Official Secrets: contra el pueblo
Gun, una empleada de GCHQ (Government Communications Headquarters), parte del sistema de seguridad del Reino Unido, es una especie de espía: escucha subrepticiamente las conversaciones de diplomáticos japoneses y, principalmente, los que hablan mandarín (chino). De padres británicos, se crió en Taiwan y luego estudió los dos idiomas en la universidad de Durham, en Inglaterra. Escuchar a los que hablan idiomas que ellos dominan es lo que hacen en su división todos los que allí laboran: coleccionan información que pueda arriesgar la seguridad del país. Está haciendo sus labores cuando recibe un correo electrónico de un tal Frank Koza de la agencia americana de seguridad nacional (NSA). En él se pide que la agencia inglesa coopere con la americana escuchando las conversaciones de los diplomáticos de seis países cuyos votos en el consejo de seguridad de la ONU se necesitan para aprobar la guerra contra Irak. El propósito es chantajearlos para que se apruebe la guerra.
Como toda película basada en hechos verídicos, esta añade a la trama una rama: la relación de Gun con su marido (Adam Bakri), que es un emigrante musulmán, para que exista un balance entre lo oficial y lo sentimental, y, así, otro motivo para la tensión. Sin embargo, el desarrollo del filme es de impecable thriller sin tiros ni bombas. La urgencia de la situación en la que se encuentra Gun al dar a conocer el correo electrónico acentúa el papel de la prensa en la divulgación del contenido del mensaje.
Se desarrolla una situación que es una especie de All the President’s Men (1976). Los guionistas son lo suficientemente sabios para convertir en un chiste una secuencia en un estacionamiento (“deepthroatiana”) y no imitar esa película. De todos modos, las escenas en el periódico, el muy real The Observer son estupendas, de lo mejor de la cinta, y parecidas al filme que acabo de mencionar. Brillan aquí, representado periodistas de talla, Matt Smith como Martin Bright, Matthew Goode como Peter Beaumont, Conleth Hill como Roger Alton y Rhys Ifans como Ed Vulliami. Todos estos fueron responsables por la investigación de la colusión entre los dos gobiernos para comenzar la guerra. Como resulta ser el caso con los actores de las islas británicas, sus escenas son brillantes, entretenidas y gráciles.
El filme produce pietaje de televisión sobre los principales jugadores que movieron sus fichas para hacer de la guerra una realidad. Estas le añaden el tono verídico que enfatiza para el espectador que lo que ve sucedió. Ahí están los que tenían intereses en el petróleo y en vender armas y material de guerra; y los que fueron embaucados por esos. En esa categoría cae, desgraciadamente, Colin Powell, a la sazón secretario de estado de los EE.UU. Verlo hablar de armas de destrucción masiva y sosteniendo un frasquito con ántrax es patético, una situación que, junto a su participación en la guerra del Golfo, teñirá su legado histórico para siempre. El respaldo del primer ministro de Inglaterra, Tony Blair, a la insensatez de una guerra que lo que logró fue que jóvenes fueran a morir y a convertirse en inválidos en Iraq, es deleznable. La de Bush y sus secuaces, Donald Rumsfled y el maldito Dick Cheney, contribuyeron a que ellos, los Bush y Blair se enriquecieran a costa de las vidas de los ciudadanos de Iraq que murieron sin razón. Que Saddam tenía armas de destrucción masiva, es uno de los engaños más violentos y dañinos del siglo XXI. Que tenía conexiones con Al-Qaeda era otra mentira. Era un monstruo, pero lo armó los EE.UU. Gracias a la guerra del Golfo, todavía está la región del mediano Oriente inestable, voluble y letal.
Es un placer ver a Ralph Fiennes como un abogado que ayuda a Gun con su dilema. Ese gran actor ha suplantado al gran Alec Guinness como el nuevo camaleón del cine. Hay que mirar dos o tres veces para estar seguro que es él. Keira Knightley fue una gran selección para representar a Gun. Su rechazo de lo que representaba el mensaje del NSA para el personaje que encarna tiene un halo de veracidad que va más allá de la ficción que crea un actor. Sabemos que está actuando, pero percibimos que sus palabras (las de Gun) hubieran sido similares aunque no las escribieran los guionistas. Seguro que hemos visto mejores películas, pero la inmediatez de esta es tan importante que no se puede pasar por alto verla. Que los gobiernos le mientan al pueblo para llevar a cabo actos de violencia para que algunos se enriquezcan es inaceptable e imperdonable. Máxime en una época cuando nunca sabemos si el presidente de la nación más poderosa del mundo está diciendo la verdad, lo que constituye un acto de violencia contra el pueblo.