Prisoners: ¿quiénes?
Dirigida por Denis Villeneuve (Incendies, 2010) este thriller psicológico logra atraparnos en las redes de la desesperación que sufren los padres de unas niñas que son secuestradas. Además, nos envuelve en una trama densa que va abriendo como si fuera una cebolla gigantesca que les arranca sobresaltos a los espectadores y lágrimas a los personajes.
Con un guión competente escrito por Aaron Guzikowski autor de “Contraband”, una película de 2012 que protagonizó Mark Wahlberg, quien fue uno de los productores ejecutivos en esta cinta, la película presenta un aspecto del secuestro que no se había explorado en otras. Me refiero a la intervención tan directa de los padres que la búsqueda se convierte en una pesadilla moral, tanto para ellos como para la policía.
Las niñas que desaparecen, una es hija de Keller (Hugh Jackman) y Grace (María Bello) Dover; la otra de Franklin (Terrence Howard) y Nancy (Viola Davis) Birch. Que una familia sea blanca y la otra afroamericana se transforma en un subtema que el guionista elabora sutil y efectivamente, pero que, desafortunadamente, no se resuelve al final. El abandono de ese camino en el análisis ético del problema en el que se adentran Keller y Franklin puede que esté limitado por las múltiples facetas del acertijo que representa el secuestro, y por la duración del filme (dos horas y media).
El espectador tiene que estar atento a cada situación y a cada palabra de los diálogos en los que reside la solución del misterio. Para lograrlo tiene que concentrar en muchos símbolos y alusiones que se van esparciendo ante nuestros ojos. Incluyendo un laberinto que obsesiona a uno de los sospechosos, un campero destartalado que se vio en las cercanías del lugar donde estuvieron por última vez las niñas, y las pocas palabras que habla otro sospechoso.
La toma inicial con que abre la película nos prepara para el dilema fundamental del filme: se oye una voz rezando un padre nuestro y, la cámara se mueve entre el laberinto de árboles en un campo nevado. Vemos un cervatillo. El rezo está dirigido a que el hijo mayor de Keller tome un tiro que le permita matar al animal. Esa relación extraña entre un dios a quien se le pide puntería para matar un animal indefenso y un hombre que ha de tener a su hija indefensa en las manos de un criminal, es el lado más oscuro de este filme. Tan tenebroso, de hecho, como la maldad que impulsa al secuestrador a actuar como lo hace. El ángulo óptico se opaca cuando la policía comienza a tener sospechas de la verdad de lo que está sucediendo.
La policía está representada por el detective Loki (Jake Gyllenhaal), quien está atrapado entre el crimen, las familias de las niñas ausentes y la burocracia policial que carece de inteligencia y de fondos. Loki es disciplinado, cortés y optimista. Está convencido de que encontrará a las niñas y, a pesar del comportamiento de Keller, siempre lo trata con respeto. Sus peleas con su superior en el cuartel son álgidas, pero están matizadas por las características personales de Loki y por eso el supervisor se las deja pasar. La peor, durante uno (sí, hay más de uno) de los clímax del filme, lo conduce por el camino de la solución del crimen que lo ha eludido en su pesquisa hasta ese momento. Su actuación está llena de intuición moral y de ternura.
Hugh Jackman tiene el papel más complejo en la película. Keller es un hombre que ama intensamente a su familia y se preocupa tanto por su bienestar que almacena provisiones en el sótano de su casa, por si algún desastre de la naturaleza los amenaza. Tener a su hija en manos de un asesino o pederasta lo enloquece. Sus súplicas a Dios son conmovedoras al mismo tiempo que repelentes. Su situación lo ha convertido poco a poco en un monstruo. Jackman hace esa transición convincentemente. De un trabajador de cuello azul, honesto y encumbrado por las preocupaciones cotidianas de pagar hipoteca y ganar lo suficiente para mantener a su familia, va evolucionando a ser un borracho violento y un violador de la ley. Su interpretación es superior y satisface ver a este actor talentoso hacer otra cosa en la pantalla que no sea enseñar sus músculos.
Viola Davis, una de mis actrices favoritas, tiene unos momentos impresionantes, pero no pasa mucho tiempo en la pantalla para lucir su inmenso talento. Asimismo Terrence Howard, aunque su Franklin es parte integral de la dualidad maniquea que el guionista cuelga ante nuestro rostro para que escojamos entre el bien y el mal.
La atmósfera creada por el gran cinematógrafo Roger Deakins, quien ha tenido una larga y fructífera asociación con los hermanos Coen (entre otros directores), es sencillamente espectacular. A veces, no sé si porque está Gyllenhaal en las tomas, me recordó el ambiente de “Zodiac” que fue fotografiada por Harris Savides. Algunos interiores tienen ese aspecto rasposo, áspero, dilapidado y abandonado que hicieron la tensión en aquella, como es el caso en esta película, entretenidísima, lo suficientemente tirante para que se le anude el corazón a uno.
Según se desdobla la trama uno se va dando cuenta de que hay muchos prisioneros en el filme que ni saben de su cautiverio. Descifrar quiénes son y por qué lo están es el gran reto de la película. Vayan a verla.