Los mitos de Muñoz y el imperialismo: comentario a un comentario
En su artículo “El mito de Muñoz: comentario a Puerto Rico en el siglo americano» (80grados, 6 mayo 2016), Héctor Meléndez, ha formulado algunas críticas a la forma en que hemos presentado y analizado la figura de Luis Muñoz Marín. Según Meléndez nuestro «estilo» tiende a ocultar el rol del imperialismo en la trayectoria del fundador del Partido Popular Democrático (PPD). De nuestra parte, nos parece que el estilo de Meléndez puede dar una impresión equivocada sobre nuestras posiciones sobre este y otros temas. Empecemos, entonces, por aclarar dónde están y dónde no están las diferencias. Por ejemplo, en su artículo Meléndez ofrece las siguientes apreciaciones, entre otras:
- Contra los sectores más antidemocráticos y plutocráticos del gobierno de Estados Unidos, Muñoz Marín no adoptó una posición antiimperialista consecuente sino que se alió o vinculó a sectores reformistas, pero no menos imperialistas, del mismo estado (representados por Roosevelt en la década de 1930).
- A partir de 1946 Muñoz Marín abandonó la mayor parte de los proyectos de reformas que eran denunciados por azucareros y por el liderato anexionista.
- La reforma agraria impulsada por el PPD no transformó sino que destruyó la agricultura en Puerto Rico.
- Muñoz Marín se apoyó y habló a nombre del campesinado pero destruyó al campesinado.
- Las fincas de beneficio proporcional no despegaron, las cooperativas dirigidas burocráticamente no tuvieron éxito y el gobierno «fue mongo» al implantar la ley de quinientos acres.
- La reforma agraria se fue reduciendo progresivamente a la repartición de parcelas, anulando todo potencial productivo.
- Muñoz «atrajo» pero no dio poder real a las clases trabajadoras.
- Muñoz se apoyó en la Confederación General de Trabajadores (CGT), pero luego la dividió y la reprimió.
- Muñoz usó para beneficio suyo a los comunistas, quienes lo apoyaron.
- Muñoz se apoyó igualmente en los independentistas, que luego reprimió al igual que sus aliados laborales y comunistas.
- Bajo el gobierno de Muñoz no hubo reforma contra el capital absentista, sino una modernización de las condiciones de producción en la isla.
- Durante la década de 1950, para justificar su política, Muñoz elaboró la teoría del imperialismo bobo que insistía que Estados Unidos no explotaba a Puerto Rico, como supuestamente demostraba el flujo de fondos federales a la isla.
- También durante la década del 1950, Muñoz difundió la idea de la «sobrepoblación» como causa de la pobreza y el desempleo en Puerto Rico.
- Muñoz, para justificar el ELA, asoció la independencia con la miseria, insistió que Puerto Rico no podría sobrevivir sin el apoyo de Estados Unidos y acusó a los nacionalistas de fascistas.
- Durante la década de 1960, Muñoz y sus herederos políticos en el PPD apoyaron el proyecto de explotación minera, que hubiese sido un desastre ecológico.
- De igual forma, apoyaron el proyecto petroquímico que tampoco produjo un desarrollo económico coherente o duradero y que incluyó otro proyecto, el superpuerto, que hubiese representado otro desastre ecológico.
Sea o no sea la intención de autor, sospechamos que más de un lector que no haya leído nuestro libro podría concluir que nosotros diferimos de estos planteamientos o que estos puntos no se discuten en nuestro libro. La realidad es que cada uno de estos puntos se aborda en Puerto Rico en el siglo americano. Matiz aquí o matiz allá, en nuestro libro se encuentran planteamientos muy parecidos. Ahí no reside la diferencia entre nosotros.
Tampoco reside en el rol del imperialismo en la historia de Puerto Rico. Todo nuestro libro, desde la explicación de la Guerra Hispanoamericana, la discusión sobre las decisiones en los casos insulares, la exportación de capital metropolitano a Puerto Rico, la especialización unilateral de la economía isleña, las transformaciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial, siempre bajo el control del capital externo, entre tantos otros temas, tienen como fundamento el reconocimiento de la tendencia de las metrópolis capitalistas a subordinar a otras regiones del mundo. El libro explora los rasgos particulares que ese proceso ha tenido en Puerto Rico, entre otros temas. Como indicamos: aquí no se encuentra la diferencia entre nosotros.
En ocasiones la crítica de Meléndez se reduce a objetar los títulos de algunas secciones del libro. Objeta, por ejemplo, el título de la sección «La reforma agraria del PPD» pues, según él, da la impresión que el PPD realizó una reforma agraria abarcadora. Pero nuestro título no pretendía resumir una tesis sobre el tema sino simplemente designar el tema que se aborda en esa sección. Y cuando se lee la sección se comprueba que nuestro análisis critica severamente las limitaciones de la reforma agraria auspiciada por el PPD.
Lo mismo ocurre con el título de la sección «El PPD y la reforma social» que según Meléndez da demasiado crédito a las reformas impulsadas por Muñoz y sus colaboradores. Pero, como reconoce el mismo Meléndez, nosotros explicamos cómo el proyecto de reforma social del PPD era portador de tensiones internas que lo limitaron y neutralizaron desde el principio.
Meléndez también objeta que digamos que durante la década de 1940 se vivieron momentos cruciales en la historia de Puerto Rico. Como para desinflar esta descripción, Meléndez destaca la continuidad de la situación de Puerto Rico tanto en términos políticos (subordinación colonial) como económicos (subordinación al capital externo o imperialista) y se pregunta si al fin y al cabo, habrá cambiado algo. Nos parece que, independientemente de que aún dentro de esos límites coloniales el país vivió cambios importantes después 1945, no hay duda que durante la década de 1940 se desataron serios conflictos, cuyo desenlace determinó mucho de lo que vino después: conflictos entre el movimiento de reforma social y los sectores más conservadores del país (ambos con influencias dentro del mismo PPD), conflictos al interior de la CGT, conflictos al interior del PPD, por ejemplo. ¿Acaso no fue crucial el ascenso primero y posterior división y desaparición de la CGT? ¿Acaso no fue crucial la política del Partido Comunista de apoyo al PPD y sus consecuencias en la misma CGT? ¿Acaso no fue crucial el surgimiento del Congreso Pro Independencia y el desenlace de su conflicto con Muñoz Marín al interior del PPD? Que el desenlace de esos procesos no haya sido el que algunos de nosotros hubiésemos querido no quita que se trate de momentos cruciales. No dudamos que con el ascenso y fuerza de la CGT, con el peso del CPI y del sentimiento independentista en el mismo PPD hacia el final de la Segunda Guerra Mundial una independencia con un fuerte movimiento obrero como protagonista social importante era alcanzable. Que no se haya logrado fue sin duda un hecho crucial que marcaría nuestra historia por muchas décadas. Pensamos que incluso el compañero Meléndez estará de acuerdo con nosotros en esto. Así que aquí tampoco está la diferencia.
La diferencia se refiere a la explicación que damos a un hecho que tanto Meléndez como nosotros reconocemos: la divergencia entre lo que Muñoz Marín dijo y proclamó en ciertos momentos y lo que hizo, la discrepancia entre sus intenciones proclamadas y los resultados verificables de sus políticas. De un lado: la reforma agraria, la liberación del control del capital absentista, la independencia, los derechos obreros y democráticos. Del otro: la destrucción de la agricultura, nuevas formas de control del capital externo, la perpetuación del colonialismo y la represión. Nosotros explicamos esta discrepancia como resultado de la posición asumida por Muñoz ante los intereses y las instituciones de las clases sociales presentes en la sociedad puertorriqueña (incluyendo el estado que representa al capital imperialista) en su momento. Destacamos como decisiva la convicción de Muñoz de que las transformaciones políticas y sociales a que aspiraba durante la década del 1920 y 1930 no serían posibles sin la colaboración del gobierno de Estados Unidos. La independencia, la reforma agraria, las reformas laborales, la diversificación de la producción, la creación de una economía con elementos de planificación, todas exigían, desde su punto de vista, el apoyo del estado metropolitano. De ahí su entusiasmo por el Nuevo Trato, que él pensaba le permitiría alcanzar esos objetivos en colaboración con Washington, empezando por la repartición de tierras como parte del plan federal de racionalización de la industria del azúcar. Esta era su gran diferencia con el Nacionalismo: era incapaz de pensar un desarrollo propio a contrapelo o en conflicto con el gobierno de Estados Unidos. Por eso, en la medida que fue comprobando que tal proyecto no contaría con el favor de los sectores dominantes, Muñoz fue abandonando sus objetivos, uno tras otro: su realismo dependiente le obligaba a limitarse a lo que según él era viable sin entrar en conflicto con esos sectores. En pocas palabras: como no estaba dispuesto a romper con el gobierno de Estados Unidos y los intereses que representaba, Muñoz tuvo que romper con su propio programa. Lo mismo ocurre con todo el proyecto inicial del PPD: como no estaba dispuesto a romper con la propiedad privada (y a expropiar a los terratenientes) y la subordinación del trabajo (y crear verdaderas fincas y cooperativas auto-gestionadas), como no estaba dispuesto a enfrentar decisivamente a colonos, importadores y empresarios nativos a través de una amplia movilización de los trabajadores, el potencial radical de sus reformas se agotó rápidamente. Pero esto no quita la realidad de la aspiración a esos cambios, compartidos por una gran parte del país. Se trata de una contradicción, en el caso de Muñoz, entre esas aspiraciones y la limitación que suponía la dependencia en la colaboración del gobierno de Estados Unidos. En nuestro libro intentamos explicar y presentar cómo, paso a paso, la segunda fue desintegrando las primeras. La lección para el que quiera extraerla es clara: no se podrá cambiar la situación de Puerto Rico sino se está dispuesto a enfrentar determinadas estructuras políticas y económicas que Muñoz no quiso enfrentar.
Meléndez considera que esta explicación lo que hace es oscurecer el rol del imperialismo. Para él la evolución de Muñoz tiene una explicación más sencilla. De hecho, no se trata de evolución, sino de la posición que Muñoz habría mantenido durante toda su vida política: Muñoz fue un «agente del imperialismo”. Entró en la política por razones poco claras (se sugiere que fue estimulado por el imperialismo), quizás bajo la influencia de su primera esposa (supuestamente vinculada a los servicios de inteligencia imperialista) y desde la década de 1930 tuvo como objetivo tomar el control político como «agente del imperialismo”. Las menciones de reforma agraria, crítica del ausentismo, defensas de la independencia, la planificación, producción para el mercado interno no fueron más que engaños, expresiones demagógicas de un agente «del capital y los intereses geopolíticos estadounidenses» para atraer esas aspiraciones y destruirlas. Según Meléndez, Muñoz no abandonó la independencia, la crítica del ausentismo, o la reforma agraria: no las abandonó pues esas nunca habían sido aspiraciones suyas, eran una pantalla pública que escondía otra agenda. En fin: no estamos ante contradicciones sociales que explicar en un contexto de dominación colonial e imperialista (como pensamos nosotros) sino ante conspiraciones imperialistas que develar. Esa es la diferencia entre nuestros acercamientos a la figura de Muñoz Marín. Al mito de Muñoz, el gran reformador social y arquitecto del convenio con Estados Unidos, Meléndez opone la visión de Muñoz como mero agente del imperialismo. Nosotros rechazamos lo primero, pero no para abrazar la pobreza analítica de la segunda. Y nos sorprende el planteamiento de Meléndez pues en otros escritos ha criticado la tendencia de sectores del independentismo a explicaciones simplistas y reduccionistas.
Tanto la santificación como la demonización de Muñoz tienen un elemento en común: la reducción del proceso histórico al individuo a su vez sustraído de las contradicciones sociales que lo determinan y sobre las cuales actúa. A nosotros nos ha interesado estudiar la trayectoria de Muñoz, y muchos otros procesos, a partir las últimas. Desde ese punto de vista nuestro balance sobre la obra de Muñoz es tan severo como el de Meléndez, aunque nosotros no lo reducimos a un agente del imperialismo.
Parecería que para Meléndez (en este comentario al menos) quien no denuncie a Muñoz como agente del imperialismo estaría haciendo la apología de Muñoz o negando la presencia y el rol del imperialismo en la historia de Puerto Rico. Nosotros no hacemos apología de Muñoz, señalamos cómo sirvió a los intereses del imperialismo, pero no lo reducimos a mero agente del imperialismo, ni tampoco convertimos las aspiraciones que expresó a la independencia, la reforma agraria o una economía propia a meros engaños. La historia colectiva e individual, incluso la de figuras con las que no simpatizamos, es más compleja. Como indicamos se trata de contradicciones que queremos explicar, no de meras conspiraciones de la inteligencia yanqui que desenmascarar. Vamos a repetirlo: la historia de Puerto Rico es un poco más compleja.
La diferencia entre el acercamiento reduccionista y unilateral y el nuestro se presenta en otros temas también. Nuestro libro no niega el rol del gobierno en estimular la emigración a Estados Unidos en la década del 1950 y 1960, pero no reducimos ese proceso a un resultado de los planes del gobierno. La emigración de trabajadores de regiones subdesarrolladas a las metrópolis, como parte de la internacionalización del ejército laboral de reserva en las últimas fue un aspecto universal del boom de postguerra, desde las migraciones de los obreros norafricanos a Francia hasta la de los jamaiquinos o paquistaníes a Inglaterra. En Puerto Rico fue resultado de los cambios económicos (colapso de la agricultura, insuficiencia del nuevo empleo industrial, combinado con fuerte demanda de mano de obra en los centros metropolitanos) durante dicho periodo, en el contexto de la relación colonial.
En fin, al igual que para Meléndez quien no reduce a Muñoz a mero agente del imperialismo estaría negando la realidad del imperialismo, aquí parecería que quien no reduce la emigración a un resultado de la política del estado, está negando el rol del estado o «racionalizando» la posición de Muñoz. Pero nos parece que es posible reconocer el rol del estado en ese proceso, sin reducir ese proceso a resultado de esas acciones. Eso es lo que intentamos hacer en nuestro libro. No vemos evidencia de que el estado haya iniciado el proceso de emigración. Sí vemos evidencia de que una vez iniciado, hizo lo que pudo para estimularlo. Se trata de describir lo que ocurrió, según la evidencia, no de defender las acciones del gobierno. Los trabajos recientes de Edgardo Meléndez, publicados en la revista del Centro de Estudios Puertorriqueños de Nueva York, corroboran nuestra posición de que el estado administró la emigración pero no la inició.
De igual forma, nosotros no negamos el rol de represión en la reducción del apoyo al movimiento independentista en Puerto Rico después de 1945. No aceptamos, sin embargo, que la represión sea el único factor que debemos considerar. Consideramos que el evidente mejoramiento de los niveles de vida material y el impacto del proceso de modernización en el contexto colonial durante el periodo de expansión económica de postguerra también ayudaron a generar apoyo a los gobiernos del PPD y a legitimar la relación existente con Estados Unidos, sin negar la presencia de la represión. Meléndez parece pensar que tomar en cuenta el impacto de esos procesos supone negar la realidad de la represión, pero se puede tomar en cuenta la represión sin reducir la evolución del apoyo al independentismo a mera función de dicho factor.
Al contrario de lo que señala Meléndez, en nuestro libro examinamos las posiciones de Albizu Campos y del Partido Nacionalista con una actitud que podríamos llamar de simpatía crítica. Reconocemos la validez de muchos aspectos de la crítica nacionalista del régimen colonial y sus consecuencias económicas y sociales. Reconocemos la superioridad de sus posiciones, comparadas con las de Muñoz incluso en su etapa independentista (precisamente la disposición a enfrentar el estado imperialista) y hasta comparadas con las de los comunistas (en cuanto a las alianzas con la administración Roosevelt, por ejemplo). Pero esto no nos impide reconocer el hecho de que al momento de la insurrección de 1950 se trataba de un movimiento minoritario cuya gesta quedó aislada y fue rápidamente desarticulada. Meléndez parece pensar que reconocer ese carácter minoritario supone negar la validez de su análisis o la realidad de la represión. A nosotros nos parece que es posible reconocer el heroísmo y la validez de muchas ideas (no todas) del nacionalismo sin tener que negar la realidad de su situación de movimiento minoritario en determinado momento. Nosotros somos independentistas y socialistas, pero somos los primeros en reconocer el carácter minoritario de nuestras ideas, sin pensar que eso las invalida.
Mencionemos un ejemplo final. Los autores de Puerto Rico en el siglo americano no somos partidarios del ELA. Nuestro libro señala el carácter colonial del proceso de creación del ELA bajo la Ley 600 y la naturaleza colonial del status resultante. Desde ese punto de vista se discute el debate en Naciones Unidas en 1953 y la derrota de todos los intentos de ampliar o «culminar » el ELA posteriormente. Meléndez objeta el espacio y cuidado con que exploramos las maniobras de Muñoz y Antonio Fernós Isern, entre otros, durante el proceso de creación del ELA. Interpreta esto como una exaltación de estas figuras o sus gestiones. Interpreta nuestra explicación de lo que nos parece eran sus objetivos como un endoso de sus objetivos o estrategias. Pero nosotros ni endosamos ni exaltamos. Tan solo reconocemos que el ELA se fundó, que en su fundación coincidieron distintas agendas, que ese status ha perdurado durante más de medio siglo y que, por tanto, su surgimiento debe examinarse y explicarse. No es tarea del historiador simplemente decir que el ELA se fundó en 1952 con el apoyo del imperialismo y que no alteró la relación colonial anterior: nuestra tarea va más allá de esas generalidades. Sobre las gestiones de Muñoz señalamos que precisamente porque no estaba dispuesto a enfrentar o desafiar al Congreso, incluso desde una perspectiva autonomista, minimizó los poderes del ELA al dirigirse a los congresistas, a la vez que contaba con que futuras determinaciones en los Tribunales reconocerían esos poderes. Nuestro libro demuestra la base mezquina de esa política y su derrota. No vemos cómo eso se pueda ver como un endoso o exaltación de la gestión de Muñoz y Fernós.
En fin, según la lógica del artículo de Meléndez quien no denuncie a Muñoz Marín como mero agente imperialista, está haciendo la apología de Muñoz y negando la realidad del imperialismo; quien diga que en Puerto Rico cambiaron muchas cosas después de la Segunda Guerra Mundial está negando la continuidad de la relación colonial; quien diga que la emigración fue provocada por distintos factores y no solo la acción del estado, está defendiendo o «racionalizando» la acción del estado; quien considere, como nosotros, que en la reducción del apoyo del independentismo juegan otros factores además de la represión, estaría negando la realidad de la represión; quien reconozca el carácter minoritario del independentismo estaría negando la validez de su crítica anticolonial. A nosotros nos parece que no es necesario escoger entre la negación de ciertos aspectos del proceso histórico (intenciones imperialistas, acción del estado, represión, etc.) y la reducción de ese proceso a esos elementos. Nosotros no hacemos la apología de Muñoz, pero no reducimos su evolución a las maniobras de un agente; no negamos la realidad del imperialismo, pero no explicamos todo en términos de los planes imperialistas; no planteamos que el ELA haya creado un convenio o superado el colonialismo, pero reconocemos que trajo cambios a la política en Puerto Rico que es necesario analizar; no negamos que el gobierno estimuló la emigración, pero no reducimos el proceso a un resultado de la política del estado; no negamos la represión, pero no reducimos el descenso del apoyo al independentismo a un efecto de la represión; no negamos la validez de la crítica anticolonial del independentismo y su admirable persistencia en condiciones difíciles, pero no negamos su carácter minoritario después de la década de 1950. Para reconocer la realidad del imperialismo no hay que borrar la complejidad del proceso histórico. Eso es lo que hemos tratado de abarcar en nuestro estudio, que no dudamos será enriquecido y superado por trabajos posteriores.