Paloma
Se atreve a hacer lo que pocos documentalistas: con gran honestidad interpreta a su sujeto, y más aún, se atreve a romper la barrera de objetividad fría que limita a muchos documentalistas que sólo se quedan detrás de la cámara. Con valentía, Suau desnudó su alma, mostró su vulnerabilidad, nos confiesa la crisis de vocación por la que atravesaba, de cuestionamiento de su ruta profesional, caos emocional y físico al cual se enfrenta un artista cuando se entrega, el Yo se inserta en el Otro, con vivencias de alegría, pero también de dolor; es un retrato de la genialidad artística de ese Maestro del Arte y de la Vida que es Toño, pero es también un retrato de Paloma misma. Es por eso que el documental es muy original, tal vez único en su género.
El contacto con la persona excepcional que es el Maestro Martorell a través de la filmación la va transformando, le da las herramientas emocionales para retomar aquí magistralmente su vocación cinematográfica. Es una obra hecha sin ninguna timidez, con el corazón en la mano, así trabaja el Maestro Martorell, y así trabaja Paloma, revelando intimidades mientras hilan su arte en un cuadro que describe al artista, su persona y la de la directora, pero es también un retrato del espectador. La audiencia responde, se contagia e identifica con las enseñanzas vitales del artista y con la sinceridad genuina de la directora. Así se hace una obra que perdura, cuando en ella se narra la naturaleza humana en toda su caótica, tierna y estremecedora realidad. Y de manera más específica, se narra también la naturaleza de un pueblo. Al final, se completa el ciclo, es Martorell quien le hace un retrato a Paloma, un cuadro bellísimo, donde quedó plasmada la serenidad de quien encuentra su camino…
En un momento revelador, nos cuenta Paloma, que 14 años antes, en una mudanza, perdió largas horas de pietaje del Maestro que había grabado y trabajado con sudor y lágrimas. Al confesarle a Martorell su “accidente” con vergüenza y temor, descubre en su respuesta su primera y más valiosa lección: “¡Qué buena excusa para comenzar de nuevo!”. En fin, se conjura otro “accidente feliz”, quizás de manera inadvertida por la directora, al regalarnos una lección de importancia vital, inspiradora, esperanzadora. En estos días en que enfrentamos tantas dificultades de naturaleza política, económica, entre huracanes, meteoritos y temblores, entre el asalto voraz de [des]información, el asedio a nuestra propia esencia, se nos recuerda lo que es permanente, y se nos recuerda lo que nos hace Grandes. A través de la historia contada del gran Maestro Martorell, se recalca una fe inquebrantable en la re-invención, en la capacidad de regenerarnos, de enfrentar lo malo con buena cara, de cuando se nos tiren limones (o papel toalla Bounty) se hace trago dulce de lo amargo, se enfrenta lo triste con humor, pero también con tesón, patriotismo, no nos añangotamos, es siempre posible levantarnos y hacerlo mejor, urge decir siempre “¡Qué buena excusa para comenzar de nuevo!” ¡Es la historia de Martorell, es la de Suau, y es la nuestra! Debería proyectarse “El accidente feliz” por todas las escuelas del país para inspirar a los jóvenes a recordarles quiénes somos. Martorell es un Gigante, y lo es también Puerto Rico, el país que lo nutrió e inspiró al compromiso inquebrantable del artista con su ideal político de libertad. ¡Y ni hablar de la proyección que hace de Puerto Rico hacia el mundo! Cada lugar donde se proyecte va a entender mejor a Puerto Rico, la fuerza inagotable y fecunda de su cultura latinoamericana viva e indestructible, y se fascinarán con su gente. ¡Así, “El accidente feliz” es testimonio que hace Patria!