Mission Impossible: seis y contando
No la hay porque Cruise se ha convertido en el actor de acción más destacado del cinema. Además, en este capítulo da evidencia de su agilidad física según se acerca a la sexta década y nos recuerda que, de verdad, maneja una moto como cualquier profesional, se tira de aviones a 20,000 pies de altura y corre como un galgo. Por si acaso, los sentimientos de su personaje están a la vista y le añaden cierta veracidad a algunas de sus decisiones. En otras palabras, no se ha olvidado de actuar, como demostró en la reciente “American Made” (2017), en la que personifica al antihéroe condenado a muerte más placentero del cine.
Siguiendo una trama casi de la complejidad de un rompecabezas de un solo color, el filme está lleno de sorpresas y asombros gracias al guión de Christopher McQuarrie que también dirigió con mano firme y con una capacidad asombrosa de mover grupos de actores con soltura y de forma creíble. Los lugares en que la acción toma lugar son de una belleza insólita. Esto incluye un Paris que nos hace titubear entre buscar vuelos al alcance del bolsillo en Expedia o, venga lo que venga, irnos sin pensarlo mucho. Londres aparece más tarde y uno se culpa de no haberse montado todavía en el “Ojo de Londres”, esa noria (“estrella”) gigantesca que habita en el lado sur del Támesis: otro boleto de avión. Pero el director y el cinematógrafo Rob Hardy nos guardan lo mejor para el final y combinan tomas en Nueva Zelanda y Noruega para hacernos pensar que estamos en las faldas de los Himalaya. Sobre estos lugares hay una lucha entre helicópteros que desafía el raciocinio, pero nos pone al borde de la butaca. Pensé por un minuto que a un señor que estaba a dos butacas a mi derecha le iba a dar un ataque cardíaco.
El grupo de IMF (Impossible Mission Force) encabezado por Ethan Hunt (Cruise) incluye los ya conocidos Luther (Ving Rhames), Benji (Simon Pegg), con la ayuda sospechosa de Ilsa Faust (Rebecca Freguson), la ex miembro de MI6 (el equivalente inglés de la CIA). Por ahí andan también la fenomenal Angela Bassett, como Erica Sloane, directora de la CIA, y el también fenomenal Alec Baldwin, como el exdirector de la CIA, Alan Hunley, quien ahora es el Secretario de IMF. Un nuevo personaje es August Walker (Henry Cavill), un asesino de la CIA a quien le han dado la tarea de monitorear las actividades de Hunt y su equipo. Todos andan buscando unas esferas llenas de plutonio que ha de utilizar el loco anarquista (ver la película anterior, Mission Impossible 5) Solomon Lane (Sean Harris) para hacerlas explotar. La conflagración está siendo dirigida por el misterioso John Lark, quien piensa sacarle provecho al pandemonio que causarán las explosiones atómicas, pero que nadie sabe quién es.
Actuada con brío y con la convicción de parte de los actores de que el mundo está por acabarse, la perfección técnica del filme nos asombra y nos hace aceptar algunas hazañas humanas que no dependen de animación digital obvia. La película está concebida para darnos una gran dosis de acción con suspenso balanceada con momentos románticos que tienen que ver con la trama que se desarrolla. También vamos conociendo mejor a Ethan Hunt y algunas de las cosas que lo mueven a hacer lo que hace como forma de vida.
Este capítulo de MI es posiblemente el mejor de la serie, algo que marca un hito en el negocio hollywoodiense de franquicias: pocas veces las secuelas son mejores que las cintas que las preceden, y que haya una mejor que otras películas del mismo género es sorprendente. Tal y como son las cosas en el verano para los amantes del cine, esta película es una de las mejores que se pueden ver en cualquier momento estival. Aunque no hay mucha profundidad, la cinta ofrece acción y cinematografía espectaculares, música de la buena para una cinta de acción de Lorne Balfe, que incorpora el famoso tema de Lalo Schifrin en momentos cumbres, actuaciones excelentes, humor (sí, humor, cómo van a desperdiciar a Simon Pegg), misterio, y a los EE.UU. haciendo algo bien en 2018, aunque sea un cuento. Por eso nada más se puede ir al teatro y olvidarse por dos horas y media de las metidas de pata del gobierno de la metrópolis.