Puerto Rico y los tratados de libre comercio
Estados Unidos es el mayor promotor mundial de tratados de libre comercio o TLC’s. Lo ha sido desde la presidencia de George H. Bush, acelerándose en los cuatrienios de Bill Clinton y disparándose en la pesadilla que fue la era de George W. Bush. Barack Obama le ha dado seguimiento a esa política comercial con la ratificación de varios acuerdos. En cada una de las negociaciones de esos tratados estuvo Puerto Rico. Ausente. Todos ellos, por virtud de la condición de territorio de Estados Unidos, le aplican a Puerto Rico en su totalidad. Ninguno de ellos está diseñado, parcial o totalmente, para el beneficio de Puerto Rico.
Los términos son prácticamente idénticos para cada uno de los 19 países con los que Estados Unidos ha firmado TLC’s. La idea se impuso y popularizó por el resto de América; los países americanos han firmado 75 tratados que incluyen a sobre 100 países. El neoliberalismo no ha sido destronado y los TLC’s se encuentran entre sus legados fundamentales.
El objetivo de estos tratados, tal como indica su nombre, es reducir las barreras comerciales y fomentar la libre competencia. De esta manera, se supone que la mano invisible aplique las reglas del mercado y genere mayor riqueza para todos. Por lo tanto, los acuerdos comerciales especifican reglas precisas y detalladas sobre la eliminación de aranceles y otras medidas proteccionistas. Establecen todos que “cada una de las Partes otorgará trato nacional a los bienes de otra Parte” (Tratado de Libre Comercio de América del Norte o «TLCAN», Artículo 301). EL TLCAN define trato nacional como “un trato no menos favorable que el trato más favorable que dicho estado o provincia conceda a cualesquiera bienes similares, competidores directos o sustitutos, según el caso, de la Parte de la cual sea integrante.” Los TLC’s van más lejos y les prohíben a los firmantes llegar a acuerdos más favorables con otros países fuera del tratado. Las concesiones que se les otorgue a terceros países no se las pueden negar a los firmantes.
La negociación de los TLC’s provocaron en la mayoría de los casos protestas populares, conscientes de que la competencia implicaría despidos, rebajas salariales y reducción de protecciones legales laborales. También se generó el rechazo de medianos y pequeños agricultores que no sobrevivirían ante la competencia desleal de productos agrícolas subsidiados de Estados Unidos y Europa en abierta violación al principio de la libre competencia. De todos modos, se firmaron y ratificaron.
Puerto Rico es un mercado muy atractivo para el capital multinacional, que es el mayor beneficiario de los TLC’s. Puerto Rico es el noveno mayor importador en toda América; importa más que 13 de los 20 países de mayor población en el continente americano. El valor de las importaciones de Puerto Rico es igual al de Venezuela y mayor que el de todos los países de América Central y el Caribe, así como de Perú, Paraguay, Bolivia, Uruguay y Guyana. También es mayor que el de cualquier isla del Pacífico Sur, exceptuando Australia e Indonesia.
Es, además, un mercado con muy poca competencia nacional de productos manufacturados y agropecuarios, que ya fueron decimados por el capital estadounidense desde 1898. Es realmente un paraíso para economías emergentes como México, Chile, Colombia y Bahréin, que son dueñas de exitosas empresas dedicadas a las exportaciones. Vale señalar que esas empresas no lo habrían logrado si no hubiesen recibido abundante ayuda gubernamental en algún momento de su historia, particularmente en México, donde duró 50 años.
Desde hace diez años han entrado en vigor TLC’s de Estados Unidos con Canadá, México, Chile, Costa Rica, Guatemala, Honduras, El Salvador, Panamá, Nicaragua, República Dominicana, Colombia, Singapur, Omán, Bahréin y Corea del Sur. Productos de todos esos países y sus socios han creado o aumentado su segmento del mercado en Puerto Rico, cosa que resulta evidente con una simple visita al supermercado. Allí veremos jugos mexicanos, galletas colombianas, vinos chilenos, yautías dominicanas, tostones ecuatorianos, carnes nicaragüenses, leche canadiense, entremeses trinitenses y hasta pound cakes emiratenses. Entraron como Pedro por su casa. Y vinieron con sus socios los inversionistas.
La inversión es otra dimensión de igual o mayor importancia que el comercio, a pesar de recibir muy poca atención de la opinión pública y los medios de comunicación. Los TLC’s enfatizan la libre inversión tanto como el libre comercio. Todos los TLC’s contienen la disposición de que los países firmantes le brindarán a los inversionistas de los otros países firmantes el mismo trato que a sus inversionistas nacionales. Por ejemplo, una empresa mexicana, dominicana o chilena puede competir para obtener contratos del gobierno estadounidense en iguales condiciones que las empresas nacionales. Eso, por supuesto, aplica a Puerto Rico. Los contratos con el gobierno son la lotería de los inversionistas, dado que en la mayoría de los países del planeta el gobierno es el mayor comprador de bienes y servicios. El TLCAN señala en el Artículo 1003 que cuando uno de los gobiernos firmantes vaya a comprar bienes o contratar servicios deberá darle a los proveedores de bienes y servicios de todos los integrantes del TLC “un trato no menos favorable que el más favorable otorgado a sus propios bienes y proveedores.”
La implicación para Puerto Rico de la libre competencia en contratos gubernamentales es que se podría reducir la capacidad del gobierno para estimular la economía a través de contratos que favorezcan a empresas e industrias puertorriqueñas. Por ejemplo, el Departamento de Educación pretende estimular la agricultura a través de la compra de productos nativos para los comedores escolares. Sin embargo, se expone a un litigio por parte de alguna empresa foránea que interprete esas compras como una violación del concepto de “trato nacional y no discriminación.” El Tribunal Federal de San Juan probablemente le daría la razón.
El efecto de la libre inversión de los TLC’s estadounidenses sobre Puerto Rico ha sido dramático. El capital mexicano controla ya en Puerto Rico la industria de cemento con CEMEX, las telecomunicaciones con Claro, la televisión y la radio con Univisión, y hasta el aeropuerto con Aerostar. A eso en otra época le llamaban neocolonialismo, el de corte económico. Eso sería algo así como un colonialismo tipo matrioska, que se encuentra dentro de otro. Un neocolonialismo mexicano encerrado dentro del colonialismo ortodoxo estadounidense. Quién habría pensado que el status nos daría nuevas y desagradables sorpresas.