La vocación encarada, de Lauren Mendinueta
Si tienes inclinaciones artísticas y te pasas la vida preguntándote por qué o para qué, entonces no las tienes. Habría que dejarle el trabajo de investigar los medios (auditivos, visuales, comunicacionales) a quienes no puedan evitarlo, concluyo yo, luego de leer esta reflexión en torno a la vocación de decir, que es el tema en el libro de esta poeta colombiana. La vocación es inescapable, como la muerte, van diciendo las reflexiones contenidas entre dos tapas, divididas en tres partes: La errancia y la proximidad, Para el amor o alguna otra fe, para concluir en La vocación suspendida.
En los poemas de La errancia y la proximidad se aquilata la palabra y sus usos, desde el encierro y el desconocimiento que tiene la voz poética de sí misma, puesto que este poemario es también un camino recorrido, una llegada, un proceso de crecimiento. A pesar de ello, del encierro y del desconocimiento, dice las cosas porque no puede hacer otra cosa, como confiesa Sor Juana en su Carta a Sor Filotea, quien decía que aunque la castigaran con el encierro, en la cocina, igual seguiría filosofando al calentar huevos, qué hace que se endurezcan, o al batirlos con azúcar, qué hace que se disuelvan.
Esta vocación por el decir también está consciente de que “el nombre no corresponde con la cosa”. La vocación de nombrar existe pese a las limitaciones implícitas en este acto. Nombramos porque no podemos evitarlo, aunque sea fútil:
Bogotá, después de una visita a Helena Iriarte
No hay relación entre las cosas y aquello que las encarna. La realidad acaso es un vacío y su copia en el espejo la evidencia de su precariedad. Los nombres van por el mundo retratando la angustia de no ser lo que nombran. La gente corre afanada hacia el vagón del metro o el autobús porque la vida depende de un concepto. Tampoco la puntualidad corresponde a su palabra, ¿Es posible que convivan alma y cuerpo? ¿No serán un binomio inseparable, una sola cosa que no sabemos nombrar aún? En estos temas, como en tantos otros, me atropella la retórica, y vuelvo a preguntarme si será posiblenada más vivir. (28)
Es poesía conceptista, entonces. No se centra en describir el mundo, sino en reflexionar sobre el modo en que intentamos acceder a él inútilmente. Contrario a Borges, para quien el espejo es sinónimo de infinito y lo divino, para la voz poética que construye Mendinueta el espejo es enemigo porque distorsiona siempre. No se puede confiar en él, como tampoco confía en las palabras. El ser no está en ellas, ni en el cuerpo que es materia, pero reconoce que sin ese cuerpo no se puede ser, ni pensar. Si la filosofía tradicional separa la mente del cuerpo y en ella el ser está en el acto de pensar, para esta mujer no hay tal división entre mente y cuerpo. Así lo dice en el siguiente poema:
Autoabandono
Apenas ayer tenía cuarenta y nueve años. Hoy, primera mañana de abril de 1977, busqué mi rostro en el espejo, mi rostro aún más roto en el espejo del baño. Cuerpo mío inasequible ¡¿por qué sigues terco reflejándote?! Soy culpable de vivir. Puedo verte derruido y en el pasado también fresco y tembloroso, todo tu peso sobre la liviandad del sueño. Te vi caminar por entre las dentaduras cariadas del puerto en la niñez, correr sobre piernas esparcidas como por entre robles, cobijarte en las manos sudorosas de ciudades trajinadas y dar el pecho a infantes que en vano buscaban líquidos distintos de la piedad. Te vi, cuerpo, descansar el rostro sobre la tumba modesta que ahora evoca tu propio rostro. Soy casi un escombro, una mancha indistinguible, en los espejos de asilos y supermercados. Se que estoy viva porque siento dolor; el cuerpo es una prolongaciónabsurda y obligada de la mente. (34)
Como una conclusión racional de lo apenas enunciado, en la sección “Sobre el amor o alguna otra fe,” las cosas se dicen más desde el cuerpo o el diálogo se vuelve corpóreo, puesto que el cuerpo es materia y nos hace ocupar espacio, es presencia con solo estar aunque sea callado. Entonces decir es un acto de presencia corpóreo:
El lugar de los cuerpos
Allí donde hablas con el pensamiento, la vida te ha de llegar cumplida. Entonces pienso que también yo he de participar en ese diálogo en el que nadie puede encararme. Pero no es cierto, ni el silencio hablará por mi voz, porque mi voz es mía y alguna vez he nacido y ninguna vez he muerto. Por ese amor que creímos semejante al golpe de la tarde solas las flores, déjame permanecer en algún lugary no sólo en el recuerdo. (44)
Sólo luego de cantarle al amor propio, aparece el poema al amante como el lugar de llegada luego de un viaje. No se puede ser con el otro sin antes ser en sí, concluye esta sección.
En “La vocación suspendida” encuentra que la vocación es al olvido. Es el olvido cotidiano o el olvido al que estamos todos destinados después de que siga transcurriendo el tiempo (que en la primera sección la voz poética comparó con el vuelo de las gallinas, pertinaz en su torpeza hecha de fe, de desconocimiento de la propia biología).
La vocación perfecta
Qué rápido llega el abandono. Vivir es errar en lo que aprueba el destino. La realidad nos pide apresurarnos, cumplir horarios y llegar a la cita con aquello que no puede estar más solo: lo humano. En un mundo asaltado por el tiempoel olvido es la vocación perfecta. (55)
Sobre este tema insiste. Las palabras no dicen. Imagina una memoria sin memorioso y se reinstala en esta reseña la cita a Borges. Tal vez porque el procedimiento poético se asemeja al del maestro; el poema es una excusa para pensar (y ser a partir del cogito). Pero contrario a Borges, quien escribió un Funes paralizado por la memoria, en este poemario se encuentra que la memoria existe en sí misma (eso es el mito), puesto que el olvido es necesario para que ella exista.
Afasia
La perfumada madera de una memoria sin árboles, sin alfabeto que responda por las palabras de la tribu, una memoria distante, sin nadie, sola como el aire de la tierra. Pero en esa soledad también es necesario prescindir del habla, de la presumida vocación del lenguaje. Basta con comprender lo que no existe,sin olvido nadie es contemporáneo de su memoria. (58)
En resumen. Un poemario se construye como quien cuenta una historia. La historia es aquí una enteramente personal. La habilidad está en salirse del dato, de la anécdota que es intrascendente para quedarnos con los retos a la inteligencia que supone la vida. Así se comparte lo aprendido que quizás algún día sirva para otra cosa. La voz poética de Mendinueta es eso: se ha encontrado a sí misma, es inevitable, reflexiona, más allá de la anécdota, sobre las cosas más cotidianas y más filosóficas. El lenguaje es falsamente sencillo, puesto que escarba la realidad y su relación con la palabra, con el ser, con la nada. Como los clásicos, al estilo de los contemporáneos.