Miedo al culo: cuerpo y política
El fundamento pixelado de un hombre que escapa el submundo ciber y se coloca de frente en la sopa televisiva de las seis de la tarde es trueno suficiente para calentar sábanas políticas. Es irresistible darle forma al fondo que surge de lo que se dice es un político. Y que el cuerpo de un político se dé tanto, ceda tanto -mucho más que en la foto de campaña y en el apretón de manos buscavotos – provoca, pues, deseos de inspección. Son otras las credenciales de esa pesquisa. Y otros los parámetros.
La primera duda – será o no será – fue su reconstrucción evidente y, en este caso, casi palpable. Es que ese cuerpo fotografiado parece mejor sin ropa que con, mejor de lo que se hubiera imaginado, pero la cara, la cara escondida tras el móvil inmóvil se prefiere a la cara conocida del que se dice que es y que responde que no se acuerda si un día puso una cámara frente a la cavidad expandida para consumo. El hombre con el nombre de Roberto tiene pedazos de culpa por todas partes – se sabía, no era nuevo. Pero aquí, de ser él, las puertas abiertas de su admisión de neediness, la anatomía que no busca votos y que encuentra vetos son una imponente liberación que no limpia pero explica todas sus oposiciones a todos los pedidos liberales, su intensidad relacional con las iglesias fundamentalistas, su sonrisa que nunca estaba bien puesta, tensa siempre, siempre menos de lo que una sonrisa podía o debía ser.
Algo quería – tacto, testo – cuando la portátil máquina capturó su enjundia, su gimnasia ilimitada. Y así entró a la rodada, se fue enredando enredando, y no era musguito en piedra. Portados como batón de relevo 4×400 – de teléfono-cum-cámara a página internética a tele a papel a noticieros univisionescos – los circuitos integrados de ese desintegrado momento en que se parió una nueva vida (quizás la que siempre había querido) revelaron la flor se su secreto: la carnívora obsesión escondida, el pedazo de ti que se te come en insultos, que se devora en privado, que algunos depilan en viajes a Santo Domingo y que Anthony Quintana enmarca en calzoncillesco fulgor.
Pero es que esto es más que las Polaroids que todos tomamos algún día. Esas instantáneas que se descubrían, si acaso, a veces tras la partida cuando alguien se topaba con los colores desgastados y escondidos pudorosamente entre las páginas de algún libro – Wuthering Heights, Rayuela, Catcher in the Rye, The Joy of Gay Sex, algún Genet, algún Cocteau. Los colores ahora no admiten desgaste, y los cuerpos son entonces y siempre más que un recuerdo: son evidencias instantáneas. Una foto reciente destapa en Misuri al vicegobe Peter Kinder y su pantiless party con una ex modelo de Penthouse. Problemas. En Nueva York, Anthony Weiner sacó pecho desnudo en mensajes provocadores y perdió quizás, antes de intentarlo, la elección que más quería ganar. Fue una mancha en un little black dress que De-eNe-aDa delató a Clinton. Y «Patraña» parece ser la traducción económica de «I did not have sex with that woman, Miss Lewinsky». Pero ninguno de ellos tenía el trasero como frente o como fronte. Este himno es un himno a la dorsalidad.
Es fabuloso lo que ocurre cuando se pierde el miedo al culo. La oralidad da paso a que se escapen los secretos por otras rutas, otros devenires. Ahí in fla-Facebook delicti: una suerte de pública colonoscopía, de radical entrega que evade la frontalidad y se convierte en pin-the-donkey democrático. Otra sería la vibración del buzz buzz si se hubiera frontalizado, otras las materias de admiración o de risas. Y se podría entender que la política solo permite por naturaleza una pose que ejemplifica sus esquemas. Se esperaría que fuera el blow job el shot preferido para ser descubierto, si se es un político entrenado en vivir y morir por la lengua, en sopesar las oraciones, en salivar sus ambiciones, en lubricar conciencias, en acondonar deseos. Pero si esa hubiera sido la foto, entonces – como De Castro Font diría – hubiera sido un «banquete total». Cambiar elecciones por erecciones con solo un click, ir de Grand Illusion a Gland Illusion. In your face. Sin calces. Con la boca abierta hubieran quedado todos. Quizás también se hubiera quedado sin la protección de su presidente senatorial, que se vería obligado a someter la evidencia a otro proceso de reticulación. Pero aquí no. Aquí es solo una foto de un hombre que se posiciona para algún estrellato momentáneo, o una estrujaera fugaz. Al sexto día de la revelación primaria, del primer vistazo a su dorso, le dan un espaldarazo de bien arriba. Se le trata con dedos de seda. Con el miedo perdido, no hay nada más que esconder.