¿Querrá Adam Jones aprender más sobre Puerto Rico?
Esa noche del 17 de marzo, Puerto Rico perdió el partido. Los boricuas se despidieron del torneo y Estados Unidos adelantó a la ronda de semifinal. Al otro día, compartí la noticia con mis colegas estadounidenses del seminario y se mostraron sorprendidos por la información. Desconocían del Clásico Mundial de Béisbol. En la universidad no hubo celebración, ni se tomaron las calles luego del importante triunfo del equipo norteamericano. No obstante, mis compañeras y compañeros de clase querían saber más sobre el torneo. Decidí investigar el tema más a fondo y posteriormente hice exposiciones en varios foros y conferencias académicas en la universidad. En una institución que solo se hablaba de deportes universitarios, fútbol profesional de la NFL y Béisbol de Grandes Ligas, el béisbol internacional con chispa caribeña comenzó a colarse en los salones y auditorios. La recepción al tema fue positiva.
Ocho años después, y tras el juego final de la edición 2017 del Clásico entre los equipos de Puerto Rico y los Estados Unidos, fue inevitable recordar aquella primavera del 2009 en Pennsylvania. En esta ocasión, el equipo estadounidense se alzó con el trofeo de campeonato, pero su triunfo pasó sin pena ni gloria en las calles de las ciudades de su país y no fue destacado en las portadas de los principales diarios de prensa de circulación nacional. Incluso, el capitán de la novena de los Estados Unidos y jardinero central de los Orioles de Baltimore, Adam Jones, criticó públicamente que en Puerto Rico se anunciara una caravana de bienvenida al equipo boricua sin saber el resultado del partido de campeonato. Las declaraciones de Jones provocaron respuestas contundentes de algunos peloteros puertorriqueños y fanáticos del deporte que cuestionaron los comentarios del estelar jugador y le informaron que el recibimiento a los atletas puertorriqueños era una demostración de cariño de un pueblo que atesora a sus embajadores deportivos y que vio en un torneo de béisbol la oportunidad de unirse como nación, a pesar de los retos políticos y económicos que enfrenta.
Adam Jones me hizo pensar en mis colegas de aquel seminario graduado de hace ocho años. Eran personas progresistas con un amplio sentido de justicia social. En aquel curso había estudiantes feministas, socialistas y activistas en contra del racismo. Sabían muy poco sobre Puerto Rico y la condición colonial que padece este territorio caribeño. Sin embargo, tenían la apertura para informarse del tema y deseaban aprender más sobre las razones por las cuales el gobierno de los Estados Unidos continuaba teniendo una posesión en una situación de sujeción política.
¿Querrá Adam Jones también aprender más sobre Puerto Rico y solidarizarse con su descolonización? No sabemos.
Lo que sí me queda claro es que Jones ha sido un valioso activista en contra del discrimen racial en su país. En septiembre de 2016, el jardinero de los Orioles se expresó en apoyo al jugador de la NFL, Colin Kaepernick, y otros atletas que se arrodillaban en la entonación del himno nacional de los Estados Unidos previo a los partidos deportivos, en protesta por los asesinatos selectivos y la represión hacia ciudadanos negros por parte de la policía. Cuando se le preguntó la razón para que no ocurrieran protestas análogas antes del comienzo de los partidos en el Béisbol de Grandes Ligas, Jones respondió que su deporte es uno de “hombres blancos”. El jugador hizo referencia al dato de que solo 8% de los integrantes en las Grandes Ligas son atletas negros. Esa cifra contrasta con la gran cantidad de atletas negros en los circuitos profesionales de la NFL y la NBA.
Jones, además, ha sobresalido por su trabajo comunitario y la promoción de proyectos dirigidos a aumentar las oportunidades de éxito hacia jóvenes residentes de áreas urbanas con rezagos económicos. Su labor social ha sido reconocida por su equipo de Baltimore. En más de una ocasión, los directivos de esta franquicia profesional han nominado a Jones para el Premio Roberto Clemente en las Grandes Ligas. Este galardón se le otorga cada año a aquel pelotero que, por su labor comunitaria, representa los principios solidarios que distinguieron al exjugador puertorriqueño que militó con los Piratas de Pittsburgh. Mencionar a Jones como merecedor del Premio Roberto Clemente evoca una imagen de unidad de dos hombres negros con un alto sentido de justicia social y que en sus respectivas épocas sobresalieron en un deporte de blancos.
Cuando Jones se expresó el 22 de marzo de 2017 sobre el recibimiento a los jugadores puertorriqueños, su tono fue interpretado como uno de mofa y desprecio hacia la fiesta de pueblo que se llevaría a cabo en Puerto Rico el jueves 23. La respuesta de los puertorriqueños y puertorriqueñas en defensa del evento multitudinario fue contundente y necesaria. Los boricuas dejaron claro que valoran el deporte como instrumento de afirmación nacional. Quizás Jones hizo las expresiones como resultado de su desconocimiento de lo que representan las selecciones nacionales para Puerto Rico. Tal vez fue un desahogo producto de la algarabía del momento, luego de ganar el título de un prestigioso torneo internacional.
Indistintamente de sus razones para esbozar sus argumentos en torno a la celebración puertorriqueña, Adam Jones está muy consciente de la injusticia y el discrimen en su país. Al igual que mis colegas de escuela graduada en aquel seminario sobre deportes, el jugador podría tener la misma apertura para ser empático con los puertorriqueños y puertorriqueñas que sufren una relación política colonial y discriminatoria. Tal vez los aspectos que unen a Yadier Molina con Adam Jones son más que los elementos que los segregan en pequeñas trincheras. Quizás Jones podría ser un aliado de los puertorriqueños y latinos en Grandes Ligas. Ojalá que un día gane el Premio Roberto Clemente y se convierta en embajador del legado de ese insigne atleta puertorriqueño. Sería un bonito escenario que acercaría sus luchas contra el racismo al activismo puertorriqueño que reafirma su nacionalidad a pesar del colonialismo.