Narratología del sexo oral
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El sexo oral se ha puesto de moda. Varias razones explicarían el hecho, adelante se las indagará. Por lo pronto aviso que el monstruo de la opinión ensalza cuanto considera in y humilla cuanto juzga out. La ropa. La comida. El lenguaje. Los muebles. Las expresiones artísticas. Ni siquiera el sexo a la vieja usanza se escapa de los caprichos de la moda.De moda están las jaleas para dulcificar el conducto entre la vulva y la matriz. De moda están los condones lubricados con miel y sabor a menta. Hasta la ropa interior comestible está de moda: brasieres y pantis y boxers elaborados con capas delgadas de chocolate y boronía de frambuesa listos a satisfacer el paladar…. aperitivamente.
¿De moda? Bueno, ni tanto. Comer, devorar y fornicar son verbos de significado indistinto desde que el mundo es mundo, así como bugarrón y comelón son sustantivos de uso indistinto, también desde entonces. Y el deseo carnal que despiertan ciertas mujeres y ciertos hombres lo resume el epíteto apetecible. Y las palabras banquete y ágape metaforizan el fornicio desde cuando Pa Adán y Ma Eva comieron la fruta prohibida.
Mejor dicho cuando la devoraron. Pues si el comer induce a la complacencia lenta el devorar induce al engullir apresurado. Quién duda que nuestros padres fornicaran de prisa y sin tregua luego de saberse propietarios de un pene y una vagina. También uno puede suponer que se comieron y devoraron como si los espoleara una materia afrodisiaca. ¿Sería por sospechosa de afrodisiaca que se prohibió comer manzana en el edén?
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El imperio de lo efímero titula Giles Lipovetsky un libro donde, además de sicologizar la moda, la escudriña como fenómeno trastornador. Pues la moda desmiente el refrán De la moda lo que acomoda. Trillones de seres humanos abrazan, a diario, las modas que no les acomodan con tal de estar a la moda.
Aunque efímero según Lipovetsky, el imperio de la moda no cesa de oprimir y arbitrar. De manera opresiva y arbitraria la moda reglamenta cuanto toca, incluido el sexo oral que me ocupa.
Que no se relaciona con el sexo a la vieja usanza o la usanza misionera preceptuada por Tomás de Aquino- cara a cara, la hembra abajo y el hombre encima. Tampoco con la felación, nombre dado a las caricias realizadas sobre el sexo viril con los labios y la lengua, según el admirable Léxico sucinto del erotismo armado por Octavio Paz, André Breton y similares cerebros ilustres. Tampoco con la cunilición, nombre de la estimulación bucal de los genitales femeninos según el Diccionario de Usos y Dudas del Español Actual de José Martínez de Sousa.
El sexo oral que me ocupa tiene su propia legislación, diferente a la del sexo de la felación y la cunilición, el beso negro y la hastiosa gimnasia rebautizada el 69. En resumen, el sexo nuestro de cada día.
Siguen razonamientos de por qué se ha vuelto viral el sexo oral.
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A. El miedo a las enfermedades contagiosas aconseja huir de las relaciones carnales arriesgadas. En oposición dicho miedo aconseja buscar guarida en la palabra. Del guarecimiento en la palabra da noticia un texto fundacional de la literatura galante, el Decamerón de Bocaccio. Más que cualquier otro libro del temprano Renacimiento el Decamerón representa el modelo originario del sexo oral. Insuperable, que el tiempo no logra envejecerlo, el título esclarece su andamiaje matemático. Que es el siguiente.
Diez fugitivos de la peste florentina cuentan diez cuentos durante el lapso de cien noches. Son cuentos de sensualidad copiosa y diversiforme. Leerlos agrada como agrada leer los cuentos de Las mil y una noches, libro con el cual emparenta. No extrañe que el flagelo del sida inspire Las cien y una noches, corpus a armarse con los relatos de diez homosexuales sobrevivientes a la plaga atroz. Con imaginar nada se pierde: los diez relatos servirían de alivio al estrés que sufren los castos involuntarios durante las cien y una noches de maldecida castidad.
B. El sexo se encuentra en todas partes menos en la sexualidad, asegura el pensador Roland Barthes. Increíble resulta saber que a millones les deleita más el sexo cuando evocan su ocurrencia ante terceros que cuando lo viven en la intimidad de la pareja.
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Un reino suntuoso constituye la intimidad de la pareja, un reino donde conviven la realidad tajante y la fantasía que galopa. Un reino donde la materia desvestida apenas si susurra: –Estando contigo me olvido de todo y de mí, Parece que todo lo tengo teniéndote a ti. Un reino donde abunda el halago parejo a lo disparejo: la caricia a una nalga y la caricia a una mejilla equivalen.
¿Participa del halago susodicho la marcha triunfal de la boca hacia los labios privados y la salutación entusiasta de los labios públicos al pene belicoso y a la taberna anal?
Imposible contestar la pregunta. Que a todos nos ampara la enmienda impuesta por un romance español: Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va. Aparte de cada quien estructura las bases sobre las que levanta su reino de la intimidad, cada quien delimita las fronteras del reino, cada quien selecciona los usos a dar a su cama y los permisos que otorgar a su cuerpo.
Al margen de bases y usos, convengamos en que el reino de la intimidad se arrabaliza cuando su suntuosidad se desmenuza para satisfacer al oyón, el hermano gemelo del mirón. Peor aún, el festejo que supone jinetear un cuerpo, o ser el cuerpo jineteado, se traiciona cuando uno de los festejantes lo reduce a materia narrable en los lugares donde prospera la indiscreción: el bar, la barbería, el beauty, el face book.
Dicho lo dicho vamos a zambullirnos en la narratología del sexo oral, propiamente.
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A través del teléfono la vocecilla suena confusa, al punto que la destinataria invita a la telefoneante a repetir la pregunta. Tras carraspear la vocecilla se transmuta en voz y repite la pregunta: –¿Debo darle las gracias a mi marido tras coitar? La destinataria sonríe sin sorprenderse. Tampoco se sorprende ante la pregunta que remite, por teléfono también, una voz masculina fatigada por el rencor: –¿A quién culpo por la exigüidad de mi pene?
La buena vibra de la destinataria estremece la pantalla del televisor. Tan calmada se porta que no parece endeudada con el karma. Vez hubo cuando la destinataria se llamó Sally Raphael, otra vez se llamó la doctora Nancy, otra Maite a secas. Estos días la destinataria se llama Ana María Polo. La inteligencia liberal y efervescente de la doctora Polo le permite dilucidar y re-encarrilar retorcidos líos sexuales, al margen de los apremios legales que consustancian su programa Caso cerrado.
Aún así, la destinataria paradigmática del zozobraje sexual fue, es y seguirá siendo Ruth Westheimer. Ella inventa el género de la consulta sexual telefónica, si bien la popularidad la consigue con el nombre escueto de Doctora Ruth.
Discúlpeseme la contradicción aparente: la Doctora Ruth parece una sílfide rechoncha. Mejor dicho, parece la versión femenina de Puck, el duende travieso de Sueño de una noche de verano. Sílfide o duende, la Doctora Ruth afronta las dudas de los telefoneantes con la gentileza de quien está de regreso de la frustración y la apariencia y otros fastidios semejantes.
Por estar de regreso del fastidio a la sílfide rechoncha no la fastidian las narraciones de los telefoneantes. Que se introducen mediante el nombre. -Habla Bob. -Habla Susan. -Habla Elena. -Habla Tommy. Después de presentarse, Susan o Bob, Elena o Tommy, quien llame al teléfono ubicado en un estudio televisivo, anunciará: -Tengo un problema. A solicitud de la Doctora Ruth procederá a narrarlo.
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The road less traveled se titula un libro de Morgan Scott Peck. Pertenece a la categoría del libro de autoayuda o automotivación, infaltable en las listas de libros de mayor venta dondequiera. El libro de Scott Peck popularizó un versículo profano: –Quien no es parte de la solución es parte del problema.
Problema tras problema la Doctora Ruth cierra filas con la solución. La solución manifiesta afinidad con aquellos a quienes el problema se les hizo cárcel. La solución manifiesta el talento de la Doctora Ruth para ayudar a los telefoneantes a vivir en paz relativa. ¿Paz relativa? Bueno, nada es absoluto salvo los fanatismos.
Mucho de novelita confesional encierra la narración del problema: personajes, atmósfera tensa, nudo, crisis. La novelita confesional podría subtitularse novelita del sexo sin ficción como homenaje a Truman Capote o novelita del sexo testimonial como homenaje a Elena Poniatowska.
Algunas novelitas confesionales de la Doctora Ruth avanzan sin rodeos, otras resucitan el truco literario del mediador. Dicho truco, cultivado por José Antonio Dávila en Carta de recomendación, Jorge Luis Borges en El hacedor y Ernesto Cardenal en Oración por Marilyn Monroe, alcanza la embriaguez en la carta que Don Quijote le envía a Dulcinea por mediación de su escudero. Pero, a diferencia de Sancho la Doctora Ruth no extravía ni altera las confesiones de amor y desconsuelo del remitente.
Trátese de la negativa del pene a erguirse cuando el erguimiento urge, trátese de la jaqueca femenil que estalla previo a la cosa pasar, el problema se verbaliza sin rodeos como aconseja la Doctora Ruth. ¿Propósito del consejo?: destenebrecer la sexualidad.
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Concorde con el propósito destenebrecedor la Doctora Ruth sosiega a la dama que pregunta si debe agradecerle al marido tras coitar: –Si la transportó al paraíso agradézcale. Si la dejó como si con usted no fuera, comuníquele la aburrición. Concorde con el propósito destenebrecedor la Doctora Ruth le reclama al caballero mortificado por la exigüidad del pene que aclare lo que entiende por exiguo. Y mientras levanta el dedo pregunta si el meñique es exiguo, si el anular es exiguo, si el dedo del corazón es exiguo. Finalmente ataja la desolación con un refrancillo nutrido por el sentido común: –Más vale chiquitín y juguetón que grande y dormilón.
La Doctora Ruth sortea con valor las interrogaciones que reclaman su contestación meridiana. Ninguna la intimida. Ni la del varón que busca al culpable de su pene penito. Ni la de la dama ignorante de la etiqueta genital.
Tampoco las interrogaciones que suenan vulgares, defensivas o indecentes escapan a sus análisis. Vulgares, defensivas e indecentes, sí. Aunque capaces de ratificar la fragilidad intrínseca de la raza humana.
Juzgue el lector si no hay fragilidad intrínseca en los ejemplos que guarda mi memoria. Juzgue sin olvidar que la memoria archiva, pero también invenciona.
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a) Un eyaculador precoz le inquiere a la Doctora Ruth sobre cómo fornicar sin pensar que fornica, cómo retrasar el estampido del semen mientras admira la desnudez del cuerpo excitador.
b) Una chica de carne inmejorable suele exigir al carnívoro de turno que le declame versos nerudianos mientras la penetra. La chica consulta cómo reaccionar a la alternativa insensible a que la enfrentó el carnívoro, de repente: –Declamo o meto.
c) Una judoka consulta si es anormal pedirle al esposo que la moteje Rocky Balboa porque a ella la ilusiona ser un clon del legendario boxeador del celuloide.
d) Un caballero entrado en años y en chichos pregunta si son necias las preguntas hechas a la veinteañera con quien se solaza: –¿Huelo bien? -¿Peso demasiado? -¿Estás a gusto? -¿Quieres dejar la cosa para mañana? -¿Verdad que en tu cama nadie es como yo?
e) Un fisiculturista inquiere si le clarifica al papisongo a quien pretende vacunar: –No soy gay ni bisexual ni pendejada análoga. Hago la cosa con otro macho para que nada humano me sea ajeno.
Eyaculador precoz. Chica de carne inmejorable. Judoka que procura el rebautizo. Caballero entrado en años y chichos. Fisiculturista con ínfulas de poeta latino. ¿Juzga el lector si las preocupaciones acabadas de resumir son vulgares, defensivas o indecentes? No se apresure en juzgar, que quien a prisa juzgó despacio se arrepintió.
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¡Lo que va de ayer a hoy!
Ayer nomás el sexo oral se destinaba a las orejas del cura y las orejas del siquiatra. Con un Cese y desista regañaba el cura al porfiado seguidor de Onán. El siquiatra recetaba terapia verbal hasta encontrar la culpa tras la reincidencia en el vicio solitario. Ayer se confesaba a la iglesia o la ciencia.
Hoy los sexo-oralistas aspiran a que el universo entero se entere del problema. Y para enterar al universo entero ningún vehículo mejor que el reality show, un show que transforma a la persona en personaje. Hoy se anuncia por altoparlante.
¿Será que el quid del sexo oral radica en la exhibición universal de la persona que se quiere personaje? El quid, el meollo, la intríngulis en el caso del reality show de la Doctora Ruth se trataría de una exhibición a medias. Porque el espectador de dicho reality show sólo ve a la Doctora Ruth oír a los telefoneantes. Por cierto, oírlos con interés respetuoso.
Respetuoso y paciente, dado el rosario de narraciones que los telefoneantes desgranan. Aunque ligadas, de una manera u otra, al sexo de la felación y la cunilición, del beso negro y de la hastiosa gimnasia rebautizada el 69, las narraciones abundan en quejas, protestas, enfados, incertidumbres. Y en frustraciones, desamores, incomprensiones.
¿Cundirá en el valle de lágrimas el analfabetismo sexual? Más que asombrar pasma la búsqueda desesperada de orientación respecto a cómo sexogozar. ¿Falta de iniciativa? ¿Temor a equivocarse y que el performance manifieste inexperiencia? Pero, más inexpertos que Adán y Eva nadie. Sin embargo, el Hombre y la Vida tantearon y tantearon y tantearon hasta que aprendieron a sexogozar. Y vaya si dio frutos el aprendizaje: aquí estamos y somos multitud.
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A pesar de Lady Chaterley y su amante, a pesar del Amante de Marguerite Duras, a pesar de los fornicios en el fiacre de Emma Bovary y León, a pesar de las loliterías nabokovianas y las bellas durmientes de Kawabata y las edades de Lulú y los vapores de Sor Emilia, a pesar de cuanto opus dramatiza el hambre canina que ataca por la mente y la entrepierna, la literatura llega tarde, como es natural.
Pues la vida, sierva del instinto y el deseo, hace palidecer la musa más licenciosa. Incluida la musa que jadea por los epigramas eróticos de Marcial y los poemas de Estratón de Sardes recuperados en la antología de Luis Antonio de Villena La musa de los muchachos. Y por la obra narrativa de Maquiavelo, los textos malditos del Marqués de Sade, la novela de Apollinaire Las once mil vergas, las Tradiciones en salsa verde de Ricardo Palma. Y ni olvidar debemos la tentación del placer, impulso constitutivo del linaje humano. Tentados vivimos sin poder evitarlo. ¿Sin poderlo o sin quererlo? La narratología suscitada por el sexo oral da una respuesta persuasiva a dicha interrogación. Yo me inhibo de responder.
* Del libro de aparición próxima TEXTOS CANALLAS, reproducido aquí con la autorización del autor.