¡Que viva el DE!
El engaño es imprescindible para la vida humana. Probablemente lo sea también para la vida de nuestros hermanos y hermanas animales y quién sabe si también para la vegetativa.
Cuántas veces los esfuerzos de sociedades como la nuestra y de individuos como nosotros se basan en evaluaciones equivocadas de lo que realmente se tiene que hacer para acercarnos a ciertas metas. Porque si supiéramos lo que van a exigirnos tales esfuerzos los abandonaríamos pronto.
Suspendemos muchos de nuestros análisis al emprender iniciativas porque tendríamos que confrontar las escasas posibilidades de salir triunfantes y nos desanimaríamos. Algo siempre puede salir mal, pero cuando optamos por engañarnos de esta forma actuamos dejándonos llevar por lo contrario, que es pensar que todo casi siempre sale bien. Este tipo de engaño es el engaño optimista, el engaño alegre que nos fortalece, que nos permite continuar aspirando a una meta que probablemente nunca se alcance. Los líderes carismáticos son expertos en este tipo de engaño. En ocasiones alcanzan éxitos extraordinarios; en otras se estrellan en contra de una realidad que, por supuesto, no tiene que responder a las expectativas que se hayan creado.
Pero cuántas veces no protagonizamos nosotros mismos y nuestras sociedades otro tipo de engaño, por supuesto distinto al anterior, aunque indudablemente parecido. Este engaño es más bien triste. Le pone fin a sueños y a tantas posibilidades de vivir la vida de forma distinta. No nos fortalece, sino que nos hace más pequeños al subestimarnos. Además, hay un dejo de desprecio de parte de quienes se valen de él hacia los que se esfuerzan bienintencionadamente por solucionar algún entuerto. Cuando este modo de engaño predomina perdemos de vista que algo siempre puede salir bien y actuamos dejándonos llevar por un escepticismo cuestionable que no muestra ninguna consideración por los previamente mencionados bienintencionados esfuerzos. No describiría este tipo de engaño como pesimista, sino oportunista, pero no porque los que se engañan de este modo sean oportunistas. Bajo ninguna circunstancia. Es que este segundo tipo de engaño se agarra como parásito desesperado –oportunistamente- a los análisis que, también bienintencionadamente, se hacen para atender nuestros retos y ponerle fin a lo que no acaba de andar bien. Es la teorización, o especulación, la oportunista, no quien dice pensar.
Al hablar de lo que el Departamento de Educación (DE) fue, es y será, nos engañamos de múltiples maneras. No voy a negar que allí encontraremos algunas personas deshonestas, pero nos engañamos si no admitimos que las hay también a través de todo Puerto Rico, en instituciones públicas y en empresas privadas. Tenemos una ilustre tradición de corrupción. Contables, abogados, jueces, profesores, maestros, médicos, legisladores, banqueros, líderes obreros y religiosos, para mencionar algunos, no acaban de enterarse de que un gobierno debería ser un pacto social cuya meta no es beneficiar al individuo sino al colectivo. Tampoco se puede negar que en el DE no imperan las mejores prácticas gerenciales, pero nos engañamos si afirmamos que en Puerto Rico hay, en el mundo privado o en el público, grandes modelos que pudieran ser imitados. Pensemos en los disloques de otras agencias públicas, bancos, hospitales, municipios, instituciones financieras y veremos cómo han sufrido del mismo mal. Nos engañamos también al pretender que una instancia cualquiera de nuestra sociedad pueda ser excluida del resto, como si viviera en el espacio y no se hubiera desarrollado aquí.
Insisto en que no todos nos engañamos de la misma forma. Algunas y algunos contribuyen desde sus engaños a fortalecer el país al reclamar que podemos trascender nuestras muy serias limitaciones. Desde sus engaños otros debilitan al país al señalar que una agencia como el DE no sirve para nada. ¿Cómo que no sirve para nada? ¿Una agencia entera?
Alguna vez se pensó que el Departamento de Educación, cuando todavía se le conocía como Departamento de Instrucción Pública, hacía maravillas con nuestra juventud. ¿Quizás nos engañábamos? Muy pocos le prestaban mucha atención, si alguna, a las grandes diferencias que había entre las escuelas de los campos del país y las de los centros urbanos. En muchos pueblos no había ni tan siquiera escuelas superiores. Tampoco se traía a colación que la mayoría de los maestros y maestras no tenían la preparación pertinente en su disciplina, no contaban con bachilleratos y a veces no había en su transcripción un solo curso de pedagogía. ¡Allí colaboraban maestras y maestros que apenas habían terminado su escuela superior! Era el tiempo en el que muchas escuelas atendían matrícula alterna (el interlocking) y los alumnos y alumnas apena tomaban cuatro horas de clase. Las personas que trabajaron hace cuatro o cinco décadas atrás en las superintendencias de los pueblos pueden dar fe de que los nombramientos tardaban mucho más que ahora. La mal llamada deserción escolar no era del 40% sino de más de 60%. Por cierto, al magisterio se le agradecía su gestión, pero ya la presión sobre el secretario en funciones, era legendaria. Estaba allí para inmolarse, al decir del querido amigo Arcadio Díaz Quiñones. Sin embargo, el país crecía y aunque ya desde entonces se debía haber sospechado que llegaríamos a donde hoy estamos, compartíamos el engaño fortalecedor de un sistema escolar que hacía lo posible por atender adecuadamente sus retos.
No nos engañamos cuando insistimos en que la escuela pública tiene todavía maestros extraordinarios que colaboran generosamente con nuestros jóvenes y contribuyen responsablemente a que miles de ellos ingresen anualmente en las mejores instituciones universitarias de Puerto Rico, y hoy, gracias a iniciativas generosas, de Estados Unidos. Las diferencias entre escuelas rurales y urbanas han ido desapareciendo y la formación del magisterio nos debe enorgullecer. Casi el 20% cuenta con maestrías. El 2% o más posee doctorado. Cierto es que hay años en que los procesos de contratación son más lentos, pero se pierde de vista que esto se debe muchas veces a las leyes que hemos ido aprobando para defender al trabajador, evitar la corrupción y contar con un empleado saludable y confiable. Esto ha hecho que el proceso de reclutamiento sea tan pesado. ¿Que se pierden papeles en los trámites? Esto ocurre en ocasiones. Por eso es tan importante invertir en sistemas de información que agilicen procedimientos y garanticen eficiencia. Pero nadie en el país quiere pagar más contribuciones. Nadie se atreve a decir que necesitamos más dinero para fortalecer servicios públicos como el de la educación. Y nos engañamos oportunistamente una vez más si pensamos que con solo indignarnos cada agosto y, aunque menos, cada enero, vamos a resolver estos problemas.
Se tiene que reivindicar la inversión en la educación pública de nuestros jóvenes. El Departamento de Educación de Puerto Rico le ha servido bien, le sirve bien y le debe seguir sirviendo bien a un país que tiene un porcentaje considerable de su población empobrecida. El DE no son los edificios donde se trabaja. El DE es la gente seria y sacrificada que día tras día labora en cerca de mil cuatrocientas escuelas recibiendo salarios muy parcos. El país vuelve a engañarse cuando se refiere a los 3.5 billones de dólares del presupuesto consolidado del DE como si allí predominara la abundancia. Nos engañamos tristemente en cuanto a esto. Cuando yo fungía de Secretario casi el noventa por ciento del presupuesto del DE se iba en salarios, como ocurría también en la universidad del Estado. Un seis o un siete por ciento se gastaba en energía y un dos o tres por ciento en agua. Luego estaban las emergencias, las demandas, la transportación y los servicios siempre incompletos que se le ofrece a la creciente población de educación especial para la que se tiene que conseguir recursos, cueste lo que cueste.
El DE nunca ha tenido un presupuesto adecuado y esto se tiene que decir a gritos. Nunca ha contado con suficiente dinero para hacerle justicia a los que allí trabajan sacrificándose. Tampoco hay dinero boricua para emprender iniciativas. Es el dinero federal el que posibilita que se invierta en adiestramientos y se pueda comprar algún equipo y materiales, aprovechándonos de programas federales que responden a los intereses del DE federal y a sus administraciones de turno, en los últimos tiempos todas guiadas por una visión de la educación nutrida por el neoliberalismo que hace cada vez más notables las diferencias entre ricos y pobres. Claro, siempre se podrían expulsar y dejar sin empleo a miles de personas para complacer las concepciones simplistas de lo educativo de aquellos que creen que aplicando medidas gerenciales, ajenas al mundo académico, se resuelven los diversos problemas que este enfrenta en nuestra época. La remoción indiscriminada de empleados se intentó en otras agencias gubernamentales bajo la administración del licenciado Fortuño y en ninguna de ellas hemos visto una mejoría en su desempeño. ¿O es que me engaño?
Pero después de todo, lo que nos interesa es mejorar el desempeño académico de nuestros estudiantes y en esto volvemos a engañarnos tristemente. La solidez académica no se revela en pruebas como las PPAA (Pruebas Puertorriqueñas de Aprovechamiento Académica). Estas son importantes porque nos permiten, por ejemplo, comparar el aprendizaje que se lleva a cabo en Fajardo con el que se lleva a cabo en Mayagüez, Cayey y Utuado, pero aportan muy poco más.
Hay que tomar conciencia que la excelencia académica incluye elementos que están fuera del control del maestro del salón de clases y las personas que ocupan “puestos directivos” en el DE, quienes por cierto, aspiran a hacer aportaciones valiosas al país y no pueden describirse sin más como “incompetentes” y “politiqueros”. ¿Qué lleva a un periodista como Benjamín Torres Gotay a escribir de esta forma? ¿Es así como se pretende contribuir a la educación del país?
Según ya he planteado, el sistema escolar puede hacer muy poco por un país cuyos ciudadanos somos como somos. Finlandia era una sociedad abierta y de avanzada antes de alcanzar los resultados que ha alcanzado en las pruebas PISA. Singapur es una sociedad autoritaria en las que los jóvenes y otros sectores de la población no cuestionan las autoridades. Su supuesta excelencia académica nace de una dinámica cultural muy distinta a la nuestra. Los graves problemas sociales de Puerto Rico, nuestra pobreza, pero también cierta ausencia de disciplina, la superficialidad con la que a menudo el país se analiza a sí mismo, nuestras conversaciones frívolas sobre esta y la otra actriz, el modo ingenuo en que nos dividimos por el asunto del estatus, la obsesión consumista, la simplonería religiosa de los cultos, entre otros, es lo que no les permite a nuestros jóvenes desempeñarse de otro modo. Claro que tampoco nosotros los mayorcitos podemos cantar victoria. Si se le diera un examen a nuestra población, comenzando por los políticos, los profesores de filosofía, para no quedarme fuera, los periodistas que tantas veces se presentan a las entrevistas sin haber leído el periódico del día o el de hace algunos años de modo que puedan comparar y desarrollar preguntas inteligentes, ¿cómo saldríamos? ¿Qué hemos hecho nosotros para evitar lo que nos está ocurriendo? Pero, con franqueza, ¿se podía haber evitado la estrepitosa caída en la incertidumbre que caracterizan estos años y que es posible que empeore?
Somos los mayores, los que hemos sido incapaces de evitar esta realidad y los que desarrollamos instrumentos de evaluación que no le hacen justicia a lo que le “enseñamos” a nuestros estudiantes. Ni los jóvenes de hoy, ni los maestros y maestras que les “enseñan”, son menos inteligentes que los de ayer. En esta época la inteligencia se define de múltiples formas, pero en Washington no se han enterado de ello y las poblaciones económicamente desventajadas de los estados, similares a las puertorriqueñas, han sido estigmatizadas por instrumentos de evaluación que no toman en consideración la cultura, en sentido amplio, de ambas. Si en las matemáticas “no se sale bien” no es porque los afroamericanos y los latinos carezcamos de inteligencia; es que en nuestros entornos nadie, absolutamente nadie, nos la hace imprescindible para la sobrevivencia. Lo mismo pasa con las ciencias físicas, lo mismo pasa con la historia. Y no basta que el maestro o la maestra diga que son importantes. Es imprescindible vivirlo, como no se viven en Puerto Rico tantas experiencias que se ensalzan en nuestras aulas, escolares y universitarias.
El problema educativo es un problema multifactorial. Incluye elementos económicos y culturales, entre tantos otros, pero no genéticos ni morales, o no como estos últimos frecuentemente se utilizan. En esto, como en tantas otras dinámicas boricuas, necesitamos calma, paciencia y solidaridad con quien hace lo posible porque las cosas salgan bien. Sospecho que se va a resolver, pero no como, desesperadamente, mediante el engaño oportunista, lo plantea casi todo el mundo. Cuando cambiemos como sociedad contaremos con una educación distinta. No será la educación la que cambiará la sociedad.
Debí haber comenzado por felicitar a las maestras y maestros, directoras y directores y tantos funcionarios comprometidos del DE que dan su vida por la instrucción de nuestros jóvenes, pese a lo que cuesta, pero lo dejé para el final porque me pareció importante ofrecer algunas explicaciones. Les felicito. ¡Que viva el DE!