Música entre líneas
«No el placer, no la gloria, no el poder: la libertad, únicamente la libertad. Pasar de los fantasmas de la fe a los espectros de la razón es solamente ser cambiado de celda. El arte, si nos libera de los fetiches establecidos y anticuados, también nos libera de las ideas generosas y de las preocupaciones sociales – fetiches también.»
–F. Pessoa. (B. Soares, Libro del desasosiego, 458)
En medio del paupérrimo marco institucional que todavía sirve de fachada jurídico-político a la isla de Puerto Rico en su indigna condición política; y a pesar de la exultante pusilanimidad de un poder que, venido a menos, gobierna desde hace 64 años a los que en ella de tantas maneras habitamos, los artistas – en el sentido más amplio de este término – conspiran. Conspirar significa compartir, por el tiempo que fuera, una común aspiración que permita alentar la alegría y la respiración de las fuerzas creadoras. Lo que sigue son algunas ocurrencias a propósito de la extraordinaria exposición que durante el mes de marzo del año en curso se llevó a cabo en la Liga de Arte de San Juan, titulada Entre líneas. Hablaré en presente para hacer constar el ahora que entonces fue.
En la pequeña pero cálida y acogedora sala de exposiciones de la Liga, que con tan buen gusto y distinción dirige Ivonne Prats, se reúne una singular muestra de dos de nuestros más destacados maestros de las artes plásticas: Luis Alonso y Charles Juhasz-Alvarado. Adosados a tres muros de blancas paredes, aparecen alrededor de 28 dibujos de Alonso realizados con el negro vibrante de la tinta china y, en ocasiones, con tintes de acuarela y otros medios. Todos contienen el mismo pulso detonador que se adentra en la vasta presencia de un único, anónimo y plural personaje, vestido de sombras enrarecidas y sombrero perpetuo, que se repite en prácticamente toda la obra del artista.
En medio de la sala aparece un tríptico escultórico en metal (acero y aluminio) que configura distintos pero simétricos tubos polifónicos. A la manera de un trío de marimbas o xilófonos en metal, se despliegan las virtuales ondas sonoras de un espacio marcado por la composición metálica y los dibujos. Los dibujos suavizan los metales, y puesto que estos son timbres de voz, la música sirve de aliento a los dibujos. Así se ha podido construir un espacio de geometría afectiva y diseño del pensamiento. De una parte, hay que tener en mente que los metales son conductores de energía (calor y electricidad) como lo son también los neurotransmisores que componen las células de nuestro cerebro. De otra parte, el tríptico se inscribe en sintonía con los tres arcos que sirven de umbrales al espacio de la sala. No es un azar que la exhibición se inaugure el día tres de marzo. Tampoco se trata de un asunto esotérico, ocultista o arquetípico. La obra está concebida de manera abierta y transparente para dejar traslucir la intención e intuición del artista.
Los tubos se entrelazan como mecedoras, mientras que la ondulación central que les sirve de sostén apunta a la fuga y al perímetro de los arcos. Un perímetro que puede muy bien imaginarse o, mejor dicho, concebirse a la manera de tres triángulos: N 3 O que conforman la unicidad (g) espacio-tiempo en una suerte de coreografía astral que se disipa en el gran vacío del cielo. El ancestral símbolo de la Trinidad, que Nicolás de Cusa llevó a las más sublimes implicaciones filosóficas en la tradición judeo-cristiana, recupera aquí el sencillo equilibrio de una suma cuya multiplicación conduce al infinito, bien entendido como vacío o absuelto de identidad, mismidad o de sí-mismo: 3+3 = 6 +1 = 7 +1 = 8 a ∞ = 0. Recuérdese, al respecto, que el ocho (8) recostado equivale al símbolo de lo infinito (∞), y que este repuesto y desenlazado se disuelve en el cero (0: śūnyā, símbolo por excelencia del vacío o śūnyatā, en sánscrito).
El justo equilibrio presagia los sonidos donde se conjura la plenitud del silencio. No se puede evitar pensar en Marcel Duchamp. Por ejemplo, en un dibujo suyo, hecho a lápiz, sobre un papel de pentagramas. Dicho dibujo forma parte de los papeles de la Caja de 1914, donde aparece el proyecto de lo que será el célebre Gran Vidrio de la Marié mis à nu pas ces célibatariare, même (1936). Allí aparece un ciclista en línea levemente ascendente, titulado «– avoir l’apprenti dans le soleil.– ». Y en torno a él este pun o juego de palabras, tan habituales en Duchamp: Equi-libre. Podríamos traducir: equilibrio entendido como el tenso ejercicio que en cada momento pone en juego la arriesgada y lúdica práctica de la libertad. El dibujo pone en evidencia lo que somos junto a todos los seres vivos: acróbatas del espíritu, anhelantes fauces de soles, lunas y eclipses.
En la obra de Charles Juhasz, la idea musical se completa con los 15 instrumentos o, mejor dicho, personajes instrumentales que aparecen singularmente destacados junto al muro arqueado que confronta los dibujos. La conspiración prospera a escala de los silencios musicales. Quienquiera, aunque no debería ser cualquiera, puede echar mano de los personajes y provocar sonidos que si se realizan con pausa y tacto replicarían el llamado al recogimiento (zazen) de un templo budista en alguna montaña del archipiélago japonés.
Los sonidos viajan por las octavas que se repiten en la vastedad del vacío. La obra de Charles es un ejercicio de topología; la obra de Luis es un emblema de la soledad. Precisemos de inmediato que la topología es la investigación del trazado continuo de las superficies; la multiplicación ad infinitum de las tangentes en virtud de lo cual lo de adentro se realiza afuera y el afuera se adentra, siguiendo el entrelazado de la célebre cinta de Möbius, lo cual remite a lo ya dicho sobre el ∞ = 0.
La topología no es un asunto de cantidades numéricas sino de cualidades multiformes e inesperadas configuraciones. Por su parte, la soledad no es aislamiento. Aislarse es ensimismarse. El aislamiento se apertrecha con el mutismo. Esto último es lo que se fomenta, por ejemplo, con la deriva narcisista del universo cibernético. Se trata, en buena medida, de un efecto de la ruptura de los vínculos o lazos sociales que lleva a cabo el capitalismo. Ruptura que luego se pretende remediar con el chantaje de las ofertas y demandas confeccionadas por la propio lógica que la impulsa y fomenta. Estúdiese al respecto las estrategias del marketing y, muy particularmente, el lucrativo, poderoso y exitoso montaje, tan perverso como puritano, de Facebook. Contrario a todo esto, el estar consigo mismo, propio de un entendimiento de la soledad, implica afirmar desde la fuerza singular que distingue a cada uno, la experiencia radical de lo común de la que emerge el solaz de la colaboración. La soledad, bien asumida, es la experiencia, siempre por determinarse, de encuentros y junturas.
En este sentido, la actividad artística es un baluarte de la fecunda imbricación de fuerza y potencia. Esto es justamente lo que el capitalismo no tolera, pues su despotismo se nutre de la captura de los deseos anhelantes (desiderium), perpetuándose así la impotencia y la debilidad propias de un individualismo gregario, competitivo, estúpido y mezquino.
En fin, por más que la obra artística e intelectual esté sometida a las pautas omnívoras del Mercado, hay siempre la oportunidad de lo excepcional. Pero para ello no se puede perder de vista que no se crea una obra para ser exitoso ni hacer fortuna. Se crea para hacer lo que hay que hacer en virtud del imperativo poético que acompaña toda genuina experiencia artística, más allá de toda creencia y expectativa. Se crea porque Sí. Una afirmación que ha de ser tan incondicional como el amor que la procrea.
Concluyo con un poema que tiene como referente el dibujo de Luis Alonso que encabeza este escrito:
A la entrada del templo vacío
persiste
la ventolera
del cuerpo con sombrero
dibujado
al zumbido
de la tinta china
Impenetrable el dolor
En el sereno rostro
de lo vivido
Lluvia de acaeceres
que por la noche se inclinan
al silencio
de la luz
y el fulgor de las luciérnagas
De perfil el gran amigo:
Árbol
antiguo
en la víspera del agua
Habiendo entrado ya,
fruta indómita
de la intemperie
Invisible parpadeo,
melodía íntima
al abrazo inmenso
de las estrellas.