Las tres apariciones de Gabriel Marte
(a propósito de las policiales de Marta Aponte Alsina)
La primera vez que supe del detective Gabriel Marte fue a través del alucinado escrito de Lorenzo Vargas, el protagonista de El cuarto rey mago (1996) de Marta Aponte Alsina. En esta novela, Gabriel Marte –un policía del cuartel de Cayey– se convierte en lector de los escritos de Lorenzo Vargas, por orden de sus superiores que insisten en hallar allí evidencia para relacionar una secta de alucinados con el tráfico de drogas. Algo así hago ahora mismo siguiéndole el rastro a Gabriel Marte desde este texto hasta Sobre mi cadáver (2012) pasando por su segunda aparición en Fúgate (2005).
Y es que he tenido cerca a varios de su especie en los últimos días: Héctor Belascoarán Shayne, el “detective independiente” de la serie de Paco Ignacio Taibo II, Pepe Carvalho, el protagonista de las novelas de Manuel Vázquez Montalbán y Mario Conde, el “cabrón recordador” de Leonardo Padura. Todos llevan las marcas de un personaje “de género”, a la sombra de modelos anteriores –tanto del cine como de la literatura– y la urgencia de manifestar un malestar generacional, alguna versión del desencanto de los jóvenes optimistas de la segunda mitad de siglo XX. El caso de Gabriel Marte no es exactamente el del protagonista de una serie de relatos policiales, neopoliciales o “falsos-policiales”, sino de un motivo literario que, a mi juicio, está marcado por la ironía y corresponde a un territorio tan difícil de definir como el mismo personaje. ¿Qué es, después de todo, ese país violento e ilegal, sin apenas nombre, en el que vive y padece Gabriel Marte?1
De policía a loco
Gabriel Marte aparece inicialmente como contrafigura irónica del místico Rímer, el hijo prófugo (¿pródigo?) de Lorenzo Vargas que, al conocer al policía por primera vez, declara en su relato: “Cuando tenga un poco de tiempo le pediré que me cuente su vida para compararla con la de Rímer por aquello de que los contrastes se iluminan mutualmente.” (El cuarto rey mago, 39). Por otro lado, el segundo narrador de esta historia lo describe como “incapaz de memorizar un chiste o de soltar serenamente la mano de la razón. Gastaba una pequeña dosis de intimidad con el absurdo pero le acompañaba la certeza de que el terreno de lo milagroso se estrella en la vida misma.” (El cuarto rey mago,149) Esta “cordura” –que contrastaría con el carácter místico de Rímer– llegará a su fin en esta principal historia, pues aquí será testigo de la maravillosa desaparición del mismo Lorenzo Vargas sumiéndolo en perplejidad. Se contará en los relatos de Fúgate cómo luego fue objeto del súbito enamoramiento de una extraterrestre en el peaje de Caguas, para acabar de rematar la sanidad mental que le quedaba.
De hecho, en Fúgate aparecen dos versiones del encuentro con la extraterrestre enamorada, una en voz del propio Gabriel Marte, en el primer relato del mismo nombre, “Fúgate”, y otra en una digresión del narrador-protagonista de “Tu flor te delata”, Sebastián, el pastor que casa a los vampiros Laurita y Gerardo, también personajes de Vampiresas (2004). Sospecho que esta reaparición de personajes corresponde a un ensayo de comedia humana boricua, en clave irónica y poética. ¿Por qué no? Tal vez ésta sea la forma adecuada de lidiar con el absurdo criollo.
Por otro lado, se nos aclara desde la primera aparición en El cuarto rey mago y se nos reitera en otras ocasiones, que Gabriel está acostumbrado (puertorriqueño al fin) tanto al delirio, como a la violencia. Su padre, el Indio Marte, es un “condecorado por la locura”, su hermanita ha sido violada y asesinada en la niñez, y su hermano, Moncho Marte, alias Tiburón, tirador de drogas, muere baleado a las puertas de su casa cuando Gabriel es todavía un niño.
Pero ya se dice entonces que Gabriel es, como Rímer, un ser excepcional; así lo atestiguan los dos remolinos de la cabeza, marca inequívoca, a juicio de la abuela del muchacho-santo, que también se corona con dos remolinos, de “un gran destino, que nos trae mensajes del cielo, que no es un muchacho vulgar” (El Cuarto Rey Mago, 19). Los seres excepcionales son, por lo general, incomprendidos, y Gabriel Marte pasará un tiempo en el manicomio antes de reintegrarse, con la ayuda de su siquiatra Willy James Tremols, al mundo alucinado y violento, fuera de los controles clínicos.
De paciente a enamorado
Después del manicomio regresa, como quien dice, a la pecera que lúcidamente describe el mismo Gabriel Marte en Fúgate como el lugar del que lo rescata la ilusión amorosa:
…. imagínate una pecera. Esta es una pecera enorme y asquerosa olvidada por un decorador de interiores en un restaurante de comida china, llena de anguilas, peces negros y langostas musgosas de palancas enyuntadas, criaturas del Señor que pasan sus últimas horas oyendo los ruidos de una orquesta de platos y tenedores y los chistes chinos de los cocineros. […] ponte en el lugar de ese pez pillado en el fondo de la pecera cagada por un montón de animales condenados a muerte que no te dejan subir a la superficie y abrir los labios. Esa es tu vida, varón, la única vida que conoces, hasta que de pronto ves una maravilla con tus ojos redondos que nunca se cierran. (Fúgate, 10)
En esta segunda aparición Gabriel Marte se enamora. El relato no empieza, como se supondría en un policial, con el cadáver de la víctima, sino con la imagen viva de “unos dientes parejos, estacionados entre unos ojos brutales y una barbillita hambrienta” que “amenazaban con morder”. (Fúgate, 9) Por otro lado, en esta ocasión es Marte quien narra y piensa en cómo explicarle a su siquiatra, Willy, lo que siente. En la tercera aparición del personaje será Willy, el siquiatra, quien narre y, en ocasiones se plantee cómo explicarle a Marte las cosas, qué decirle y qué callar.
Gabriel Marte, pues, aquí está enfermo de amor, como un poeta cortesano, aunque no lo exprese en términos muy líricos: “no hay peor jodienda que enchularse de una mujer inexistente, una mujer sin cuerpo, ni sexo, ni defectos odiosos, ni forma de alguna de contacto” (Fúgate, 10). Ahora, en esta segunda aparición, se describe a sí mismo como un saicocop, mezcla de síquico y sicópata, un vidente que percibe pistas en los rastros del crimen, con un “olfato sobrenatural” para la violencia. El manicomio y la terapia han pulido su carácter y lo han convertido en amable monstruo. Con sus facultades, resuelve casos “a su manera”, especialmente “ciertos crímenes, aquellos donde la furia del asesino es comparable a la de los fenómenos más devastadores de la naturaleza” (Fúgate, 16). Respeta a los muertos y no permite bromas ante los cadáveres, por reverencia a los buenos recuerdos “del cariño que por lo menos una vez en la vida le toca al más infeliz” (Fúgate, 12)
El relato de lo que hacía el asesino (cuya identidad no revelaré, para no estropear la lectura), los sórdidos y macabros detalles de los crímenes, lo hacen confirmar, dice, “lo que a veces no acabo de entender: la causa de mi locura es el exceso de razón, instrumento inadecuado para bregar con unos prójimos que nunca han sido razonables.” (49) Lo razonable, podríamos concluir, es volverse loco. Después de escuchar tan terrible relato, sin embargo, percibe en el caos cotidiano “un orden brillante”:
…. me enfrenté a los fenómenos del barrio como si nunca hubiera sabido apreciarlos. Las madres niñas del caserío, el aburrimiento de los tiradores en los puntos de drogas, los obreros de la construcción, los deambulantes sidosos, aquello tenía ciertas reglas … (49)
Esta percepción de “orden”, una restitución poética del orden, pero restitución del “orden” al fin, corresponde a un lugar común del policial clásico y se suma al final casi-feliz, más propio de las novelas amorosas, que puede entreverse en la conclusión del relato:
Sé que el mundo no es sólo mío, que tengo que compartirlo, aunque a veces no hay más remedio que soportar la locura del prójimo aunque la gente te abacore, aunque no te dejen salir un ratito a la superficie para respirar. Lo entiendo, acepto que la condición humana es una cadena perpetua y que de vez en cuando es necesario confiar en los enemigos para poder desconfiar de ellos al segundo siguiente.
Pero no soy un pez atascado en el fondo de una pecera. Soy un hombre libre.
La flor que le compré a la mujer que quiero es asunto mío. (Fúgate, 53)
Es un detective hecho a la medida de un país violento y absurdo que, por decirlo así, aún no cuelga los guantes.
De enamorado a poeta
La tercera aparición de Gabriel Marte está a cargo de la voz de Willy James Tremols, su ex-siquiatra y ex-casero, narrador de Sobre mi cadáver (2012). Lisa, su amada en Fúgate, ha muerto, y las circunstancias de su desgracia no se esclarecen en el relato. Permanece como uno de los misterios de la historia, poniéndole un peso de melancolía al personaje. Ahora Gabriel está más flaco y, por lo visto, más viejo: “Usaba espejuelos baratos de vejete deprimido que contrastaban con los músculos de los brazos, las piernas largas, las manos anchas. Las chancletas de goma dejaban al aire unos dedos sin juanetes.” (Sobre mi cadáver, 8) Willy dice conocer bien “cómo funciona la mente de Gabriel Marte”, aunque los eventos después resulten sorpresivos para él y, posiblemente por verse emocionalmente conturbado por la evidencia, se le escapen detalles que aclaran finalmente el misterio.
La obra empieza con el enigma, como en toda policial, pero se trata de un relato dentro de otro relato. Willy le describe con detalles la escena del crimen a Gabriel Marte que graba y toma notas y pide más detalles. “- Despacito, Wilito, – dijo Gabriel -. Dime todo lo que recuerdes, eres una cámara fotográfica con sonido, no interpretes.” (Sobre, 14) Como es Willy quien escribe, la narración, a diferencia de la versión gabrielística de los sucesos en “Fúgate”, aquí está embellecida por una prosa elegante y, debo señalar, algo siniestra, limitada a la perspectiva del doctor: “La melena blanca, tentadora, radiante, contrastaba con las huellas de una agonía infernal, que presagiaba el espanto de una vertiginosa descomposición.” (Sobre mi cadáver, 15)
Gabriel, dice el siquiatra-narrador, no es “un hombre normal”, pero, irónicamente, en esta historia es él quien señala con dedo acusatorio a los anormales de la familia Tremols: Josefina no estaba en sus cabales, Don Alberto era un señor raro; “Tremenda familita te gastas, Willy, lo digo, con todo el respeto.” (Sobre mi cadáver, 64). A pesar de esto, el siquiatra ha contratado al detective, contraviniendo la sensatez y la legalidad, amparado por el ambiente desordenado del país y de los tiempos:
Resté importancia al hecho de que Gabriel haya sido mi paciente. No me pareció grave un caso de incumplimiento ético en un país ilegal como éste. Incumplimiento, se dice, porque el psiquiatra tiene las claves de la estructura yoica del paciente. Bajo tal presunción, el detective sería un títere manipulable que impone sobre sus hallazgos la trama que su psiquiatra le dicte. Esa ficción proviene de un mundo extinto, donde la autoridad del médico era tan visible como una catedral y la obediencia a las interpretaciones del padre una garantía de orden y felicidad. Ya pasaron esos tiempo. Nuestro rol de policías de la razón se ha vuelto confuso. (Sobre mi cadáver, 18)
El cliente – porque aquí el siquiatra se convierte en cliente, aunque nunca haga hincapié en ello – oculta información al detective: “Hay cosas que no le dije a Gabriel. No le hablé, para qué, de la inquietud que me provoca volver a las sombrías alturas de Jájome por el antiguo puente de hierro que cruza el río Guamaní, rumbo a la quinta donde pasé los días raros de mi infancia.” (Sobre mi cadáver, 23) Así pues, el siquiatra todavía asume el control (o piensa que lo asume), hasta que el policía se rebela y le exige el contacto con la evidencia, sin intermediarios: “Ya me cansé de pensar, Willy. Necesito ver la escena del crimen.” (Sobre mi cadáver, 29) El hallazgo de la prueba principal, a los ojos y oídos de Gabriel, queda velado para el lector y para el mismo Willy-narrador, que atestigua la escena de la revelación a distancia, ocultamiento clave para el efecto del relato en su género: la revelación final de la verdad de los sucesos. Curiosamente, ni inducción ni casualidad logran resultados. Será el talante seductor del detective lo que le dará la llave del misterio.
Cuenta Willy que Gabriel tiene, a diferencia de los Tremols, pocas cosas, pocos y modestos libros. En uno de los cuartos el único mueble es una mesa ocupada por un pedazo de madera y un álbum de fotos ante un espejo en el que Willy y Gabriel se reflejan al entrar: “A mi lado, como un ángel que ha peleado más de una guerra, mi ex paciente: la cara larga y perfilada, el pelo ondulado, los ojos demasiados brillantes. Bajé la mirada sin decir palabra hasta que Gabriel desapareció del espejo, abrió el álbum y me fue enseñando las fotos de sus “objetos rescatados”. (Sobre mi cadáver, 37-38) Como quien inventa historias, reusa memorias y suma ecos de otros libros, el melancólico Gabriel recoge objetos olvidados y procura hallarles nuevas combinaciones, formas y usos:
Hay que enfocarse para no ahogarse. Por eso recojo cosas. Les doy el cariño que nunca tuvieron. Una cosa a la vez, una sola, papá, tú me lo dijiste. Con más de una no puedo. La dejo nueva, añadiéndole, quitándole. (Sobre mi cadáver, 39)
Willy y Marte: “Dos frente al espejo. Dos desastres, pero ni modo.” A veces, sin embargo, parece como si Willy y Gabriel, fueran dos posibilidades de la escritura, el siquiatra y el paciente, el siquiatra y el detective. Como el escritor, Gabriel se impone la misión de “ver lo que nadie ve, lo que una sobra puede llegar a ser” mientras el detective, como el siquiatra, hace “lo mismo, pero al revés”:
El detective mira atrás. Como si un crimen fuera una cosa hecha cantos y los restos se encontraran por ahí tirados, sin dar a entender qué fueron, de qué formaban parte, para qué servían antes del destrozo. El detective no inventa. Cuando estoy en la escena de un crimen, observo. (Sobre mi cadáver, 39)
Pero aquí no es sólo Gabriel Marte el que busca y encuentra, también es el caso del propio Willy que nos deja perplejos, sin revelar quién es exactamente el destinatario de su relato: ¿memoria, metáfora, duplicación del yo?
Las novelas pseudo-policiales suelen dejarnos la impresión de que no alcanzamos la Verdad Absoluta, de que algo se nos escapa y nos deja insatisfechos. Tal vez sea que sus claves suelen estar más asentadas en los mecanismos de la poesía, en el poder de lo incompleto. Dice Willy, al dar por concluido el caso, a pesar de las “penumbras”: “Cuando un secreto muere salva la vida de otros secretos. Los secretos son como las cucarachas barbudas. Por una que se aplasta se esconden setenta.” (Sobre mi cadáver, 71) Los signos se engarzan en la lectura hasta armar una resolución ambigua del misterio. Siempre hay un más allá, es el aliento de la locura desvaneciendo el perfil de la certeza.
Obras consultadas
Aponte Alsina, Marta. El Cuarto Rey Mago. Cayey: Sopa de Letras, 1996.
—. Fúgate. Cayey: Sopa de letras, 2005.
—. Sobre mi cadáver. San Juan: La Secta de los Perros. 2012.
—. Vampiresas. Guaynabo: Santillana, 2004.
Centeno Añeses, Carmen. “Marta Aponte Asina: entre Eros y Tanatos”. Desde el margen y el Caribe. San Juan: Editorial Tiempo Nuevo, 2009.
Clavel Carrasquillo, Manuel. “Los imperativos de la noche” (Fúgate). El Nuevo Día. 30 de octubre de 2005.
López-Baralt, Luce. “En torno a El Cuarto Rey Mago de Marta Aponte Alsina”. Cuadrivium, Revista de la Universidad de Puerto Rico en Humacao, 1 (1997).
- Manuel Clavel Carrasquillo compara a Gabriel Marte y al “ácido Manolo, de Edgardo Rodríguez Juliá” y señala su principal diferencia: “Marte es un hombre buenazo, su humor no es corrosivo y está perdidamente enredado en las trampas del amor romántico.” Carmen Centeno Añeses en un lúcido ensayo sobre Fúgate y Sexto Sueño distingue a Gabriel Marte de otros detectives caribeños (los de Padura, Wilfredo Matos Cintrón, Rodríguez Juliá y Rey Andújar) y apunta las coincidencias de su origen de clase y el del detective de Candela de Rey Andújar, con el que ve más cercanía. Aprovecho para agradecer a Marta Aponte Alsina la recomendación de estos ensayos y por algunas pistas para seguir a su personaje. [↩]