Las Verdaderas Housewives de Puerto Rico
Para J.E. y N.P.
«De modo tal que las influencias políticas, morales y
estéticas irradian todas del teatro: buenas cuando es bueno,
malas cuando es malo».
-Bertolt Brecht
En el programa de mano se nos informa que la obra es una parodia del programa televisivo “The Real Housewives”. Que “estos personajes son banales pero dentro de su ser tienen fuertes sentimientos”. Que la obra “ha sido escrita con el propósito principal de mostrarles personajes que los harán reírse a carcajadas…pero a pesar de que todo es banal, las Housewives tienen corazón y lo dejarán demostrado en el escenario”. Que “como público queremos que se entretenga y que sepa que para ser una ‘Housewife’ en Puerto Rico hay que tener un buen sentido de humor”.
Tantas veces que hemos escuchado lo saludable que resulta para el teatro la variedad en los ofrecimientos, particularmente en nuestro primerísimo Centro de Bellas Artes. Que no todo puede ser arte, experimentación. Que la necesidad del “entretenimiento” la comprueba el hecho irrefutable de que los boletos para este espectáculo se agotan rápidamente. De que miles de personas, en estos tiempos de precariedad económica, están dispuestas a pagar veinticinco dólares por cabeza, más cinco dólares de estacionamiento, porque no todo puede ser elitismo, intelectualidad. El “entretenimiento” hace falta, alegra la vida, levanta el ánimo y aligera el espíritu de nuestra atribulada sociedad. A ver.
La pieza inicia con la entrada de los Asistentes de las Housewives. Son hombres, esos que vulgarmente son denominados “loquitas partidas”. (En la obra los describen como un “bacanal de loquitas”.) Por razones indescifrables, continuamente se agreden entre sí, agitando bufandas y lanzándose epítetos tales como “cosita rara”, “chulita”, “estúpida”, “loquita, estás en esos días del mes”. Uno de ellos se queja de que, a su Housewife, en el vestido, “no le caben las tetas”. (Primera risa estruendosa de la noche. La segunda será para la palabra “cabrón”. Y la risa más delirante, casi al final, para la palabra “chichar”.)
En total contraste a los Asistentes/Loquitas, el personaje del Coordinador de Piso—técnico de televisión, mantenedor del orden en el plató—es muy “masculino”. Enérgico, atlético, se encarga de mantener al público animado, aplaudiendo y repitiendo los coros al estilo del programa de “Don Francisco”—“¡fuera!”—de modo que no decaiga el gozo de los espectadores. Aquí la división de labores por género queda meridianamente clara: los “hombres-loquitas” para arreglar pelucas y brillos de mujeres, los “hombres-hombres” para mantener la ley y el orden.
Entre esos dos extremos de “hombre” se posiciona el Anfitrión del Programa. “Masculino” en su vestimenta y comportamiento, se deja entrever en algún momento que pueda ser homosexual. Su orientación, empero, no resulta problemática, porque puede “pasar” por heterosexual, a diferencia de los Asistentes, cuyo “comportamiento anómalo” les merece la burla y el escarnio social. Machos sí, loquitas no.
A la entrada a escena de las cinco Housewives nos preguntamos si su vestuario es teatral—esto es, una vestimenta que define a un personaje de una manera inusual en la vida cotidiana—o más bien un desfile de modas de trajes de noches de la compañía D’Royal Bride. El arreglo excesivo de vestidos y pelucas de las Housewives recuerdan a los travestis. Esta asociación no es descabellada: en algún momento de la obra una de ellas contará que asistió a la parada gay de Boquerón y que se llevó el “primer premio de draga”. Las Housewives son una construcción de la arbitrariedad designada como “lo femenino”. “Ser mujer” es disfrazarse. Hasta un hombre puede “parecer” una mujer, pues ésta no se define por sus acciones, sino por la construcción minuciosa de su apariencia física. Esa construcción también garantiza los términos de su sexualidad: de ahí que en escena hagan un chiste sobre Mayra López Mulero, sarcásticamente descrita como una abogada “brillante, femenina”.
Esto dista mucho de ser una obra teatral. Es más bien una serie de cinco monólogos, al estilo “stand-up comedy”, intercalados entre conversaciones del Anfitrión del Programa y las Housewives. Trama no hay ninguna, y la obra se desarrolla por una ristra de chistes que pueden ser colocados en cualquier orden dentro de la velada sin alterar la totalidad. Que la cucaracha que irrumpe inoportuna en el sofá podría aparecer en cualquier otro momento y no causaría ningún desajuste, pues aquí la dramaturgia es insignificante.
La conversación de las Housewives se sazona con epítetos que constantemente se lanzan unas a otras: “Jíbara”. “Gorda”. “Vieja”. Cada ataque se puebla de comentarios sobre el mal gusto al vestir de la otra, o sus compras en Capri en vez de Macy’s, o los adulterios del marido como resultado merecido de su exigua valía como mujer. Se proclama como un logro el haberle sacado mucho dinero al ex marido tras un divorcio. Se declara como un acto de afirmación, autoestima y, sobre todo, felicidad, el uso del silicón y el botox.
La obra se desborda de alusiones al mundo del consumo. El formato estilo televisión permite la introducción incesante de anuncios comerciales en boca del Anfitrión, que nombra a todas y cada una de las compañías que han auspiciado la presentación. El universo que habitan las Housewives es el de los centros comerciales, con sus comentarios sobre Krispy Kreme, K-Mart y tantos otros, mientras que sus únicas referencias culturales son “Caso Cerrado” y la Gala del Museo de Arte de Ponce.
A pesar de las insuficiencias de los personajes, el mundo real invade sus conversaciones. Las Housewives hablan de Biafra—tanta gracia que da la gente que muere en hambrunas—la guerra de Irak, las deambulantes. Como buenas burguesas, la caridad no falta en sus vidas: una de las Housewives cuenta que acostumbra regalar su ropa al Salvation Army, para después emocionarse al encontrar en el semáforo a una deambulante pidiendo limosna “vestida de Chanel”. En burla a la baja estatura de una de las Housewives, se refieren a la fenecida Grace de la Vega como “ganadora del concurso de Miss Petite”. La mujer policía recientemente despedida por las fotos íntimas que una persona cobarde—todavía sin identificar—publicó sin su consentimiento, es mencionada entre risas, por su capacidad vaginal para la macana.
Las Housewives aluden a políticos como Acevedo Vilá, Fortuño, García Padilla, “Sila”, y “Carmen Yulín”. Los hombres son nombrados por sus apellidos, las mujeres por su primer nombre. Los hombres son embromados por nimiedades tales como la calvicie (Acevedo Vilá) o la pronunciación del inglés (García Padilla); a las mujeres se le reservan los comentarios más lacerantes. La mención de “Carmen Yulín” es acompañada por el gesto violento y grosero del dedo corazón. Se pide imaginarnos a “Sila” defecando. Al parecer, Calderón y Cruz merecen nuestra más hiriente repulsa porque osaron ocupar espacios otrora reservados para los hombres, en vez de hacer del vestido y el maquillaje su prioridad en la vida.
Sorprende que un público puertorriqueño, tan dado a la defensa de sus sacrosantos “valores cristianos”, ría estrepitosamente ante chistes sobre “el clavado”, o sobre el dedo corazón metido en la pila del agua bendita. Pero la mayor sorpresa de este espectáculo es el chiste que se hace sobre Oscar López. Sí, un chiste sobre el mismo Oscar López que lleva treinta y tres años en prisión por amar a su tierra. El encarcelamiento de Oscar López como chiste: el nadir de este espectáculo.
Corrientemente se argumenta que estas son bromas inofensivas, que no hay que tomar las cosas tan en serio, que también hay aquí una sátira social. FALSO, FALSO, FALSO. Nada en este espectáculo cuestiona los valores antisociales de las Housewives. Todo lo contrario: los refuerza. Este espectáculo nivela todo asunto político y social al degradarlo a broma fácil, perecedera. Suprime cualquier posibilidad de espacio para la reflexión crítica. Es un producto que se sabe mercancía, cuyo único fin es reducirnos a consumidores.
“Pero si eso es lo que a la gente le gusta”, se nos señala, como si todos naciéramos con el gusto ya formado. Si te alimentas únicamente de chatarra, chatarra apetecerás. Y los mercaderes saben eso. De esa miseria se lucran. Con el “entretenimiento” entrenan al público a identificar sus vidas con la mercancía y lo incapacitan para reconocer la honestidad artística. Es la escuela donde adquirimos la inmundicia que usurpará el espacio del pensamiento emancipado.
Una y otra vez hemos escuchado que el “entretenimiento” es necesario para que las sociedades liberen sus tensiones. De acuerdo a los mercaderes, cansa pensar en el maltrato y la violencia de género. Cansa pensar en el abuso de menores y ancianos. Cansa pensar en las desigualdades sociales. Cansa pensar en la violencia del sistema colonial. Y cansa tanto pensar en los treinta y tres años de confinamiento solitario de un patriota, que para qué molestarse en ello: burlémonos mejor. La función de este “entretenimiento” no es otra que la de asegurar la perpetuidad del consumismo, la homofobia, el sexismo, la misoginia, el clasismo, la heteronormatividad. Insensibilizarnos ante los desamparados, los marginados, los explotados. Anular cualquier asomo de solidaridad entre las mujeres, entre los humanos todos. Prostituir la labor artística. Es un “entretenimiento” que—pongo mi mano sobre fuego—no existiría en una sociedad que verdaderamente tiene “hambre y sed de justicia”.
¿Y nuestro público, ese que enardecido abarrotó la sala? Se puso en pie para una atronadora ovación final. Dime de qué te ríes y te diré quién eres.