Mona: Tesoro del Caribe
Mona y Vieques son
de Puerto Rico dos alas.
–M.M.M.
Por múltiples razones que no vienen al caso cada vez que he considerado viajar a Mona algo lo ha impedido. Según ha ido pasando el tiempo las oportunidades se hacen menos, pero ahora tengo la satisfacción de haber estado allí acompañado de la espectacular cinematografía de Carlos Zayas y la magnífica dirección de Sonia Fritz. El documental va más allá de captar la belleza de la tercera isla más grande de nuestro archipiélago (Vieques es la segunda), sino que examina su prominente papel en nuestra historia y en la del Caribe, que de muchas formas es la del mundo moderno.
Puesta en su lugar hace millones de años la isla era llamada Amona por los Taínos porque era “el punto medio” de un viaje entre La Española y Puerto Rico. Se presume que la isla fue habitada por los Arahuacos y más tarde por Taínos y los artefactos y dibujos cavernícolas dan fe de la presencia de esas culturas precolombinas. Las huellas de los europeos son evidentes y constatadas por sus entrometidos graffiti, los huesos de lo que comían, y en la narración por arqueólogos que han dedicado gran y buen tiempo al estudio de la isla.
Hace mucho tiempo que un amigo en su primer viaje a Europa vio a Groenlandia desde el cielo y, en un derroche de lirismo culinario, me escribió en una tarjeta postal que la isla parecía “una chuleta verde”. Pues circula una foto de Mona desde el cielo en la que parece una chuletita antes de freír, pero si se le ve desde cerca, como verán en el próximo párrafo, ¡podría ser un pedazo de queso suizo!
No sorprende que la isla, compuesta de rocas calizas (carbonato de calcio) y dolomías (carbonato de calcio y magnesio), sea hogar a una serie de cavernas cuyo número ha ido creciendo con el tiempo según los espeleólogos (los que las estudian) descubren nuevas cuevas y laberintos donde practicar su pasión. La investigación de cavernas no es, como piensan algunos, un deporte. Además de que puede ser peligroso, es una ciencia seria que ha ayudado a geólogos, antropólogos y arqueólogos a entender mejor nuestro planeta y cómo el ser humano se ha ido trasmutando a lo largo de por los menos 200,000 años. Una forma de saber el paso del tiempo nos es contado por uno de los científicos que ayudaron en la narrativa de este filme que es una joya. Las decoraciones de las cuevas con petroglifos incluyen también estalagmitas y estalactitas. Estas últimas se forman de las filtraciones de agua que caen a las cuevas desde el techo; las primeras que nombré, resultan de las gotas de agua mineralizada que caen de las estalactitas. Análisis de las capas de estas formaciones ayudan a establecer el tiempo que se han tomado para formarse estas excrecencias minerales. En Mona hay algunas que parecen haberse tardado 800 años.
La historia de la isla se complicó con la llegada de los españoles porque durante el siglo XVI ,Fernando II la regalaba a diestra y siniestra como si fuera una alhaja que la gente podía usar cuando quisiera y, aunque en un momento por poco se la dan a Santo Domingo (Mona está más cerca de allá que de acá), pero por suerte no nos la quitaron. Aún está ahí, marcando la entrada del Canal de la Mona, separando el Atlántico del Caribe y flotando cerca de una profundidad de poco más de ¡5 millas!
Hubo períodos románticos en Mona cuando fue refugio y escondite de piratas como el capitán Kidd en el XVII, pero pernoctó allí también el pirata Cofresí y sus secuaces en el XIX. También Mona participó del comercio internacional. Samuel Eliot Morison en “The Great Explorers” (Oxford Press, 1978) cuenta que en el XVI barcos ingleses recogían mandioca en Mona. Según fue pasando el tiempo en el XIX y XX la isla se explotó para la colección de guano, que era el fertilizante de fertilizantes por su alto contenido de fósforo, nitrógeno y potasio.
Desde siempre cruzar el canal en barco ha sido jugarse la vida. Las corrientes y su variabilidad han sido responsables de la muerte de muchos navegantes. Eso se ha agudizado en el XX y el XXI con los intentos migratorios de haitianos, cubanos y dominicanos buscando mejorar sus vidas a bordo de embarcaciones incompetentes e inapropiadas para el cruce. El documental toca el tema de una forma que explica la hospitalidad de nuestra gente que tiene que, por así decirlo, darle los primeros auxilios a personas que llegan de otras islas después de largas travesías y de estar expuestos a sol y sereno y la falta de alimento. Los “oficiales” de la isla hacen su trabajo conforme a la ley pero sirven al humanismo que nos distingue a los puertorriqueños de forma humilde pero recta.
Toda la película es hermosa, pero las partes que me parecieron especiales son aquellas que examinan la flora y la fauna de la isla. Los que narran en el documental qué hacen y por qué lo hacen son dignos de admiración de todos los que nos preocupa la conservación del ambiente y el ecosistema en que vivimos. Los pájaros marinos, cuya belleza y elegancia engalanan el cielo de la isla, tienen allí un refugio. Sorprende ver los cobitos, el mayor caracol marino, invadir las playas y las rocas para desechar sus caparazones pequeños y buscar otros más grande dónde vivir. Lo hacen sin corredor de bienes raíces y con una diligencia asombrosa. Los detalles de cómo se han ido salvando las iguanas, que son autóctonas de la isla (son dinosaurios en miniatura), y el carey, son evidencia contundente contra la noción que hoy día todos deben ir a la universidad para hacerse empresarios.
Ver un tinglar o una cría de carey hacer su marcha al mar huyendo de predadores sin saber los que se ocultan en las profundidades nos da una idea de lo difícil que es la vida. Hay también gatos y cerdos que pululan por la isla y son predadores de los huevos de carey y de iguana, y de las iguanas cuando son pequeñas. Para resguardarlas los biólogos han diseñado un refugio para iguanas jóvenes que no son liberadas hasta que son lo suficientemente grandes para no dejarse comer fácilmente. Estos animales que son parte de una existencia integrada que tenemos que compartir con las plantas y los animales del planeta nos recuerda que nosotros también tenemos que protegernos de predadores. Es uno de los mensajes implícitos del documental.
Hay que felicitar a todos los que han participado de la producción del filme, incluyendo los que han contribuido a él de forma cinemática, intelectual y financiera. Es un documento que debiera ser visto por todos en Puerto Rico. Definitivamente el filme lo deben ver todos los estudiantes de todas las escuelas, y todos los maestros, presentes y futuros.