Peligro: narradoras opinando
Del desorden habitual de las cosas recoge una segunda tanda de columnas publicadas en el semanario Claridad por “las cuatro gatas”. Así ha bautizado Mayra Montero en su fogoso prólogo a Sofía Irene Cardona, Mari Mari Narváez, Vanessa Vilches Norat y Ana Teresa Pérez Leroux. Es la esperada secuela de Fuera del Quicio, libro en el que coincidían las susodichas con Aurora Lauzardo Ugarte y Rubis Camacho Velázquez.
Las Gatúbelas (así las bautizo yo ahora en homenaje a la bravía “Catwoman”, rival y amor imposible de Batman) emprenden pues una segunda aventura colaborativa que sirve de carta de presentación a una nueva casa editora – Capicúa Editorial – dirigida por la flamante y audaz empresaria Sonya Canetti Mirabal.
Como ya sabemos, el colectivo felino lleva una década publicando sus columnas en “el periódico de la nación puertorriqueña”. Eso dice mucho no sólo de la continuidad sino de la calidad de su trabajo. Para que un columnista goce de tan larga presencia en el azaroso mundo mediático, necesita, aparte de la aprobación de sus editores, el apoyo de sus lectores.
Conseguir ese apoyo no es poco logro. No hay género más precario que el periodismo de opinión. Su vigencia suele terminar al día siguiente de su publicación. Puede suscitar un súbito y pasajero chispazo de interés o, por el contrario, pasar sin pena ni gloria bajo el ojo indiferente del lector. Por más que se guarden en un álbum, se almacenen en un archivo digital o se compartan en las redes sociales, las columnas terminan siendo pasto del olvido hasta para sus autores.
A esa precariedad, se suma otra. En el mundillo académico, la creación periodística es, por lo general, objeto de ninguneo. Aunque a menudo sirve de pretexto para la discusión de grupo y les resuelve clases a muchos profesores, no goza de un grandioso rating crítico. La causa, pienso yo, podría ser su difusión masiva. Por alguna razón que ignoro, lo que se destina a un público amplio tiende a despertar ciertos remilgos en los corillos cultos. Encima, la aplicación exclusiva del criterio métrico – ése que postula la superioridad de lo largo sobre lo corto – condena a los mal llamados géneros menores a una especie de submundo literario.
La columna carga pues con el doble peso de la transitoriedad y la infravaloración. Y, sin embargo, como diría Galileo, se mueve. Por su divulgación extendida, atrae un mayor número de lectores que los libros. Por su frecuencia editorial, puede llegar a crear adicción en sus seguidores. Puerto Rico cuenta con una espléndida nómina de columnistas. Escritores de la talla de Nemesio Canales, César Andreu iglesias, Juan Antonio Corretjer, Manuel Méndez Ballester, Enrique Laguerre y Luis Rafael Sánchez, entre otros, la han trabajado con elegancia y con acierto. De un tiempo para acá, un comando de escritoras capitaneado por la intrépida Mayra Montero se ha apropiado de esa cancha anteriormente dominada por la testosterona letrada. En ella, para deleite de sus lectores, juegan con talento y con brío nuestras Gatúbelas.
La recopilación de las columnas publicadas en la sección “Fuera del quicio” prolongará sin duda la vida útil de unos trabajos valiosos que merecían ser rescatados. Les permitirá a esas flores de un día (o de una semana, en el caso de Claridad) coger un segundo aire para volver a abrirse. Y quién quita que la juntilla de sus fragancias individuales en un ramillete variopinto pueda emitir, inesperadamente, un perfume de conjunto aún más seductor.
Echemos ahora una ojeada panorámica a la obra cuya publicación celebramos esta noche. La integran, según informa el índice, sesenta y un textos agrupados por sus afinidades temáticas. Las escritoras se han tomado el trabajo de establecer conexiones unitarias dentro de la pluralidad de intereses y perspectivas que convoca la colección. Curioso afán organizativo para un libro fundado en la noción del “desorden”. Esa atención al ordenamiento del contenido y esa búsqueda de la coincidencia dentro de la diversidad sin duda nos recuerdan que las cuatro autoras se desempeñan – o se han desempeñado en algún momento – como profesoras.
Al incorporarse a las páginas del libro, las columnas quiebran sus moldes para estirarse a sus anchas y alcanzar otras dimensiones. Entre ellas, hay crónicas de acontecimientos, comentarios políticos, ripostas polémicas, memorias históricas, testimonios autobiográficos, alegatos argumentativos, cuentos filosóficos y otras composiciones híbridas sobre cualquier tema imaginable. Resumir la riqueza del contenido de este libro sería una tarea titánica. Me limitaré, por lo tanto, a comunicarles una idea somera del exuberante menú que ofrece.
Ana Teresa Pérez Leroux nos pasea por Corea, Puerto Plata y Samaná, registra los vaivenes físicos y lingüísticos de los migrantes; describe las cuitas veterinarias de su perro, nos asesora sobre el divorcio telefónico, examina la cultura del regaño; le saca la lengua al purismo de Pedro Henríquez Ureña y rememora la resistencia heroica de algunas víctimas de la dictadura trujillista. Sofía Cardona recrea el barrio riopedrense de su infancia, documenta el culto boricua al pastel, se asoma a la fascinación de los hombres por los carros; destapa la opresión de los trapos femeninos; persigue recuerdos en vías de extinción; desinfla el ego hipertrofiado de los próceres y casi le pisa un juanete a Gabriel García Márquez. Mari Mari Narváez cuestiona los supuestos del mundo publicitario; confiesa su obsesión galopante con la muerte, inspecciona uno de esos gigantescos clubes-almacenes del desperdicio alimentario, emplaza a Jackie Guerrido y a Michelle Obama; elogia la planificación familiar de Ricky Martin; denuncia la censura de libros por el Departamento de Educación y se topa en un tren con las tragedias viajeras de Latinoamérica. Vanessa Vilches Norat se mete con las añoranzas machistas de Arturo Pérez Reverte; delata las violencias naturales y artificiales del parto; defiende a brazo partido el campo de estudio de las Humanidades; da testimonio ocular del asesinato de un cangrejo; resucita a su abuela a través de una cuchara, revela los infortunios del pelo rizo en el Bayamón de su niñez y reseña la espectacular llegada al suelo patrio de las calóricas tentaciones del Donut Factory.
En los textos aludidos – e igualmente en los que no figuran en mi rápido sobrevuelo -, se disputan el territorio de la página dos fuerzas igualmente poderosas: la reflexión crítica y la narración literaria. Las escritoras manifiestan una especie de doble personalidad autoral: la de pensadoras y la de narradoras. De esta manera, hacen honor a aquellos célebres versos del Martín Fierro que dicen:
“Yo he conocido cantores
Que era un gusto escuchar;
Más no quieren opinar
Y se divierten cantando;
Pero yo canto opinando,
Que es mi modo de cantar.”
Si le enmendamos la plana al gaucho inmortal y reemplazamos cantar por contar, daremos con la estrategia de combate de las Gatúbelas. Ellas opinan contando, que es su modo de opinar.
El recurso de la anécdota, que sirve de punto de partida o de soporte al pensamiento, está presente en la grandísima mayoría de estos textos. Por todas partes saca su cabeza traviesa la narrativa. En “Montañas sin historias”, Ana Teresa Pérez Leroux monta un relato de aventuras. Mari Mari Narvéz escribe una crónica de viaje en su “Historia de otros inviernos”. Sofía Cardona recrea, en un aeropuerto, una despedida familiar con tono, argumento y moraleja de fábula. Vanessa Vilches se tira de pecho en pleno cuento con un relato de horror infantil en una tienda de muñecas y otro de amor luctuoso en un cementerio parisino. Esa tendencia a construir la opinión sobre la base de una historia – muy marcada en las cuatro autoras – no sólo agiliza la exposición con su llamado a la fantasía sino que abre el entendimiento y hace de la lectura una experiencia a la vez estimulante y placentera.
Podría decirse queEl desorden natural de las cosas es una obra multifuncional. Después de todo, quienes la escriben son mujeres, reinas indiscutibles del famoso multitasking, según estudios científicos realizados – muy sospechosamente – por científicos hombres. Las Gatúbelas no tienen agenda fija: cuentan vivencias, documentan sucesos, reconstruyen memorias, retratan mentalidades, denuncian abusos, promueven debates y, de paso, co-producen un curso de autoayuda cultural. No en balde el primer título escogido para esta colección fue: “Más allá del quicio: escritos para enfrentar el mundo”. Supongo que sonaba demasiado ambicioso y por eso decidieron dejárselo a Paolo Coelho.
Para cerrar este monólogo, yo también voy a contarles algo. Cuando llegó a mis manos el manuscrito de este libro, leí de corrido la mitad. Entonces, me dio con hacer un experimento. Le di muerte a la segunda parte evitando mirar los nombres de las autoras. La intención era ver si podía adivinar quién había escrito cada texto. Confieso que fueron más las veces que la pegué que las que me equivoqué. Y aquí va la explicación.
El periodismo de opinión es, como lo indica el término, un género a la vez muy público y muy íntimo. Queriendo o sin querer, el columnista se convierte en un stripper de la palabra. A través de sus revelaciones conscientes o inconscientes, proyecta una cierta imagen suya en la mente del lector. Éste, a su vez, va armando pedazo a pedazo, con cada entrega, un personaje autoral que puede caerle bien o caerle mal. Esa reconstitución imaginaria es lo que configura la personalidad columnística, clave de la química esencial entre quien lee y quien escribe. Por esa vía, el lector aprenderá a reconocer a primera vista las señas de identidad del autor. Y se mostrará fiel o infiel a su interlocutor público-íntimo según sus propias preferencias y aversiones.
Lo singular, lo asombroso, es que cuatro personalidades tan distintas, tan fuertes y en ocasiones hasta tan discrepantes como las de Sofía, Mari, Vanessa y Ana Teresa, hayan logrado producir una obra tan sedosa y armoniosa. Estilo, arrojo, agudeza, humor, honestidad y una fina sensibilidad compartida le imprimen, por encima de las divergencias, un admirable sentido de unidad .
Bueno, amable y paciente público, por ahora, nada más con esta testigo. Sólo me resta invitarlos a que – pese a la triste y dolorosa ausencia del reintegro y del bono de Navidad en sus respectivos bolsillos – no pierdan la oportunidad de adquirir este libro. Tiene garra, gracia y sustancia. ¿Qué más se puede pedir?