Lo quiero todo, Eva Longoria
Mi amigo Heriberto Dávila, a quien le dedico estas líneas, decía “quiero de todo, mucho y a to’ fuete,” cuando entrábamos en el pequeño colmado de Fefe, que después se convirtió en “School Supply” para acabar siendo “Fefecopias.” Esta expresión del artista era una forma de anticipar la felicidad que compartiríamos los que nos dedicábamos con él a revisar los eventos del día. Allí nos reuníamos muchas tardes a reírnos con las ocurrencias suyas y de otros que nos acompañaban. En una de aquellas tertulias llegamos a escuchar cerca de treinta chistes sobre la visita que el ahora santo, entonces papa Juan Pablo II, le hiciera al país a comienzos de los ochenta.
Lo que Dávila quería era que en las dos horas siguientes alguien lo invitara a beber la mayor cantidad de cervezas posibles. El “lo quiero todo” de Eva Longoria es diferente. De entrada, desde luego, no es ella la que se expresa en el anuncio que observé hace algunas semanas mientras me bebía un café en un mol. Alguien se lo debe haber escrito, pero no porque ella no sepa escribir pues debe ser inteligentísima para haber llegado a donde ha llegado, aun cuando se haya valido de las conexiones que en nuestra época ciertamente contribuyen a la fama y a la riqueza de tantos. Con la disciplina que debe tener seguro que sería capaz de escribir no solo frasecitas interesantes y atractivas sino los tomos más densos de física cuántica.
Ella no lo escribió porque así es que funciona el mundo en nuestra época. Unos piensan en frases deslumbrantes y otros se dejan fotografiar con cara de gente interesante para que un tercero guise cómodamente con el dinero que un cuarto ha terminado gastando en la compra de un objeto del cual tiene muy poca necesidad. El rol de Eva es presentarse atractiva, con ojos semiabiertos, o semicerrados, sonrisa enigmática, como una Mona Lisa más sensual que discreta, modulando y modelando un cuerpo que somete a diario al más intenso régimen aeróbico, aunque debe levantar pesas también, y un aire de que esto es lo que yo pienso, pero en realidad importa poco lo que pienso; lo importante es que aquí estoy yo y estoy promocionando este perfume que tú, que no sabes nada de perfumes, deberías de comprar porque te lo estoy recomendando yo que con la mirada que te estoy dando te debo inspirar confianza, sobre todo en lo que respecta a perfumes caros e innecesarios que no deberías comprar porque ya gastaste los chavos de la quincena.
¿Quién se puede resistir a tales recursos retóricos? Reaccioné a ella como se responde a un argumento que no admite ni de lejos una sola objeción. Bajé la vista un poco sonrojado al tomar conciencia de que se trataba de algo que debía haber reconocido muchísimo tiempo antes. Claro que Eva Longoria lo quiere todo. No se puede contentar con menos que eso. ¿Por qué negociar y desperdiciar esfuerzos en ponerse de acuerdo sobre algo que no lo sea todo si tiene los recursos para insistir en que no hay nada que no se merezca? El mundo es de ella y sé que no se limita a esa esquinita del mol que ocupa el cartelito en una tienda en donde también, además de perfumes, deben vender sortijas, pulseras y cadenas, y hasta más, pero no me di cuenta porque en mi ensimismamiento su mirada me había sacado de allí y me llevaba como corderito por todos los moles del mundo y calles y avenidas lujosas, de tiendas cada vez más fastuosas y no me soltaba ni para permitirme cumplir con lo que me había propuesto hacer frente a aquella mesita. Los ojos de Eva Longoria, pero también los olores de la tienda habían terminado con la posibilidad de degustar, según me había propuesto, de aquel buen café que ya estaba enfriándose y había dejado de oler como huelen los cafés recién hechos.
Eva Longoria, un nombre también enigmático. Me pregunté si era realmente su nombre o si se lo habían puesto después que había ingresado al mundo de la farándula, tras llegar a ser la cantante famosa que había llegado a ser. ¿Cantante Eva Longoria? Jey jey, me dije. ¿No la estarás confundiendo? Quizás se trata de una actriz. Pero tampoco me pareció que fuera una actriz. Las actrices dejan la valentía para las tablas o las cámaras y esta Eva Longoria anda con su valentía a cuestas, o por lo menos se la dejó enganchada para las fotografías del cartelito. Definitivamente no le teme a nada y eso de que sin ningún tipo de pudor diga que lo quiere todo es como para quitarse el sombrero, o el gorro, y cogerla en serio.
Pensé en Nietzsche. ¿En qué otra cosa iba a pensar? El filósofo alemán de los grandes bigotes y sus atrevidas sentencias probablemente escribió lo mismo en alguno de sus libros, fue lo que pensé. Atribulado o con sangre, según diría el mismo Nietzsche. No como Eva Longoria, quien el día en que le sacaron la fotografía, o las muchas fotografías de las que seleccionarían la que yo tenía más bien de lado que de frente, tan solo leería la frasecita y tranquilamente la ponderaría, sonriéndose a medias, sin comentar mucho, pues insisto, debe ser una mujer muy inteligente. Mmmm. Lo quiero todo. ¿Pero habrá dicho algo más? ¿Habrá llamado a quien estaba a cargo de la sesión, que no al fotógrafo que seguía con su ch ch ch sacándole fotos de todos lados ch ch ch, y le habrá comentado algo? Digo, porque podría haberle dicho, así me siento yo a veces o yo no me siento nunca así. Quizás fue esto lo que pensó y se lo calló y le respondería con otra de sus sonrisas misteriosas al fotógrafo que le solicitaba que levantara la cabeza un poco más o que la virara un poco menos, ch ch ch.
¿Cómo pudo mantener la calma frente a aquellas palabras antes de dejarse retratar? ¿O se las habrían hecho llegar con muchos días de anticipación para que se acostumbrara a ellas? Si fue así, probablemente no indagó si Nietzsche había sido el autor original de ellas o en la compañía a cargo de la publicidad había alguien que recién le leía y se las había apropiado, o si eran el producto original de algunos de los empleados geniales que hoy trabajan en el campo de la publicidad. La frase pudo haberla remitido a la explosiva dinamita con la que el filósofo se comparaba a sí mismo, al igual que algunas de aquellas reflexiones que lo ponían nervioso porque nadie las había puesto por escrito antes, o por lo menos no tan claramente como él osaba hacerlo en sus cuadernos de caminante sin rumbo. Pero quizás no.
Eva Longoria también pudo haber pensado que la frasecita no se merecía tanta atención pues era la frase de aquella semana y en la siguiente habría otra realmente mucho más provocativa, ¿pues qué de provocativo tiene eso de que lo quiero todo? Quizás antes, cuando nadie tenía nada, pero ahora todo el mundo lo tiene todo y todo se puede querer sin que nadie se sienta mal.
Si la frase de la semana decía lo quiero todo, la de la semana siguiente podría decir que quería aún más y la sonrisa “davinchiana” variaría. Sería más o quizás menos misteriosa, pero furiosamente atractiva, como un imán, de modo que el que solo le dirigiera una mirada furtiva, mientras pasara veloz por uno de los pasillos de los múltiples moles donde volvería a presentarse con un nuevo ajuar, quedara prendado o prendada. Querer aún más sería hasta más fácil de ponérselo en los labios y en los ojos y en el modo en que inclinara la cabeza y el cuerpo. Aunque fuera de mentira, porque querer aún más después de quererlo todo sería incomprensible.
¿Cómo que querer más? Pues sí. ¿Por qué no? The sky is the limit. Pero más y más y más, ¿hasta dónde? ¿Hasta que no se pudiera querer más? Imposible. Si es que de querer es de lo que se trata. De soñar con tenerlo, de vivir para poseer lo más pronto posible aquello que se escapó la última vez. Para después volver a sentir que se quiere más, que lo otro que no se ha podido todavía tener, se puede llegar a poseer, a hacerlo mío, mío de verdad, de manera que ya lo deje de querer y pueda seguir queriendo más.
Eva Longoria sabe de lo que estoy hablando. Ella ha vivido experiencias similares y ha desarrollado una capacidad admirable para compartirlas con quienes acaban ensimismados mirándola a ella. Lo quiere todo, cierto es, pero está dispuesta a compartirlo con pobres diablos que llegan a ser presas de sus intensas convocatorias en los moles del mundo entero. Pero quizás Eva Longoria es una ermitaña que solo abandona su sencilla y poco pretenciosa cueva cuando le sacan fotos como esta, que es como consigue sufragarse un estilo de vida en el que ha renunciado a todo. Las ironías de la vida.