Podemos, no
“Ya se los comerá la disciplina de partido”, “ya se desgastarán cuando empiece el fogueo mediático”, “ya pronto comenzarán a enajenar a segmentos de su arco iris demográfico tan pronto se vean obligados a tomar postura en temas específicos, de cara a concretizar un programa de gobierno”, “ya sucumbirán al culto de personalidad con el que los propios medios encuadran a sus máximos líderes”, son los argumentos que llaman a la cautela antes que arrojarse, trasero al aire, al estallido de felicidad.
No me declaro experto del proceso político español, particularmente cuando son los propios especialistas los que han admitido su incompetencia al no haber visto venir un ascenso tan dramático al poder — en apenas ocho meses —, o la violencia liberalizadora con la que Podemos ha tornado el peñón político español en un poroso archipiélago de dinamismo democrático. Mi declarada ignorancia me vuelca a la lectura, a escuchar voces de análisis y a ciudadanos anónimos, amigos, conocidos.
En una de esas conversaciones que informan más que el telediario, me contaba un joven arquitecto de poco menos de treinta años, que conocí mientras estrena sus primeros pasos de experiencia profesional en Australia, antes de regresarse a Madrid, que a él le emociona particularmente el fenómeno Podemos por su cercanía al ambiente universitario donde se formó. Los conocía de cuando eran simples profesores, con su círculo de estudiantes interesados en asuntos políticos, descorazonados todos ellos con el rumbo de un país que se estaba almorzando lo poco que de futuro le quedaba, siendo mi amigo y sus contemporáneos los agraviados directos.
Saberse parte de un fenómeno que comenzó universitariamente consolida su fe en un cambio político de envergadura, y su acento malagueño, con suculentas aspiraciones que me teletransportan al Caribe, no ocultaba el regocijo.
Hubiera querido yo contaminarme de su felicidad, y devolvérsela como lago de esperanza a quien quiera leer estas líneas. Pero, qué puedo decir, ellos tienen a Pablo Iglesias, y nosotros, ¿a quién tenemos? ¿A Bernier? ¿El muchacho de mandado que lubricó la venta del aeropuerto con su estudiada imagen de padre-joven/marido-ejemplar? O si quieren una comparación más justa, ¿qué tal el profesor Ricardo Rosselló? Un tipo tan universitario como el Iglesias de Podemos, equipado con la jerga de proactividades y metadatas que pasa hoy por inspirada forma de conocimiento.
En momentos donde nadie quiere recetar, (porque tú sabes, hay que evitar patologizar el presente); o proponer rutas, (porque tú sabes, no es mi trabajo iluminar o alimentar cultos mesiánicos), me atrevo a decir, con suficiente convicción, que Puerto Rico no necesita otro padre responsable que vele por la exitosa reproducción de entendidos y consensos, sino hijos irresponsables que rompan el legado del padre, vilifiquen el orden presumido, corrompan la certeza heredada, destruyan la fábrica masificadora de injusticia.
Y habiéndomelo sacado del sistema, pregunto, ¿podrá, como en Podemos, aparecer ese dispositivo político de ruptura por el que abogo dentro del mutilado espacio de la universidad en Puerto Rico? ¿Le queda algún tipo de capital emancipador a nuestras sucursales de academia, más allá del proyecto personal de estudiar/aprender/convertirse en hombre y mujer de bien?
Creo en la investigación rigurosa, y claro que me gustaría ver mentes con infinita capacidad de discernimiento estudiando el fenómeno Podemos, matizando las diferencias, nuestras distancias y obstáculos propios. Por supuesto que quisiera escuchar las alternativas, los debates necesarios para manejar inteligentemente un proyecto de comunicación – que es de donde emana el triunfo de Podemos – al servicio de un aparato transformador de nuestra agotada democracia. Sin duda está el asunto colonial, y todo el abanico de impedimentos; España tiene los suyos, nosotros los nuestros, pero, ¿por qué no se ha visto en Puerto Rico un proyecto de efectiva transformación política desde los lugares donde existe (1) mayor conciencia y capacidad movilizadora, (2) miradas inter-disciplinarias sagaces? ¿Cómo es que Podemos puede surgir orgánicamente a partir de conversaciones inter-departamentales, y en nuestras universidades, más allá de reproducir un cuerpo de conocimiento técnico, se hace prácticamente imposible conversar para des-reproducir, trancar el sistema, asaltar el esquema vigente del poder, des-jerarquizar formas de producción de conocimiento, poner en marcha proyectos simultáneos de democracia participativa, siquiera ejercer liderato desde el más básico ejercicio de honestidad intelectual? ¿Por qué somos tan buenos para reiterar articuladamente la duda y tan malos para convertirla en fuerza política de renovación? ¿Será porque en el fondo no queremos? ¿Será No queremos nuestro Podemos?
Se toma el proyecto universitario como ejemplo de lo que está bien, la base con la que podía concebirse y encaminarse el proyecto de país, ese lugar tan común. ¿No será al revés? ¿No será el proyecto universitario la más explícita evidencia del fracaso, la muestra que resume todo lo que está mal, el distanciamiento de saberes del ejercicio político, el enquistamiento de privilegios y de un sistema de reproducción de entendidos y prácticas, la domesticación del conocimiento disciplinar y su inoculación definitiva contra la posibilidad de tornarse en dispositivo de cambio?
Yo he sido administrador, y puedo dar fe de la presión por articular productos rutinarios como éxitos extraordinarios. Puedo detectar esa misma retórica entre mis colegas, cada vez más entregados a la doxa del vendedor de autos. Detecto también, como si fuera un desagradable olor, los intentos de renunciar a la responsabilidad que se tiene sobre el fracaso de nuestro proyecto nacional del saber; que se cae de la mata que nuestros campos profesionales no se han alimentado de un quehacer universitario vivo, que más bien se vive entre una obediencia ciega a mandatos de la industria, (que no son otra cosa que demandas del neoliberalismo), y un paciente sucumbir al ciclo de publicar lo mínimo/lograr plaza/retirarme temprano. Esa misma laxitud es transmitida al cuerpo estudiantil, a quién ahora algunos quieren hacer responsable de su pragmatismo “generacional”, ese que ve en el estudio el paso seguro a la casa de urbanización propia, los dos carros y el perro. ¿No será al revés? ¿No será que estos muchachos obedecen a la obediencia que les hemos enseñado, el mandato de integrarse a su profesión sin desviación a norma o status quo?
Parte del problema político desplegado aquí es que las propias autoridades se niegan a reconocer su rol protagónico en la reproducción de un modelo de pensar (o no pensar) políticamente que usa a las disciplinas y campos profesionales como dispositivo de propagación de complascencia. La Universidad en Puerto Rico, por demasiado tiempo, se ha auto-imaginado por encima del proceso político, y su cantaleta predilecta es la autonomía, ¿autonomía para qué? ¿Para enraizar aún más su agenda despolitizadora desde la neutralización de cualquier capacidad de transformación que tenga una carrera y/o campo, en favor de alinearlo a los intereses de un mercado y capital que se critica mucho pero al que, en resumidas cuentas, rinden culto? ¿O será autonomía para enajenarse de consideraciones éticas, compromisos, responsabilidades compartidas?
Ya he visto demasiadas Iglesias boricuas, con celebrados temperamentos de líder y voluntad de trabajo colectivo, acomodarse en las políticas de identidad del amargado, disidente romántico, crítico feroz, pero al final del día, dispensable e inofensivo, que lucha sabiendo que no hay victoria. La inteligencia, cuando existe, se usa para probar de antemano que ninguna transformación radical es posible, ¿es eso suficiente? Esa misma gente corre al fenómeno Podemos, lo celebra en patio ajeno incluso, pero lo proscribe en el propio, evadiendo meterse con los marcos disciplinarios dominantes o sintonizarse al ruido emancipador.
Cacarean los universitarios las glorias de su gran proyecto de carreras positivas, pero en definitiva, ¿qué es exactamente lo que tenemos? Escuelas de medicina, y un sistema de salud roto. Escuelas de ingeniería al servicio de las industrias de la muerte (siendo la guerra su mejor cliente), que no a las infraestructuras de la vida. Escuelas de Administración Pública, y un aparato gubernamental disfuncional en su ancestral incompetencia. Escuelas de Arquitectura, y ni siquiera un proyecto de ciudad sostenible, o voz para defender la calidad cuando está amenazada por intereses económicos (coquí, coquí: Oso Blanco). Facultades de pedagogía con niveles de bachillerato a doctorado, y un sistema público de enseñanza que ni siquiera puede retener a sus estudiantes, asentar conocimiento básico, o lograr la más rudimentaria integración de recursos, sino es que se conforma a ser máquina engrasada para el tumbe a cuatro años.
Hay poetas, hay escritores, hay ensayistas, pero aún estos se ven a sí mismos como testigos silentes, miembros sin membresía, olvídate de pensarse actores. ¿Demasiado trabajo?
Facultad de Sociales y Ciencia Política tenemos, pero no tenemos rumbo político, capacidad de medir/proyectar oscilaciones y/o salidas económicas, aparatos para entender nuestro resquebrajamiento social, mucho menos atajarlo, o formular nuevos imaginarios políticos, y divulgarlos en lengua accesible. Tampoco me vendan la alternativa del think-tank, financiado por los mismos capitales que debía estar denunciado. Ah, dije “debía”, y eso ofende, porque “no es deseable asumir mandatos éticos, mucho menos prescribirlos”, ¿lo dije bien?
Hay libros, sí. También hay lectores. Pero no hay agencia, ni redes de actores, ni polifonía de voces. Hay silencio, eso sí.
Tenemos fábricas de abogados, y el efecto de una matemática de selección de estudiantes y facultad competente consiguen avivar mentes, no hay duda, pero ni siquiera estos han podido detener el avance de una visión pragmática del derecho, o maximizar los espacios de justicia, mucho menos enfrentar las demandas del universo corporativo sobre los currículos. Son amigos que aprecio, lo admito, pero no puedo explicar por ellos por qué no han podido resistir sus propias mordazas, esas que institucionalizan el bloqueo de ideas, su libre circular. ¿Son estas las mentes que vigilarán nuestros ámbitos de libertad cuando ni siquiera pueden preservar los propios?
Es frente a esa lógica de mucha celebración y poco producto de resistencia que no puedo dejar de poner mueca frente a la admiración boricua al fenómeno Podemos. No puedo evadir el hecho de que toda chispa radical queda aquí inmediatamente reducida a tópico, ciclo noticioso, tema de estudio indefinido, tumba de intenciones antes que mar de posibilidad y acción.
Escucho al amigo español, y lo más que puedo hacer es vivir vicariamente su alegría, porque cuando relocalizo la mirada al panorama político que aún considero mío, veo gran capacidad organizativa, por supuesto, pero es al servicio de enquistar un cierto orden desde los propios ámbitos de producción de conocimiento, mientras le confieren a la inacción el aura de propuesta universitaria.
Querer es poder, pregonaba la abuela. Y aquí, sencillamente, no queremos.