Lola Rodríguez de Tió y el género epistolar en la historiografía proceratista
El proceso de recuperación, autentificación, preservación, edición y eventual publicación del epistolario proceratista es uno de los gestos fundacionales de la historiografía hispanoamericana. Este proceso es uno de los pasos requeridos para la consolidación de un archivo documental definidor de lo nacional en el primer periodo de la independencia.
La notoria supervivencia de la voluminosa correspondencia personal y diplomática de Simón Bolívar es prueba y modelo de este proceso a través de las nuevas naciones americanas. Los diez baúles de cartas que Bolívar exigió quemar en su testamento fueron conservados por el entonces custodio de los papeles bolivarianos, el Mariscal irlandés Daniel O’Reilly, quien los usó como base documental para sus Memorias sobre las guerras de la independencia. Este acervo epistolario fue ampliado por otros investigadores y biógrafos del siglo quienes también se afanaron en preparar antologías para la imprenta, tales como los Documentos relacionados a la vida pública del Libertador de Francisco Javier Yáñez y Cristóbal Mendoza (1826-1833); Documentos para la historia de la vida pública del Libertador, publicados por Ramón Azpurna entre 1875 y 1877; y las Cartas de Bolívar editadas en tres volúmenes de 1887 a 1883 por Andrés Level.
Esta fiebre epistolar no disminuyó en el siglo veinte. En varias ocasiones administraciones venezolanas y colombianas decretaron fondos para adquirir autógrafos inéditos y publicar nuevos epistolarios ampliados con fines conmemorativos. Entre 1913 y 1926 la Academia de Historia de Bogotá publica el Archivo del Libertador bajo comisión del gobierno de Juan Vicente Gómez; luego Vicente Lecuna manda a la imprenta las Cartas del Libertador en siete volúmenes. Esta búsqueda afanada y fetichista por la carta aún desconocida es parte esencial del culto bolivariano y modula la investigación de próceres análogos. En la década de los 1910, Rufino Blanco Fombona inicia en París la empresa editorial Ayacucho, que se dedica no sólo a la reimpresión de clásicos historiográficos del continente sino a la publicación sistemática de los epistolarios inéditos de todos los héroes de la independencia: Bolívar, José de San Martín, Bernardino O’Higgins. En el prólogo al volumen de Ayacucho dedicado al epistolario bolivariano, nada menos que José Enrique Rodó arguye que la lectura pública de las escritura epistolar de Bolívar es aun más importante que la de sus proclamas políticas para alcanzar un “conocimiento íntimo del hombre” y, por consiguiente, del proyecto nacional que su figura encarna: “Sin negar nuestra admiración a tan espléndida oratoria, muchos somos los que preferimos gustar al escritor en la literatura, más natural y suelta, de sus cartas… Pérdidas de que nunca nos consolaremos han mermado este precioso tesoro…; pero tal como se le conserva es, no sólo el indeleble testimonio del gran escritor que hubo en Bolívar sino también el más entero y animado trasunto de su extraordinaria figura.”
II
A pesar de su postergación en el itinerario independentista y, por ende, en las reconfiguraciones que sufre el archivo americano en la transición de territorio colonial a estado “soberano”, la historiografía del Caribe hispánico participa también en la fetichización del epistolario de los “gestadores” de la nación. A pesar de su prolijidad como periodista, orador, diarista, ensayista, poeta y escritor política, la caracterización biográfica de José Martí como prócer descansa en gran medida en la consulta e ilación analítica de su correspondencia. Así lo indica Félix Lisazo en su prólogo a los tres volúmenes del epistolario que editó en 1930 mientras redactaba su biografía sobre Martí. “¿Es posible que algo revele mejor a un hombre que su epistolario?… La carta es el chorro de claridad lanzado afuera que permite, desandado su propio camino, un atisbo del fuego vivo que la produjo. Muchas cartas reunidas agrandan más y más la ventana que deja ver el interior. La biografía de un hombre, en buena parte, está en su epistolario.” Lisazo pone al descubierto el presupuesto historiográfico criollo de tomar la carta del prócer como el más eficaz instrumento para la agencia política cuando escribe: “Creemos que nada pueda contribuir tanto a realizar [la historia de nuestra revolución,] como la publicación ordenada, metódica y aclarada, de la correspondencia de los hombres que la hicieron. Cuando esté tejida la red completa de la correspondencia de Martí, Gómez, Maceo entre sí y relacionada con todos sus corresponsales de primera importancia, se tendrán las claves dentro de una trama perfecta.”
El celo en la recuperación, conservación y publicación de la epístola martiana, desde la publicación de la papelería conservada por su discípulo Gonzalo de Quesada hasta los varios volúmenes del epistolario producidos por el Centro de Estudios Martianos en la Habana, confirma el carácter que le atribuye la historiografía a la carta del prócer como documento clave del devenir nacional, no importa cuán nimio sea su tema. El proyecto extendido de la restauración del epistolario de Ramón Emeterio Betances –desde la publicación de los papeles por Luis Bonafoux hasta los repetidos intentos de consolidar sendas colecciones epistolares por Félix Ojeda Reyes y Paul Estrade– muestra cómo, en el caso de un país sin independencia formal, la historiografía criolla cuenta con la consolidación del epistolario del prócer-padre como piedra de fundación para el archivo de la república por venir.
III.
Hago este repaso de la muy masculina tradición epistolar en la historiografía latinoamericana para empezar a reflexionar sobre las implicaciones historiográficas de lo que, a todas luces, es una de las más insólitas paradojas en la archivística puertorriqueña: me refiero al epistolario inédito de Lola Rodríguez de Tió (1843-1824). Lo insólito de este caso radica en varias ironías. Del epistolario más mentado e invocado por los historiadores dedicados al estudio del siglo XIX puertorriqueño se han publicado íntegramente apenas un par de volúmenes (ambos reproducen su correspondencia con el escritor peruano Ricardo Palma). Esto es aun cuando historiadores desde Antonio S. Pedreira a Aurelio Tió a Delgado Pasapera le atribuyen una capacidad de agencia a la escritura epistolar de Lola paralela a la de su trabajo poético, destacando la eficacia de sus cartas gestionadoras a Contreras y al Ministerio de Ultramar para logar la excarcelación de los líderes autonomistas durante el gobierno del General Romualdo Palacios en 1887, el “año terrible” de los compontes. Es decir, de las miles de cartas que Lola Rodríguez de Tió escribió de su puño y letra con propósitos políticos o personales a través de su célebre e influyente práctica epistolar, sólo se han publicado unas treinta mientras que decenas de cartas por Betances, Eugenio María de Hostos, Máximo Gómez y otras «figuras históricas» dirigidas a ella han sido incluidas en volúmenes o revistas o incluidas como apéndices a libros de texto. Sólo tres cartas escritas por Lola aparecen en el cuarto volumen de sus Obras completas editadas por Aurelio Tió, el único dedicado a su prosa. Estas adquieren su interés histórico por estar relacionadas –ya sea tangencial o directamente– a los eventos de 1887.
Es decir, historiográficamente se ha destacado más a Lola Rodríguez de Tió como destinataria de las cartas de próceres que como emisora de epístolas de relevancia nacional. Parece que la paradoja de una “mujer-prócer” hace que el fetichismo epistolar se desvíe, por lo más, hacia la producción de sus corresponsales masculinos. Esta supresión de la parte femenina en la correspondencia proceratista ocurre también en la propia archivística que ha acompañado y organizado el archivo de Lola que hoy sobrevive. De los cincuenta y dos volúmenes encuadernados de cartas fechadas desde 1871 a 1921 (que incluyen tanto misivas de familiares como su esposo Bonocio, su hija Patria y su ahijada Laura, y cartas de eminencias como Rubén Darío, Manuel Sanguiny, Betances, Hostos, Muñoz Rivera, Manuel Fernández Juncos, José Julián Acosta y más de un centenar de corresponsales de igual monta), apenas un manojo son manuscritas por la propia Lola. De los libros copiadores que debió haber mantenido, sólo sobrevive uno con los textos de cuatro cartas. En el propio legado material del archivo loliano se ausenta la figura epistolar de Lola y sobresalen las de sus corresponsales. El proceso obsesivo de procuración y recuperación de epístolas manuscritas, típico en los archivos proceratistas, apenas se ha dado en el caso de Lola.
¿Podríamos acaso, tras reconocer este punto ciego o blind spot ante lo femenino que padece la archivística nacional, proponer una alternativa de rescate documental que ayude a trascender los cansados prejuicios y patrones masculinistas impuestos por la tradición del epistolario proceratista? Por varias décadas del siglo pasado, los hermanos Félix y Aurelio Tío-Nazario usaron el primer piso de su casa en San Germán (que se conserva hoy día como la “Casa-Museo Aurelio Tió”) para montar una biblioteca-taller en donde catalogar y procesar todas las cartas de próceres y escritores que su tía-abuela Lola, entre muchos otros papeles, le legó a su hija Patria y ésta a su vez a su prima Laura, la madre de Félix y Aurelio. Si es cierto que en este espacio “oficial” del archivo de la casa Tió fueron más bien la poesía y los trabajos de periodismo de Lola –y no su escritura epistolar– los que merecieron los procesos de recopilación, catalogación y conservación que se implementaron para preservar las cartas de los próceres dirigidas a ella sin que se considerara de lleno la escritura epistolar emitida por la misma Lola (según vemos en las Obras completas editadas por Aurelio), en lo que podríamos llamar el espacio doméstico de la casa ocurrió, literalmente, otra historia. En la planta superior donde se encontraban las dormitorios de la familia de Laura Nazario de Tió, la sobrina de Lola, estuvieron desatendidas por décadas cientos de cartas manuscritas que Lola dirigió a Laura desde su partida a Nueva York en 1896 hasta su muerte de vuelta en La Habana en 1924 y que Laura fue encuadernando sistemáticamente en una serie de casi cuarenta volúmenes con el rótulo “Recuerdos del pasado”, fechados por año. Es decir, en el caso de Lola Rodríguez de Tió existen las bases documentales para un nuevo modelo de edición epistolar que prescinda del masculinismo proceratista y restituya una noción de la carta como eslabón en una compleja cadena de correspondencias y respuestas que entrecrucen los espacios de lo doméstico y lo político, lo territorial y lo metropolitano, lo nativo y lo extranjero, para así documentar la agencias y presencias de la mujer en los procesos del país durante el cambio de soberanía imperial.