¿La última y absoluta manera de pensarnos?
Hacia donde quiera que en estos tiempos dirijamos nuestros pensamientos y conversaciones nos enfrentaremos con una buena cantidad de referencias al ámbito económico. Parece que no hay nada que pueda escaparse de las dinámicas y los designios de la economía. Deudas, inversiones, presupuesto, costos, bancarrota, ganancias, crédito, préstamos, disciplina fiscal y gastos son términos sobre los que leemos y que escuchamos constantemente cuando se nos habla de lo que sea. Nada parece influir con tanto peso en nuestras reflexiones privadas y públicas. Las consideraciones económicas monopolizan nuestras preocupaciones y nuestros placeres. Nada parece más importante a la hora de pensarnos a nosotros mismos y a nuestra convivencia.
Parece que no siempre fue así. Nos podemos imaginar que lo religioso dominó plenamente en otros momentos de la historia, desempeñando un rol similar. Al igual que lo relacionado al cultivo de la tierra. Habrá habido tiempos en los que los términos Dios, sacerdote, señor, milagro, voluntad divina, misterio, confesión, pecado, penitencia y gracia lo permeaban todo. No se podía hablar con sentido sin traerlos a colación. O cosecha, fertilidad, semillas, lluvia, fruta, caballo, vaca, estiércol, manantial y sequía en tiempos en que no había vida urbana y se habitaba en los campos.
Lo que lleva a los miembros de una sociedad a privilegiar ciertas palabras, conceptos o consideraciones durante algún tiempo y posteriormente a ignorarlas son la relevancia o irrelevancia que parecen tener para la sobrevivencia de aquellas y aquellos que se expresan. En tales momentos el mundo se define por lo que términos como estos representan. Da la impresión que sólo a través de ellos se puede conocer. Solo mediante una conjugación adecuada de ellos es que se pueden plantear soluciones a los retos que se confrontan. Sobre lo que queda más allá, por definición, no se puede decir nada, porque ¿cómo hablar sobre lo que no se puede representar? Otra cosa es atreverse a especular en torno a lo que no se conoce todavía, pero que se está seguro, o se sospecha, que está ahí. No es a esto último, sin embargo, a lo que me estoy refiriendo, como tampoco me estoy refiriendo a la idea de paradigma que Thomas Kuhn elaboró para que se pudiera identificar con mayor precisión el supuesto progreso de las ciencias naturales.
Huelga señalar que la historia nos ha enseñado que a través de los tiempos se dan cambios que llevan a que las palabras, conceptos y consideraciones que antes se privilegiaron sean sustituidos por otras. Las ideas de la realidad que se tenían antes se modifican. En este proceso dejan de ser relevantes ciertos conocimientos, ciertas referencias, ciertas verdades. Lo que parecía evidente pasa a ser obviado. Lo que no se podía perder de vista por su avasallante importancia luego parece ser irrelevante, trivial y, literalmente, impertinente. Desaparece; se hace invisible para todos los efectos.
En el ejercicio de familiarizarnos con esas nuevas realidades se van a pique terminologías o argots que alguna vez eran parte de los instrumentos de sobrevivencia, o de esparcimiento o entretenimiento. Cuando la llamada naturaleza constituía el horizonte de nuestras preocupaciones se observaban con comprensible interés aquellos seres que la compartían con nosotros. Los observábamos porque nos entreteníamos haciéndolo o porque aspirábamos a conocerlos bien. A veces nos inspirábamos en ellos, en otras no los perdíamos de vista porque deseábamos utilizarlos para agendas no siempre loables. Por ejemplo, no costaba trabajo identificar pitirres, zumbadores, reinitas, ruiseñores, pájaros bobos, gallaretas, múcaros, reinas mora y guaraguaos. Esto cambió, como cabía esperar. En el proceso de alejarnos de la naturaleza, tras apropiarnos de ella y modificarla en gran medida, hoy con cierta indiferencia lo que observamos son pájaros o pajaritos.
Pero mientras que aquel o aquella que todavía identifica la variedad de aves la mayoría de las veces no puede hablar con familiaridad sobre los automóviles que van y vienen por el vecindario en una época marcada por el predominio de maquinaria creada por seres humanos, quien sea indiferente al mundo aviario puede frecuentemente abundar generosamente sobre motores de inyección directa, eje de levas, sistema de control de tracción, tracción delantera o trasera, bujías, alternadores, transmisiones, combustión, sistema de suspensión e índice de aceleración, o sobre piezas o procesos análogos. ¿Son mejores seres humanos los primeros? ¿Contribuyen más los segundos a la convivencia con la que se sueña? Unas determinadas formas de comprender la realidad quedan atrás y otras se van a apoderando de los más jóvenes, pero no es fácil atribuirle superioridad moral o cultural a ninguna de ellas. Un repaso de los acontecimientos que ha marcado el devenir humano nos lleva a pensar que no hay garantía de que la defensa de nuevos modos de comprender la realidad, o de los obsoletos que se dejan atrás, representan modos de vida superiores. Hay suficientes ejemplos que nos permiten argumentar a favor de unos como de los otros.
Debería llamarnos más la atención que en estos tiempos, justamente cuando hemos tomado conciencia de lo que se podría describir como la historicidad de todas las manifestaciones humanas, parecemos estar convencidos de que será distinto con nosotros, ingenuos habitantes de este planeta tierra a comienzos del siglo veintiuno de nuestra era. Las ideas que comúnmente hoy manejamos para atender la realidad y sus retos nos parecen tan obviamente necesarias, tan fundamentales e imprescindibles, que no nos podemos imaginar que puedan llegar a ser substituidas por consideraciones de otro tipo.
¿Cómo podríamos pensarnos a nosotros mismos y a las sociedades en las que habitamos sin valernos de los enfoques que se han ido desarrollando como resultado de la atención que se le ha prestado a la economía en los últimos trescientos años? ¿Cómo sería posible, si es tan evidente que sin reflexiones económicas adecuadas no podemos tomar ninguna decisión relacionada a nuestra existencia? Dónde vivir, cómo vivir, con quién vivir y la misma posibilidad de continuar viviendo parecen interrogantes que dependen de cavilaciones muy cuidadosas en la que lo económico desempeña un rol principal. Pensamos que si no nos valemos de reflexiones económicas relevantes nos exponemos a excluirnos, y a otros, no sólo del bienestar, sino de la misma existencia.
No se trata de que no haya otros acercamientos que debamos atender con mucha seriedad. Lo religioso, que antes monopolizaba las reflexiones sobre los asuntos que se estimaban más importantes, no ha desaparecido del todo de la conciencia de ciertos sectores que todavía piensan que a fin de cuentas es en ese terreno donde nos la jugamos. Tampoco se ha esfumado la naturaleza. Sigue estando con nosotros, configurada y entendida de múltiples formas. Pero ni esta ni la otra ocupan en nuestra época el lugar que antes ocuparon, ni tienen la preeminencia de las consideraciones económicas.
Son consideraciones económicas las que determinan en esta época lo que se podrá hacer en las diversas esferas de la sociedad. A partir de sus análisis se decidirá si se hace o no se hace una autopista que le pondrá fin a un hábitat en el que han convivido durante miles y miles de años ciertos animales, si se construyen más o menos viviendas, si se pueden emplear más personas en una empresa, o en el gobierno, o si se tiran a la calle a miles que hasta entonces contaban con empleos. Análisis análogos, pero más personales, nos indicarán si mañana podemos ir al cine o si conviene que nos quedemos en nuestros hogares, aburridos y hasta tristes. Las estrategias que se aspiran a desarrollar en los campos de la educación, la salud y la seguridad están condicionadas igualmente por lo que se haya entendido que constituirá su impacto económico.
La importancia de las consideraciones económicas es evidente y por lo tanto la interrogante que nos planteamos sobre la perpetuidad de su centralidad podría impresionar como descabellada. Y sin embargo, por esto mismo es que es imprescindible cuestionar su pretendida perennidad. ¿Por qué suponer que este es el fin, que estamos ante la última de las concepciones que, por decirlo de esta forma, han pretendido explicarnos la dinámica de la realidad a través de los tiempos? Pero si durante muchos miles de años no distinguíamos más allá de la naturaleza y alcanzamos trascenderla para poder pensarnos de modo distinto, y si durante también milenios las visiones religiosas lo cubrían todo de manera que no se veía nada más, y también logramos dejar atrás su exclusividad, ¿qué es lo que nos ha llevado a pensar que jamás trascenderemos las consideraciones económicas que solo durante dos o tres siglos han monopolizado nuestras reflexiones? ¿O es que ya no lograremos pensarnos fundamentalmente más que de modo económico? ¿Por el resto de los tiempos? ¿Ahora y siempre, según se dice en algunas teologías?
Pero algunos predicen que muy pronto serán las consideraciones genéticas las que nos explicarán la realidad como nada lo ha podido hacer hasta ahora. O las determinaciones neurológicas. Están realmente convencidos de que estas nuevas explicaciones científicas por fin nos revelarán los secretos del funcionamiento de los seres humanos y de la sociedad, mucho más claramente que las económicas, a las que desprecian por supuestamente ser muy poco precisas. ¿Pero cuántas veces no hemos pasado por esto? ¿No sería más apropiado pensar que a estas nuevas explicaciones las substituirán otras que en su día también serán substituidas? ¿O ya alcanzamos la última y absoluta manera de pensarnos cuando dimos con la economía?