Nem, el narco
Tiene 35 años y estará en prisión por no se sabe cuantos. Durante los últimos seis años, Bonfim Lopes, conocido simplemente como Nem, fue il capo di tutti i capi de Rocinha, la segunda favela más grande de Río de Janeiro. Descrita como un inmenso pesebre entre algunos de los barrios más elegantes al sur de la bellísima ciudad, Rocinha es uno de los asentamientos urbanos y pobres más grandes de Latinoamérica. En sus casitas apiñadas, serpenteando unas sobre otras hacia lo alto de un cerro, viven alrededor de 100,000 personas. Nem y sus hombres, entre ellos. La ganga de Nem tiene un nombre simpático, los Amigos de los Amigos (ADA), el cual sugiere la inmensa red de lealtades e indiferencias que necesita el narco para sobrevivir. Los amigos de Nem huyeron o corrieron a esconderse o terminaron presos en la sonada ocupación militar de la Rocinha en noviembre del pasado año. Los amigos de sus amigos, seguramente, corrieron mejor suerte. Ni en gobiernos tan progresistas como los de Dilma Roussef llega el ejército a ocupar los barrios caros.
Hay mucho que aprender de Nem, quien tiene una historia que sólo gonfiabili podría ocurrírsele al más melodramático de los guionistas de Hollywood. A lo mejor a Nem le gusta el cine y debió haber sido guionista o al menos hacer de sí mismo en alguna película sobre su vida cuando finalmente salga de la cárcel. Porque saldrá. Eso lo sabemos, a menos que sus enemigos le alcancen dentro. Pero no nos adelantemos a un fin que aún no llega. Lo más importante de esta historia es el comienzo. A los 25 años Nem tenía esposa y una hija enferma. Lula, el hijo de Brasil, el presidente con la biografía política más inverosímil (hasta la llegada de su inimaginable sucesora, Dilma Roussef), todavía no había ganado las elecciones. Desde el año pasado, la sanidad pública brasileña tiene el detalle de regalarle las medicinas y llevar gratuitamente los controles a todo paciente que tenga diabetes o la presión alta, males endémicos tanto allá como acá. Hace diez años, sin embargo, a Nem le faltaba el dinero para el tratamiento que le habían prescrito a su hija. Se trataba de una cantidad considerable para el 99% de las familias del mundo. No sé cómo le habría ido en los semáforos de la ciudad que se avista desde el cerro, pero Nem tenía otros planes y sabía a quien acudir. «Hoy no es el día…que dejo morir a mi hija», se dijo.
Ausente el Estado distante e impotente o desconocedora la caridad ciudadana, Nem acudió a Lulu, el jefe de turno. Lulu, como todo narco que se respete, le sobra dinero para cualquier remedio. Su escala, más bien, es la de un hospital con todas las de la ley. Pero Nem no pidió tanto. Le bastaba salvar a su hija. Así somos los humanos, tímidos y cortos de mira. Lulu pidió más. A cambio del tratamiento que necesitaba la niña de Nem, le ofreció un trabajo en su organización. Algo debió haber visto Lulu que no alcanzamos a ver nosotros en aquel muchacho cuando se lo llevaban preso. Lo habían sacado de la cajuela de un Toyota negro que conducía un supuesto empleado diplomático acompañado de un abogado. Lulu no se equivocó con su oferta. El muchacho resultó talentoso.
Ganó notoriedad por la rapidez con la que se hizo del poder en toda la Rocinha. A sólo 48 horas de la muerte de su predecesor Erismar «Bem-te-ví» Rodrigues Moreira, en un planificado enfrentamiento con la Policía, Nem era el nuevo capo. Lo logró con la velocidad de las armas, cumpliéndole, además, una promesa al difunto. Bem-te-ví, con apenas 29 años ya había repasado muchas veces su muerte. Si éste faltaba, Nem debía asesinar a Soul, cuñado de Bem-te-ví y jefe de la banda contraria: los Comandos Rojos. La razón es inmejorable para un hombre que pide como último deseo el asesinato del esposo de una hermana. Bem-te-ví temía los excesos de violencia a los que podría llegar Soul. Era mejor eliminarlo para que no fuera él el excedido.
Cumplido el designio y seguramente inspirado por los pruritos morales de Bem-te-ví, Nem reinó como una especie de Genghis Khan de las favelas. En la Rocinha no se tolerarían ni robos ni violaciones. En el código del que fue custodio, algunas infracciones se saldaban con la muerte y algunas muertes debían ser respetadas por amor a la propia vida. Dicen los diarios que el día que enterraron a Bem-te-ví no abrió en la Rocinha un solo negocio. Nada de eso de acordonar la zona mientras llega el fiscal y seguir comprando. ¿Qué valor puede tener así la vida?
Los amigos de Nem tampoco podían ir por ahí disparándole a un policía que no hubiera dado motivos. «Son jefes de familia,» les decía Nem, y «vienen mandados». La falta de autonomía los exculpaba. Y siempre ha sido así. El cumplir órdenes no exonera moralmente a nadie, pero ciertamente constituye un atenuante. El razonamiento de Nem de seguro era más práctico. Si la Policía estaba consciente de los riesgos de entrar a la Rocinha, sabrían que al salir una mano invisible le había perdonado la vida. El agradecimiento les daba al menos un motivo para considerar a los amigos de los amigos. Y ni hablar de otros incentivos que podían desplegarse ante oídos receptivos. En la cúspide del negocio, Los Amigos de los Amigos generaban 60 millones de dólares al año. La misma cantidad que nuestro Muñecón hacía en un mes. (¡Y eso, que nosotros no somos ni un narco estado ni la sexta economía del mundo!) Nem se quejaba que la mitad del dinero iba a pagar la protección y el silencio de la Policía. Sin duda, la complicidad era un factor que encarecía el agradecimiento inicial.
La otra mitad, como en cualquier sitio, se destinaba a sufragar los gastos de la organización y a esos lujillos que usted y yo sólo hemos visto en las películas. A Nem, por ejemplo, le gustaba llevar a su esposa a pasear en helicóptero por encima de Río de Janeiro para poder contemplar la ciudad como sólo el Cristo de Corcovado la miraría si de verdad pudiera ver. (Nuestros muchachos, tan materiales, no despegan aún las llantas del pavimento y sueñan, como el Chuchin, con una trillita a Guayama en un Bentley). A lo mejor tanto atardecer sublime llevó a Nem a invertir con particular gusto en la caja chica de la Rocinha que pagaba las demandas de la marabunta cansada de pedirle pan y azúcar al mismo Cristo tan impávido.
Según Nem, solo Lula cuando llegó al poder le hizo alguna mella en su lucrativo negocio. Con el programa Aceleración del Crecimiento Nem perdió 52 hombres que optaron por las modestas oportunidades que le abrió el gobierno del primer presidente obrero. Vivirían con menos, pero vivirían más. Nem no les guarda ningún resentimiento. Todo lo contrario. Se considera un fanático del hombre que le ganó 52 almas en pública subasta. En su humilde opinión, que el diario El País reseña, el gobierno actual tiene también sus aciertos. Sobre el secretario de Seguridad Pública de Río de Janeiro, José Mariano Beltrame, ha dicho que es uno de los hombres más inteligentes que ha conocido y que si hubieran más como él, la historia de la Rocinha y de Río serían distintas. Nem no especifica si su admiración se debe al descenso en un 70% de la tasa de homicidios en la ciudad, si se toma el 2008 como año base; o a la exitosa implementación de las Unidades de Policía Pacificadora (UPP) que a diferencia de otros cuerpos policiales se van a vivir a los lugares donde trabajan volviéndose una especie de Policía comunitaria y servicio de inteligencia permanentemente in situ; o si al final, lo que lo convenció fue la insólita respuesta del policía militar que lo detuvo y rechazó los $600,000 dólares en efectivo que le ofrecieron para que se hiciera de la vista larga.
Nem sabe que su enfrentamiento con Beltrane no fue producto del tráfico de drogas en el que se involucró tras la mefistofélica oferta de Lulu, sino de la campaña de des-territorialización del narcotráfico que este último dirige. Las sustancias ilegalizadas seguirán contando con redes clandestinas de distribución. Lo que puede debilitarse, como ha ocurrido en Río, son las redes de apoyo que permiten a un grupo de amigos controlar un territorio y matar impunemente a cualquier competidor, por poner un ejemplo, que incursione en él. Para desbaratar la territorialización del narcotráfico, su enquistamiento en miles de comunidades y la imposición de sus eclécticos códigos de conducta, el Estado tiene que lograr una presencia que no sea ni exclusiva ni primordialmente policial. Hay que hacer menos oportuno que los ciudadanos se vuelvan amigos de los amigos.
El silencio y el apoyo de una localidad tienen un precio que el narcotráfico estará siempre más que dispuesto a pagar. Al principio es muy barato. Se consigue con el terror. Ese terror no se combate con la esporádica exhibición del Estado de armas más largas. Todo el mundo sabe a favor de quién está el marcador en ese partido. La exhibición de las armas, y peor aún, su uso, aunque fuera esporádico, hace que la lógica del Estado se vuelva indistinta a la del narco. Si el narco se torna asistencialista para lograr legitimidad, el Estado se torna violento para desplazarlo. En ese intercambio de roles nadie parece interesado o en condiciones de garantizar la vida. Y ahí, precisamente, está la única salida. Los que estamos opuestos a la violencia del narco tenemos que obligar al Estado a invertir en la vida. No se trata de una inversión forense en cámaras y policías. Nada más lejos de la solución. No se trata siquiera de invertir en nuestra vida (¡sorry!) por mucho que la apreciemos. La inversión que hace falta es la que le permita a los muchachos que hoy dan la suya por descontada valorarla como valoramos nosotros la nuestra. Si no me creen, pregúntenle a Nem. Ése, es el punto.
Momento en que Antônio Bonfim Lópes, alias «Nem», fue capturado por la policía cuando intentaba huir.