a lo otro, con protegerse de lo extraño, con rechazar y con evitar contacto?
Desde luego que no hay que reducir lo político a lo psicológico. Ni siquiera se debe reducir lo psicológico a lo psicológico. Evidentemente los conservadores no tienen el monopolio del asco. Y evidentemente el asco es útil, biológica y políticamente (ver Valerie Curtis). Una respuesta posible a los hallazgos de Haidt sería decir «¡Aprendamos de los conservadores! ¡Reivindiquemos el asco!» A mí por mi parte, ya la simple mención de la palabra asco me revuelve un poco el estómago y como que me asusta un poco, y esa repulsión y ese susto están en la base de esta columna.
Los niños americanos, alrededor de los cuales mis hijos crecen, son tan dignos de amor como los de cualquier parte, pero los niños americanos parecieran no paran de hablar de lo que they don’t like. I don’t like this and I don’t like that. Hay como una inclinación (¿aprendida, inculcada, tolerada, promovida?) a tener e identificar cosas que uno «dislikes» y a invertir atención y tiempo en verbalizarlo. En facebook no hay un botón de dislike, pero es evidente que es un lugar plagado de disgusto. Los niños no pueden tener cuentas de facebook, pero los niños crecen y algo de lo que eran queda en ellos. Cuando mi hijo se tira el pequeño asquito, me pregunto qué pasaría si mis hijos crecieran rodeados de conversaciones sobre ascos y traiciones, provistos de oportunidades constantes para sentir y cultivar su sentido del asco. Espero que cuando mi hijo finalmente domine la rr y la tenga disponible para hablar por el resto de su vida, esa rr figure mil veces más en palabras como rabia y revolución y rocanrol que en palabras como repulsión y ralea y rata. Criar nuestros niños (o simplemente anegarnos nosotros mismos) en un juego emocional, discursivo y temático demasiado presto al asco, demasiado asco-ready, demasiado reactivo y presto a la náusea desde siempre, eso, para mí, es un escenario que tenemos el deber de mantener a raya.