Mujeres i lustres
A Bea, en especial, porque también pertenece a este aquelarre indómito.
Mujeres i
Quienes me conocen y me leen, saben que me fascinan las mujeres irredentas e imprescindibles. En esta coyuntura rota, no podría respirar sin ellas. No podría escribir sin ellas. No podría luchar sin su aliento.
Son esa mirada tenue que te revela utopías y las forja cual discreta maga. Son ese rayo que no cesa, esa marea siempre alta que te acuna desvelos sin pactar la pregunta imprudente. Son el lustre de los días sin descanso, el abrazo que acaricia el llanto y el aliento que anima la marcha.
Son mujeres comunes y frecuentes. Como los números: imaginarias i presentes. Son lúcidas y sospechan del poder en sus diversos perfiles. Son multitud y diferencia. Pero, entrañablemente, afines en su emancipar sin tregua. Caminan danzando, como excavando justicia en cada piedra, en cada golpe, en cada perímetro que afina el oprobio.
Son dianas de la palabra y artífices de la calle. Maestras de la pregunta aguda, rigurosa y versátil. Doctoras del paso sencillo, coherente e insobornable.
En tiempos en que es fácil la desidia, el cinismo y la derrota, yo las escojo a ellas. Las leo sin descanso. Procuro imitar sus pesquisas, sus actos y, sobre todo, su imaginación imprudente. Prefiero sus epistemologías del riesgo, de la solidaridad y de la pregunta. Apuesto por la etimología de su cambio: bueno, generoso y tierno con lxs otrxs de una vez y por todas. Me apunto a su abrazo de luz hacia los cuerpos infames y a su arrullo de mar para todas las condenadas de la tierra.
lustres
Las mujeres i son el lustre de este país que nace a pesar de todos los pronósticos. Son la promesa radical que le devuelve a esa palabra su aliento rebelde en este indigno día.
Son incontables sus lustres y su vocación sencilla. La revolución boricuir tiene sus nombres, nuestra liberación matria sus apellidos y nuestra soberanía tenaz nace en sus manos.
Son: Anayra Santory Jorge –filósofa en fuga de los perímetros–, Ariadna Godreau Aubert –defensora de los cuerpos y de las turbas indóciles– y Amárilis Pagán Jiménez –tatuaje de una nueva política que nos merecemos. Ellas nos aseguran que venceremos contra golpes y exclusiones de toda estirpe. Las tres, en nombre de las que les precedieron, en eco de tantas anónimas precisas, abonan una convicción justa: ninguna juntita de los mismos de siempre, ningún politiquerito de tercera, ninguna concesión de turno, nos quitará nuestra ansia y lucha de libertad.