Para reír y llorar: Crónicas para matar el cáncer de Carmen Rabell
La fascinante singularidad de este libro proviene del modo natural como se desplaza entre géneros: crónica, autobiografía, epistolario, ensayo, reflexiones, anecdotario y mucho más. Conocíamos a Carmen Rabell, catedrática en el Departamento de Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, por sus cuatro libros anteriores sobre periodismo y ficción, las narrativa de Lope de Vega, su estudio sobre las “novellas” del Siglo de Oro español y la serie de ensayos sobre ficciones legales. Este es un paso hacia su propia creatividad literaria que sus lectores presentían y esperaban.
A raíz de un diagnóstico de “cáncer cerebral en el lóbulo temporal izquierdo que controla el lenguaje”, Carmen nos conduce de la mano por un laberinto intrincado de emociones, datos precisos y científicos, su constante lidiar con aseguradoras… y hasta con los ruidosos televisores en las oficinas de médicos de los hospitales de la isla durante un periodo de más de tres años: “entre finales de diciembre de 2007 y abril de 2011” (10).
Tanto el humor como la reflexión seria dominan las tonalidades con que la narradora nos va presentando su experiencia con el cáncer. La primera parte del libro se construye a partir de correos electrónicos enviados a sus amigos y familiares de 2007 a 2011, y una detallada y vibrante descripción del diagnóstico y el largo tratamiento al que es sometida. La segunda parte está formada por las entradas de su blog o bitácora (http://carmenrabell.blogspot.mx/), y se cierra con una conmovedora reflexión epilogal.
En el prólogo nos explica el motivo de su escritura: “Escribí estas crónicas para mis amigos, con la secreta ilusión de fijar las palabras para que no mueran en algún recoveco trizado de la memoria de mi cerebro enfermo” (8). Se trata de escribir para volver a aprender a leer y escribir en el proceso, recuperando paulatinamente la habilidad del lenguaje, una tarea a través de la cual nos hace reír y llorar junto a ella porque el tumor cerebral no nubla su humor a ultranza.
La autora sabe reírse de los momentos negativos de la vida al mismo tiempo que los analiza con lucidez y calma. Por ello la seriedad de “las peripecias del cáncer” (13) a la que se somete su cuerpo nunca se desborda en fácil patetismo. Carmen Rabell nos conduce de la mano para hacernos vivir lo que ella vivió en carne propia. A medida que va recuperando el uso del lenguaje y va alcanzando eficacia expresiva nos hace literalmente participar de su dolor y de su alegría. Es un canto a la vida en medio de la adversidad y una historia que nos lleva desde Europa hasta América pasando por el Oriente Medio mediante los correos electrónicos que envía para informarles a sus queridos amigos transatlánticos de los avatares de la enfermedad.
El acto de recuperar el lenguaje en Crónicas para matar el cáncer queda demostrado hacia el final del libro en la siguiente cita que nos remonta a su breve estadía después de la cirugía en casa de amigos en Houston, Texas:
Acabada de operar, Ana Belle Turner, la niña de tres años de Sonia y Brian con síndrome de Down, me ayudaba todos los días enseñándome las tarjetas con imágenes para que yo recordara las palabras…
Sus primeras experiencias al volver a su cátedra:
De vuelta a clases en la UPR, el primer día de clases, un estudiante ciego de apellido Venegas me preguntó si podía grabar todas mis clases. Se convirtió en un recurso didáctico importante de LITE 3011. Quienes faltaban por enfermedad, le pedían las copias y yo podía escucharme a mí misma todas las noches para asegurar que no hubiese dicho una palabra por otra… (179)
Son estremecedores aquellos momentos en que expresa su profundo amor por su familia. Las anécdotas van a la par con una extenuante preocupación por su mortalidad y la salud de sus seres queridos. Por ejemplo, su preocupación por la auto-imagen corporal de su hija Carla, quien ante las diatribas comerciales de las construcciones artificiosas del cuerpo femenino, quiere adelgazar para verse mejor. Carmen le enseña a disfrutar de una dieta saludable y ejercicios, y también a buscar otros modelos femeninos más allá del que nos quieren vender el comercio y los medios de comunicación. Nos cuenta cómo su hija encuentra una foto de la madre y le dice que ésa es la mujer a la que ella quiere parecerse; y esto ocurre en la edad adolescente en que las chicas tienden a pelearse con las madres. La libertad que Carmen les ha enseñado a sus dos hijos, tanto a Carla como a Danilo, es la lección de una maternidad moderna que va más allá de las ideas tradicionales de la madre sacrificada y manipuladora que quiere tener siempre a su prole a tiro de piedra.
Al ir Danilo a una escuela de verano en Toledo a recuperar su dominio del español antes de aventurarse en los pasillos de la Universidad de Puerto Rico, sigue los pasos de su madre, quien también estudió en esa misma Fundación Ortega y Gasset. Entre las varias anécdotas de sus años mozos que ella rememora, superponiéndolas a este viaje de su hijo, hay una en particular que me incumbe. Frente al famoso Tajo se desarrolla esta escena:
Ya me imaginaba a mi amigo Daniel Torres… cuando andaba a lo Garcilaso frente al Río Tajo… [y] se le ocurriera decirme de lo más inspirado lo maravillosa que era la blanca nieve de las “corrientes aguas, puras, cristalinas”. (61)
La lógica química de Carmen me sacó de mi marasmo con el siguiente comentario:
“Mira Daniel querido, te puedo asegurar que eso no es nieve, ni nada cristalino, sino ácido sulfúrico y pura mierda”. Daniel se puso los lentes, miró detenidamente y después empezó a quejarse de mi soberana boqueta… (61)
Esta lógica es la misma que utiliza Carmen como narradora de estas crónicas y anécdotas para proporcionar a sus lectores todo el conocimiento necesario para descender a la cruda realidad, a torear el cáncer y matarlo, como reza el título. Una lógica que no cancela su fe sino que la refuerza, como cuando tras una semana agotadora de quimioterapia, reflexiona sobre cómo sería esperar con tranquilidad la muerte, y se topa con un pasaje del profeta Isaías: “Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán” (Isaías 40:31).
Por momentos Carmen entra en explicaciones que revelan su formación científica anterior a su entrega profesional a los estudios literarios, a su consagración humanista y su oficio de crítica literaria del Siglo de Oro español. Al mismo tiempo se nos devela la profesora universitaria que da cátedra de vida y conoce muy bien la psicología humana, tanto para reír como para llorar.