Manolo Núñez Negrón: «La escritura fue la pasión que me eligió»
El escritor Manolo Núñez Negrón, natural de San Sebastián, aporta una mirada inquieta y sensible a los espacios que han permanecido invisibles. Lo abyecto de vivir en la periferia es un tema recurrente en sus relatos que, desde la complejidad, contribuye a la construcción de un Caribe que se niega a escuchar las voces de los cuerpos que son repudiados y excluidos. La literatura se le presenta como un acto subversivo que ofrece otras posibilidades a un mundo que valoriza las gratificaciones instantáneas y fugaces. “El escritor es un orfebre de las palabras y un cazador de ritmos”, comenta. Le concede a la disciplina un lugar protagónico en la búsqueda constante de la palabra precisa para afinar el estilo del relato.
En tiempos de amenazas que atentan inquisitivamente y con impudicia desmantelar la educación del país es imprescindible apalabrar la resistencia, la incomodidad y el malestar que provoca el entender las consecuencias de las medidas de austeridad que nos imponen. La violencia sistemática que representa la Junta intenta aumentarlo todo en el país mientras hace caso omiso a que entre sus números y por cientos, lo que recortan son vidas: la posibilidad de tener una vida digna.
El semestre pasado tuve la oportunidad de entrevistar al autor y continuar con la labor de creación e intercambio social que aprendí en mi alma máter, la UPR. Manolo Núñez Negrón, graduado de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, recibió el Premio Nuevas Voces en el Festival de la Palabra celebrado en octubre de 2016. Hizo su doctorado en literatura latinoamericana en Harvard. La literatura puertorriqueña actual, su preparación académica, su labor como profesor, la devoción que confiere al proceso de escritura y su libro Barra china fueron algunos de los aspectos de su vida abordados. En su primera novela corta, publicada en 2012, nos encontramos con la historia de Yuga Wang, un inmigrante chino, único sobreviviente de un grupo de trabajadores que llega ilegalmente a la isla. Yuga se enfrenta con un país ajeno, trabajos inestables, una cotidianidad ardua que le dificulta enormemente las posibilidades de transgredir sus circunstancias y lo obliga a una rutina plagada de barreras culturales y económicas. Es un texto que ofrece un acercamiento a la vida en precariedad y cómo el sujeto humano asume su existencia arrojada a los márgenes por contextos socio-políticos que nos hacen cuestionarnos los límites entre lo propio y lo ajeno.
El haber escogido un inmigrante chino como protagonista de la novela Barra china me parece un acto subversivo y ético. Ciertamente es una población marginada en Puerto Rico. ¿Por qué Yuga Wang? Cuéntanos sobre tu elección de este personaje…
M.N.N.: Es interesante que te parezca un acto subversivo la elección del personaje. Es probable, ahora que lo pienso, que la literatura sea, en sí misma, un tipo de subversión. En los tiempos que corren el ocio creativo, el espacio que requiere el proceso de escritura, es una reacción opuesta a la cultura mercantilista y neoliberal que se rige por el principio de que el tiempo se invierte en hacer dinero.
Te confieso que no me queda claro si yo escogí a Yuga o si Yuga me escogió a mí. Tengo un gran interés por los espacios marginales, por aquello que acontece en la periferia. Pensar la sociedad desde sus orillas me resulta mucho más interesante, más productivo. Si existe algún planteamiento ético en mi trabajo creativo tiene que ver con dos cuestiones fundamentales que ya han abordado otros autores puertorriqueños desde el mismo siglo XIX: la desigualdad y el prejuicio.
Me parecía que a nuestra literatura, tan rica en el retrato de la pobreza y la explotación, le hacía falta aproximarse a ese sujeto oriental. No he sido el único que he sentido esa fascinación. Desde fronteras distintas, Eduardo Lalo y Rafael Acevedo han elaborado textos extraordinarios en torno al mismo asunto.
Barra china, al ser tan breve y dividida en 32 capítulos, hace que el lector sienta cada palabra con más protagonismo. ¿Crees que el lector de hoy día es un reto para el escritor, por la preeminencia de lo instantáneo?
M.N.N.: Me gusta esa frase: el protagonismo de la palabra. Convengamos en que el lector de hoy tiene muchas más ofertas para nutrir su ocio que el lector del siglo XIX. La nuestra es una época cibernética y visual. El cine y los medios audiovisuales, por ejemplo, han modificado nuestros modos de lectura y nuestras maneras de contar una historia. La sensibilidad contemporánea es hija, para bien o para mal, de la fugacidad y de la prisa. Sigo pensando, sin embargo, que la buena literatura es, sobre todo, una reivindicación del derecho a la paciencia: una invitación a la contemplación pausada. Hay poemas de dos estrofas, pienso en W. H. Auden o en Wallace Stevens, en Lezama Lima o en Juan L. Ortiz, que al día de hoy sigo tratando de desentrañar. La extensión o el volumen no son sinónimo de facilidad.
La brevedad de Barra china tiene que ver con una estética de la concreción. Lo intenso, para ser duradero, ha de ser sucinto. Además, cuando escribo trato de ceñirme a la máxima de Flaubert: le mot juste. Dar con la palabra exacta, es, por encima de cualquier cosa, un proyecto de la imaginación y del lenguaje.
¿Cómo te aproximas al proceso de escritura? ¿Haces algún tipo de trabajo investigativo particular para trabajar un tema?
M.N.N.: Suscribo la frase de Nabokov: “ink, a drug.” La escritura fue la pasión que me eligió. Lo he dicho en alguna parte: me aproximo al proceso de escritura con una sensación muy parecida a la devoción religiosa. No creo en la inspiración: profeso el credo de la disciplina y la obstinación.
Puedo estar dándole vueltas a una oración, a un adjetivo, días enteros. Reescribo y tacho con fruición caníbal. Odio repetir palabras. Aspiro a la limpidez, a la levedad de la que hablaba Italo Calvino.
Lo que me desvela del proceso creativo no es la confección de la historia, es intentar perfeccionar el estilo. Frecuento la buena prosa: Flaubert, Proust, Colette, Céline, Barthes, James, Melville, Lampedusa, Borges, Onetti. La escritura, cuando es óptima, colinda con la música. Conseguir ese grado de precisión supone un gran esfuerzo: un duelo permanente con el lenguaje. El escritor es un orfebre de las palabras y un cazador de ritmos.
Investigo lo esencial y trato de ser riguroso, pero me alimento por igual de los libros y de la calle.
¿Cómo ves el panorama de la literatura puertorriqueña actual?
M.N.N.: Creo que nuestra literatura se encuentra en un momento de gran efervescencia. Celebro sobre todo la aparición de las editoriales independientes, que han rescatado del silencio a autores olvidados y que han traído voces nuevas a la palestra pública.
Casi nadie habla de esto, pero para progresar y subsistir, para renovarse, una literatura necesita de una industria del libro. Esto lo identificaron muy bien los intelectuales del siglo XIX: Alejandro Tapia y Rivera entre ellos.
El trabajo de Eduardo Lalo, de Luis Negrón, de Cezanne Cardona, de Juan Luis Ramos y de Sergio Gutiérrez Negrón surge, en un principio, del esfuerzo de las editoriales independientes. Lo mismo se puede decir de la poesía de Margarita Pintado y Mara Pastor.
Estudiaste en quizás la universidad más, o una de las más, prestigiosas del mundo: Harvard. ¿Cómo fue esa experiencia y que herramientas encontraste allí que crees no hubieses obtenido en otro espacio?
M.N.N.: A Harvard llego gracias a mis mentores de Humanidades en la UPR, que me ofrecieron una formación cabal y que orientaron mis pasos con gran generosidad. Mi verdadera casa de estudios ha sido Río Piedras. Desde luego, recuerdo mis años en Cambridge con enorme felicidad, y suelo visitar la ciudad cada vez que puedo. Allí hice grandes amistades y me terminé de formar como académico.
Widener, la enorme y acogedora biblioteca de la Universidad, es quizás uno de los espacios que más añoro. Contar con una biblioteca tan completa y eficiente facilita el trabajo de investigación y convida a las tareas del pensamiento. Si entraba a buscar un libro, salía con diez.
Harvard, además, auspició y financió muchos de mis viajes por América Latina y Europa. Me dio, voy a decirlo, una perspectiva en el tiempo. Y también distancia para mirar el país.
¿Cuál es el mayor reto del escritor en estos tiempos?
M.N.N.: No dejarse arrastrar por la tentación de la fama y el dinero. O en términos freudianos: no permitir que las fuerzas del mercado colonicen nuestro inconsciente.
Eres profesor en la UPR, ¿lo ves como un trabajo que te permite expandir tu oficio de escritor o lo concibes como una labor aparte que te exige en otras direcciones?
M.N.N.: Matizo; soy profesor por contrato, y esto conlleva otro status y otras dificultades. No obstante, soy incapaz de concebir la escritura sin la docencia. Amo el salón de clases. Todo cuanto pienso y fabulo está conectado con la vida de mis estudiantes.
Si hablamos de literatura puertorriqueña, ¿de qué estamos hablando? ¿Cuáles son las coordenadas de dicha categoría?
M.N.N.: Soy enemigo de las generalizaciones, pero ya que insistes: la literatura puertorriqueña es aquella que producen los sujetos puertorriqueños: aquí, en Miami o en la China. Para mí la literatura puertorriqueña es inseparable de su diáspora.
En Barra china logras construir una historia marcada por la ilegalidad, lo sofocante de la vida en los márgenes para quienes se sienten aprisionados por sus circunstancias, pero logras dos cosas: alejas a tus personajes de la victimización y por otro lado, la novela tiene momentos de humor que manejas increíblemente con la capacidad de crear una sensación violenta de desesperación en el lector. ¿Cómo te aproximas al proceso creativo para trabajar el humor y la violencia? ¿Qué función tiene el humor en la literatura hoy día y su relación con la violencia?
M.N.N.: Curiosamente, el humor en el siglo XIX fue mi tema de investigación doctoral. El humor, ya lo ha dicho Freud, funciona como una válvula de escape y a su vez contiene una gran dosis de violencia que se dirige contra alguien o contra algo, Bergson, por ejemplo, señala que nos reímos de aquellas personas que se parecen a las máquinas. Chaplin lo pone un poco más crudo: nos reímos de las desgracias ajenas.
Cuando escribía Barra china me interesaba descargar un poco la sensación opresiva que puede transmitir el relato. Los chistes o el uso deliberado de la ironía quieren darle un respiro al lector.
De otra parte, me parece que la violencia de la vida puertorriqueña pide a gritos que se le fabule y se le piense con más profundidad. Quien vive en la ciudad es ciudadano del miedo, y esto es importante ficcionalizarlo. Ahí está, por ejemplo, ese magnífico libro de relatos de Francisco Font: La belleza bruta. Repensar la violencia desde la literatura se me antoja una tarea urgente.
¿De dónde surge la idea de Barra china?
M.N.N.: García Márquez confesaba que las ideas le surgían a partir de imágenes. Me sucede algo parecido. Barra china nace de una imagen precisa: la cara de un cocinero chino que prepara una orden de pepper steak y arroz frito en mi natal San Sebastián.
En tiempos donde el significante crisis cobra cada vez más relevancia y continúan ocurriendo sucesos que parecen ser indicativos de mayor inestabilidad e incertidumbre como la llegada de la Junta de Control Fiscal, Donald Trump, la muerte de Fidel, Siria, etc…. ¿Qué opinas? ¿Qué podemos decir desde la literatura?
M.N.N.: Desde la literatura se puede decir cualquier cosa. Lo importante es decirla bien. Deleuze y Guattari piden un turno: la literatura es siempre un campo de enunciación política. En medio de la crisis, la literatura nos ofrece la posibilidad de oponer a los discursos dominantes, a la ficción que el estado utiliza para domesticar la sociedad y provocar el conformismo, historias alternativas que nos permitan explicar de otro modo el mundo que compartimos.
¿Nos puedes compartir tus 5 libros favoritos en general y tus 5 libros preferidos de la literatura puertorriqueña?
M.N.N.: Aborrezco un poco las listas, pero te complazco. Es un riesgo que me corro. Tengo muchos amigos y amigas que escriben. Confieso un defecto: soy, por lo general, canónico. Debe ser el profesor de literatura que mora en mí. La enumeración que sigue lo comprueba: el Quijote de la segunda parte, la de 1615, es un libro que me marcó profundamente. De igual forma, siento una gran admiración por El Conde de Montecristo. No me repongo, al día de hoy, de mi primera lectura de la Divina Comedia. Uno de mis rituales privados es releer los cantos del Infierno durante las vacaciones de Pascua. Tengo una especial debilidad por Madame Bovary, de Flaubert. Borges, desde luego, cierra el pentagrama.
En Puerto Rico: Palés Matos, a la cabeza. Luego, En una ciudad llamada San Juan de René Marqués: escritor de capa y espada donde los haya. En cuerpo de camisa, de Luis Rafael Sánchez. Las crónicas de Edgardo Rodríguez Julia y los cuentos de Ana Lydia Vega. Parece una tarjeta de comprar en el supermercado, pero ahí está mi propuesta.
Me pareció interesante el escaso diálogo en Barra china. Aunque son múltiples los análisis que se podrían asumir, remite de cierto modo a cómo, desde el psicoanálisis, los actos violentos son abordados desde la incapacidad de apalabrar o significar de algún modo los sentimientos. ¿Qué nos puedes decir del lugar del diálogo en la novela?
M.N.N.: Primero, una confesión: soy un lector recurrente de Freud. Y aun así nunca había hecho esa conexión: violencia y poco diálogo. O para elaborarlo en términos psicoanalíticos: trauma e imposibilidad de la enunciación. En cualquier caso, la escasez de diálogo tiene que ver con una estrategia narrativa. Concebí el relato de la siguiente manera: un lenguaje culto, sofisticado, asediado por el habla popular, por la inmediatez de lo soez. Esa tensión es un reflejo de la estética que prefiero.
Fuiste homenajeado con el premio Nuevas Voces en el Festival de la Palabra. ¿Qué tal estuvo esa experiencia?
M.N.N.: Me conmovió y sorprendió el premio, porque es una discusión que confieren mis pares, a quienes respeto y admiro. Hay muchos otros autores de mi generación que lo merecen más que yo. El homenaje, desde luego, me honra. Por lo demás, suelo desconfiar de las loas porque incitan a las personas a quedarse al margen de sí mismas.
Kipling argumentaba, con razón, que el éxito y el fracaso son dos impostores, y que hay que tratarlos con igual indiferencia. Pessoa sospechó que, en el fondo, la fama tenía algo de fraudulenta. Tengo estas ideas bien presentes, porque lo peor que le puede pasar a una persona es dejar de tener los pies en la tierra.
Hay una tradición de autores clásicos puertorriqueños que además de trabajar la novela también escriben teatro. ¿Has escrito o considerado escribir para las artes escénicas?
M.N.N.: Soy un fanático perdido del teatro. Alguna vez estudié actuación, pero me decanté por la literatura y el salón de clases. He intentado escribirlo, pero el registro teatral requiere dominar otros registros. Pero no lo descarto.
Di lo primero que te viene a la mente cuando lees estas palabras:
Puerto Rico: el sonido del mar
Lectura: el mejor de los vicios
Estudiante: mis maestros
Escribir: sobrevivir
2017: el año de la Junta
Apalabrar: tirar puentes con el mundo de las ideas