Las canalladas de Donald Trump
“Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen” (Anguita, 2003)
<u>El que inicie una guerra para ser elegido es canalla. Eso dijo Donald Trump del pasado presidente Obama criticando sus acciones en Oriente en un video que, en versión de algunos periodistas, fue ocultado por los republicanos aunque recientemente fue publicado. Hoy el canalla es Trump y sus palabras se vuelcan contra sí mismo en sus acciones contra Irán. Los noticieros norteamericanos informan que, bajo estas circunstancias de amenaza de guerra, los demócratas habrán de aguantar el proceso de residenciamiento contra Trump porque el estado de amenaza en que ha puesto al país, y al mundo, no admite distracciones.
Entonces, Trump ha salido airoso en su más temeraria movida deteniendo, hasta ahora, el juicio en su contra mediante la horrible estrategia de crear una situación de peligro hacia una guerra mundial. Ha desestabilizado el mundo y contrariado toda posible acción diplomática con los países de Oriente.
Varios artículos publicados en la revista “Psychology Today” hacen alusión al fenómeno “gaslighting”, concepto cuya traducción es difícil al español aunque puede interpretarse como cortinas o «bombas» de humo. Es una estrategia de búsqueda de control donde se manipulan hechos falsos o medias verdades para confundir a la gente. Distintas fuentes bibliográficas definen “gaslighting” como el proceso o táctica de hacer dudar a la persona de su realidad mediante manipulaciones y cambios engañosos en su entorno. La confusión se logra mediante negación, desinformación, contradicción, mentira, engaños y confrontación hasta hacer dudar la gente de su memoria y recuerdos, percepción de la realidad, conocimiento y hasta de su sanidad y juicio cognitivo. El concepto nació en una obra de teatro (1938) cuya trama presentaba un esposo abusador que quería confundir a su esposa haciéndola creer que se estaba volviendo loca. El concepto se incorporó eventualmente en la Psicología, sin limitarlo a relaciones conyugales, y se usa para denominar patrones psicópatas y disfuncionales de abuso y maltrato psicológico.
Interesante y peligrosamente, esta ha sido la estrategia triunfal de la presidencia de Donald Trump quien ha exacerbado e institucionalizado el uso de la mentira y las falsas verdades. Ha jugueteado con hacer guerra como quien retoza con juguetes y no con vidas humanas. Periodistas de importantes cadenas noticiosas en Estados Unidos han contabilizado más de 10,000 mentiras de Trump en sus tres años de presidencia sin que de señales de corregir, retractar o detenerse en ninguna de ellas. Es preocupante que a sus fanatizados seguidores poco parece importar la falta de veracidad de sus comentarios y políticas públicas y aplaudan la forma en que diariamente provoca conflictos.
Cuando se dice o publica algo negativo, la respuesta publicista de sus empleados, abogados y allegados, es acusar al denunciante, o acusador, de Trump de falsedad, conspiración, traición, terrorismo o mentira. En otras palabras, tratan de invertir la torta. Hablan sin evidencia y contestan sin ella porque lo importante, estratégicamente, es tirar bombas de humo que puedan enturbiar la verdad denunciada o desviar la atención incluso hasta al olvido. Como en la seminal obra de teatro, la estrategia es llevar a la gente a dudar sobre lo que conocen, o saben, para que acepten los disparates que Trump promulga. La inoculación de la mentira, la falta de interés del elector fanatizado por verificar datos, el caudillismo promovido en sectores ultra conservadores, entre otros, dan fuerza, espacio y posibilidades al éxito que hemos visto en esta peligrosa estrategia de Trump. Es más que preocupante.
¿Tiene algún valor la verdad, entonces, y con ello la justicia, la integridad moral, la paz y la ética? El debate sobre la realidad y la falsedad, la verdad y la mentira, no es nuevo. Desde la Antigüedad, filósofos y sabios buscaban entender sus diferencias e implicaciones. La verdad era conocimiento útil, respetable y virtuoso mientras que la mentira era vicio del alma y corrupción del carácter. Pero las cosas han cambiado. Las culturas pos modernas sufren el impacto de valores invertidos porque las fuerzas de grupos anti-democráticos han ganado terreno.
Por lo pronto, enfrentamos el peligro de una guerra gracias al fenómeno altamente peligroso del mal ejemplo de Trump y de otros líderes mundiales que le copian. Las implicaciones son graves. Sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial que se refugiaron en Estados Unidos, entre ellos diversos reconocidos psicólogos judíos, dedicaron el resto de sus vidas a estudiar la personalidad de Adolfo Hitler y sus estrategias de manipulación de masas porque era muy difícil, y doloroso, comprender cómo tantas mentes privilegiadas e inteligentes se habían prestado para el salvajismo nazi. Es paradójico que ahora se repita la misma historia fascista desde las entrañas del país que proclama ser el bastión superior de la democracia.
Si las mentiras van a predominar sobre las verdades, si el poder político va a depender de la burda manipulación psicológica, si las fronteras entre un tipo de conocimiento y otro van a derrumbarse, nos enfrentamos a un cambio social indeseable, anómalo y peligroso. La humanidad iría en camino inverso hacia el retraso (involución) si las multitudes maleables aceptan ser, por voluntad propia, esclavos de la ignorancia. No sería la primera vez, por cierto, pero ya sabemos que el resultado de todo fascismo siempre lleva hacia apocalípticas destrucciones de vidas humanas y cultura material.
La neutralización y eventual eliminación del efecto de la estrategia de las bombas de humo se logra cuando las personas reconocen que están siendo manipuladas y engañadas. La conciencia, “el darnos cuenta de…”, permite el proceso de reconocimiento y discernimiento entre verdades o mentiras, seriedad o charlatanería, honor o infamia, mediante esfuerzos consistentes de denuncia para desenmascarar la mentira luchando por la paz y la justicia.
Sobre los hombros de hombres y mujeres fieles a la verdad, dirigidos desde honrosos códigos de ética, descansa el futuro de la humanidad. Es por esto que el rol de periodistas, los profesionales de conducta humana y los ciudadanos críticos se vuelve cada vez más determinante en estos tiempos. Porque Trump ha logrado imponer la canallada de poner en peligro el mundo completo tan solo para salvaguardar sus intereses personales. Al que no le guste el infierno no debe coquetear con el diablo; y si lo hace, debe atenerse a las consecuencias.