Norman: The Moderate Rise and Tragic Fall of a New York Fixer
En el lingo del mundo de los negocios un “fixer” es alguien que hace que las cosas “sucedan” o que arregla las circunstancias para que sucedan, usualmente de forma ilícita o engañosa. Norman Oppenheimer (Richard Gere) es un “fixer” que para sobrevivir pulula por la calles de Nueva York tratando de conseguir negocios a través de una táctica que usamos en este país para establecer puntos de contacto con las personas que conocemos. ¿Dé dónde son? ¿Qué hacen? ¿Quién es su familia? ¿Quién conoce a quién? Norman, sin embargo, recurre a eso dejando caer nombres de personas de poder en el mundo judío y exagerando y mintiendo sobre el grado de familiaridad que tiene con las personas que nombra. Usualmente desarrolla una versión escrita que detalla la retahíla de conexiones falsas en las que nombra a las personas que le interesan. Eso regresará a atormentarlo. Curiosamente, todo el mundo conoce a Norman, pero pocos saben en realidad qué hace, dónde vive y qué persigue.
En este filme el guionista-director israelí, Joseph Cedar, establece el andamiaje de lo que semeja un sainete paródico que se va convirtiendo poco a poco en una especie de thriller de baja intensidad sobre las conexiones y negocios turbios de los políticos y los financieros y los hombres de negocios, y de cómo los rumores pueden desatar intrigas que no existen o agrandar el significado de sucesos que pueden parecer triviales de primera intención.
No puedo contar los detalles, pero hay que entender que las “conexiones” de Norman sobrepasan su capacidad y sus posibilidades. Una situación que persigue con ahínco resulta ser algo que ha de cambiarle la vida.
El guión resulta tener visos proféticos, dadas las situaciones que hoy día son eventos diarios que nos hacen sensibles a los intríngulis económicos de un presidente cuyas acciones ejecutivas son a veces inseparables de situaciones que lo ponen a él y a su familia en condición de hacer negocios, que hasta ahora le estaban prohibidas a los presidentes anteriores de la nación norteamericana. Tanto así que, aunque el filme hizo su debut antes de las elecciones de 2016, nos parece estar oyendo y viendo cosas insólitas que ocurren ante nuestros ojos y oídos, desde el punto de vista de los conflictos de intereses que invaden Casa Blanca, casi todos los días.
La película concentra en el papel de Norman en lo que resulta al fin y al cabo en un incidente internacional que amenaza la integridad y la suerte política de un país extranjero debido a un accidente del destino y la imaginación fértil y, a veces, demasiado bizantina de Norman. Ese incidente se va desdoblando en unas acciones arriesgadas de parte del protagonista que lo inducen a convertirse en un malabarista de circo que tiene más bolas en el aire que las que cuelgan de un árbol de navidad.
Uno de los atractivos de la narrativa es el uso de pantallas divididas que muestran acciones sincronizadas y que borran el sentido de distancia que hace desaparecer hoy día la comunicación inmediata, no importa dónde se encuentran los que se comunican. Así también impresiona la representación visual que una idea puede germinar en cualquier momento y dominar nuestros sentidos sin que se disocie el deseo de que algo ocurra en la realidad presente. El espectador tiene que atender con minuciosidad las veces que el director y el camarógrafo Yaron Scharf nos altera las relaciones espaciotemporales para acercarnos más a la forma de pensar y actuar de Norman.
La cinta está engalanada por un elenco excelente que incluye a Lior Ashkenazi como Micha Eshle, Michael Sheen como Philip Cohen, Steve Buscemi como el rabino Blumenthal, Dan Steven como Bill Kavish y Charlotte Gainsbourg como Alex Green. Esta última representa el fracaso de lo lógico y lo justo (que fracasan también en el mundo en que vivimos), pero tienen que ver el filme para descifrar lo que Alex Green simboliza.
Richard Gere ha envejecido bien: no tiene muchas arrugas y su rostro conserva algunos de los detalles que lo hicieron un galán y una estrella de primera. Le ha servido bien que su encanto como actor, que tal vez alcanzó su pico en “American Gigolo” y “Pretty Woman” ha aumentado con la edad y esto le ha permitido, como mostró en “The Second Best Exoctic Marigold Hotel”, hacer papeles que se ajustan a su edad cronológica y mostrarnos el lado del actor que se incorpora con fluidez a la situación inevitable del paso del tiempo.
Al fin y al cabo, se dice con frecuencia, las cosas resultan ser justas y sanas. La moraleja del filme es que no importa lo artificial de una relación humana, el triunfo de la decencia se impone a la mala fe y a las maquinaciones de los malvados. Eso sí, es casi imposible evitar hoy día que como resultado de las intrigas internacionales alguien se beneficie económicamente de sus conocimientos. Tal vez esa sea la lección inmoral más contundente de la película.