Profanar los espacios… ¿profanar el Derecho?
–Eduardo Lalo. (la tachadura es mía).
La casa está siempre y en cada momento, en el estado que le conviene.–Michel Foucault
En aquella ocasión, el Coronel de la Policía se acercó a mí: “Licenciada, todo estará bien si los muchachos no rompen vitrinas ni se meten en las tiendas”. Mi respuesta fue sencilla: “Coronel, ¿cree usted que es a eso a lo que vienen?”. Me miró con sospecha. Yo, muy segura, inmediatamente pensé: “No Coronel, ellos no vienen a romper vitrinas, ellos vienen a profanar”.
Propongo el uso de una palabra: profanar. Sólo mediante un acto de profanación, sostengo, puede atenderse con perspicacia la relación entre el espacio, el derecho y el poder. Sólo mediante la profanación podremos conseguir los espacios que añoramos y que no tenemos para el amor, para lo político, para el ser. Pero profanar no es algo fácil, requiere, antes que todo, un proceso, incluyendo pasar revista de la definición de profanāre a la que nos referimos y dejar claro qué es eso que nos urge profanar.
No entendía el Coronel lo que para mí quedaba claro: que el acto de profanación de los y las estudiantes universitarios en Plaza las Américas era otro. Se trataba de (re)definir el espacio, de darle un uso distinto a aquél que le fue arrebatado al ubicarlo en el mundo de lo sagrado. Ocupar los pasillos del centro comercial más grande del País, profanándolo hacia un uso político que diera pie a su reclamo por la educación, tenía más de profanación que cualquier acto de romper los cristales o las vitrinas. La preocupación del Coronel quedó atendida y el acto de profanación -que le dio un nuevo uso a aquello antes reservado para los dioses de lo que Walter Benjamin llamó, la religión capitalista- se consumó.
Profanar el espacio.
Hace unas semanas, planteaba en mi blog Poder, espacio y Ambiente, la necesidad de espacios amables. Me preguntaba qué había pasado que los espacios, todos, se habían convertido en espacios en que las reglas del juego eran la propiedad privada o en espacios cuya mano todopoderosa de las reglas del mercado gobernaba las subjetividades. Así, en lugar de ciudadanos políticos en los espacios, habíamos sufrido una metamorfosis kafkiana hacia una subjetividad del cliente escarabajo que hasta es capaz de añorar y rogar por espacios en que su subjetividad clientelar fuera posible. ¿Cómo lograr una reversión de ese estado de cosas? ¿Acaso la estrategia de conseguir como lugares-excepción las reservas, los santuarios, los corredores naturales, sirven para atajar la perversidad del avanzado estado de hiper-mercantilización del espacio?
En esta entrada, que formará parte de una serie, abordaré la mirada que le hemos dado a la carencia de espacios que ya he llamado amables y plantearé que esa mirada que hemos adoptado activamente está agotada hace más de una década. Sugiero con urgencia y mediante una especie de herejía, apartarnos del eje de los espacios públicos, para visibilizar y profanar los espacios categorizados como privados e hiper-mercantilizados y, sobre todo, desactivar los aparatos (Agamben) o dispositivos (Foucault) que hacen posible este estado de cosas.
Lo segundo que haré será acentuar cómo el Derecho o lo jurídico, en tanto aparato del poder, nos aleja del objetivo anterior. Mediante su invisibilización y disimulo, la Ley (el Derecho) coloca los espacios privados en una zona de confort intocable que nos mantiene ocupados con la defensa y propuesta de espacios públicos, cuando el verdadero asunto está en el universo de lo que antes era la excepción y ahora se ha convertido en la norma: la privatización de los espacios, no sólo mediante el señorío propietario privado, sino además, mediante su mercantilización y su museificación. La excepción es ya la norma. Es en esa excepción de lo privado-mercantil donde nuestro ojo se debe posar, sin condiciones. Citando a Ana Lydia Vega:
«Hay miradas que matan, dice el refrán. Y, ciertamente, hay miradas que salvan. Sola, cada una de ellas se basta para lograr un único objetivo: la detección del daño o el rescate de lo constructivo. El verdadero reto sería reunir ambas funciones en un mismo golpe de pupila. La capacidad para transformar la vida comienza precisamente ahí, en el ojo que penetra la opacidad de lo real para atisbar el asomo de lo posible«.
¿Hacia dónde mirar?
Cuando tenía 22 años e hice mi entrada a la Escuela de Derecho, hice mi entrada también a una cantidad de espacios totalmente desconocidos para mí. Hasta entonces desconocía totalmente la existencia en nuestra isla de espacios metropolitanos como Garden Hills, Torrimar y otras urbanizaciones del área. Prácticamente no había visitado urbanizaciones con acceso controlado y mucho menos había visto casas de más de un piso con piscinas y áreas de recreo, cine, iglesia y escuela privada incluida y, más impactante aún, con guardias de seguridad frente a cada una de las casas, no para allanarlas sino para protegerlas. Allí no vi carencia de espacios, ni carencia de seguridad, muchos menos carencia de ‘áreas de recreo’ o ‘espacios comunes’ y de entretenimiento para quienes allí vivían. Creo que no era un Puerto Rico conocido por la mayoría de mis amigos y familiares. Allí no había un problema de espacios, sino una sobreabundancia, una que estaba segura que no era vista ni conocida por la mayoría del País. Esos espacios, invisibles hasta entonces, disimulados por la configuración de otros espacios sobrepoblados, decadentes y empobrecidos en el área metro y el no-tránsito por los mismos de la mayoría de la población, parecían inofensivos. También, eventualmente accedí a otros espacios, sobre todo luego como abogada. Estos últimos sí eran visibilizados por la prensa. Claro, eran espacios a los cuales también era muy difícil acceder y sólo con la compañía adecuada y el propósito preciso se podía entrar. Barrios, residenciales, también tenían su configuración y código de entrada. Las dinámicas en estos últimos estarían más a menudo en los titulares de prensa o en reportajes especiales. La diferencia es que los primeros se miran muy poco, pocas veces son objeto de documentales o películas y la menor de las veces se ‘estudian’ como algo que merecería atención. Claro, decirlo así, puede incomodar bastante.
En ambos espacios se construían (se construyen) subjetividades mediante aparatos no tan distintos, pero con propósitos desiguales o, más bien, con resultados de subjetividades alternas que pocas o ninguna de las veces coinciden. Con el tiempo me di cuenta que la relación entre el afuera y el adentro entre esos espacios no es del todo desvinculada. Todos estos espacios caen en la categoría de espacios “privados” aunque no son tratados igualmente ni bajo la misma normativa. Pero ese es un tema complejo que aquí no podré atender. Lo que sí es que para profanar los espacios -en la acepción Agambiana- tendríamos que visibilizarlos y visibilizar y hablar de sus múltiples subjetividades. Y es que hay que tener bien claro que algunos espacios, como el Derecho, obtienen su fuerza y presencia a través del disimulo: «la presencia de la ley consiste en su disimulación».
Si partimos de la premisa de que esos espacios llamados privados se contraponen a los públicos, una sabe que la ciudad se ha convertido toda en pequeñas fracciones de espacios llamados privados. En esos espacios, sólo sus propietarios o residentes están autorizados a ser y estar. El resto está excluido porque los propietarios pueden ejercer su capacidad de exclusión erga omnes. Pero, como veremos, lo que queda, ese otro universo espacial, también nos excluye. Nos excluye en tanto no actuemos ni seamos sujetos consumidores. Para ser en esos espacios es imprescindible instalarse como sujetos cuyo único rango de acción es la lógica del mercado.
Así es que llegamos a añorar y a buscar los espacios públicos amables, esos que suponen el encuentro de aquellos que habitan la multiplicidad de espacios. Pero esos espacios, los amables, no existen porque, como dije, han sido privatizados de otra forma, mediante la lógica y subjetividad del mercado. La subjetivación de esos espacios es homogénea, en esos espacios somos clientes o simplemente no somos. De esta manera, hay dos tipos de espacios que, secularizados ambos, responden a la misma lógica y activan aparatos para el mismo tipo de subjetividad. Salir de esa subjetividad implica entonces enfrentarse y cuestionar el diseño político económico y el disimulo de la Ley que lo sustenta.
Las respuestas que surgen a partir de una definición del problema como «la carencia de espacios públicos» dirigidas a la creación de nuevos espacios públicos para el uso de todos y todas, olvidan como mínimo dos cosas: que la carencia no es tal si una se fija en los espacios privados no visibilizados que ya cuentan con espacios para sus todos y todas; y que aún los espacios que sobran, como parques, reservas, santuarios, corredores, surgen como excepción y no alteran la estructura, por lo que no hay encuentros ni sujetos políticos capaces de componer una esfera pública en el sentido habermasiano. En otras palabras, el problema, visto como la carencia de espacios públicos, se ha atendido mediante iniciativas para garantizar lugares que como excepción, permitan la posibilidad de un uso común, distinto, a aquél que constituye la norma (el espacio privado o de mercado), el que constituye el resto del universo espacial. Estas iniciativas son insuficientes.
Propongo un abordaje inverso: primero, posar la mirada sobre la no-excepción que justifica la excepción, es decir, atajar no la excepción sino la norma detrás de la excepción, porque como bien ha señalado Giorgio Agamben, hoy día la exceptio se ha convertido en el paradigma contemporáneo pero mediante ésta se da vida a la normatividad no cuestionada. Lo que digo es que no podemos seguir atendiendo el tema de la «falta de espacios públicos» como un tema de excepción o de carencia. Tendríamos que mirar y actuar no sobre la carencia sino sobre la sobreabundancia. Esto, por supuesto, va sobre las bases estructurales de nuestra sociedad y resultaría en demasiadas incomodidades, incluso para quienes plantean(mos) el tema de la falta de espacios públicos. Es la sobreabundancia del espacio consagrado a lo privado y a la lógica y subjetividad del mercado lo que habría que atajar. Como dice Zizek “no es lo mismo un café sin crema que un café sin leche”. Y es que importa eso que no se obtiene. Por eso, para atender estos problemas, no basta con posar la mirada sobre los lugares actuales de dominio público, sino pasar la cámara por esos espacios invisibilizados para fijarnos en ese fenómeno invisible, el espacio en que sobreabunda el parque, la piscina, el cine y el golf, pero sólo para el consumo de unos pocos que no necesitan del espacio de todos y todas. Sería algo así como lo que la cineasta Lucrecia Martel visibiliza en sus películas (véase particularmente La Ciénaga). Se trata entonces, de enfocar no en el fenómeno de la desaparición de las playas, por dar un ejemplo, sino en el fenómeno de aquello que invisiblemente y tranquilamente pasa a sustituirla.
Y con visibilizar esos espacios habría entonces que detectar, profanar y desactivar los aparatos que permiten esa configuración, en otras palabras, tomar la propuesta de Agamben:
«The problem of the profanation of apparatuses -that is to say, the restitution to common use of what has been captured and separated in them- is, for this reason, all the more urgent. But this problem cannot be properly raised as long as those who are concerned with it are unable to intervene in their own process of subjectification, any more than in their own apparatuses, in order to then bring to light the Ungovernable, which is the beginning and, at the same time, the vanishing point of every politics.» (G.A. What is an Apparatus?, 2009).1
Profanar la consagración secular del mercado
En el mundo jurídico romano, nos cuenta Giorgio Agamben, aquello concebido como ‘sagrado’ era lo perteneciente a los dioses, por lo tanto, se removía y se excluía del uso y comercio de los seres humanos. Como tal, estos bienes o espacios sagrados y que eran la excepción, no podían ser vendidos ni usufructuados. Se concebía entonces como un ‘sacrilegio’ aquel acto transgresor de lo reservado para los dioses. Consagrar era reservar un espacio fuera de la esfera del uso humano. Profanar, por el contrario, era devolverle la cosa al libre uso de los humanos. Para lograr el uso común por parte de los seres humanos de aquellos espacios excluidos y consagrados, había entonces que profanarlos, es decir, retomarlos para el uso cotidiano.
Pero hoy día lo consagrado no es la excepción si no la norma, y aquello que se consagra es precisamente lo que se explota por los señoríos propietarios y por el mercado, aquello que se ha consagrado es la propiedad privada y el uso mercantil que ha venido a tener un efecto avasallador y limitante sobre los espacios para el uso cotidiano, público y, sobre todo, político. Con este proceso, se crea además una subjetivización de los sujetos en esos espacios, mediante dispositivos o aparatos como el jurídico y como los discursos de la familia exitosa, entre otros. Por supuesto, lo antes consagrado a los dioses, hoy día se ha secularizado, pero la secularización, distinto a la profanación, no significó un acto de cuestionamiento del poder sino una sustitución de éste, del poder de la monarquía religiosa por una monarquía secular. Antes los dioses, ahora el mercado y la explotación propietaria del capital. Una profanación absoluta por el capitalismo como religión (tomando de Walter Benjamin) coincide entonces con una sacralización absoluta, aquella del consumo. El acto de consumir, vale decir, no admite el uso cotidiano, porque es un acto que presume la desaparición instantánea y más aún, presume la imposibilidad de un uso cotidiano. Las cosas se convierten así en «meanswithoutends». El consumo no tiene un fin ulterior, se basta a sí mismo. Como ejemplo, Agamben ofrece la museificación del mundo:
“The museification of the World istodayanaccomplished fact. One by one, the spiritual potentialities that defined people’s lives -art, religion, philosophy, the idea of nature, even politics –have docilely withdrawn into the Museum. …In thissense, the Museum can coincide withanentirecity (such as Evora and Venicemwichweredeclared World Heritage sites), a region (when it is declared a parkor natural preserve), an even a Group of individuals (insofar as theyrepresent a formo f lifethat has dissapeared). … everything today can become a Museum, because this term simply designates the exhibition of animposibility of using, of dwelling, of experiencing.» (Agamben, Profanations, p. 84.)
El uso común y cotidiano de los espacios se ha convertido entonces en la excepción, en una excepción imposible si se toma en cuenta lo avasallador que es el aparato del mercado en su poder de subjetivación. Para lograr retomar el uso de los espacios -y con él retomar una subjetivación de un sujeto político- no queda sino profanar, esto es, regresar al uso común y cotidiano aquello consagrado y reservado al dios mercado y des-subjetivar al sujeto como un todo cliente y propietario privado.
En otras palabras, el libre uso de los humanos se ha convertido en el libre uso desde la subjetividad única del mercado y la propiedad privada. Entonces, la excepción se vuelve la norma. Lo consagrado no lo es para unos pocos dioses, sino para unos pocos propietarios o, en todo caso, para una mayoría que en lugar de sujetos pertenecientes a una polis, son clientes o sujetos del mercado. La ecuación antes excepcional de consagrar (afectar) para los dioses es hoy día el equivalente a la privatización-mercantilización de los espacios, dioses con el poder del libre uso de las cosas. La estrategia que se ha adoptado ante esto, promover el uso de santuarios, reservas, parques, como excepción, no es lo suficientemente política ni lo suficientemente cuestionadota de la estructura como para cuestionar la secularización que disimula el poder y el control de los usos y los espacios. Mediante la secularización de la propiedad privada y la subjetivación de los sujetos como entes mercantiles, el capitalismo ha hecho prácticamente imposible la profanación, es decir, la devolución de los espacios al uso cotidiano y común y político. Profanar, entonces, como bien dice Agamben, se ha vuelto entonces en un acto políticamente necesario. La profanación de lo improfanable es la tarea política de la próxima generación.
Agamben apuesta a la posibilidad de profanar, aún bajo la religión capitalista. ¿Cuáles son las formas hoy en día de profanación? La propuesta de Agamben es la devolución de lo sagrado (hoy de libre explotación del dios mercado) al uso (cotidiano) de los seres humanos. El remedio entonces es la profanación de ese espacio que ha sido consagrado, entre otros aparatos, por el aparato jurídico (al que dedicaremos otra entrada). Para esto hay tres formas: el contagio, el juego y la desactivación de los aparatos. El contagio, como lo que hicieron los estudiantes en Plaza las Américas, implica un contacto con aquello sagrado para darle un nuevo uso:
“[O]ne of the simplest forms of profanation so ccurs through contact (contagione) turning the same sacrifice that effects and regulates the pasage of the victim to the divine sphere. …. The participants in the riteneed only touch these organs for them to become profane and edible. There is a profane contagion, a touch that disenchants and returnsto use what the sacred had separated and petrified”. (Agamben, 2010: 74).
Pero, profanar no es simplemente restituir el uso que se tenía antes de ser separado hacia lo económico, lo religioso o lo jurídico. Es más complejo. Se trata de buscarle un nuevo uso a aquello improfanable. ¿Cómo darle un nuevo uso a las cosas? ¿Cómo propiciar su potencial profanatorio? Hay que resistir contra los aparatos discursivos e institucionales que han capturado los usos cotidianos y la subjetividad política. Profanar al sistema jurídico, por ejemplo, como aparato, y arrebatarle el uso que ha permitido de los espacios y la identidad de los sujetos. Para esto tendríamos que develar la relación entre el Derecho y los espacios y desactivarlo como aparato, jugar con él, es una opción. Ya nos lo decía Walter Benjamin:
«One day humanity will play with law just as children play with disused objects, not in order to restore them to their canonical use but to free them from it for good. What is found after the law is not a more proper and original used value that precedes the law, but a new use that is born only after it. And use, which has been contaminated by law, must also be freed from its own value. This liberation is the task of study, or of play. And this studious play is the passage that allows us to arrive at that justice that one of Benjamin’s posthumous fragments defines as a state of the world in which the world appears as a good that absolutelycannot be appropriated or made juridical (Benjamin, 1992, 41).»
Esto es, habría que además, activar la profanación desde otras dos estrategias: el juego con lo sagrado y la profanación de los aparatos que lo permiten. A eso nos referiremos en otra ocasión.
Contagiar lo sagrado
Como expusimos, una de las formas de profanar es contagiar el espacio sagrado y devolverle su uso previo, es decir, colocarlo nuevamente en un uso cotidiano. Pero eso no debe hacerse meramente mediante la categorización de ‘reservas’ o ‘parques’, ambas categorías excepcionales, pero, digamos, que mediante la herejía de una protesta o acto preformativo se le devolviera a aquello que se ha convertido en sagrado la categoría de espacio político cotidiano, que sea capaz de generar nuevas subjetividades. Fue eso precisamente lo que hicieron los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico cuando, mediante la ubicación de sus cuerpos en el centro principal de puro consumo de la época navideña, se apropiaron de los espacios consagrados al mercado para darles un significado político. Forzaron con su estar un uso político, un uso distinto de ese espacio. Lo profanaron.
Hay un segundo ejemplo al que me referiré. Se trata de las manifestaciones performativasque han hecho un grupo de mujeres del Movimiento Amplio de Mujeres (MAMPR) quienes se han ubicado semi-desnudas en las calles, frente al Departamento del Trabajo o en otros escenarios públicosa representar con sus cuerpos la violencia machista. En esa ocasión las mujeres irrumpieron los espacios, en este caso públicos, aunque no por eso menos problemáticos para profanarlos.
Me parece que en Puerto Rico hace falta este tipo de acto de expresión pública performativa en su versión de protesta. A mi modo de ver el acto cumple al menos tres funciones profanatorias: (1) Las mujeres se constituyen como cuerpos-sujetas, que salen del espacio privado al que tradicionalmente el cuerpo de las mujeres es relegado y lo hacen en reclamo de sus derechos sustantivos; (2) ocupan, o más bien, rescatan los espacios públicos y los politizan en el sentido amplio de la palabra, dándole un significado político a esa ocupación, es decir, retomando la profanación del espacio que en su mayoría ha sido consagrado, como vimos, o a la propiedad privada o a la lógica sagrada del mercado y; (3) en su parte sustantiva, las mujeres que protestan llaman la atención sobre las desigualdades y derechos de las mujeres pero al hacerlo visibilizan y revindican su cuerpo como suyo y autónomo, capaz de hacerse visible, no como algo sagrado y sujeto al secretillo pudor judeo-cristiano, sino como algo que no hay que ocultar.
En ese sentido,el acto de profanación es disruptivo, doblemente disruptivo. Su profanación va desde el espacio hasta el cuerpo mismo. Recordemos que los cuerpos de las mujeres son eso vedado que en cierto sentido perturba cuando se hace visible. Perturba cuando se hace visible en el espacio de uso cotidiano, pero más aún perturbaría cuando se hace en el espacio sagrado y consagrado a los dioses.
Por eso, pensemos por un segundo en la frase de Ana Lydia Vega, atisbemos el ojo de lo posible: Imagínense el acto perturbador de las mujeres semi-desnudas en los espacios consagrados de los complejos y urbanizaciones privadas. ¿Acaso no sería más profanatorio? Imaginemos la misma protesta frente a una iglesia en Torrimar, la iglesia ala que acuden los gobernantes, con la prensa convocada, o en un campo de golf, o en una cancha o parque de una urbanización cerrada. Esos espacios que son comunes a quienes allí viven son realmente sagrados, recordemos, son sagrados aún cuando han sido secularizados. Creo que el acto sería triplemente transgresivo y profanatorio de esa normalidad del espacio sagrado, lo mismo que en un espacio consagrado a la lógica del mercado.Se trataría de una protesta profanatoriaen tres dimensiones porque hacerla no sólo rompe con la normalidad que invisibiliza por tradición los cuerpos de las mujeres y los demoniza, los esconde en el espacio más recóndito de lo privado. Pero mediante este acto profanatorio, el ejercer su derecho a ser ciudadanas, estas mujeres dicen: somos ciudadanas y dueñas de nuestros cuerpos. Es decir, ellas tienen derechos y además deciden cómo y dónde reclamarlos en control de si mismas, de sus cuerpos.
Se me antoja que estos son actos profanatorios de la categoría de contagio a la que Agamben se refería. Pero recordemos que hay otras dos formas de profanar: el juego y la desactivación de los aparatos. A esas nos referiremos en otro momento.
*Versión corregida y editada del mismo ensayo publicado en el blog Poder, espacio y ambiente.
- Sobre el tema de los aparatos en la sociedad capitalista Agamben acota: «It would probably be wrong to define the extreme phase of capitalism development in which we live as a masiveaccumulation and proliferation of apparatuses. It is clear that ever since Homo sapiens first appeared, there have been apparatuses; but wecould say that today there is not a single instant in which the life of individuals is not modeled, contaminated, orcontrolled by some apparatus. In that way, then, can we confront this situation, what strategy must we follow in our everyday hand-to-hand struggle with apparatuses? What we are looking for is neither simply to destroy them nor, as some naively suggest, to use them in the correct way.» -Agamben, What is an Apparatus?, 2009;15. [↩]