Pienso, luego me desaparecen
Entre los más pobres de México, los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, provienen de zonas indígenas con alto analfabetismo y pésimas condiciones de desarrollo humano. Esta Normal, la única en el estado de Guerrero, tiene una larga tradición de formar maestros que cuestionan sus condiciones vida y luchan por su transformación, lo que históricamente ha puesto a la escuela en la mira del gobierno de turno. En el marco de la reducción de la inversión en la educación pública por el Estado neoliberal, el desmantelamiento de las escuelas normalistas amenaza el acceso de esta población a la educación superior.
Aquel viernes, los normalistas de Ayotzinapa se movilizaban para asistir a una actividad reivindicativa de los derechos humanos en la capital mexicana, cuando la policía preventiva municipal de Iguala los emboscó, disparándoles a mansalva. El ataque, ordenado por el hoy preso alcalde, dejó muertos, heridos y la desaparición de 43 estudiantes. La primera reacción oficial fue de alegar vinculación del estudiantado con el narcotráfico: un asunto entre delincuentes, al margen de las estructuras del Estado.
Iguala es punto geoestratégico en la ruta de producción y trasiego de drogas en Guerrero cuyo control se disputan los principales cárteles de la zona. Sin embargo, en ningún país puede funcionar un narcotráfico próspero, al margen del orden establecido. Iguala no es excepción: la interpenetración allí de policía, gobierno, partidos y narcos, a todos los niveles, está bien documentada.
Lo acaecido en Iguala está ligado al irrespeto reiterado de los derechos humanos, a la corrupción de la función pública –incluyendo la impunidad rampante-, conjuntamente con la opacidad de la gestión gubernamental, la pobreza y la imbricación del narcotráfico en la estructura misma de la sociedad y de los gobiernos en sus diferentes niveles e instituciones. Vale enterarse y reflexionar. Ese semillero no ha estado totalmente ausente de nuestro suelo.
Cientos de reconocidas voces comprometidas con las causas justas de la humanidad exigieron acción contundente para hacer justicia y devolver con vida a los desaparecidos. Organizaciones internacionales, Amnistía Internacional, la Organización de Estados Americanos, la Organización de las Naciones Unidas, entre otras, pidieron esclarecimiento de los hechos, mientras que el Parlamento Europeo declaró inaceptable la desaparición, a la vez que se solidarizó con México e invitó a detener la impunidad. El Papa Francisco también habló, reconociendo el sufrimiento del pueblo mexicano por sus desaparecidos.
La jornada global culminó con un acto que, presidido por el dolor y por los padres de los desaparecidos, reunió a decenas de miles de personas en el Zócalo de la capital mexicana. Además de los padres, representantes de organizaciones cívicas y universitarias así como familiares de otros desaparecidos y muertos, analizaron la situación. Declarando su desconfianza en los partidos electorales y en los distintos niveles del gobierno, llamaron a continuar la reivindicación social, a la vez que agradecieron la solidaridad recibida.
Las consignas acuñadas ante las desapariciones: “Ayotzinapa nos duele a todos, fue el Estado”, “Justicia para Ayotzinapa” y, “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”, entre otras, le han dado la vuelta al mundo. Sin embargo, capturó mi atención un texto estudiantil que, parafraseando a Descartes, va a la médula del asunto: “Pienso, luego me desaparecen”. Actuemos hoy, para que en ningún lugar del mundo se repita Ayotzinapa.