No nos queda ni el aire
«Un aire, un aire, un aire, un aire, un aire nuevo,
no para respirarlo, sino para vivirlo». –Gonzalo Rojas
El 30 de junio, mi vecina y yo decidimos asistir a la marcha convocada frente al Capitolio a las cinco de la tarde. Mi hijo es estudiante de la U.P.R., mi vecina es profesora de Sicología en el Recinto de Ciencias Médicas y yo enseño en el Departamento de literatura Comparada de la U.P.R., Recinto de Río Piedras.
Nos sobraban razones para acudir a esta convocatoria de protesta. Adentro se encontraba un senado que había violado dos días antes el derecho constitucional a la libertad de prensa, justo en el momento que legislaban para “liberalizar” las leyes que protegían las zonas de karso contra el desarrollo de construcción que podría limitar los recursos del agua, la poda y destrucción indiscriminada de árboles y la limitación de las emisiones de carbono. Esa legislatura que se supone represente a los ciudadanos, estaba tomando decisiones nefastas en un cuarto oscuro y sin que ni siquiera se le permitiera a los periodistas ni a los ciudadanos el acceso al hemiciclo.
Esos mismos legisladores estarían discutiendo el presupuesto que cuadraría las finanzas del país tras haber impuesto una ley especial (la Ley 7) echando de sus puestos de trabajo a 15,000 empleados y reduciendo las finanzas de la UPR a un nivel de paupérrima supervivencia. Razones no nos faltaban para ejercer nuestro derecho al pataleo, a expresar a gritos el repudio de una legislatura que aparentemente pretendía resolver la crisis financiera destruyendo nuestro futuro de un plumazo.
Llegamos al lado sur del Capitolio a las 5PM. No se había creado un perímetro para que se llevara a cabo la marcha de protesta. Parecía que nos hubiésemos equivocado de hora o lugar, o de ambas cosas. Otra vecina llegó en bicicleta y nos dijo: “no sé que habrá pasado, pero en la zona norte del Capitolio están macaneando a los estudiantes”. Cruzamos de la zona sur hacia el norte y llegamos justo al frente de las escalinatas donde la fuerza de choque continuaba macaneando estudiantes. Una ex-alumna fotoperiodista de Radio Huelga había sido recientemente expulsada del capitolio con gas pimienta acompañado de un macanazo en la cabeza. Un pastor bautista estaba en cuclillas, con el cuerpo rojo de golpes de macana y la cara llena de gas pimienta. Una estudiante entraba inconsciente a una ambulancia, otra estaba tirada en el suelo en una camilla, otro esperaba ser llevado a otra ambulancia en camilla. Miembros del CNN estaban llenos de sangre o con las caras hinchadas por el gas pimienta. Sacaba fotos con mi celular, tratando de documentar este espectáculo atroz sin poder entender qué había pasado.
Hice preguntas a estudiantes y colegas. Supe entonces que los estudiantes de Mayagüez también habían convocado una reunión a las 3PM para hacer “un rescate simbólico del Capitolio” y leer una proclama en el hemiciclo. Esa era la toma simbólica que el jefe de la policía, Figueroa Sancha, había interpretado en su imaginario grotesco como el repliegue peligroso de terroristas comunistas para apoderarse del capitolio destruyendo la ley y el orden.
Si por un lado la falta de estudio de los legisladores representaba el peligro a largo plazo de aplicar un remedio peor que la enfermedad, el jefe de la policía era prueba fehaciente del peligro de dirigir a todo un cuerpo policial con tan poca cabeza. Crear toda una estrategia con la fuerza de choque y la policía montada de Puerto Rico para defender la “democracia” de una “toma simbólica” es un chiste tan malo que llega a ser bueno. ¿Habrá creído que una decena de estudiantes sin armas y con una proclama podían literalmente ocupar el Capitolio? ¿No sabe Figueroa Sancha que se necesitan dos grúas para remolcar a Lorna Soto y Jennifer González, sin contar con la inmensidad enjundiosa de Arango o los barriles de tocino que intentaban repartirse? En el orden de pensamiento de este señor, la proclama de los estudiantes era una incitación a demostrar con bolas, si es que lo del “sin” y “ocupar bolas” se trataba.
No podía creer lo que estaba viendo. Desde luego, ningún estudiante que hubiese pasado por mi clase de LITE 3011 hubiese sido tan bruto. Con esto Figueroa Sancha había roto el récord de la insensatez. Tratando de buscar algún paralelo histórico comparable, sólo podía recordar un momento en que escuché en la televisión al General Augusto Pinochet afirmar todo orondo: “con Allende estábamos al borde del abismo, ahora hemos dado un paso adelante”. Recuerdo que no pude aguantar, mientras las personas a mi alrededor me miraban espantadas como queriendo avisarme: “cállate huevona, que en una de éstas te desaparecen la risa”.
No había risa, no había protesta alguna. Reinaba un silencio inmenso, como si nos faltara el aire y la voz al mismo tiempo. Había llegado al capitolio a expresar mi indignación por una legislatura insensata, pero sólo podía recoger imágenes desde mi teléfono celular para consignar la memoria, para que otras caras del resto del mundo virtual vieran y sintieran las lágrimas y sangre de mis estudiantes, con un papel en la mano, rodeados de decenas de policías armados que no permitirían que la palabra de disidencia penetrara el espacio de un Capitolio de cabeza hueca, cerrada, en tinieblas, que da “un paso adelante” para salvarnos del “borde del abismo”. La policía estableció un perímetro en el cual la manifestación convocada para las 5PM debía darse prácticamente en los costados del Capitolio y en un espacio reducidísimo del frente, a pocos pies de la calle. El espacio público que todos tenemos derecho a transitar libremente había sido literalmente ocupado por la fuerza de choque. A nosotros se nos colocó un perímetro donde teníamos que competir con los autos del estacionamiento. Las ambulancias no permitían el paso de autos por algún tiempo, de modo que no supe cómo ni de donde comenzaron a llegar ciudadanos a manifestarse en contra del abuso policial que recientemente había ocurrido y que al parecer había aparecido en el noticiero de las 5PM.
Las consignas de los estudiantes fueron adaptadas de inmediato a las circunstancias del momento y después de cantar que Rivera Chatz «no puede con el empuje”, aparece una mujer policía y empieza a avisar en voz baja que debíamos salir del estacionamiento porque se necesitaba sacar un auto y para ello iban a emplear gases lacrimógenos. Ellos iban a alterar el perímetro que ellos mismos nos habían pautado para realizar la marcha de protesta. Para sacar un auto del estacionamiento no podía el conductor entrar al auto, mirar por el espejo retrovisor y salir del lugar, sino que la única salida posible era lanzar gases lacrimógenos. Entre el aviso y el acto habrán transcurrido apenas 30 segundos. Sacar una porquería de auto del estacionamiento requirió apalear a mujeres, niños, estudiantes, y lanzar gases lacrimógenos no sólo en el área de estacionamiento, sino en todas las direcciones posibles. Desde un helicóptero se dispararon gases para que no se escaparan de la agresión quienes se tiraban al mar intentando sacarse el escozor del cuerpo, vomitando, tratando de respirar para evitar los ataques de asma.
No se podía respirar ni caminar hacia ninguna parte. El ardor, la falta de oxígeno y el “shock” de ver cómo apaleaban a personas acostadas boca abajo, en el suelo, no permitió que esa marcha de indignación pudiera terminar de forma pacífica como se había previsto. Como los policías cobardemente se habían colocado máscaras de oxígeno para seguir apaleando a gente que ya apenas respiraba en el suelo, algunos estudiantes empezaron a recoger botellas plásticas de agua que recogían del piso. Parece que la máscara no les permitía a los policías percatarse de que se trataba de botellas vacías de plástico, de modo que cuando intentaban esquivar tan temible arma, los estudiantes aprovechaban para escapárseles gateando.
La máscara pesada y la humareda formada por los gases que la fuerza de choque seguía disparando a diestra y siniestra, creó una cortina imaginaria, un telón de cine en el cual se proyectaba a cientos de paladines de la justicia intentando salvar a una legislatura inepta de una toma simbólica de estudiantes armados, sin que hubiera un Sancha que les dijera: “no son gigantes, sino molinos”. De repente, sale la retaguardia montada a caballo. Muy lindas iban todas las amazonas con sus negras cabelleras al aire. Eran caballerías desorientadas, esperando realizar allí mismo una justa para que Dios decidiera por fin la verdad mediante un valiente combate entre estudiantes, niños, ancianos, profesores a pie, desarmados, y policías montados con grandes pistolas y protegidos por helicópteros.
Era la ordalía perfecta para cerrar con broche de oro la gesta épica del Sancha sin cabeza, defensor de la legislatura de los pies ligeros, salvándonos del borde del abismo, poniéndonos la pata encima para poder dar un paso adelante. Nuestras lágrimas no eran de llanto ni de indignación. No salimos del capitolio indignados, sino con dignidad y la cabeza en alto, ignorando la provocación de las amazonas guerreras, el Sancha sin cabeza y Rodríguez Ema (popularmente conocido como la Gata Persa) que se revolcaba de rabia porque todas sus maquinaciones de clóset a oscuras no habían logrado su objetivo: provocar la violencia de los estudiantes.
Al llegar a la Plaza Colón nos salvó la lluvia. Las aguerridas amazonas montadas salieron despavoridas. Los estudiantes se arremolinaron bajo los toldos del Café Berlín para evitar que el agua aumentara el escozor provocado por el gas pimienta. Algunos teníamos sed. El vendedor cubano del negocio de la esquina de la calle perpendicular a donde se encuentra el Café Berlín cerró la puerta de su tienda gritando que él no le vendía agua a comunistas. Le dije a mis amigos: ¿saben qué, vamos a celebrar la derrota al Café Berlín? Entramos a cenar, entraron también algunos estudiantes a ver las noticias del canal 2, donde se veían las imágenes de todos los abusos, a Sancha alegando actos vandálicos de los estudiantes que no se veían en ninguna de las tomas y a la Gata Persa afirmando valientemente que el derecho a la libre expresión termina donde comienza el derecho de un automóvil. Parecía un film de cine mudo donde las imágenes no coincidían con la musiquita de paladincitas justicieras de la paz y la esperanza.
No habían terminado las noticias cuando aparece la guardia de choque a rodear una Plaza Colón vacía, hasta que los estudiantes salieron a improvisar unas cuantas consignas. Pedimos el postre de “flancocho” de chocolate, nos reímos de las histerias de Sancha y nos pareció que desde el Café Berlín estábamos mirando una parodia de ejército fascista. Pensé para mis adentros que como en el Chile de Pinochet rociaban con agua a presión a los manifestantes, cada vez que andaba en el centro y coincidía con una pelotera, lo peor que me podía pasar era un poco de agua hedionda por un buen rato. Aquí los gases lacrimógenos ayudados por los vientos Alisios habían llegado a decenas de turistas del mundo apostados en distintos puntos del Viejo San Juan y se nos acercaban para preguntarnos qué había sucedido y cómo podían llegar ellos a sus hoteles («What is going on? How can I get to my hotel?). Las limosinas que esperaban habían salido escapando por no enfrentar semejante fuerza caballeresca. Por supuesto, les narramos nuestra versión de los hechos, les explicamos cómo llegar al Hotel Convento y les dijimos que no olvidaran nuestra historia. Algún día le contarán a sus niños que fueron rociados de gases lacrimógenos en la Isla del Espanto por andar ejerciendo el derecho de ocupar el espacio público, abierto para ciudadanos y turistas por igual. «Go that way, is the safest path to reach Hotel Convento, don’t run, don’t be scare, and please, don not forget this story.» La educación no es un privilegio: lástima que los policías tampoco puedan hablar en inglés.