Poncili Creación Presenta: Parranda de Esculturas
La noche del domingo 23 de abril de 2017 me crucé con José “Fofito” Morales, el dueño de La Respuesta (un espacio en Santurce para conciertos y exhibiciones de arte) que andaba caminando con su pequeño hijo. Nos vimos justo debajo del puente del expreso José de Diego (la carretera PR-22) en la avenida Fernández Juncos, cerca del Hospital Pavía. Íbamos todos hacia El Local a una parranda organizada por Poncili Creación (https://poncilidad.tumblr.com/), colectivo artístico integrado por los hermanos Pablo y Efraín Del Hierro, quienes se van con su innovadora propuesta de escultura interactiva a participar en el Desfile Nacional Puertorriqueño de Nueva York. Detrás de un carro vimos un colchón lleno de bolsas y ropa. Se parecía tanto a la estética casera y rascuache de los gemelos Del Hierro que de repente pensé que era una obra de arte. No sorprende que Francisco Rovira Rullán de la galería Roberto Paradise (http://robertoparadise.com/artists/poncili/) los haya comparado al movimiento italiano de arte povera o arte pobre de los años sesenta y setenta.
Es una experiencia muy extraña cuando la profunda crisis económica lleva a la proliferación de instalaciones visuales y cualquier deambulante parece ser un performancero o artista plástico. La tragedia es un pequeño logro fugaz: hemos transformado nuestro sentido de la estética para ver lo bello o lo asombroso e insólito entre lo más triste, no para burlarse o despolitizar, sino para concientizar. También hemos logrado que la calle entre al museo, al teatro y a la galería de arte, o al revés: que la calle sea el espacio del arte, como bien muestran los extraordinarios murales que cubren todo Santurce y ahora Ponce, pocas semanas después de Ponce Es Ley.
He visto a Poncili Creación tres o cuatro veces y siempre ha sido en la calle. Conocí a los hermanos Del Hierro en 2011 en la avenida Ponce de León, en frente de El Cabaré en Río Piedras en una noche de Asuntos Efímeros, la serie curada por el performancero Mickey Negrón. Uno de ellos me regaló un dibujito. Siempre me ha dado trabajo saber quién es Pablo y quién es Efraín, aunque sé que no son idénticos y su mamá, la bailarina y maestra de NeuroMovimiento® María E. Martín, trató de explicarme las diferencias. (Bueno, exagero un poco. Creo que los sé distinguir.) Lo que más recuerdo de aquel día son las bicicletas y mi fascinación con el Bici Jangeo, esa nueva modalidad urbana de jóvenes y no tan jóvenes que se tiran a la calle en grupos por las noches a retomar el espacio urbano, a pasarla bien de manera sana y gratuita pero, por supuesto, poniendo sus vidas en riesgo en un país con poco respeto y muchos locos al volante frecuentemente borrachos o intoxicados.
En agosto del año pasado vi a Poncili como parte de Quiebre: Festival Internacional de Performance de Asuntos Efímeros, un evento absolutamente extraordinario que transformó el casco urbano de Río Piedras en una meca de las artes por tres días. Poncili presentó una pieza titulada Atravesía Ultra la noche del viernes 26 en el mismísimo Paseo De Diego bajo la luna y las estrellas, o en realidad bajo la poca iluminación de las lámparas de la calle. En la penumbra no se veía mucho; lo suficiente para ver unas extrañas criaturas que se iban transformando en monstruos o animales tipo cangrejos con enormes pedazos de foam amarillo (que en México le dicen hule espuma) que es el material preferido del colectivo.
En enero de este año los volví a ver, pero esta vez en el Barrio Gandul de Santurce como parte de los eventos que se organizaron en relación a la visita del artista Papo Colo. En esa ocasión colaboraron con Pancracio Yucahú, quien estuvo a cargo de la música electrónica en un lote en el número 1003 de la calle Elisa Serra entre la conocidísima Esquina El Watusi (un bar de barrio sumamente popular) y el bar/restaurante El PsychoDeli. El memorable performance llamado Placenta futura se seguía repitiendo durante la noche (lo vi tres veces con todo el corillo de fans). Andábamos todos en la espera casi “sisífica” de que llegara Klaus Biesenbach, director de MoMA PS 1 y curador principal del Museo de Arte Moderno (MoMa) en la ciudad de Nueva York, quien andaba con un grupo de coleccionistas visitantes. (Por fin llegaron, pero tardísimo y algunos parecían más interesados en los edificios a la venta y en tomarse selfies que en el arte.)
De esa ocasión, lo que más recuerdo, además de las peripecias de esos dos soldaditos de juguete que iban sacando un universo de criaturas de foam de una maletita, fue el uso de una pequeña marioneta en forma de la bandera puertorriqueña humanoide, cuyas franjas se volvían brazos y piernas y hasta pene. La marioneta también aparece en una animación corta de Poncili llamada Mono Estrellá (2017), colaboración de 37 segundos con Tostfilms disponible en Facebook e Instagram (@poncilicreación) en la que vemos a la bandera (nuestra querida monoestrellada) masturbándose y eyaculando una estrella blanca antes de ver la frase “DEJA LA PAJA”.
La parranda del domingo comenzó como a eso de las ocho con un concierto de violín por Fermín Segarra en El Local. Primero tocó “En mi Viejo San Juan” de Noel Estrada y luego pasó a una composición propia que dijo que acababa de escribir en base a un mensaje que alguien le mandó en Facebook o algo así. Insistió que si fuera por él solo tocaba música puertorriqueña, a pesar de que su entrenamiento es de música clásica. Tras varias canciones que recibieron el aplauso entusiasta del público, nos convidó a que lo siguiéramos. En la calle nos esperaba una extraña escena: más de una docena de figuras congeladas, como si estuvieran muertas, que poco a poco fueron reviviendo según oían los sonidos del instrumento de Fermín.
De repente comenzó la magia. La parranda de esculturas se apoderó del carril de guaguas de la Fernández Juncos y marchó felizmente bajo una ligera llovizna hacia La Respuesta, que queda como a cinco o seis cuadras largas en la esquina de la calle Del Parque. Milagrosamente los motoristas no golpearon a nadie, inclusive cuando la concurrencia se derramaba por todos los carriles de la vía pública. Sin escolta policial, el evento (que recibió un largo artículo anticipatorio en El Nuevo Día por Mariela Fullana Acosta, el sábado 22), parecía una celebración improvisada con un extraordinario grupo de locas y locos que se tiraron a la calle con instrumentos y muñecos gigantescos acompañadxs por un carro, una guagüita blanca completamente cubierta de dibujos y protuberancias zoomorfas.
Liderando la comparsa estaba el malabarista Alex Millán, vestido de mameluco verde oliva y un tocado arlequinesco amarillo y rojo de foam, como de órganos sin cuerpo. Sujetaba una tea en su brazo alzado, en realidad una batuta encendida en ambos extremos. Siguiéndole, la músico y performera la Pequeña Vera vestida de payaso quien iba improvisando con su espléndida voz de soprano. Su rostro completamente blanco, los labios rojos, las cejas negras como la noche, vestida con un sombrero negro con toques blancos y rojos, una chaqueta roja con enormes botones amarillos, un leotardo blanco lleno de dibujos en negro con rojo y amarillo, tenis plataformas blancos y un palo con una bolsa plástica de supermercado vacía, hacía de clown hobo pregonero, anunciando nuestra llegada. Tras ella, un trío de músicos: el maravilloso tamborilero barbudo Jayson Yordán tocando un redoblante (snare) vestido de camisa azul con hoyos circulares que llevaba un tocado enorme de foam; otro (Jorge Hatake) con una tuba y un tocado rojo, que iba vestido con camisa azul y pantalones rojos; por último, el maestro Carlos Oviedo con guitarra eléctrica y un pequeño amplificador portátil, vestido con una camisa verde oliva tipo fatiga militar.
A los humanos les seguía un coro griego de extrañas figuras, tal vez extraterrestres, todas vestidas de sábanas blancas cual túnicas con máscaras amarillas de foam en forma ovalada que sólo tenían círculos concéntricos con un hoyo en el área de los ojos, atadas a sus cabezas con una gruesa cinta negra. Ni humanos ni animales, sino otra cosa. El primero, un tipo de Moisés, Mahoma o Jesús de Nazaret, con piernas peludas y sandalias, sujetando un enorme pergamino (una bandera larga) con letras en alfabeto jeroglífico, cual texto bíblico. Cuatro o cinco más con máscaras más pequeñas, arrastrándose jorobados por la avenida, tocando el piso, recogiendo piedritas y metiendo las manos en tiestos. Otras criaturas y seres: uno con un tocado de foam en forma de margarita; otra con un precioso carrito de bebé verde limón sumamente alto, todo tallado con múltiples imágenes en colores, hecho de lo que parecía ser un carrito de compras de supermercado; Gandul Gandulero (de la compañía de teatro Y no había luz) con un gorro violeta que parecía una camisa o un suéter en su cabeza, todo vestido de azul con distintos tonos y texturas en una bicicleta con un enorme pájaro azul de cuello larguísimo, como de diez pies; la muchacha con el carrito de compras anaranjado con su tótem tallado de foam naranja, también dibujado cual piedra de Rosetta, que culmina con un canasto de baloncesto; varios muñecos gigantescos sujetados con grandes palos, incluyendo uno que parecía Goofy de Walt Disney con tetas de mujer; un chico con un lagarto verde; un muñeco rojo atado a un palo en manos de Andrés Justiniano Waterston. El extraño séquito cantaba raras canciones con la palabra “ooooh” y “aaaaah” que acompañaba los golpes del tambor. En medio de todo aquello, muchísimas personas sacando fotos y videos, incluyendo a Luis Gabriel Sanabria Irizarry del colectivo Kuniklo, quien andaba con un “telefonito”, es decir, con un muñeco de foam de Poncili que lleva un celular por dentro; el telefonito modifica levemente los bordes de las fotos de su cámara, enmarcándolos. Y al final de todo, el Poncilimóvil, carro mágico lleno de caritas y dibujos que sirvió como carroza.
Al llegar a La Respuesta hubo fiesta en la calle Del Parque y lentamente la parranda entró a la galería donde los maravillosos elementos performativos se convirtieron en esculturas o instalación. Comenta Pablo Del Hierro: “La parranda fue un ritual energético para Santurce. Darle vida y música a una noche oscura aunque sea por un segundo deja la posibilidad que se vuelva a repetir. Tomar la calle que es tan nuestra. Todos los allí presentes sin duda sentimos algo parecido a la euforia o tal vez a una fiesta. Fue este el momento en que supimos que el ritual había funcionado.” En Facebook, María E. Martín añadió: “Gracias Poncili Creación por una vez más hacer sueños realidad. Esta Procesión fue una vertiginosa experiencia mágica que no solo transformó en luz la oscuridad triste y olvidada de la Fernández Juncos, sino que unió en un ritual de celebración a todos los que caminamos/bailamos/cantamos al son de su Poncilidad. ¡¡¡Gracias!!!”
La noche concluyó con un show simultáneo de la banda de rock Sr. Langosta liderada por el guitarrista y compositor Jorge Andrés Ferreras con un performance de Poncili, quienes deleitaron al público con una serie de loqueras sin fin que incluían intervenciones con algunos de los elementos escultóricos de la parranda, partos de criaturas mágicas hermafroditas, coreografías eléctricas llenas de adrenalina, el uso de una patineta gigante de las que se usan para mover muebles y finalmente, una canción a coro con el Sr. Langosta en que los muchachos gritaban o hacían scat (como la improvisación vocal del jazz) o algo así. ¿Estará listo Nueva York para recibir a este dúo dinámico?
Felicito a Poncili Creación, a todxs lxs que participaron en la parranda y a Fofito Morales, gestor de este evento y de la visita del colectivo artístico a Nueva York a través de su proyecto La Marqueta Retoña localizado en El Barrio (Harlem Hispano), histórico barrio puertorriqueño de la Gran Manzana. También agradezco a la artista visual Ess (S.) Urbain, quien puso un video de la parranda en su muro en Facebook, incluyendo los nombres de muchas de las personas que participaron. Gracias a ella y a las fotos que tomé esa noche pude reconstruir el evento en más detalle. ¡Buen viaje Poncili!