Mank: arte imperecedero
La historia puede ser bien conocida para los que han leído el libro de Pauline Kael, Raising Kane (1971). Su ensayo sobre el tema apareció en dos números consecutivos del New Yorker, donde escribía su crítica de cine; luego en The Citizen Kane Book (1971) antes de convertirse en el libro que lleva como título un retruécano (“Criando a Caín”) que se refería al joven Welles. No puedo entrar en el escándalo que causó la acusación de la famosa crítica de que Welles no había contribuido mucho al guion. La película, sin embargo, concentra en ese aspecto de la creación del clásico y explora algunas razones por las cuales se suscitó la controversia. El guion se alía con la postura de Kael cuyos argumentos, al fin y al cabo, fueron probados incorrectos.
Narrada con flashbacks (se nos advierte en la pantalla, cuando ocurren) las escenas van desde 1930 al 1940 y nos familiarizan con las circunstancias que dieron al mundo el filme de Welles. Mankiewicz vende sus escritos a los estudios, pero estamos en plena Depresión y los ingresos se han reducido bastante. Un grupo de escritores se reúne con el productor David O. Selznick, quien produciría Gone With the Wind al final de la década (1939), y el director Joseph von Sternberg. Ese encuentro lo asigna a una película con Marion Davis (Amanda Seyfried) quien es la amante de William Randolph Hearst (Charles Dance). Hombre de negocios, editor de periódicos y político, era dueño de la cadena de periódicos y la empresa de medios más grande del país y, por ello, uno de los hombres más poderosos de los Estados Unidos. Marion le presenta a Hearst y este muestra un interés especial por su talento. Esto lo convierte en un invitado especial en el castillo del magnate, quien lo sienta a su diestra en la mesa de cenar.
La influencia política de Hearst era enorme y, de ser bastante liberal, pasó a la derecha. Recluta a la MGM y a su jefe supremo, Louis B. Mayer (Arliss Howard), para que haga noticieros falsos, actividad que financia con su dinero, en contra del candidato del partido demócrata por la gobernación de California, Upton Sinclair (Bill Nye). A este, a veces lo pinta de comunista, otras veces de fascista. Una cosa parecida a lo que ha tratado de hacer el presidente de los EE. UU. hoy día con su contrincante. En relación con lo que está ocurriendo hoy día, es curioso, porque parece una predicción que, cuando en su película Kane pierde las elecciones, su periódico lleva el titular de “Robo en las urnas”. Tal parece que los republicanos narcisistas, aunque sean ficticios, creen que no pueden perder. Hay un detalle fascinante en una de las escenas que transcurren en el Castillo Hearst (San Simeón, en la costa californiana). Uno de los invitados es Rexford Tugwell (Craig Welzbacher), nuestro gobernador (1941-46), cuyas tendencias socialistas era notables y que, me imagino, que el guionista Fincher pone ahí para recordarnos que Heart fue una vez partidario de FDR. Es importante saber esto porque algunos de estos detalles propulsan la trama, incluyendo la contienda personal que se dio entre Hearst y Mankiewicz, y el porqué el guion está basado en sus secretos y los de Marion Davis.
Queda claro que desde un principio se le dio a Orson Welles control absoluto sobre la película a pesar de nunca haber dirigido una ni haber mirado a través del lente de una cámara de cine. De hecho, por eso contrató a Mankiewicz, quien era un gran guionista, pero, en parte por su alcoholismo, estaba teniendo problemas consiguiendo trabajo. De igual forma abunda la evidencia que ya se veía la referencia obvia a Hearst y Marion Davis y se estaban formando una serie de complots (la información de lo que contenía el guion se regó por todo Hollywood como los fuegos de hoy día) que para evitar la filmación de la película y, de completarse, prohibir su proyección pública.
Este filme es uno de los mejores de este año y sus bondades, además de los vestuarios, la música y la puesta en escena, incluyen las actuaciones sobresalientes de Oldman como Mankiewicz y la de Amanda Seyfried como Marion Davis. Todos los demás contribuyen de forma importante a la recreación de algunos de los factores que contribuyeron a redefinir lo que era hacer películas. La estrella de la cinta es, sin embargo, la cinematografía en blanco y negro que le hace justicia, no solo al filme de Welles, sino a Hollywood y su época de oro. Están a la vista las innovaciones: los ángulos picados, el foco profundo, las tomas contra la luz, el uso de “día por noche” (“day for night”) que se consigue con las luces, los plafones que agudizan el sentido de claustrofobia y de soledad en el castillo, etc. Maravillas que siguen copiando los directores de todas las edades que, consciente o inconscientemente, tiene a Citizen Kane en su cabeza. Es un filme que seguirá siendo un ícono imperecedero del arte cinematográfico.