Leviathan
A medida que la población del globo crece y unos tienen más que otros y el poder se concentra en pocas manos, el ser humano promedio tendrá cada vez más dificultad para conseguir justicia. En esta película un hombre lucha contra fuerzas que no puede controlar y batalla con las circunstancias que genera la irracionalidad.
En una aldea cercana a Murmansk en Rusia, una ciudad que queda sobre el círculo ártico (tuve que buscarlo en el mapa), Kolya (Alexei Serebriakov) un hombre desempleado, pelea contra el gobierno local que quiere expropiar sus terrenos. Capitanea la invasión el alcalde corrupto que ha logrado que los tribunales acepten un tasación que es menos de una cuarta parte de lo que vale la propiedad. Además de sus problemas legales, su esposa no se lleva con el hijo de su primer matrimonio, y es evidente que ella no está muy contenta con su situación. El mundo de la familia se complica cuando Kolya recluta a Dmitri (Vladimir Vdovichenkovsu) un viejo amigo del ejército que es ahora un abogado de cierta distinción en Moscú.
La presencia de su amigo va tensando las relaciones con su mujer, su hijo, sus otros amigos, y el Alcalde y sus cómplices. Es evidente que nadie dice la verdad, que todos tienen motivos ulteriores para lo que hacen y que los intentos de convencer al Alcalde de que modifique sus posturas no están funcionando.
El director Andrey Zvyagintsev y su coguionista Oleg Negin, no eximen al espectador de algunas de las tribulaciones de Kolya y nos someten a las acciones burocráticas de una corte vendida, y a las arbitrariedades de la policía. A pesar de que el título nos remite inmediatamente a la Biblia, una de las bondades del filme es que no se dirige al público como si fuera un sermón o una parábola fundamentalista de advertencias morales de cómo comportarse. Sin embargo, la doble vara de cómo se juzgan las cosas se va presentando sin ambigüedades. Muestra, además, cómo el corrupto ha buscado acercarse a la religión para poder tener la absolución de sus pecados (se viene haciendo por siglos). Es algo que hemos visto una y otra vez desarrollarse en los regímenes de derecha. El dictador y sus secuaces son comesantos y devotos porque sus violaciones son de tal naturaleza anticristiana que requieren el perdón de Dios y lo tiene que proveer el intermediario del todopoderoso en la tierra. Estar cerca a la iglesia les permite repetir sus pecados porque saben que cuando se confiesen volverán a ser perdonados. Ese comportamiento está presentado con una ecuanimidad pasmosa sin que se nos esté sermoneando. Astutamente, el filme es intencionalmente lento como lo son las movidas burocráticas contra el ciudadano.
La crueldad de las autoridades corruptas contra la persona débil e indefensa va ocupando y minando la vida de los personajes agrandando sus debilidades y acentuando su soledad. Vamos por los paisajes desolados que rodean a los protagonistas para que no olvidemos que, además de los humanos, la naturaleza (donde vivimos) influye en nuestras posibilidades. El cinematógrafo Mikhail Krichman nos pasea por la región mostrándonos vistas de una belleza deslumbrante que al mismo tiempo son aterradoras. Sería difícil vivir en un lugar como ese sin la protección que ofrece el gobierno (carreteras, electricidad, transportación, etc.) sin embargo, el gobierno es la otra intemperie –hosca, distante, impenetrable- que hay que sobrevivir. La ferocidad del entorno, un remanente del romanticismo que aquí funciona a la perfección, es una metáfora fuerte y certera de lo que le hace el humano al prójimo.
Ya habrán visto el impresionante cartel de la película: el esqueleto de una ballena enfatiza la soledad del paraje y la pequeñez del muchacho que lo contempla desde una roca. La ballena es hoy día el símbolo máximo de un leviatán y aquí se evidencia que el leviatán bíblico está muerto. El monstruo moderno es el dinero, la corrupción y el abuso. En contraste a su contraparte bíblico que vive en el mar, esta criatura no le teme a nada y ahora anda en tierra firme.
Varias escenas pintan la vida en estas ciudades apartadas de Rusia que no me parecen muy distintas a las que se dan en el sur y en el centro de los Estados Unidos. Una gira o pasadía que es, como dice un personaje en la película, “para beber y disparar”, desemboca en una tragedia matizada por el alcohol. Hasta hace un par de años Rusia era el cuarto país que más alcohol consumía en Europa. Tanto así que hay vigentes campañas que han tenido algún éxito para reducir el consumo. La película muestra que, como todo, las reformas pueden ser ignoradas. En este caso por los que más las necesitan.
Como dije al principio, todos los personajes de alguna forma u otra mienten. La mentira permite que Kolya sea víctima del leviatán gubernamental. En una secuela magnífica que culmina en la hipocresía santificante que se revela en las escenas finales, ese leviatán se “come” lo que encuentra a su paso, incluyendo las memorias que habitan en las divisiones de una casa.
Este no es un filme fácil de asimilar sin concentrarse en los significados de lo que se deja entrever en las acciones de los personajes. El misterio de la desaparición de Lilia (Elena Lyadova), la compañera de Kolya, es penoso, pero uno presiente que de alguna forma ha de doblegar al hombre mucho más de lo que debe.
“Leviathan” es un filme que confirma lo que intuimos de la Rusia de Putin, un líder con quien el Alcalde corrupto de la cinta tiene mucha semejanza. No se la pierdan.