Magic in the Moonlight
Es difícil ver esta película, la número 45 dirigida por Woody Allen sin responder a ella con un suspiro, máxime cuando la anterior fue Blue Jazmine. Allen ha decidido regresar a una especie de nube nostálgica que nos lleva en 1928 a Berlin y la Côte d’Azur a presenciar cómo Stanley, un famoso mago que opera bajo el nombre de Wei Ling Soo, quiere desenmascarar a una joven norteamericana que dice poseer poderes especiales para predecir el futuro y, además, para comunicarse con el más allá.
Stanley (Colin Firth) es un positivista no creyente de vuelta y media, y, mientras no está haciendo sus trucos de magia en teatros, se dedica a desenmascarar a los que quieren embaucar a ricos ignorantes que desean oír cómo es la vida más allá de la real. Su amigo y mago también de profesión Howard Burkan (Simon McBurney), lo convence a ir a la mansión de los Catledges, una familia multimillonaria que creen que la mística clarividente y medio unidad, Sophie (Emma Stone) los ha de poner en contacto el patriarca muerto. Brice (Hamish Linklater), el hijo está enamorado de Sophie, y su hermana Caroline (Erica Leerhsen) y su cuñado George (Jeremy Shamos) se preocupan de que Brice le proponga matrimonio.
Los conocimientos y la capacidad adivinatoria de Sophie es tal que Stanley comienza a dudar de que no exista un talento que permita la comunicación con el futuro o con lo desaparecido. Esto provoca unos diálogos que nos permiten reconocer las preocupaciones que ya antes Allen nos ha revelado sobre la realidad y la fantasía, la magia y la verdad. Nietsche no tarda en surgir en estas conversaciones sobre el valor de la realidad y la objetividad de la verdad que están barnizadas del dejo que un buen inglés sentiría ante una circunstancia que encuentra vulgar y trivial. También nos lanza al misterio del infinito y los secretos del universo en una escena metafórica en un observatorio donde lo único que vemos es una tajada del cielo. ¿Qué podemos saber del infinito cuando aún mirando el cielo total que nuestros ojos pueden abarcar, no alcanzamos a ver ni una millonésima de una millonésima de su vastedad?
Mientras tanto las líneas graciosas están matizadas por el contexto en el que se mueve esta comedia que tiene la consistencia de un soufflé que no solo lo sostiene el aire, sino que tiene merengue adentro. Los que van a ver las películas de Allen por lo gracioso tienen que ir con otro modo de pensar a esta porque no es ese el propósito del filme. Hay que estar bien atento a los intercambios dialógicos entre Stanley y Sophie para ver que Allen está intentando imitar una de las comedias flemáticas de Alec Guiness de los cincuenta (The Lavender Hill Mob, The Ladykillers y otras) y que la parsimonia de la acción acentúa lo absurdo de que hubiera alguna vez que alguien creyera que podía comunicarse con los muertos.
La cinematografía de Darius Khondji así como el diseño de la producción de Anne Siebel son espectaculares. El diálogo revela que Allen ha captado bien el habla de los ingleses de la época en que se desarrolla la cinta y proyecta sus inquietudes filosóficas con bastante precisión. Tiene la suerte que el elenco, particularmente Aileen Atkins como Vanessa, la tía de Stanley, y Firth son dos actores estupendos con una larga trayectoria en el teatro, lo que les permite hacer de sus diálogos una delicia tanto para el oído como para la mente. Ambos son superlativos en sus respectivos papeles. Firth es un tipo guapo y distinguido que es la quintaesencia del caballero británico y aquí demuestra nuevamente su excelencia como actor.
No soy fanático de Emma Stone. No la encuentro, como otros, que sea la belleza de que hablan los otros personajes del filme. Pero si ellos dicen que Sophie es “enchanting” hay que aceptarlo, porque en la realidad del filme son ellos los que la están viendo. Me gustó su actuación y me pareció una buena selección para el elenco de este divertimiento de Allen.
El tema central de la película es cómo se genera la ilusión y la magia, y Allen nos invita a reflexionar cómo se da esa percepción que nos hace “creer” en lo que nos muestra una pieza de arte. Esa sensación de que hay algo verdadero detrás de la ficción que engendra un cuento y una trama.
Si esperan ver cómo se supera un artista después del logro de Blue Jazmine esta no es la película que hay que ver. Algunos la encontrarán lenta y desconcertante, tal vez hasta decepcionante. En el caso de un creador como Allen, hay que abordar cada capítulo de su obra con la mente abierta, pensando en qué es lo que nos ha de ofrecer. Una de las razones por la cual Allen ha durado tanto en el mundo del arte cinematográfico se debe a que no se estanca y continuamente toma caminos inesperados. Esta es una pagina de su obra, un paréntesis que disfraza por ahora lo que nos espera en la próxima. En una escena del filme hay una fiesta que ya hubiese querido filmar Baz Luhrmann para Gatsby. Curiosamente, creo que Allen tal vez está dándonos un mensaje especial según la cámara se aleja de los excesos de los ricos hedonistas de entre guerras y concentra en una diálogo entre dos amantes platónicos. Parce decirnos que Gatsby no vino, tampoco se presentó Daisy Buchanan, de hecho que ya se fueron, pero que él anda por ahí pensando en su próximo proyecto. Ya veremos qué baile nos está preparando.