Luis E. Avilés: Avatares de lo invisible
Avatares de lo invisible: espacio y subjetividad en los Siglos de Oro dedica cuatro capítulos al estudio: del “amor de oídas, el manejo visual del yo”, “el concepto de espectador y las barreras visuales” (9). En Distancia (“Quien no han visto mis ojos: amor distante y de oídas”), Corte (“El menosprecio como práctica del cuidado de uno mismo: la corte de Antonio de Guevara”), Frontera (“La amistad en la frontera de guerra: juramento, vulnerabilidad y confianza en El Abencerraje”), Casa (“Las casas en el Lazarillo de Tormes”); Avilés no se inclina a analizar el contraste entre palabra e imagen visual, sino que investiga las palabras y miradas como complejos culturales de “experiencias alternas e imaginarios complejos” (9).
En Distancia (“Quien no han visto mis ojos: amor distante y de oídas”), con el estudio amoroso romano de Cicerón (De amicitia) y medieval de Ibn Hazn de Córdoba (El collar de la paloma, 1022) (15-58), Avilés analiza el amor de oídas y la distancia de los trovadores franceses del Medioevo (Poitiers, Rudel), la poesía y narrativa castellana (desde el medioevo hasta Garcilaso) y el amor invisible de Don Quijote por Dulcinea. La novela de Cervantes plantea lo que sugiere la poesía; Don Quijote ama pero no ve a Dulcinea. En su caso particular, un hombre le habla, vestido de mujer, tras su velo transparente, voz que contradice la vestimenta femenina: “revelando y simultáneamente escondiendo la dificultad perceptiva de esta subjetividad que ha hecho aparición en el drama y el texto” (Avilés 56). Don Quijote ama sin ver pero igual que los poetas medievales franceses y castellanos hasta el Renacimiento de Garcilaso, “cuando llega a mirar entra dentro de la profunda vertiente del equívoco, la irremediable instabilidad de su fantasma” (Avilés 57).
Del amor sin visión, a distancia y de oídas, Avilés lleva al lector al segundo capítulo: la Corte (“El menosprecio como práctica del cuidado de uno mismo: la corte de Antonio de Guevara”) (59-102). “Menosprecio de corte y alabanza de aldea” lleva a Avilés a afirmar: “El cambio de la corte a la aldea no solo dibuja una trayectoria del sujeto masculino que va del palacio real (localizado en una urbe) hasta su casa, sino que también tiene unas repercusiones importantes en los modos de representación” (102). Mediante el juego entre lo visible y lo invisible, para Guevara la corte es el espacio de la cultura, pero según Avilés, es también “la interioridad del corazón” (102). Esa interioridad no nos lleva solo a la cultura de la corte sino a la aldea, donde no predominan los celos y el control, sino que se mantiene calma con la esposa y los niños de la familia (Avilés 100). Como propone Guevara, la aldea permite que el esposo “honre a su mujer, regale a sus hijas, sobrelleve a sus hijos, espere a sus renteros, se comunique con sus vecinos y perdone a sus criados …” (Guevara 157, Avilés 101). Según Guevara, estamos entre la corte y la aldea, entre la cultura y “la interioridad del corazón” (Avilés 100-102).
Del amor sin ver y la comparación entre la corte y la aldea, Avilés nos lleva a la Frontera (“La amistad en la frontera de guerra: juramento, vulnerabilidad y confianza en El abencerraje) (103-145). Estudiar El abencerraje lleva a “la protección y vigilancia” (105), el convivir en la frontera del yo y el otro. La manera en que Abindarráez y Jarifa visualizan a los nobles españoles que hacen alarde de su potestad es contar la historia de Narváez. Como afirma Avilés, la narración de Narváez y su esposa en El abencerraje trata “las relaciones de amor y amistad”, no “proezas bélicas” con el propósito de destacar “evitar hacerle mucho daño a otras personas” (144). Según Agamben (quien es citado por Avilés), cumplir promesas “regula tanto las relaciones entre los hombres como las relaciones entre los pueblos y las ciudades” (41). El abencerraje nos lleva a pensar más allá del “yo” para vivir con “el otro”: otros hombres, pueblos, ciudades. La narración sobre el amor y amistad de Narváez propone “el lenguaje del juramento … como … posibilidad de entablar y mantener las relaciones con ese otro habitante de Iberia” (Avilés 145). Sin embargo, pese a la escritura de El abencerraje, “la desconfianza dominó en las relaciones fronterizas y en la convivencia con las poblaciones moriscas” (Avilés 145). Los moros fueron totalmente echados de España en 1609, tal como quieren sacar del viejo México, de Estados Unidos, a los centroamericanos que buscan cruzar la frontera. Hoy en día, entre Estados Unidos y Centroamérica, estamos en un mal parecido al del Siglo de Oro.
Avilés nos traspasa de la Frontera a la Casa (“Las casas en El lazarillo de Tormes) para tratar las “estrategias culturales de visibilidad e invisibilidad” (147-202). Lazarillo busca “la tranquilidad de un asiento permanente como su evolución de su vida itinerante” (Avilés 159). Comienza como hijo de una prostituta a quien la ayuda Zaide, un hombre negro de quien nace un hermano pequeño que no sabe reconocer su negritud en su humilde casita (167). De ahí pasa a “La vida sin casa” en la calle con un ciego (169), en “Una casa sin comida” de un clérigo (174), “La casa encantada” que habita un pobre hidalgo que oculta su pobreza y cuya carencia no le permite ni regalar comida a “rebozadas mujeres” (179). Lazarillo pasa del movimiento de un lugar a otro por la capacidad de medrar desde dos casas. En “El buen puerto: la vida en dos casas”, Lazarillo se dedica a ser pregonero de vinos del arcipreste de San Salvador. El arcipreste casa a Lazarillo con su propia amante y hace que su amante y esposo vivan en una “casilla par de la suya; los domingos y fiestas, casi todas las comíamos en su casa” (131-132, Avilés 192). Como señala Avilés, Lazarillo confiesa que él y su mujer no son diferentes al resto de la ciudad, los vecinos: “Si antes corría el riesgo de ser expulsado de Toledo por ser un niño mendigo ahora reclama su derecho de vida, pide con insistencia el pago de lo que se les debe a aquellos que, como él, con fuerza y maña llegaron a buen puerto” (202).
El amor en Distancia, el Menosprecio de corte y alabanza de aldea, La amistad en la frontera de guerra en el Abencerraje y el derecho de Lazarillo a vivir en dos casas nos lleva a repensar en la salida de la pobreza, la apertura de las fronteras y la negación a seguir viviendo siempre a la distancia. Lo que afirma Avilés sobre la literatura del Siglo de Oro es aplicable al mundo de hoy: “… se compromete la vida cuando uno actúa o habla, de la misma manera, las alternancias entre lo que se revela o se esconde ofrecen un panorama complejo de las ansiedades sociales y políticas que afectaban a los sujetos de la temprana modernidad” (210).
Bibliografía:
Avilés, Luis E. Avatares de lo invisible: espacio y subjetividad en los Siglos de Oro. Iveroamericana-Vervuert, 2017.