Mosquitos y fundamentalistas
Ya casi estaba dormido cuando sentí el zumbido que se acercaba a mi oído izquierdo. Nuestra capacidad de localizar un objeto por su sonido cuando cerramos los ojos es asombrosa, y cuando el zumbador se detuvo, mi cerebro estimulado por visiones de chikunguña y dengue, interpretó un aterrizaje en mi mejilla y reflexivamente mi mano izquierda me dio una bofetada que me trasladó a los años de mi niñez. También me dejó el oído con un zumbido interno por un buen rato. No sé qué pasó con el mosquito.
El episodio se transformó en un sueño, bueno en realidad en una pesadilla, en la cual mosquitos del tamaño de una libélula me atacaban con probóscides semejantes a la aguja de una jeringa, que no picaban sino que se dedicaban a transfusiones de sangre. Todos soñamos, sueños lindos y sueños feos, las pesadillas por las cuales ingresamos a un mundo tenebroso fabricado por los temores de nuestro inconsciente. En ocasiones, alguno de los miles de millones de sueños soñados cada noche por todos, se vinculan de alguna forma con algún evento real posterior (un accidente aéreo, la muerte de un amigo, un terremoto, etc.), pura casualidad pero para el que tuvo ese sueño la coincidencia se percibe como premonición, como un evento de gran impacto emocional, y de ahí surgen muchas historias asombrosas desde el punto de vista subjetivo que alimentan la superstición, pero inocuas desde el punto de vista objetivo. Algunos sueños pueden cambiarle la vida a una persona, y en la temprana edad media, un tipo, que entonces era emperador romano tuvo un sueño acerca de una batalla sobre un puente, y como consecuencia cambió el curso de la historia.
Otro sueño célebre es el que tuvo el joven René Descartes el 10 de noviembre de 1619, mientras fungía como soldado del ejercito del duque de Bavaria, durante la guerra de los 30 años. El sueño (el último de tres que soñó esa noche), que para él fue un mensaje divino, lo inspiró a buscar la unificación de todas las ciencias, de todo el conocimiento por medio de la razón, arduo trabajo que culminó en el famoso “pienso luego existo”.
Cuando nos estamos por dormir, o al despertar ocurren cosas interesantes. Para evitar accidentes cuando soñamos, la mente dormida inhibe impulsos motores ya que no sería beneficioso salir corriendo cuando soñamos que alguien nos persigue. (Han ocurrido lesiones en casos de personas que tienen este mecanismo dañado). En ocasiones esa desconexión se realiza con cierto desfase entre el estado de sueño y el de vigilia, y entonces ocurre lo que se conoce como parálisis del sueño, una incapacidad transitoria para realizar cualquier tipo de movimiento voluntario. Se conocen como estados de Hipnagogia (al dormirse) e Hipnopompia (al despertar). Durante el episodio, que puede durar unos pocos minutos, la persona plenamente consciente, es incapaz de moverse o hablar, se siente aprisionada, angustiada, en peligro y puede experimentar fuertes alucinaciones visuales, táctiles y sonoras. Muchas veces se perciben caras fantásticas y “visiones de otros mundos”. Algunos concluyen que fueron raptados, con motivos experimentales, por alienígenos. También se acompaña con la sensación de que un intruso está presente, “la vieja bruja” o en inglés “Old Hag” y en la Edad media se concebían íncubos y súcubos que en la noche tenían relaciones sexuales con la persona dormida y producían un peso sobre el pecho que apenas dejaba respirar, y por lo tanto: “pesadillas”.
Regreso a los mosquitos. Son odiosos, más que las sucias moscas, más que las asquerosas cucarachas que serán las herederas del planeta, más que las arañas peludas que me paran los pelos.
Mi arsenal es bastante completo. He empleado unas pastillitas azules que se calientan y emiten insecticida que supuestamente los mata y que además respiramos. Digo “supuestamente” ya que nunca he visto un cadáver. Tengo varias cremas y lociones que los alejan, pero que al poco tiempo dejan de funcionar. Hasta me puse una pulsera antimosquito que nada mas de mirarla sabía que no funcionaria. Te la pones en la muñeca y te pican en el pie y viceversa. También consideré un aparatito de ultrasonido que supuestamente los ahuyenta pero me ahorré el dinero al no encontrar pruebas de que sirva para algo. Compré un aparato con una luz ultravioleta y una trampa que los atrapa y los mata de hambre, pero aunque he visto otros insectos en la trampa, nada de Aedes aegypti, que es el que importa.
Algo que me falta es la jaula mosquitero que cubre toda la cama y evitaría que mi mano me castigara por la noche. Las había en Sur África cuando fui de visita, y opino que es una buena idea para dormir tranquilo. Aquí no se encuentran, y pienso que podría ser un buen negocio. Se trata de un marco de madera adaptable al tamaño de la cama, que podría ser anunciado con un “jingle” que enfatizara el chikunguña y dengue (el miedo vende) para que usted y su familia duerman tranquilos. Por este medio le aviso que la idea la tengo registrada y si quiere negociamos…
Por otro lado, la raqueta electrónica es maravillosa. Mata con un chasquido que causa placer, y en ocasiones se percibe un tufo a mosquito asado que acentúa nuestra satisfacción. Con un poco de práctica (ayuda que en su día yo jugaba tenis y ping pong) uno se convierte en un matador profesional. El entrenamiento es importante ya que los mosquitos como todo organismo evolucionan, y ya aquellos que volaban lenta y plácidamente no han dejado descendientes, al igual que no dejaron descendientes nuestros antepasados homínidos que cometían el error de no ver una cara donde la había. Somos por eso, descendientes de los que veían caras donde no las había, y así lo hacemos hasta el presente, y las vemos en tostadas y manchas de aceite, y les damos significados que no tienen.
Ahora los mosquitos vuelan en zigzag, y el swing tiene que anticipar este movimiento. Distinto cuando se encuentran en una pared, haciendo la digestión. En ese caso un ataque sigiloso, un acercamiento lento con la raqueta hasta que no tengan escapatoria, es la mejor estrategia.
No piense que los odio por odiar, no me molestan los ciempiés o las arañas que también pican, pero lo hacen en defensa propia y no por picar, y es sabido que la defensa propia es una justificación aceptada. Hasta toleraría compartir un poco de sangre si no dejaran ronchas y transmitieran algún virus (malas noticias envueltas en proteína), que además de los arriba mencionados, incluye los de la fiebre amarilla, malaria y la fiebre del Nilo, entre otros. Según la organización mundial de la salud, se estima que Aedes (le llamo por su primer nombre ya que hay confianza) causa 50 millones de infecciones y 25.000 muertes por año. Más que alguna guerra.
Para los fundamentalistas no es cierto que todos los organismos evolucionaron de ancestros comunes, o al menos no el ser humano que es algo más que un mero animal, por más que yo no le veo la diferencia. Bueno si, hay diferencias, no todas para llenarnos de orgullo, y cuando pienso en las salvajadas que somos capaces de cometer, ya sea en Treblinka, la ESMA o en el Oriente Medio, pienso que cualquier animal se sentiría ofendido de que lo consideráramos pariente. Si los animales fueran fundamentalistas y pensaran (casi un oxímoron), considerarían que somos el resultado del diseño por parte de un morón.
Es decir que según estos señores, que poco saben de ciencia, el asunto de la vida puede ser como lo explica Darwin y sus discípulos, con mosquitos y todo, menos nosotros que somos especiales, producto de un diseño divino (a su imagen y semejanza).
El Vaticano, menos extremista, ha tenido que aceptar las modernas teorías de la evolución, pero con ciertas reservas. Ya en 1950, en su encíclica Humani generis , el Papa Pío XII dice: Por todas estas razones, el Magisterio de la Iglesia no prohíbe el que —según el estado actual de las ciencias y la teología— en las investigaciones y disputas, entre los hombres más competentes de entrambos campos, sea objeto de estudio la doctrina del evolucionismo, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente —pero la fe católica manda defender que las almas son creadas inmediatamente por Dios—.
En su discurso a la Pontificia Academia de Ciencias en octubre 22 de 1996 el Papa Juan Pablo II aunque finalmente admitió la evolución biológica, sólo lo hizo en parte ya que también postuló que hay una intervención divina en cuanto a la conciencia humana. Fue sólo medio paso. Dice: Hoy, más de medio siglo después de la aparición de la encíclica, (se refiere a Humani generis), los nuevos conocimientos conducen a reconocer en la teoría de la evolución más que una hipótesis. Más adelante: Pío XII había destacado este punto esencial: el cuerpo humano tiene su origen en la materia viva que existe antes que él, pero el alma espiritual es creada inmediatamente por Dios («animas enim a Deo immediate creari catholica fides nos retinere iubet»). En consecuencia, las teorías de la evolución que, en función de las filosofías en las que se inspiran, consideran que el espíritu surge de las fuerzas de la materia viva o que se trata de un simple epifenómeno de esta materia, son incompatibles con la verdad sobre el hombre. Por otra parte, esas teorías son incapaces de fundar la dignidad de la persona.
Es decir que se acepta la evolución biológica en cuanto al cuerpo humano, pero la conciencia (o alma), requiere intervención divina. Lo que no queda claro, ya que se aceptan los hechos evolutivos en la historia del Homo sapiens es ¿De qué “hombres” habla?: ¿Homo erectus?, ¿Homo habilis? ¿Homo sapiens neanderthalensis (con quienes compartimos genes producto de noches pecaminosas)? ¿Cómo hizo el todopoderoso para decidir cuando comienza la conciencia y la humanidad?
El extremo fundamentalista pretende ser científico, inventando la teoría del “diseño inteligente”, como alternativa a Darwin, ya que dicen que es necesario para explicar cosas como el ojo humano, el proceso de coagulación y el flagelo bacteriano. Aceptando esto último admiten entonces que también el resto no humano fue resultado de diseño, y eso incluye al mosquito y volvemos al inicio. Pero a mí me parece que el que diseñó al mosquito realmente era un sádico, probablemente el mismo que diseño el virus del VIH, y supongo que fue el mismo que según los fundamentalistas nos diseñó a nosotros a menos que hubiera dos diseñadores distintos con habilidades diferentes, pero eso causaría jaqueca teológica. Bue, además no entiendo el diseño tan descuidado que no incluyó protección natural contra el mosquito, piel repelente quizá, como la corteza del nim (Azadirachta indica). ¿O es que no sabía?
Podríamos quizá explicarlo como consecuencia del diseño por un comité de dioses, pero para eso tendríamos que regresar al Olimpo y anular el sueño de Constantino. En realidad nada cuadra, y la suposición de un diseñador para explicar el diseño aparente lleva ineludiblemente a la pregunta de quién diseño al diseñador en una regresión infinita. El diseñador indiseñado es nada más que una forma retórica de sacarle el culo a la jeringa. Quizá podríamos entender al mosquito como análogo vivo de nuestros royos mentales, las cosas que se nos ocurren cuando pensamos por pensar, cuestiones que ponen a zumbar nuestras neuronas y que ninguna bofetada puede eliminar.