Mínima política: textos breves y fragmentos sobre la crisis contemporánea
Hay algunos hilos conductores en el libro que quisiera destacar:
- Primero, hay una puesta en entredicho tanto de la cultura intelectual en Puerto Rico, como de la cultura política puertorriqueña. Insiste sobre el déficit teórico en nuestra cultura política (incluyendo la cultura que se entiende de izquierda en el país), por no decir de claras actitudes anti-intelectuales entre los “intelectuales”. En particular, el achatamiento del pensamiento y la reflexión en torno a lo político producto, por ejemplo, de nacionalismos esencializantes, por un lado, o de actitudes liberales, por otro, que siempre privilegian el consenso como significante neutro y como valor en sí mismo, son oportunamente cuestionados a la vez que se insiste en la importancia política de la teorización.
Esto es un asunto que merecería un trato más detallado y elaborado. Esto es un tema que Pabón hace bien en notar y señalar. De hecho, digamos que un síntoma indirecto de estas actitudes anti-intelectuales, incluso entre académicos, se registra por el hecho de que en Puerto Rico, a diferencia de otros países (pienso en Argentina, pero en realidad los ejemplos abundan…), no se cultiva por ejemplo la historia intelectual (acaso porque ‘no debería importar’). Frente a esto podría insistirse en el caso de la teoría política en la rica tradición y perspectiva heredera de la obra Sheldon Wolin (1960; 1969; 1993; 2004), en la cual se inscribe el que escribe, o volver a hacerse eco de los reclamos de Stuart Hall y esas primeras agendas del proyecto de los estudios culturales, que insistían en la teoría como intervención activa en el mundo. Este ingenuo pormenorizar la teoría, en vez de dar paso dizque a una mayor o más veraz realidad tal cual, lo que hace es promover que uno se rinda ante los entendidos acostumbrados y hegemónicos sobre esa misma realidad.
- Segundo, y esto lo digo creo que más en mis propias palabras que en las del autor, hay en el libro una insistencia de tratar de promover la política en su sentido fuerte. Es decir, insistir en recordar que lo político no solo tiene ecos de la polis (estado, ciudad-estado) sino también de esa otra palabra griega antigua, polemos (disputa, contienda). En este sentido, promover lo político implica promover una actividad que si bien busca dar organización a la convivencia humana (y por lo tanto a la construcción de un ‘nosotros’ hegemónico), sabe, valora, promueve, que esa organización sea siempre el resultado contingente de una contienda previa entre visiones realmente distintas de como precisamente organizar esa convivencia; y saber que esa contienda siempre debe permanecer como una constante. Si no hay disputa o contienda real entre distintas visiones alternativas de cómo ordenar la convivencia humana, no hay política sino mera imposición de poder. No es casualidad que muchos hablamos del riesgo de vivir en sociedades post-políticas, en las cuales los ciudadanos de facto devienen en meros espectadores y, peor, en súbditos.
- Y tercero, y se sigue de lo anterior, hay una reflexión continua que aspira a la redemocratización de nuestras democracias realmente existentes. Procurar reinscribir al demos en la democracia, buscando abrir avenidas de mayor participación ciudadana, mayor transparencia, y buscar formas alternativas al neoliberalismo hegemónico que nos tiene sumidos en la crisis y que busca solucionar la crisis siempre con más crisis.
En estas reflexiones, Pabón acude muchas veces al concepto de «democracia de lo común». Esta apelación a lo “común” es intencionada, al menos en parte, a modo de trascender la dicotomía liberal clásica de lo público y lo privado; algo que, por otra parte, no está demás en un país en donde el progresivismo realmente existente o la izquierda realmente existente, a veces ha pecado de ser estatista o muy a-crítica con lo “público” en tanto gubernamental. En general apela a planteamientos de la tradición de la democracia radical, echando mano con soltura pero de forma atinada a conceptos o temas de autores tan variados como Laclau, Mouffe, Ranciere, W. Brown, Sh. Wolin, Arendt, Balibar, entre otros, en virtud de plantear la necesidad de mayor participación de la ciudadanía en la discusión de los asuntos que nos atañen y afectan a todos, así como en los procesos de toma de decisiones. En este sentido, sin dejar de reconocer mecanismos e instancias representativas que bien pueden ser cónsonas con una vida en democracia, el autor parece querer recordarle al lector que un elemento básico de la tradición democrática es el reclamo del poder compartido. Esto último se desmerece cuando el esquema democrático-liberal sirve continuamente de subterfugio para la reproducción de grupos particulares de interés permitiendo entre otras cosas, para decir con Norberto Bobbio, el incumplimiento de un número de promesas democráticas a través del hacer valer la persistencia de las oligarquías, el poder invisible, la representación parcializada, la falta de cultura política, etc. Y a esto se le añade la justificación proveniente de la excusa de la ultra-complejidad de los temas de asuntos públicos que requieren de la sapienza infinita de los “expertos” (economistas, analistas financieros, abogados especializados, asesores a sueldo de todo tipo, etc.).
Luego de unos textos cortos sobre la función y el estado de la Universidad de Puerto Rico (en los que resaltan nuevamente asuntos como el imperio del homo oeconomicus, el anti-intelectualismo, etc.), termina insistiendo sobre la importancia de tratar con cuidado los conceptos a través de los cuales pretendemos entender o acercarnos a la realidad, con énfasis en la interpretación de la violencia.
Este pequeño libro sigue adelantando perspectivas y planteamientos teóricos que si bien se vienen haciendo paso hace algún tiempo en otras latitudes, al respecto por lo menos de los planteamientos que quieren reinvigorizar el itinerario propiamente democrático, es un trabajo que en Puerto Rico sólo llevamos haciendo en tiempos más recientes y desde distintos foros, medios y prácticas gente como el mismo autor, Érika Fontánez Torres, Juan Carlos Rivera Ramos, Miguel Rodríguez-Casellas, Alex Betancourt, este servidor, entre otros.
Aunque en la cubierta posterior del libro se plantea la intervención intelectual (y por ende, el libro también) como elemento que entre otras cosas debe ayudar en la lucha contra el “imperio del sentido común”, prefiero decir en clave gramsciana que los planteamientos del libro van dirigidos a la transformación del sentido común, a su puesta en entredicho, para a su vez ayudar en la lucha para que se sedimenten otros elementos en el sentido común, así nutriéndolo y enriqueciéndolo. Para decirlo de otra manera, pero todavía en clave gramsciana, que las intervenciones intelectuales, la llamada “lucha de las ideas”, sólo logran éxito si logran cuajarse y hacerse parte del sentido común (pues en política poco vale en abstracto el “tener la razón”).
En fin, este es un libro muy oportuno que uno quisiera que lograra el cometido de contribuir a darle a la teorización (particularmente la teorización política) y a la intervención intelectual el espacio que se merece, no ya de manera aislada y ensimismada, sino como praxis indispensable que debe incidir en los debates y acciones referentes a los asuntos que nos atañen a todos en tanto miembros de una comunidad que se pretende política.