Los ciclos y momentos de la vida democrática
En este período de fiestas navideñas —y una vez superadas las tensiones del período eleccionario de 2012— todos quisiéramos “descansar” de la política. No obstante, la vida política democrática es de tal naturaleza que no puede detenerse. Querámoslo o no, la vida política y gubernamental tiene que continuar. No puede suspenderse. Y los ciudadanos conscientes de sus deberes para con el país, aun en medio de los festejos de esta época del año, se mantienen atentos al acontecer nacional, a nuestra vida de Pueblo, a los asuntos colectivos que siempre atañen a todos.
Me parece que, sin poner sobre nosotros tensiones excesivas, de una manera relajada y apropiada para esta época, algo que podemos hacer es reflexionar un poco sobre lo que significan las diversas etapas de cada ciclo democrático, de modo que estemos preparados en el nuevo año de 2013 para reclamar de los gobernantes y los dirigentes políticos de los partidos —y de los grupos de la sociedad civil puertorriqueña— que tanto sus actitudes como actividades se ajusten apropiadamente a lo que cada etapa significa y requiere, y no a otra cosa. Igualmente, tal reflexión nos permitirá más adelante saber qué exigir de nosotros mismos como ciudadanos para desempeñar el papel vigilante que nos corresponde, así como qué deberíamos hacer —si colaboración o protesta— dependiendo de la conducta del nuevo gobierno que inicia en enero de 2013.
Los dos macro-momentos de la vida política democrática
Antes de singularizar y detallar etapas más específicas, es necesario saber distinguir que la vida política democrática se constituye o sub-divide en dos macro-momentos. El primer macro-momento es aquel destinado a todas las actividades necesarias para que los ciudadanos puedan, en un proceso eleccionario, escoger qué partido, cuál equipo de gobernantes, y cuáles proyecciones principales de la gestión gubernamental habrán de dirigir los destinos colectivos en un nuevo ciclo político de cuatro años, en este caso el cuatrienio 2013-2016. El segundo macro-momento es el que podríamos resumir como el momento de gobernar: una vez terminado el proceso eleccionario y una necesaria etapa de transición, procede diseñar, seleccionar, discutir, decidir e implantar las diversas políticas públicas que habrán de perseguirse para atender las necesidades colectivas, para mitigar o resolver los principales problemas económicos, sociales y políticos de un país.
Para el tipo de reflexión que parece ser de la mayor utilidad en estos momentos, ya no tienen, no deberían tener, mucha importancia las diversas etapas por las cuales pasa el primer macro- momento. Las acabamos de pasar entre 2011 y 2012, desde la preparación y celebración de elecciones primarias en los partidos principales y los procesos de inscripción de nuevos partidos por petición, pasando por la pre-campaña y la campaña eleccionaria, hasta llegar a la etapa decisiva: la preparación material y organizativa —y la celebración de los comicios electorales propiamente— para finalizar con la proclama oficial por la Comisión Estatal de Elecciones (CEE) de los vencedores para cada uno de los cargos públicos electivos que estuvieron en liza. De mayor importancia para nosotros de ahora en adelante son las diversas etapas por las cuales debe pasar el segundo macro-momento de la vida política democrática: el momento de gobernar, de atender sistemáticamente desde el gobierno la búsqueda del bien común.
No obstante, como se ha dicho, antes de considerar las etapas del segundo macro momento de la vida democrática, es necesario reflexionar sobre la diferencia fundamental existente entre los dos macro momentos mencionados: entre el momento de competir, desafiar, combatir cívicamente con el fin de alcanzar el control del Gobierno interno central de Puerto Rico —y los gobiernos de las diversas municipalidades— y el momento de dialogar, discutir, consensuar, implantar y evaluar las políticas publicas del gobierno: el momento de gobernar. Esa diferencia fundamental puede plantearse de este modo: en el primer macro-momento de la vida política democrática, el de la competición electoral, se opera lo que se conoce como un “juego que suma cero”. Un juego que suma cero es aquél donde compiten o luchan diversos contendientes por un mismo objetivo que sólo uno de ellos puede ganar. En otras palabras, un juego que suma cero es uno de ganar-perder. Lo que ganan unos, lo pierden los otros. Supongamos que ganar la Gobernación de Puerto Rico se representa como una ganancia de 10 puntos. El dirigente político y el partido que ganan la gobernación en unos comicios en particular ganan 10. Pero como sólo una persona y un solo partido pueden ocupar la silla principal del Gobierno en La Fortaleza, todos los demás aspirantes perdieron 10 puntos. Exactamente lo que ganó el partido vencedor: +10-10 = 0. En todo juego cuya suma algebraica es cero, es decir, en todo juego en que lo que ganan unos lo pierden los otros —porque no lo pueden poseer al mismo tiempo— se da una situación que es inevitablemente conflictiva. Es por eso que la competición eleccionaria suele ser sumamente adversaria entre los diversos partidos participantes. Cada voto que gana un partido “X” lo pierden todos los demás. Por lo tanto, a nadie debe extrañar que la lucha electoral, en todos los países democráticos del mundo sea altamente conflictiva. Es algo natural a lo que está en juego. Por supuesto, decir que siempre hay un alto nivel de conflictividad entre candidatos y partidos adversarios, en una democracia civilizada, no tiene por qué significar ni violencia física, ni violencia verbal, ni difamación calumniosa del adversario. Si esos rasgos ajenos a la esencia de la democracia, que es de por sí cívica y no violenta, se dan en las elecciones de nuestro país, o de cualquier otro, esa observación no es otra cosa que un indicador empírico de un bajo nivel de cultura política democrática, de un cierto atraso e infantilismo político. En las democracias más maduras hay también gran conflictividad, porque como se ha dicho la conflictividad es inherente a los juegos que suman cero, a los juegos en que forzosamente lo que ganan unos lo pierden los otros. No obstante, esa gran conflictividad no necesariamente habrá de llegar a los extremos violentos o de vulgaridad pedestre —ni de violaciones innecesarias al respeto al adversario y a los derechos humanos, como cuando ocurren actos de crasa difamación basados en la mentira. En otras palabras, la conflictividad electoral es álgida en todas las democracias, pero no tiene por qué llegar a extremos que sobrepasan los límites del civismo, como en ocasiones ocurre en nuestro país con lo que el Pueblo ha dado en llamar “la tiradera”.
Admitido entonces que el primer macro momento de la vida política democrática es por definición esencialmente conflictivo y competitivo, dicha comprensión nos lleva a entender mejor por qué el segundo macro momento de la vida política democrática no debe ser principalmente conflictivo sino todo lo contrario. Mientras en el período eleccionario se escenifica un juego de ganar-perder, un juego que suma cero, en el período gubernativo —en el segundo macro momento de la política— el juego tiene una naturaleza muy diferente. El resultado de los procesos de gobierno no tiene necesariamente que significar que lo que ganan unos lo pierden otros. Todo lo contrario, los procesos de gobierno del segundo macro momento de la vida política democrática suelen resultar en situaciones de ganar-ganar o de perder-perder.
Para decirlo con un ejemplo concreto, si el nuevo gobierno que inicia en enero de 2013 resulta ser efectivo en atajar la crisis fiscal, ganamos todos, no importa si somos del PNP, del PPD, del PIP, del PPR, MUS o PPT, o si somos no afiliados. Ese sería un juego de ganar-ganar. Si por el contrario dicho gobierno fracasa en sus intentos por zanjar la crisis fiscal, perdemos todos, no importa si nos hemos afiliado a uno u otro de los partidos políticos o si somos ciudadanos independientes y no afiliados. La naturaleza misma de lo que se juega en las políticas públicas al momento de gobernar es inherentemente así: o produce un resultado por el cual ganamos todos si se logra algo importante para el bien común, o perdemos todos si el gobierno fracasa en su intento de lograrlo. Esto aplica para todos los campos o áreas de la vida colectiva que atiende el gobierno y para los cuales se diseñan, implantan y ejecutan las políticas públicas. Está en el mejor interés de todos los ciudadanos, por ejemplo, que se ejecuten políticas preventivas efectivas que resulten en bajar las tasas de criminalidad en nuestro país. Igualmente, está en el mejor interés de todos los ciudadanos, sean del partido que sean, o sean no afiliados, el que se logre reducir nuestra actual dependencia de las fuentes de energías no renovables y costosas —como el petróleo— para llenar nuestras necesidades de energía eléctrica. Si el costo de la electricidad puede bajar nos beneficiamos todos los ciudadanos y también se benefician las empresas y la economía en general. Y eso sería un juego de ganar-ganar.
Lo anterior no quiere decir que no haya gobiernos en las democracias que toman decisiones de política pública que puedan ser adversas al bien común para ir a beneficiar a ciertos intereses poderosos muy particulares. En tales circunstancias, sí se puede dar un juego de ganar-perder: lo que ganan los grandes intereses lo pierde el bien común y todo el Pueblo. Es por eso que gobernar para intereses particulares privilegiados en lugar de en pro del bien colectivo es una forma de corrupción. Ciertamente es una corrupción de lo que se supone que es el gobierno democrático “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Es por eso que los ciudadanos debemos mantener una alerta continuada, de modo que se intenten evitar dichas corrupciones de la democracia.
Actitudes y actividades apropiadas y no apropiadas para el segundo momento de la vida democrática
Lamentablemente, tanto en Puerto Rico como en otros países que poseen estructuras políticas formalmente democráticas, la vida democrática se desvía y desnaturaliza por razón de actitudes y actividades que no son propias del segundo momento de la vida democrática. Cuando los líderes, los partidos políticos o los propios ciudadanos incurren en actitudes y prácticas continuadamente conflictivas, trasladando indebidamente al momento de gobernar la lucha y la conflictividad propia del primer momento, la conflictividad partidista, se interrumpe indebidamente la concentración de todos los actores en gobernar y en la búsqueda del bien común mediante las políticas públicas porque los partidos adversarios continúan sus enfrentamientos con miras a obtener ventajas “para las próximas elecciones”. Sin embargo, en un momento como el que vive actualmente Puerto Rico las próximas elecciones están a cuatro años plazo ya que son en noviembre del año 2016. Por lo tanto, es totalmente improcedente que los dirigentes políticos, los gobernantes, los partidos políticos o los propios ciudadanos trasladen los niveles de conflictividad entre partidos —en el caso de Puerto Rico entre el PPD y el PNP— típicos del primer macro momento de la vida política al segundo macro momento. Este segundo momento se supone esté destinado al diálogo, discusión en el espacio público y decisión por parte del gobierno de las políticas públicas a implantarse en las diversas áreas de la gestión gubernamental. Ese proceso, sin embargo, no puede transcurrir normalmente si en el momento en que se deben iniciar intentos de juegos de ganar-ganar, donde todos los ciudadanos ganemos por el éxito de algunas de las políticas públicas, las mismas no se logran implantar y ejecutar debidamente porque los partidos adversarios continúan la lucha y la conflictividad, el juego de ganar-perder más allá del período eleccionario.
La elecciones ocurrieron ya. El pueblo elector, por pluralidad de votos, confió el gobierno a un equipo mayoritario del PPD, como antes, en 2008, lo concedió al PNP. Toca pues a los dirigentes y gobernantes del PPD, pero también a los del PNP, bajar el diapasón de la conflictividad para hacer posibles los diálogos, los consensos, y las decisiones que sean imperativamente necesarias para atender el bien colectivo. No es para nada una actitud favorable al buen funcionamiento de la democracia, por ejemplo, que personal del gobierno afiliado al PNP intente hacer labor de zapa en las agencias públicas para que las políticas públicas fracasen porque, de ese modo, se allana mejor el camino para un triunfo electoral del PNP en 2016. Como tampoco lo habría sido si entre 2009 y 2012, empleados gubernamentales miembros del PPD hubieran hecho tal cosa para facilitar una derrota del PNP en 2012.
La competición electoral y la conflictividad del juego que suma cero, el clima adversario entre partidos, hay que dejarlo para cuando vuelva a llegarle su momento en 2016. Entre 2013 y el primer semestre del 2016 es principalmente el momento de gobernar y gobernar por el bien común, lo cual en una democracia no es sólo responsabilidad del partido mayoritario que ganó las elecciones —como muchos han creído equivocadamente en Puerto Rico— sino también del partido de minoría o de los varios partidos de minoría, si los hubiere. Cuando los ciudadanos en una democracia elegimos un gobierno, sobre todo en el plano de la Rama Legislativa, elegimos tanto a legisladores de mayoría como los de la minoría y tenemos o debemos tener la expectativa correcta, ya que pagamos sus sueldos con nuestras contribuciones. Esa expectativa es que los elegimos a todos, los de mayoría y los de minoría, para que trabajen juntos por el bien común. De lo contrario, si los legisladores de minoría no pueden participar equitativamente del deber de gobernar, estaríamos pagando por unos senadores y representantes que no legislan, sino que consumen la mayor parte de su tiempo en una especie de tour mediático, por la radio, la televisión y la Internet, dedicándose a criticar y pelear contra el partido de mayoría.
Lo anterior no quiere decir que no sea una tarea importante de los partidos de minoría el fiscalizar la actividad del partido de mayoría, siempre que fuere necesario. No obstante, contrario a la práctica fallida que a menudo se observa en Puerto Rico, los partidos de minoría no existen únicamente para fiscalizar la obra de gobierno del partido de mayoría, ni mucho menos para continuar las reyertas interpartidistas con miras a su conveniencia partidista “para las próximas elecciones”, sino para participar también colaborativamente en el acto de gobernar.
El conjunto de actitudes y actividades que sí son apropiadas en el momento de gobernar, tanto para los políticos y ciudadanos del partido de mayoría, como para los partidos de minoría —en una verdadera democracia efectiva y funcional— se comprenden mejor cuando se reflexiona sobre las diversas etapas por las que transcurre ese segundo macro-momento de la vida política democrática. Desde los trabajos originales de Harold Lasswell (1951 y 1971), diversos estudiosos de la Ciencia Política y de la Administración Pública han analizado las diversas etapas por las cuales, en democracia, se espera que transcurran las políticas públicas en el momento de gobernar. A ese tema dedicaremos un próximo artículo de modo que se facilite la reflexión sobre lo que es apropiado y lo que no lo es en un sistema político que pretenda ser democrático.