Querida Claire Underwood
Querida Claire Underwood,
Ojalá esta carta llegue a tus manos y puedas sacar unos minutos de tu abultada agenda para leerla. Es vital para mí que sepas cuan importante eres en mi vida. Por eso me tomé el atrevimiento de escribirte.
Imagino que recibes a diario miles de comunicaciones. Tomándolo en consideración, garantizo que aquí te ahorro todas las babosadas que suelen decirse en ocasiones como estas. Estoy consciente de que lograr acceso a ti es un verdadero privilegio (con una gran dosis de suerte) y, por consiguiente, seré concisa.
Claire, te adoro con todas las fuerzas de mi corazón y de mi mente. Tengo tantas razones para hacerlo y comparto contigo las más significativas.
Te adoro, Claire, por tu apariencia. Debo decirlo de entrada, aunque sospecho que te lo habrán comentado millones de veces. Tus ojos azules, tu cuello largo, tu blancura de rodio. Eres perfecta, mujer. La edad te embellece como a nadie. Esa es tu punta de lanza. La hermosura como camuflaje. Ni hablar de tu voz suave, tus ademanes pausados, tu mirada. Eres delicada y potente. Una gran señora y víbora elegantemente letal.
Te adoro, Claire, porque desbaratas con facilidad inaudita los esquemas de lo que debe ser una mujer ambiciosa y poderosa. Cierto que eres la esposa de Frank Underwood, pero evidentemente sobrepasas el detalle. Eres una bujía de apabullante dinamismo. Eres lo que aparentas, lo que engañas, lo que haces y deshaces.
Claire, perdóname la tontería, pero eres chula y extra mala. No importa la situación que enfrentes siempre sabes dominarte. Esa ha sido tu historia y será tu futuro. Nada afecta tus movimientos, tus aspiraciones, tus efectos, tus potestades. Sobredimensionas el concepto de autocontrol. Ese es tu más excelso arte.
Eres luz y tinieblas. Yo te tengo en un altar.
Te adoro y te odio, Claire. Es la verdad aunque suene grosera. Resulta contradictorio lo que incitas en mí, tengo que admitirlo. Veo los episodios de tu vida, una y otra vez, y me los gozo hasta el tuétano. Estás a la altura de un fetiche. Sin embargo, acepto que también me provocas un grado de frustración cuando me da por contrastar lo que tú haces versus la vida que llevo y todas las insignificancias a las que estoy condenada. Se llama envidia, lo digo sin ningún empacho. A mi alrededor convive una gigantesca y asfixiante chusma, encabezada por mi marido que es una mierda de legislador que se piensa gran cosa. Apenas salió electo por uno de los precintos de la capital y asume el evento como la conquista absoluta del poder. ¿Habrá idea más idiota que esa? Él es nada y todo el mundo lo sabe. Lo insufrible, Claire, es cuando juega a ser ambicioso y alardea de su poder, de sus influencias, de su status y de sus metas políticas. Por Dios, si supiera que es entonces cuando más cafre luce, más mediocre, más morón, más insulso, más buscón. Es un asco. Cuánto lo detesto.
Claire, tú tienes a Frank y él te tiene a ti. Están al nivel máximo y juntos son una maquinaria salvajemente precisa y eficaz. Lo saben. Lo viven. Ustedes no descansan porque eso es un lujo que solo se dan los incautos, los débiles, los bienintencionados.
Frank es perverso y tú eres peor. No eres su complemento sino una fuerza autónoma que corre paralela a él.
No tienes ley, Claire, y esa es una de tus cualidades que más me encandila. Eres una joya. Eres una mujer abyecta. Eres turbulenta. Eres diabólicamente pragmática. Eres un templo en ti misma. Una diosa de alto voltaje.
Acá solemos decir que la ignorancia es atrevida, Claire, pero me corro el chance y te confieso que anhelo ser como tú. Ahí es cuando convierto la envidia en pensamiento aspiracional. A lo mejor has leído tal aseveración en incontables ocasiones y estarás acostumbrada a ello. No podrás corroborarlo así que, en lo que a ti respecta, mis palabras se quedarán solo en eso, palabras de una mujer que te escribe desde un lugar lejano y desconocido para confesarte que quiere ser como tú. Hasta tiene su lado cómico. Pero quiero que tengas claro que me he jurado a mí misma que esto no se quedará en simples palabras.
La gente me dice constantemente que soy yo la que tiene buen futuro en la política y que tan pronto comience será cuestión de trabajar por lo mío. Así será, estoy decidida. Por eso, tan pronto envíe esta carta le daré una patada a mi marido para sacarlo de mi lado. Quiero romper todo con él. No lo necesito. Al contrario, ese hombre es un lastre y junto a él mi imagen deprecia riesgosamente.
Poco me importa lo que él piense. Esos miramientos quedaron descartados hace rato. Tendrá que entenderlo e irse, así de simple. De lo contrario te garantizo, Claire, que recurriré a métodos menos civilizados y saldrá perdiendo. A nadie le conviene que divulguen sus cochinadas y menos cuando hay menores envueltas.
Todo eso correrá de mi parte. Solo lo digo para que tengas constancia que voy en serio.
Sin más, de todo corazón te doy las gracias por tu tiempo y atención. Si al leer esta carta provoco una sonrisa en ti, ten la absoluta certeza de que para mí será un gran honor y la llevaré como una medalla colgada en mi pecho.
Quedo con algo que dijiste en una ocasión y que, sin duda, es una de tus frases más atinadas: «Los monstruos existen, ¿no?”.
Gracias, Claire.
Un abrazo.
Hilka Llerena