Latinoamericanismos contemporáneos: a propósito de Sucede que yo soy América
En 1958, desde México, Edmundo O’ Gorman debatió con los procedimientos absurdos de los historiadores que le precedían, por estos presuponer la existencia de América antes del descubrimiento de Colón en 1492 en sus gloriosas narrativas de “descubrimiento” y “cristianización” de lo que siempre perteneció a los criollos que escribían esa historia. El rigor histórico apunta a que América no existe como tal hasta 1507, cuando el cosmógrafo Martín Waldessmuller nombró todo lo que los europeos entendían como el Nuevo Mundo con el nombre de América, en honor a Américo Vespucio. El modo mirar de O’Gorman, junto con la mirada de Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, donde llevaba cuenta del saqueo que suponía el proceso que otros llamaron de “civilización” cambiaron la narrativa de los modos como se construyó la modernidad latinoamericana, al punto que influenciaron las revisiones históricas que estuvieron a cargo de lo que se llamó el Boom Literario Latinoamericano en los años sesenta del siglo pasado. Habrá que recordar también, para propósitos de esta reseña, que no fue hasta cien años después de la colonización española y del bautismo de las nuevas tierras que los ingleses fundaron la primera colonia viable en Norteamérica, que llamaron Virginia.
El debate es político, además de filosófico y literario, al punto que el actual presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, hace apenas un mes visitó Cuba, país donde nació el escritor José Martí, cuyo ensayo más importante se titula, ya en 1891 Nuestra América, puesto que en él el cubano más citado se ve en la necesidad de puntualizar que existen varias Américas y una de ellas es hispana; la nuestra, ante la amenaza de intervención estadounidense que todavía no había comenzado. Obama visita Cuba a la vez que ignora la crisis financiera de Puerto Rico y el hecho de que están por regresarnos al pasado más de cien años, reinstalando el régimen colonial, ya sin perfume, puro y duro, para asegurarse de que paguemos una deuda que han adquirido quienes nos gobiernan, y así, se reabren las heridas de la Guerra del ’98, cuando aquel país comienza su expansión imperialista fuera de su ámbito continental, momento sobre el que Martí advirtió en el citado ensayo, refiriéndose al “gigante que tiene siete leguas en las botas y nos pondrá la bota encima”.
Habló Barack Obama de que no le interesa violentar la soberanía cubana. También quiso hermanarse al decir que tanto los cubanos como los estadounidenses son hijos de esclavos como de esclavistas, sin dejar de proponerse como modelo, hijo de madre soltera, de una isla extra-continental, Hawái, de un padre africano, que llega a la presidencia de su país. Incita a los cubanos a emular la discusión pública que en el imperio permite que él pueda ser quien preside y visita y ofrece la pipa de la paz ante un desorientado Raúl Castro y bajo las protestas del Fidel, quien escribe para recordar el apoyo histórico de la Revolución Cubana a los “condenados de la tierra” (Fanon), expandiéndose en detalles para la memoria de, por ejemplo, el apoyo de Cuba a la campaña independentista de Angola en 1975.
El repaso me sirve para hacer notar que regresan a los medios con fuerza debates que parecían enterrados en el Siglo XX. Sucede que yo soy América, el libro que reseño, se inscribe en este debate y se asume político, para hacernos ver que en la poesía se piensan también las categorías de análisis del momento actual. En respuesta a Obama, el libro parte de las propias tradiciones libertarias estadounidenses (pensado y escrito antes, pero lo que dice Obama tampoco es nuevo, la rebeldía estadounidense tiene su propia tradición de antagonismos y colaboraciones con otredades internas y externas a ese país). En la época posterior a la Segunda Guerra Mundial surgió allá un grupo de escritores que en rebeldía contra las prácticas imperialistas de su país, promulgaban la experimentación con drogas, el sexo, la exploración de distintos esoterismos, el rechazo al materialismo. Se llamaron La generación Beat, protagonizada, entre otros, por Allen Ginsberg, autor del poema titulado America con el que escogen conversar poetas de distintos países de América Latina convocados por la poeta puertorriqueña Nicole Cecilia Delgado.
2. La convocatoria
Propone más específicamente la página introductoria del libro el término “traducción” como punto de partida. Reproduzco aquí cinco de las balas que dispara Delgado, la quinta la dejo para luego porque tiene más que ver con política, aunque como ya he dicho, no dejamos de hablar de política cuando el tema es la traducción, la apropiación, estrategias típicas del subalterno, o el habitante de las periferias:
- Una traducción es un texto que, aunque dependiente del original, existe libremente por sí mismo. Los cánones literarios en los que se mueven ambos textos no se corresponden.
- Traducir implica un ejercicio de lectura participativa, de agencia y producción de textos intermedios que abren los significados del original.
- El traductor se asume como un sujeto crítico/sujeto creativo que lee, interpreta, re-contextualiza, traslada y reescribe un texto dentro de un contexto particular. Este contexto particular puede ser reescrito infinitas veces por infinitas voces diferentes, dada la infinita pluralidad de realidades, experiencias y lecturas posibles a través del espacio, el tiempo y sus interpretaciones.
- Una traducción (igual que un guión de cine o un mural de grafiti) es un texto provisional y cambiante que sirve a un fin material y práctico que privilegia a otro texto. Está condenada a desaparecer una vez su validez se cumpla o su valor estético caduque.
- Este ejercicio de re-escritura y re-versión asume el reto que implica hacer una traducción del poema “América”, de Allen Ginsberg y busca provocar un diálogo acerca de la práctica de traducción en el siglo XXI.
Como reconoce Delgado, la crítica latinoamericanista ha dejado claro cómo cualquier acto de traducción es necesariamente una traición, parte fracasada, puede asumirse a partir de la libertad de crear otro objeto. El acto de tomar prestado para una recontextualización artística es muy común en la era de la reproducción técnica, mediática, infinita, de la época actual. La historiadora, novelista y ensayista mexicana Cristina Rivera Garza publicó hace poco un libro que me ha conmovido e inspirado de muchas maneras. Ella propone en Los muertos indóciles, entre otras cosas, una estética del palimpsesto, de la cita, del fragmento, de la curaduría, tan claramente presente en las tradiciones musicales de la cultura pop, que incluso han acuñado el término de re-mix para designar una pieza que trabaja sobre un original y lo re-semantiza a partir del contexto de quien re-trabaja el original. En verdad, como casi todo, no es una invención nueva o sin precedentes. Recordemos el bigote sobre la Mona Lisa de Marcel Duchamp o el trabajo con imágenes icónicas de glamorosos de Hollywood con que experimentó Andy Warhol. Vaticina Rivera Garza que esas reapropiaciones, tan al día con el mundo tecnológico actual, no dejan de tener una función que tiene más que ver con el pasado. Se trata del reconocimiento de la violencia que persiste, incluso en los discursos oficiales y su insistencia en tergiversar, cambiar, borrar, silenciar, mientras se presentan como la última, única alternativa de vida para el ser humano, mientras el proyecto utópico de la modernidad avanzada nos lleva a la destrucción del planeta y sus habitantes (a unos más que a otros, también habría que recordar). Entonces, entre lo nuevo y lo gastado y el reconocimiento de ambos, se propone este libro artesanal, hecho en imprenta casera, a partir de la convocatoria a algunos amigos, gracias a las posibilidades del correo electrónico, y a los encuentros de poetas por América Latina, que hace que se conozcan y conspiren, surge esta reescritura política desenfadada, porque es la hora de la política desenfadada o que se pretende tal, puesto que no se puede caer en el ridículo de ser anacrónicos.
3. La propuesta política
La última bala de la intro lee como sigue:
- La América de Ginsberg se refiera a una sola nación (Estados Unidos de América) que, contaminada por los valores expansionistas impregnados en su sociedad desde el Destino Manifiesto, se adjudica por metonimia un gentilicio nacional que le corresponde a tres continentes y varios archipiélagos. Por esta razón, apetece traducir “America” desde las múltiples Américas que se reescriben y traducen a sí mismas constantemente bajo la influencia de la expansión gringa hacia todo el territorio americano.
El libro, entonces, abre con la transcripción del poema de Ginsberg, con el título así, sin acento, “America” que no es lo mismo que América con acento, o con mayúscula en la R mayúscula porque esa letra vibra en español, como ya nos mostró Tato Laviera desde adentro, metido en otra tradición nuestra de resemantizaciones cuando escribió que él era “AmeRícan”. Luego aparece la versión que ofrece Google Translate (nuestro Urayoán Noel también envió una versión aún más libre de otro programa de traducción). Luego la frase, “Se me ocurre que soy América”, porque en las traducciones nos “Sucede que somos”, “se nos ocurre que somos”, “Somos también”, “América nos es”. Una sola, Patricia Taborda, habla desde su localidad específica cuando “se le ocurre que es Argentina”, aunque Javier Norambuena, chileno residente en México, escribe desde “Sudacalandia”, “Se me ocurre que soy Sudacalandia” y habla en dialecto puro nuestro, de ese que confunde a la Academia. “Esto nos pasa a nosotros en nuestra parte de América” propone Luis Alberto Arellano, “América, me refiero a un borde intersticial, una frontera quebrada, una brecha prolongada, un cisma, un impasse, una aporía”, sugiere Christopher Rey Pérez desde Texas. María Tabares, de Colombia, cambia el nombre “America” por el políticamente correcto, en el sentido de que ese es su nombre político Estados Unidos de América, Kennet Cumba dice que “Sucede que me equivoqué de América”, mientras Legna Rodríguez Iglesias, de Cuba, le cambia el género al continente mujer y lo pare: “América tú eres mi hijo”.
En su mayoría los poemas siguen bastante de cerca el formato del primero. Es interesante que cuando Ginsberg dice estar obsesionado con la revista Time casi todos dijeron estar obsesionados con los medios electrónicos, que casi todos tienen menos del equivalente a 20 dólares en el bolsillo, que cuando Ginsberg habla de que se libere Tom Mooney (un activista pro-obrero estadounidense que sirvió 22 años en presidio político) casi todos recuerdan a Oscar López, a los 22 de Ayotzinapa o a cualquier preso político local, dándonos la sensación de que el tiempo ha pasado, pero no tanto. Casi todos son miopes, algunos fuman marihuana y otros no, todos confiesan algún tipo de locura. Me gustan más los que más se separaron del original y se atrevieron a hacer su propio poema a partir del perfume del original.
La curaduría enfatiza algunas líneas que vienen ya iluminadas para el lector en rosado metálico, el índice está en el medio del libro, la carátula es de cartón, recordándonos otro de los proyectos de Delgado, la Atarraya Cartonera que gestiona junto con Xavier Valcárcel. El libro es en sí un performance. Una puesta en escena. Cita el rito del micrófono abierto y casi se escuchan las voces de los treinta poetas leer sus versiones.
Es político el libro, porque, como decía Cristina Rivera Garza en Los muertos indóciles, no se puede ignorar a nuestros muertos. Ellos vendrán y reclamarán que se rectifique el récord histórico con el relato de sus muertes. Total, todavía estamos peleándonos por el derecho a usar nuestro nombre. El libro demuestra entonces que hemos llegado a un punto de madurez tal que nos permite sabernos políticos desde un cinismo comprometido, desde una cita, un juego, un trabajo artesanal que se sirve de la electricidad a la vez que recuerda el trabajo del tipógrafo antiguo que repartía volantines y publicaba su periódico porque pensar en público más allá del ruido, sigue perdiéndose en la maraña de rumores compartidos.