Los «puertorriqueñistas» y los «occidentalistas»
La disputa de los universales y la batalla entre los antiguos y los modernos van a parecer nimiedades al lado de la que se ha armado en Puerto Rico entre los “puertorriqueñistas” y los “occidentalistas”. Como en la mayoría de las polémicas, ninguno de los bandos tiene toda la razón.
Los “puertorriqueñistas” corren peligro de volverse regionalistas, de no distinguir entre lo nacional y lo nacionalista; los “occidentalistas”, de convertirse en remedo del cosmopolita, del que no pertenece a ninguna parte. Los primeros limitan demasiado su campo de visión. Se acercan tanto a lo nuestro que no lo pueden ver bien, olvidan lo que hay más allá y alrededor. Es la visión del miope. Los segundos amplían demasiado su campo de visión. Creen que lo nuestro se comprende mirando lo lejano de que forma parte. Es la visión del présbite.
Tanto los “puertorriqueñistas” como los “occidentalistas” necesitan los espejuelos de la mesura. Porque los “puertorriqueñistas” tienen que ser occidentales y a los “occidentalistas” no les queda más remedio que ser puertorriqueños.
Ser puertorriqueño es forzosamente ser occidental. La patria y el mundo cultural a que esta pertenece son anteriores a toda preferencia individual. Marca con ciertas características al individuo que en ellas nace y vive. Esto no significa que ha de limitar su mundo espiritual ni de la patria. Tampoco que ha de sobreponer lo que cree percibir del resto del mundo a lo del propio.
El que no quiere ver más que a su país no logra ver ni aun lo que pasa en él. El que se empeña en ver lo de fuera y no da importancia a lo que en el país propio sucede no consigue enterarse de nada. Es el conocimiento de lo particular el que lleva al conocimiento de lo universal; la comprensión de lo propio la que conduce a la comprensión de lo ajeno. Siempre que la visión de lo particular y lo propio no esté deformada por el chauvinismo, el prejuicio, la intolerancia o la falta de simpatía.
Por eso lo auténtico nacional —a diferencia de lo nacionalista— logra alcanzar en arte categoría universal. Porque lo nacional no excluye lo universal, es un aspecto de este y como tal comprensible para los hombres de otras patrias.
Esta curiosa disputa no es más que otro síntoma de la confusión espiritual en que vive el puertorriqueño a causa de la falta de confianza en su destino como pueblo. O exagera su condición de puertorriqueño o presume no darle importancia.
¿Cómo puede sentirse integrado un hombre que tiene dos patrias, dos banderas, dos constituciones y dos himnos? Con la suma de una sola de todas estas cosas cualquier hombre que piense un poco se preocupa. Con la suma de dos de cada una de ellas, ¿qué se puede esperar?
El puertorriqueño tiene que armonizar su vida íntima para poderle hacer frente al mundo. Mientras no sepa lo que es, carece de punto de apoyo para ver bien lo que le rodea, tanto lo propio como lo ajeno.
¡Cuánta vigencia tienen todavía las palabras que escribió Pedreira en 1934! “Nosotros creemos honradamente que existe el alma puertorriqueña disgregada, dispersa, en potencia luminosamente fragmentada, como un rompecabezas doloroso que no ha gozado nunca de su integridad”.
IC,Tomo I, p. 145-146
19 de febrero de 1955