Ni turista ni peregrino, el viajero caminante
Presentación de Viajes al Camino de Santiago, Alaska e Islas Galápagos de Rubén Nazario Velasco (San Juan: Ediciones Callejón, 2016), jueves 7 de abril en La Tertulia, San Juan.
La primera caminata apalabrada que hice con Rubén Nazario Velasco fue «Siete paseos por la ciudad movediza» (Ortiz, M. y V. Vilches, 2009), allí el ensayista dirigía la mirada al vértigo que produce el recorrido urbano por San Juan, cuidad que no se deja caminar. Montado en el vector de deslocalización, como llama al auto, el lector se asoma a una profunda reflexión sobre la habitación cotidiana de nuestra capital, descolocada por la pobre imagen del espejo retrovisor y el parabrisas. Parecería que las rutas que propone ese ensayo no describen la ciudad material sino la forma en la que la vivimos, porque, como los antiguos habitantes de una Baucis, los sanjuaneros estamos obligados a mirar con un catalejo la ciudad perdida.De ahí que el paseo a Disney, a Plaza, a la ciudad virtual de los letreros o a la del espacio cibernético sean rutas obligatorias para entender a San Juan. A mí lo que más me entristece es reconocer la desaparición del cuerpo en esos paseos, como si la acción sustrajese los pasos, los pies, las plantas, los talones y la inmersión del cuerpo y sus sentidos en el paisaje urbano de nuestra capital. Al leer el ensayo, a una le dan ganas de hacer como la perrita del rico: sacar la cabeza por la ventana para sentir el viento, el sol y el mar sobre el cuerpo.
Muy distinto es el recorrido que nos presenta hoy Nazario Velasco en Viajes al camino de Santiago, Alaska e Islas Galápagos, publicado por Ediciones Callejón, donde la presencia del cuerpo se deja atravesar por el camino y su paisaje, esos fragmentos de la naturaleza que se muestran a los sentidos. El libro, compuesto de tres relatos de viaje a los destinos referidos en el título, es un desafío a nuestras formas líquidas de subjetividad y convivencia que imponen la velocidad, la ubicuidad, la conexión ininterrumpida a las redes y pantallas, y la cancelación de la diferencia como ejes de la cultura sobremoderna. El reto se impone en la manera en que el libro propone una antigua manera de viajar, aquella que sitúa el viaje como experiencia de introspección, de búsqueda y de (re)conocimiento. También en la forma en que el texto se entronca con una vieja tradición de escritura que aúna el periplo a la escritura/lectura. Hay tres elementos textuales indisolubles que deseo auscultar: El paisaje, el caminar, la escritura.
I. El paisaje: Humboldt pasó por Yauco
«La tentativa de descomponer en sus diversos elementos la magia del mundo físico, llena está de temeridad; porque el gran carácter de un paisaje, y de toda escena imponente de la naturaleza, depende de la simultaneidad de las ideas y de sentimientos que agitan al observador. El poder de la naturaleza se revela, por decirlo así, en la conexión de impresiones, en la unidad de emociones y de efectos que se ponderen de una vez. » (Humboldt, 1875, t. I, p. 9).
A los tres ensayos que componen el libro los une la primacía del paisaje. Claro, hay torres, catedrales, pueblitos, ciudades, carreteras, pero el senderista favorece el entorno natural. La contemplación de la naturaleza como fuerza que nos precede y provoca la introspección es un tema viejísimo que supieron articular, quizás como nadie, los románticos. Humboldt, heredero de esa tradición idealista alemana, pasó por Yauco según lo atestigua Rubén en su escritura, porque nuestro viajero, sin telescopio acromático, sin teodolito, sin cianómetro -aquél instrumento para medir la intensidad del azul del cielo que utilizó el geógrafo en sus exploraciones, se propone en estos destinos desvincularse del movimiento vano del turista para ver, según Nazario piensa en las Galápagos «la geografía cruda, el recuerdo del origen del planeta y de la vida»(p.119) o como le muestra Alaska «la tierra en construcción»(p.107 ). La naturaleza no es masa inerte sino antes bien fuerza creadora, fuente primitiva, eterna que trasciende los límites del selfie.
En Cosmos, Humboldt habla de los goces del humano frente a la fuerza natural y los clasifica en tres: el «primer goce» o el influjo que experimenta el ser humano por el mero contacto con la naturaleza, percibiendo su efecto positivo y tranquilizador e intuyendo su unidad y armonía; el segundo goce, el de un paisaje vivido o evocado junto a fuertes vivencias, y, el tercer goce, el que «al lado del encanto que esparce la simple contemplación de la naturaleza,(…) nace del conocimiento de las leyes y del encadenamiento neutro de aquellos fenómenos» (p. 17, t. I).
Esa filosofía de la Naturaleza y sus goces, que culmina en el «conocimiento» de sus leyes, permea la mirada de nuestro escritor, que en el relato más extenso e importante del libro «Viaje al Camino de Santiago» se holga en la gozosa contemplación del paisaje que provoca, entre otros placeres, el goce del pensamiento y de la conclusión. En los treinta y cinco días en los que el autor recorre el camino francés desde St. Jean Pied a Porte hasta Finisterre, el paisaje es siempre protagonista. Impresiona al viajero fascinado las imponentes vistas, los bosques de pinos, las montañas, los ríos, los montes de Oca.
También, y diferenciándose del paisaje romántico, Rubén, agradecido por tanto hallazgo, escribe odas elementales a las flores silvestres a la orilla del camino, a las vacas y caballos con campanas, a «los sagrados amontonamientos de roca en la cima de las lomas, o a la vera del camino»(p. 43), a los romeros silvestres en los campos baldíos, a las genistas, esas flores amarillas que le aprietan el alma.
En el texto, hay una predilección por el paisaje agrario y la inteligencia de su antigua ingeniería. El senderista disfruta de los trigales al salir de Pamplona, goza del barro colorado de los viñedos de La Rioja, de las hileras de las vides que «infunden respeto, por la tierra y por la civilización»(p. 27), según nos dice. Se estremece ante los trigales de la interminable meseta castellana y añora el paisaje agrícola perdido de su país toda vez que ha ocurrido en la isla «la degradación de los colores, los sonidos y los olores, de la experiencia más básica, más animal» (p. 53). A fin de cuentas, los cultivos son la expresión de la inteligencia y la responsabilidad humana sobre el paisaje, como bien nos recuerda Nazario en su importante libro El paisaje y el poder, también publicado por Callejón (2014).
Parecería que la geografía humana se empequeñece frente a la magnitud de la naturaleza. Apenas hay nombres propios; los sujetos se presentan como compañeros anónimos de camino, ecos que sirven para las comparaciones culturales, senderos humanos que nos llevan a casa. Así, las mujeres de Astorga le recuerdan a las amigas de la madre, la pareja de casados nos lleva a las hermanas, el campesino que ha perdido la punta del dedo al padre, los jóvenes senderistas a los estudiantes puertorriqueños. Menos Mark, por supuesto, nombre propio con quien recorre el camino.
II. El regalo del camino a Santiago: ni turista ni peregrino, caminante
«Caminar permite recuperar el puro sentimiento de ser, redescubrir la simple alegría de existir, la que constituye la esencia de la infancia». Frédéric Gros (Andar: una filosofía,91)
Nunca sabremos si el Rubén niño albergó la esperanza de peregrinar a la réplica del Santuario de Fátima en Yauco vestido como el pastorcillo Paco Dos Santos para venerar a Nuestra Señora. De lo que sí no hay duda es que, si él creyese en algún pecado, sería el de la carne sedentaria. Hombre viator, expresa una alegría profunda por el recobrarse a sí en el viajar/caminar, por la posesión de esa naturaleza para la que no es nadie, por la continuidad de los pasos de tantos otros. Muy lejos del turista, el viajero de los tres relatos quiere trascender el ritmo veloz del consumo enajenante. Nuestro protagonista, igual que el Siddharta de Herman Hess, sabe que el viaje al exterior desconocido es siempre una exploración del interior, de lo arcaico y de la felicidad. Lo fundamental del desplazamiento no es llegar al destino, sino el movimiento al que obliga al sujeto, pues el viaje y no el arribo es lo que importa.
En el diario del camino de Santiago, el senderista reflexiona sobre el andar como ejercicio del silencio y el pensamiento. Caminar es un ritual del cuerpo que lo lleva a la alegría del niño y a la expiación de la tristeza. Hay mucho de duelo en el ritual caminero porque para el viajero la casa Naturaleza le devuelve a Mark en los almendros, en las genistas, en la precisión nominativa de los árboles. Su viaje que comenzó en el Yunque, nos dice, cuando caminó los Picachos para esparcir sus cenizas, se convierte en un diálogo con esa hermosa figura que lo enseñó a contemplar la naturaleza. No hay nadie más presente en el texto que Mark, y, aunque no escuchemos su voz, es la figura retórica del interlocutor imaginado.
La caminata honra el cuerpo. El esfuerzo continuo y el agotamiento físico que exige el camino a Finistere, purifican.1 Aunque se llame senderista, el Yo del relato experimenta el mito de la regeneración del peregrinaje. Pone a prueba su cuerpo en esa arcaica actividad del caminar, para sentir la alegría de la transformación, que en su caso es el reconocimiento sereno de que : «esa tristeza se va a quedar conmigo, siempre (…) pero voy a vivir contento porque ¿cómo decirlo? entiendo que no acepto, pero acepto que no entiendo». (p. 99) La dulce serenidad de la aceptación la siente el caminante en el cabo de Finisterre, no en Santiago. No es extraño que nos confiese algo de decepción al llegar al Santuario del Apóstol, aunque hable del bienestar que le prodigó la sublime catedral que le parece viva. Finisterre, el fin de la tierra, es el término de su periplo y el inicio de su regreso. ¿Cómo ser de otra manera?, la conciencia de la regeneración le acontece al isleño frente al mar: «Entonces, al llegar a la playa, sentí una alegría de sol y de sal, como de especie que salió de un pez , o de un niño que salió de las Salinas Providencia» (p. 99).
El relato no termina aquí, en el fin de la tierra, sino en una plaza de Santiago, donde la alegría y la curiosidad de unas jóvenes amigas le dan ganas de volver a su cotidianidad sanjuanera.
III. La escritura
No se escribe caminando, aunque el senderista proponga su narración en presente y alimente nuestra ilusión de acompañarlo. Es uno de los logros de su escritura. Mucho habría que desafiar la gravedad para caminar con pluma y papel en mano. Demasiado hábil habría que ser, casi un saltinbanqui, para no caerse en el intento. El relato de viaje contiene un sujeto que aúna la doble experiencia del viaje y la escritura, experiencias que no son simultáneas. Un largo puente se tiende entre ellas. No hay que abundar en la máscara desfiguradora que es todo Yo textual.2 Sabemos de la imposibilidad de la presencia del Yo en el acto enunciativo. Además, habría que pensar que esos viajes no fueron los primeros que hizo Rubén el trotamundos por las Islas Galápagos, Alaska y el Camino de Santiago. El relato que leemos, entrevé el yo he visto con el yo he leído en tantos textos que le preceden -Cavafis, Machado, Hess, Unamuno, Alberti, Goytosolo, en el cine, las guías turísticas, la literatura, la música. Discursos que han marcado sus pasos antes de iniciar el recorrido. Es la condición del momento histórico de nuestro viajero que propone su viaje como re-conocimiento y su escritura como diálogo entre viajeros.
Todo esto lo sabe Rubén, es otro de los aciertos de su escritura. Como agudo lector, reconoce que todo libro es un gran viaje que nos devuelve a los periplos de otros, y que la mejor experiencia de lectura nos trasporta a otra forma de ser, de vivir, de estar. Los libros deben darnos ganas de vivir. Viajes al Camino de Santiago, Alaska e Islas Galápagos de Rubén Nazario, nos devuelve la alegría de existir que supone el andar. Yo por mi parte, me he hecho de un garabato y he empezado a caminar.
Referencias
Corbera Millán, M. «Ciencia Naturaleza y paisaje en Alexander Humboldt». Boletín de Geógrafos Españoles, Num. 64, 2014, 37-64.
Man, Paul De. «Autobiography as De-facement.» The Rhetoric of Romanticism. New York: Columbia UP, 1984. 67-82.
Gros, Fréderic. Andar. Una filosofía. Trad. Isabel González-Gallarza. Madrid: Taurus, 2014.
Humboldt, Alexander de. Cosmos Ensayo de una descripción física del mundo. Tomo I. Eduardo Perié, Editor, 1875. PDF.
Nazario Velasco, Rubén. Viajes el Camino de Santiago, Alaska y las Islas Galápagos. San Juan: Ediciones Callejón, 2016.
—, El paisaje y el poder: La tierra en el tiempo de Luis Muñoz Marín. San Juan: Ediciones Callejón, 2014.
—, «Siete paseos por la ciudad movediza». Escribir la ciudad. M. Ortiz y V. Vilches, eds. San Juan: Fragmento Imán, 2009: 46-54.
Ortega Cantero, Nicolás. «Romanticismo, paisaje y Geografía. Los relatos de viajes por España en la primera mitad del siglo XIX». ERIA. Revista de Geografía, Num. 49, 1999, 121-128.
- Remito al lector al magnífico texto de Frédéric Gros que recorre las figuras del caminante, el camino y el acto de caminar en la filosofía y la literatura. [↩]
- En «Autobiograpy as De-facement», Paul Man define la autobiografía como un escenario en donde se oscila entre el dar y quitar un rostro o una máscara al Yo ausente del discurso. [↩]